No-creo-en-unicornios,-creo-en-caballos-con-cuernos-portada

En un lejano futuro, la humanidad ha conseguido por fin cargarse el planeta, que en ese momento es un completo erial destartalado. En ese mundo estéril y sombrío no sólo se han perdido la naturaleza en general y los ecosistemas en particular; también otras muchas cosas importantes.

Las grandes masas forestales han desaparecido y como efecto inmediato –además de los problemas medioambientales obvios- los seres mágicos se han visto descubiertos. A lo largo de la historia hadas, duendes y demás, permanecieron ocultos en selvas y bosques tupidos. Siempre se dudó de su existencia porque no se veían, salvo en contadas ocasiones; ahora encontrarse con un grifo, una harpía o un ángel es asunto corriente. Y esto trae consigo efecto secundario: ya no tienen ni la posibilidad de permanecer ocultos, ni la protección que supone ser vistos como seres misteriosos y superiores (y, por tanto, infundir respeto). Ahora son, simplemente, seres diferentes, distintos a la norma y, como es bien sabido, eso genera de forma automática el ser considerado un “monstruo”. Monstruos que no saben que lo son; de saberlo, sería de sentido común que pensaran en alguna forma de volverse normales o –en todo caso- que llevaran con avergonzada resignación su condición monstruosa.

Debe ser raro nacer con dos patas de más, con una cola, con pezuñas en vez de pies…O tal vez viniendo al mundo en semejante corrupción no se den cuenta de lo absurdo de su ser.

Es una narración apocalíptica, dentro del género de la distopía temporal; una historia de ciencia-ficción con marcados tintes metafóricos referidos al mundo real que vivimos. Diría que la idea central es la incapacidad del ser humano para generar compasión o respeto por lo diferente: Las criaturas mágicas son despreciadas, esclavizadas, sometidas, humilladas y tratadas como animales, objetos o comida. Simplemente por ser diferentes a lo humano, algo que se encuentra muy subrayado: en el momento en que una criatura es reconocida como semi-humana, pasa a tener dignidad y –por tanto- derechos. Es el caso de las llamadas “miniaturas”, con las que trafica la protagonista, con grave riesgo de su salud legal, dado que está penalmente perseguido por las fuerzas del orden. Como es lógico y habitual, el tráfico y explotación de seres carentes de derechos no está en absoluto penado por la ley. Así que es completamente lícito vender, comprar, hacinar, explotar, sacrificar o torturar a una musa, un unicornio o un centauro. Todo ello tiene su fundamento en la ausencia de categoría humana de los interesados.

Por qué no liberar a las hadas también? Estas no son humanas, sus alas de mariposa las delatan, lo mismo ocurre con las de los ángeles y los poderes de las musas y ninfas. Son criaturas extrañas, diferentes, mágicas. Las miniaturas no tienen cualidades sobrenaturales, son solo eso, miniaturas.

La reflexión se profundiza cuando vemos que el criterio de similitud con lo humano es, en realidad, muy poco objetivo. Porque, ¿qué pasa con las criaturas cuyo cuerpo comparte características humanas con las propias de otro animal? Por ejemplo, los sátiros o las sirenas. Pues que son animales. En el primero de los casos se les pastorea como ganado caprino normal y en el segundo… su destino es muchísimo peor. No sirven ni como animales domesticados. Pero esto no voy a detallarlo para no herir sensibilidades culinarias.

Los centauros tienen medio cuerpo humano y el otro medio equino. Son animales también. De nada sirve que puedan hablar (signo inequívoco de inteligencia), que su media parte humana pueda ser bella desde los cánones establecidos o que sientan y padezcan como cualquiera. Lo mismo le pasaba al judío de “El Mercader de Venecia” y, por más que hacía una encendida defensa de su dignidad, ésta no le era reconocida.

La protagonista de la historia es Rasha, una chica que viaja para encontrarse con su novia. El problema es que su novia no es humana, es una musa. Imaginad lo ventajoso que puede ser tener una musa de novia (o simplemente una musa en casa, sin otro tipo de relación sentimental): tienes la inspiración creativa asegurada las 24 horas del día. Pero ese pro no es nada comparado con su contra: no te puedes enamorar de una musa. Las relaciones amorosas con criaturas mágicas son consideradas aberrantes, repugnantes e inaceptables.

