libros lésbicos

Nikki Jones es la ejecutiva más agresiva, insoportable y borde que imaginarse puede. Ostenta unas subidas tan fáciles de genio, que sus cambios de humor podrían hacer tambalearse la agencia de publicidad donde trabaja. Y manda. Vaya que si manda: más que el jefe que ostenta el cargo.

Ella no vino así de fábrica, es que últimamente la acosa el ansia. Las mujeres son su perdición. Al volante del supercoche al que ella misma denomina “La Bestia Sueca” (porque tiene marca de esa nacionalidad y es enorme, veloz y potentísimo), no logra controlar sus calentones sexuales. Lo curioso es que Nikki está casada con un señor y, más curiosamente aún, ha descubierto hace bien poco su verdadera vocación. Durante años y lustros, Nikki no se percató del efecto que en su entrepierna genera la visión de una mujer hermosa (sí, me temo que esas son las sensaciones de las que disfruta a bordo de su Bestia Sueca). Pero ahora lo tiene tan clarísimo que se acuesta con todito lo que tenga vulva y tetas. Paga por sexo todo el tiempo, lo que toda la vida se ha llamado “irse de putas”. Son encuentros no ocasionales, ni esporádicos, más que nada porque ambos términos indicarían un tiempo suficiente de sexo como para acordarse del nombre de la contraria. Son, diríamos, polvos-flash.

Pues bien, ahora Nikki está entregada de lleno a la práctica de polvos-flash. Su marido, por supuesto, está a lilas. Pero eso no importa, porque son el matrimonio-tradicional-divino-de-la-muerte: los dos pasan el uno del otro y mientras no les cuenten nada todo va bien. Eso sí, a cierta hora, en casita. Y de esa manera, se respeta que el cónyuge pueda seguir aparentando que no se entera de absolutamente nada.

Pero Nikki no es feliz. Ella quiere más. No sabe muy bien de qué, pero más. Ella sigue insatisfecha. Los polvos-flash no la colman. Así que un buen día acaba por confesarse a su mejor amiga hetero (porque de la otra onda no tiene amigas, sólo contacta con putas). Se llama Guillian y es bastante convencional, pero tiene algo que le puede servir: una sobrina lesbiana declarada que haga de consejera sentimental para que Nikki se aclare de por dónde van a ir sus pasos lésbicos en la vida. Para entendernos, lo que Nikki requiere es una mezcla de coacher, personal-shopping (porque también necesita consejos sobre moda bollo) y personal-assistant lésbico. Alguien, en suma, que realice los siguientes trabajos sin dejar ni uno:

  1. Asesoría de bollo imagen: Peinado, actitud y postura corporal para ser fácilmente reconocible en el ambiente.
  2. Bollo shopping: trapitos, complementos, calzado, aros y otros arreos bollo-compatibles.
  3. Entrenamiento físico-fitness bollo-adaptado: echar cuerpito, no echar tripita, echar culito, no echar mollas…etc, etc. Todo ello encaminado a ser lo más apetecible posible en el mostrador de la carne de un bar-bollo lleno de bollos hambrientas.
  4. Ubicación espacio-temporal en bares bollo: básicamente saber dónde andan y a qué horas abren y cierran.
  5. Entrenamiento bollo-behaviour: cómo comportarse en un bollo-bar sin parecer imbécil, retrasada o analfabeta y, lo más importante, acabar pillando un bollo-cacho.

En resumen, lo que pide Nikki es (sorprendentemente, porque ya se acuesta con todas las tías que le da la gana, previo uso de tarjeta de crédito, eso sí) es que alguien la espabile. Y gracias a tal espabilamiento, probar por fin las más olorosas esencias del mundo rico y sabroso de los tugurios lésbicos de Manchester.

En otro punto de la órbita, aparentemente, se encuentra Georgie. Georgie es creativa publicitaria freelance y no se anda con tantos remilgos a la hora de reconocer, aceptar y vivir su orientación sexual. Ella, por supuesto, es lesbiana y a mucha honra.

No se conocen de nada, hasta el día en que se conocen. Nikki contrata por azar los servicios (profesionales, no penséis todavía en nada más, so ansiosas) de Georgie. Como ya sabemos, la fama de jefa tirana de Nikki traspasa las fronteras del Reino Unido. Nikki empieza su relación (profesional, de nuevo aclaremos) con Georgie echándole una bronca del quince y expulsándola de su despacho a voces. Georgie se va indignada, furiosa, cabreada…etc, etc. Pero, en el fondo, Georgie sabe que la fiera corrupia tiene parte de razón. El trabajo que le ha presentado es una auténtica mierda porque lo hizo en la fase más alta de una resaca monumental que colgaba de su ser, tras trajinarse suficiente alcohol como para arder en una pira funeraria. Lo que no sabe Georgie es que ésta es una de las cosas que tienen en común ella y la arpía jefaza: les gusta el bebercio más de la cuenta.

Ambas piensan que beben como esponjas por las tensiones que sufren. Nikki, por el estado calenturiento constante que la aflige y empuja a cambiar de acera y de vida; Georgie porque anda sin pareja (acaba de romper con la última) y sin perrito que la ladre; y claro, sufre mucho. Pero el caso es que sólo falta que se chupen los tapones de las botellas.