  • ¿Te gusta la musa? –exclamó alarmada-. Enamorarse de una criatura de esas… no pensé que la gente pudiera…Creía que todos los trataban como a la escoria. Si fuera de una chica normal si lo entendería, ¿pero de una musa? –puso cara de asco-.

Rasha tiene que llegar a la ciudad para encontrarse con su musa (expresión que en este caso no tiene nada de metafórica). Como ir andando es cansado y lento, no hay coches ni medios de transporte –se lo han cargado todo, incluyendo las fuentes de energía-, decide robar un centauro. Cabalgando conseguirá llegar más rápida y cómodamente a su destino.

La secuestrada resulta ser una centáuride (ella la considera una simple yegua). Pronto empiezan a hablar y Rasha debe replantearse muchos de sus prejuicios respecto a esos “animales”. La sorpresa y la curiosidad van anidando en el ánimo de nuestra protagonista. Su montura tiene habilidades…inauditas.

La forma en que tejía las oraciones, su manera de reflexionar, argumentar, no distaban en nada de la forma en que yo lo hacía.

Incluso sabe leer. Pero, por más que Rasha descubra habilidades que nunca sospechó en su “yegua”, siempre se quedará en el tramo de reconocer que es un ser híbrido, aunque nunca plenamente digno, porque no es enteramente humano.

-Tienes razón, no soy humana –aseguró hinchando el pecho-. Pero tampoco soy una “yegua”. Soy una centáuride ¿y a mucha honra!
-¿Cómo te puede honrar pertenecer a una raza de esclavos? –pregunté sinceramente sorprendida.
-No somos esclavos por naturaleza sino por decisión del hombre –se defendió alzando el tono de voz-, existen conocidos centauros letrados y sabios, famosos incluso en tu mundo en el que os creéis dioses,cuando en realidad sois tan esclavos de ellos como lo somos nosotros de los hombres. Las auténticas divinidades se encuentran muy lejos de aquí, en el Monte Olimpo, no en estas tierras mundanas –terminó iracunda.

¿Qué es lo más triste de todo esto? Para mí, sin duda, que los que fueron discriminados y perseguidos engrosan ahora las filas de los opresores, olvidando que ellos estuvieron antes en el lugar del oprimido actual. Y digo que es triste porque se trata de una historia que se repite ahora y que, por desgracia, parece que se repetirá siempre.

Resulta que la homosexualidad (y otras muchas formas de relacionarse sexual y afectivamente) están plenamente aceptadas. No pasa nada por ser lesbiana. Pero como a la protagonista (lesbiana) ya no le afecta el sentimiento de estar oprimida -porque no conoció tal eventualidad, aunque tiene noticias del tema-, no siente ni la menor compasión por todos aquellos a los que ahora les toca aguantar lo suyo.

Todo lo más, siente una cierta extrañeza ante ciertos seres que a ella le parecen asimilables en cierto sentido a lo humano. Pero con límites, claro: no va a reconocer nunca que su centaura es una igual, lo que siente es curiosidad y algo de inquietud porque en el fondo no le cuadra tratar como un animal a un ser con quien puede mantener una conversación interesante, que es su cómplice en ocasiones y que encima –en su parte anatómica humana- está bastante buena.

La novela es un viaje casi iniciático: Rasha emprende un camino de conocimiento, se encuentra con realidades que le hacen replantearse sus esquemas y creencias. A través de un mundo desolado, encontrará a los “hormonados” (despreciadas y desdichadas criaturas toleradas por el Régimen, porque son una aberración creada por la propia sociedad, que permitió y animó a bastantes sujetos a medicarse con consecuencias imprevistas y terribles). A Rasha los hormonados le parecen la suma de la aberración: si a las criaturas mágicas –solo a algunas de ellas, dependiendo de sus características- les podría dar alguna oportunidad de integración, desde luego a los hormonados no. Para ella, ocupan el nivel más paria del orbe conocido. Y, volviendo a la idea central, encontramos este pasaje revelador:

Me inquietaba que un ser anormal como él criticara a otros también desviados de lo que se entiende por correcto en el orden natural de las cosas. ¿No debería, siendo quien es, respetar a otros que igualmente son diferentes y están excluidos de la sociedad? ¿Qué ganaba haciendo más enemigos? ¿Por qué no apoyar a los que son distintos a ti pero igual de parias en la sociedad? Hasta podrían enfrentarse juntos a su enemigo común. El hombre es peculiar, y da igual su forma pues actúa siempre igual. Estaba segura de que algún día las criaturas serían libre y los hormonados se extinguirían.

Topará también con un viejo conocido: un cura, propietario del llamado “Confesionario Absoluto”. Ahí te perdonan los pecados por un módico precio.

-¡Le absuelvo de sus pecados por un módico precio, señora! Absuelvo a asesinos, ladrones y mirones. Un pecado quince monedas de plata; dos pecados treinta y cinco. ¡Menuda ganga, señores! Bueno, bonito y barato, llévese tres y pague cuatro. Pergamino con su delito absuelto de regalo, ¡que quede constancia!, eso es, señoras.

He de decir que esto no tiene nada de Ciencia-Ficción. Más bien resulta una constatación de lo realizado a lo largo de la historia por la Iglesia Católica. Recordemos el tema de las famosas Indulgencias que provocó el cisma luterano. El mercadeo con el perdón de los pecados es todo un clásico – también la hipocresía que sustenta estas prácticas- y parece que va a seguir igual en el futuro. Como igual sigue la condena a la homosexualidad: dijimos que en ese lejano apocalipsis había una general aceptación del tema. Pues sí, pero la Iglesia Católica sigue en sus trece, siempre de espaldas a la realidad y erre que erre. Lo siento, chicas, parece que ni en el lejano futuro de un nuevo mundo destruido existe la posibilidad de que cedan ni un milímetro.

En su viaje, nuestra protagonista recorrerá espacios derruidos, degradados, convertidos en una mera sombra incongruente de lo que fueron alguna vez. En los escenarios parece vislumbrarse una estación de metro, palacios que recuerdan al Museo del Prado, con “Las Meninas” dentro, o la propia Cibeles.

El centro de la fuente era coronado por sendos leones rampantes que tiraban de la carroza de una dama sin cabeza.

Esos recuerdos de nuestro mundo, cuando aún era brillante, recuerda mucho al planteamiento de “El Planeta de los Simios”. Por si alguien no la ha visto, me reservo el comentario. Pero hay una utilización de los monumentos muy parecida, en cuanto a la identificación del mundo destruido como algo conocido por nosotros en nuestro plano temporal actual. Son los rastros de una civilización ya difunta, pero en la que nos reconocemos.

«Yo no creo en unicornios, sino en caballos con cuernos” es una novela breve, original, simbólica e intensa. Es fácil introducirse en ese mundo imaginario, seguir la lógica interior de un universo ficticio, pero coherentemente construido y, por tanto, inteligible. A fin de cuentas, ¿cómo estamos tan seguros de que las criaturas mágicas son imaginarias? ¿Acaso sólo existe lo que vemos?

Si a esto añadimos las lúcidas reflexiones sobre la diversidad, la igualdad de derechos, la extrañeza por quien es diferente a ti o a la mayoría, la sumisión cultural a lo normativo…su interés queda fuera de toda duda. Creo que es una buena elección, por todo lo que acabo de comentar. Queda recomendada.

La vida es un laberinto con muchos caminos pero una sola salida. Te invito a venir conmigo y proseguir tu viaje. Tu centáuride, de buen grado, ya ha aceptado acompañarnos.

Esperemos que esta cita, casi al límite del final de libro, augure que la historia continuará.

Que la disfrutéis, si os apetece. 🙂

Edición que cito: ZELTE, María S. H. No creo en unicornios, sino en caballos con cuernos. Ebook. Autoedición Kobo Books. Agosto, 2015.