De hecho, las borracheras que se agencia Nikki provocan terribles resacones que son en gran parte responsables de ese estado perenne de mala leche que la caracteriza. Asimismo, no son sólo los nervios, ni la frustración, lo que la hace padecer de síndrome de colon irritable (en adelante, SCI): todo tiene que ver, pero desde luego meterse litros de bourbon entre pecho y espalda a cada hora no va a ayudar precisamente a que tenga el intestino tranquilito.

Pues bien, después de haber discutido como fieras desatadas, Nikki y Georgie pierden el contacto. Es más, se odian, se detestan y se repelen. Bueno, no exactamente, porque tras el rapapolvo, Georgie comienza a tener fantasías sexuales con la jefa arpía. Convengamos en que es un curioso modo de sentir repulsión por una persona. Nikki, a su vez, sigue con el plan para encontrar su bollo-coacher. Su amiga Gillian ha organizado una fiesta, en la que le presentará a su sobrina, la lesbiana experimentada. Nikki espera impaciente el momento.

Llega la fiesta y, casualmente, resulta que tanto Georgie como Nikki están invitadas. Sucede lo esperado: en cuanto se ven, saltan chispas (en el mal sentido). Discuten otra vez, acaban borrachísimas las dos –como tienen por costumbre-, Nikki se va a su casa como buenamente puede y Georgie se queda a dormir la cogorza tirada en un sofá.

A la mañana siguiente, la anfitriona Gillian se encarga de aclarar todo el contubernio: Georgie es su sobrina y, por tanto, la aspirante a lesbi-coacher. Nikki se queda de piedra volcánica, en su estupor. Tiene que pedir disculpas a toda velocidad, o nadie la guiará por el camino de su Bollo-Destino. Las cosas se arreglan, como era de esperar. Georgie acepta encantada la asesoría y cuidado de la neófita lesbiana y Nikki se presta a aprender como aplicada discípula.

Se hacen buenas amigas. Incluso Georgie la introduce en su círculo de bollo-amistad y entre todas se proponen facilitarle posibles ligues. Pero no todo va a ser orégano en el monte. La instructora comienza a sentir algo por la alumna. Algo es poco, digamos… mucho. Pero como Nikki no se entera de sus señales de puro sutiles que son, Georgie está descolocada porque no sabe a qué carta quedarse: ¿Tiene o no alguna oportunidad con Nikki, o sólo la quiere para el tema lesbi-docente?

Como tiene la cabeza (y otras partes de su anatomía) a punto de explotar, decide tomarse unas vacaciones. Y se pira por ahí con otra moza para ver si se olvida de la discípula.

Nikki es una inexperta total, fácil de seducir, fácil de engatusar…en suma, va de inocente Caperucita y no ve venir a la loba. Al no tener maestra que la advierta o proteja, cae en las redes de una depredadora. Cuando quiere darse cuenta, ya no sabe cómo salir de sus garras (garras que, por otra parte, bien que le gustaron al principio). Ella que sólo quería encontrar una chica dulce y buena que la sacara de la mala vida heterosexual, ella que buscaba el amor de su vida, ella que parece haber encontrado el rumbo y ya no bebe tanto….qué lástima, puede acabar reducida a sierva de una psicópata.

¿Logrará Georgie volver a tiempo y salvar a su tierna discípula de la novia perturbada? ¿Se dará cuenta Nikki de que su profe está colgada de su persona? ¿Compartirá tal cuelgue a la recíproca? ¿Se beberán juntas el suministro completo de Whisky para Manchester y poblaciones aledañas? Todas esas preguntas (y alguna otra cuestión que no he comentado porque si no, nos darían las uvas), tendrán respuesta si os leéis la novela.

¿Qué más podéis encontrar? En primer lugar, mucho sexo. Muchísimo sexo. Cantidades industriales de sexo. Eso sí, para mi gusto, un tanto reiterativo. Todas las escenas tienen más o menos el mismo esquema. Empiezan por un lado y terminan por el contrario.

Intentaré explicarme: es lo que yo llamo “el baile del ascensor”. Imaginemos que uno de los cuerpos es un ascensor. Sube y baja, una y otra vez, pero siempre hace las mismas paradas en los mismos lugares. Imaginaros en cuáles. ¿A que es sencillo? Así que las escenas de fornicación se quedan un poco reducidas a ese vaivén, arriba y abajo, lo cual las hace bastante predecibles. Y eso provoca que pierdan la gracia. Pero bueno, si no sois tan tiquismiquis como una servidora, pueden valer perfectamente. Porque desde luego tórridas sí que son, sin duda ninguna.

Una observación sí que tengo que hacer respecto a una de las escenas sexuales: me ha sorprendido muchísimo encontrar en un libro lésbico actual un enfoque del sexo entre mujeres tan fálico. Me explico: en una de los últimos encuentros de cama de las protagonistas, pretenden usar un dildo con arnés. Esto, en principio, no tiene nada de particular, me parece perfecto. Lo que me descoloca es el valor absolutamente superior que se le otorga a la citada práctica, por encima del resto de actuaciones que realizan dos chicas en la cama. Todas sabemos muy bien que poseemos un amplio repertorio y que con un poco de creatividad las opciones pueden ser prácticamente infinitas. Pero aquí se viene a decir que meter un pene de plástico en una vagina es una actividad sexual infinitamente más completa, placentera, satisfactoria y superior que cualquier otro tipo de práctica. No creáis que exagero: el asunto llega al extremo de considerar que “por fin” y gracias a esta técnica, “consuman” su amor “absolutamente”. Como comprobación, obsérvese en la siguiente cita que éstas son palabras textuales:

Parecía que formara parte de Georgie y quería que Georgie la penetrara con él: la quería encima de ella, debajo de ella, montándola y tomándola, sumergiéndose más profundamente, totalmente, en la consumación absoluta de su amor (Pág. 288)

Aun a riesgo de que alguien piense que soy demasiado susceptible, tengo que manifestar que no me parece un tema baladí. Llevamos miles de años luchando contra la creencia machista de que sin un pene no hay sexo “de verdad”, por lo que dos mujeres no pueden hacer en la cama nada “serio”. Aparte de ser molestas por irrespetuosas y además falsas, estas afirmaciones son también dañinas porque a las mujeres nos relega a una especie de “segunda división” del sexo. Que todavía haya cavernícolas por ahí defendiendo bobadas, es inevitable. Pero lo que me parece de juzgado de guardia es que esto se exprese en un libro lésbico.

No contenta con la hazaña descrita, la autora se empecina en el asunto, corrigiéndolo y aumentándolo. A renglón seguido, describe las sensaciones de la feliz portadora del falo, poniendo el acento en la gozosidad psicológica que –según ella- provoca el uso del alargado artilugio cuando se introduce en la vagina, y que vendría a ser una especie de unión místico-penetrativa.

«Ahora sí que somos como un solo ser”, pensó Georgie, mientras sus manos agarraban con fuerza las caderas de Nikki y percibía sus cálidos jadeos.. (Pág 290)

Finalmente, llegamos al culmen del falocentrismo falocrático: Georgie lamenta sus “carencias naturales” desde el punto de vista físico, alcanzando una rotunda envidia de pene que hubiera hecho las delicias del Doctor Freud en sus más extremadas teorías sobre el comportamiento invertido de las lesbianas.

Georgie sintió una punzada de celos hacia Steve Jones: el afortunado cabrón había tenido todos aquellos años a aquella magnífica criatura montando su polla. “Seguramente se corría al instante. Me está volviendo loca. Desearía poder sentir exactamente lo que sentía él”. (Pág. 290).

Tras esta decidida defensa del falo como supremo dador de placer para ambas partes (penetradora y penetrada), nuestra autora parece quedarse al fin tranquila y termina la historia sin mayores alharacas. Pero la tontuna ya está consumada y no tiene remedio. En fin, paciencia.

Quiero dejar una cosa bien clara: no me molesta el tema de los dildos ni de las penetraciones con objetos variados, en absoluto. Lo que no me gusta es la jerarquía que se le otorga a esta práctica, poniéndola en una posición de suprema superioridad respecto a todo lo demás que puede y debe hacerse en una cama (donde, por sana definición, lo que tiene que primar es la variedad, con la única limitación del consenso entre las partes). Dejando aparte este episodio que ha despertado mi más santa y sáfica indignación, la novela tiene algunos otros puntos que merecen comentario.

En primer lugar, tiene sentido del humor y eso es de agradecer. Por ejemplo:

Sólo podía pasarme a mí, ¿no? Pero no, me lo trago porque cada noche mi coño me persigue por toda la cama gritando: ¡Dame de comer, dame de comer!” (Págs. 169-170)

Algunas veces consigue dar con expresiones algo llamativas, o al menos originales, como cuando para decir que las dos amantes eran a los ojos de todo el mundo una pareja unida dice:

Muchas creían que haría falta una intervención quirúrgica para separarlas. (Pág. 284)

Por otra parte, la trama sigue un esquema conocido, si bien con algunas variaciones. Chica conoce a chica, se la acaba ligando tras alguna peripecia y…terminan juntas. Todo ello saltando de cama en cama, hasta que consiguen tener claro en la cama de quién quieren quedarse. Todo más o menos típico, con su poquito de intriga, sus sufrimientos, sus abandonos, sus desencuentros y sus reconciliaciones.

Pero quien pretenda encontrar una acción bien trabada y sin ninguna incongruencia, personajes bien definidos, una historia sólida y con algo distinto que contar…pues no va a encontrarlo. Eso sí, no termina mal, lo cual anota un punto a su favor. Así que para pocas honduras, es legible. Además, como ya he dicho, tiene momentos divertidos y eso la hace recomendable para una tarde de esas en que te apetece reírte un poco de todo. Que la disfrutéis, si os apetece y cuadra con vuestras expectativas. 😉

Edición citada: Wood, J. Placeres Ocultos Ed. Egales. Barcelona-Madrid, 2004.