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Ha transcurrido algún tiempo desde que Lara Badía y Esther Morales hicieran un alto en el camino de su relación profesional… y personal. Quedaron emplazadas para trabajar juntas en cuanto comenzara la campaña electoral de las Elecciones Municipales: unas Elecciones en las que Esther podría aspirar a ser la alcaldesa de Móstoles, cargo que ahora ocupa provisionalmente. De todos es sabida la importancia de este municipio madrileño en el mapa político de la Comunidad Autónoma. Así que, desde luego, su alcaldía es una tajada sabrosa a la que muchos querrían hincar el diente.

Pero Esther tiene numerosos obstáculos delante, proporcionados incluso por su propio partido. Su enemistad con el Presidente de la Comunidad de Madrid es notoria; la falta de afinidad con ciertos personajes de su antiguo equipo de gobierno, manifiesta; la amarga y maloliente herencia política que le deja el ex-alcalde (al que sustituyó de forma interina), reprobable. Por si todo esto fuera poco, su situación particular se encuentra en plena inestabilidad tambaleante, con un divorcio a la vista y toda una vida personal por reconstruir.

Esther había perdido demasiadas cosas ese último año. Su matrimonio, estabilidad, su casa, su papel en el partido…todo había cambiado. Y tenía tanto miedo a perder su carrera política que estaba consintiendo que la opinión de los demás le dijera cómo vivir. A quién querer. Cuándo querer.

Esther, en suma, lo lleva crudo. Defendiendo que nada es imposible, y practicando un ejercicio de eufemismo, podríamos quedarnos con que para nuestra candidata ganar las elecciones es harto improbable. Y para intentar al menos plantear tan titánica batalla, debe contar con su periodista favorita: Lara Badía.

Lo cierto es que ya habían quedado en ello: en “Políticamente Incorrectas” (parte anterior a la que ahora se describe, y que reseñé en su momento), la promesa final fue dejar de un lado los aspectos ajenos a la profesionalidad y centrarse en trabajar juntas. Aunque tanto Esther como Lara saben de sobra que la química entre las dos existe y en una dosis nada desdeñable, su pacto es explícitamente ajeno a lo personal: Lara trabajará para Esther en lo que ha demostrado de sobra que sabe hacer mejor. Y la especialidad de la señorita Badía es, sin duda alguna, hacer ganar unas Elecciones. No en vano ya consiguió que las ganara el actual Presidente de la Comunidad de Madrid (ese con quien tan mal se llevan ahora las dos). Lara es, probablemente, la mejor jefa de campaña que un político pueda tener.

Aunque claro, una cosa es la obligación y otra la devoción. Ambas deben administrar sabiamente esas cositas tan difíciles de gestionar, llamadas sentimientos. Así que, por el bien de la campaña, y también por el bien de su estabilidad mental, será mejor que procuren no mezclar en la receta ingredientes que puedan hacer fracasar el plato.

Lara tiene novia. Sí, la relación que comenzó en la primera parte, ha fructificado. María, sobrina de la secretaria de Esther, parece haber ocupado su corazón. Pero, ¿lo ha ocupado de forma definitiva o sólo le ha puesto banderitas pero no ha fortificado sus posiciones?

Esta es la principal duda que a Esther atribula. Porque ahora, una vez que se ha decidido a abandonar su postura de burguesa hetero de fácil vida, se encuentra con que tal vez –quizás- ya no pueda optar a lo que subterráneamente desea: tener alguna oportunidad con Lara.

En cuanto a la antedicha, también tiene un lío sentimental de narices. Con María está bien, pero siempre que se encuentra con la alcaldesa, le tiemblan las canillas. Su modo perturbación llega a 9 puntos sobre una escala de 10 cada vez que interactúa con ella de cualquier modo. Esto, aparte de preocupante, resulta por completo imposible de sobrellevar.

Unas semanas antes también tenía muy claro cómo deseaba relacionarse con Esther Morales. Había dispuesto de muchos meses para mentalizarse. Deseaba una relación fría y profesional, cercana pero distante, un trato en el que tocaran solamente los temas personales cuando su trabajo lo demandara. Pero nada estaba surgiendo como lo planeado.

Es urgente que se aclaren, ¿no creéis? Pero la vida es así: no resulta fácil que dos personas se entiendan a la vez, que no intenten bucear en lo que piensa la otra, que no se confundan….en fin, las dificultades inherentes a no estar dentro de la cabeza de tu amada y poder predecir qué demonios piensa y, por tanto, anticiparse saludablemente a sus expectativas, encajándolas con las propias. Porque eso sería muy fácil, pero no funciona así. Por las páginas de “Políticamente Incorrectas 2” se asomará la pareja de “101 Razones para odiarla” (novela de la que también habemus reseña). Son viejas conocidas, y conocedoras de lo que significan las relaciones tumultuosas y pendencieras, pero con un buen amor en la trastienda. Descubrimos que sus peleas han pasado a formar parte de su vida amorosa, porque siempre lo fueron. Discuten porque esas discusiones son parte natural de su amor. Puede resultar paradójico pero si ellas se apañan así y son felices, ¿quién puede juzgar?

Aquella era una guerra, pero una guerra en la que siempre acababa ondeando la bandera blanca.

Volviendo al otro lado -el profesional-público- hay otros temas más complicados (aunque tal vez no tan importantes, en el fondo): las Elecciones municipales. Esther ha de ganarlas, aunque sea dificilísimo, y aunque sólo sea porque las dos se están dejando toda la piel –con dermis incluida- en el empeño. Y tanto esfuerzo tiene que ser para algo.

Además está el tema de los malos: los malos no deben ganar. Es un asunto de pura justicia. Y Rodrigo Cortés (antiguo concejal heredado en el ayuntamiento) es un completo villano rastrero que merece cien patadas en su trasero de reptil. Hay más villanos, pero por hacer un resumen, podemos centrar nuestro odio justiciero en esta pequeña culebra venenosa.

Debido a todo ello, Lara y Esther no pueden escatimar esfuerzos. Es más, resulta obligatorio echar el resto para conseguir echar al resto…de políticos corruptos y sin escrúpulos. Creo que en eso habrá unanimidad de opinión: necesitamos gente honesta de una vez y que desaparezcan las cucarachas ladronas.

Recordemos en este momento una pregunta que nos hicimos en la reseña de la primera parte de la novela: ¿Es Esther una política al uso? ¿Se tragará sus convicciones en aras de perpetuarse en el poder? ¿Se venderá, prestará o regalará? Porque política es, no vamos a negarlo, y hay ciertas cosas que –a juzgar por la generalidad de las muestras- tendemos a pensar que corren por la sangre política. Dejemos eso sin respuesta: si queréis saberlo, leed la novela.

Recapitulando, tenemos dos motivos importantes y entrelazados, sobre los que pivota la acción. Y digo entrelazados porque resulta evidente (como en la vida misma) que los aspectos personales por fuerza van a verse interrelacionados con los profesionales. Lara y Esther intentan aclarar sus sentimientos recíprocos en mitad de una contienda electoral, con una novia y un divorcio de por medio, con familias más o menos reacias a la comprensión, etc, etc.

En cuanto a la gente que las rodea, por su pasado oficialmente heterosexual, es posiblemente Esther quien más tenga que sufrir una eventual salida del armario. La reacción de todo su entorno se presume de pronóstico reservado: sus hijos nada imaginan y cualquiera sabe qué piensan al respecto, el marido-casi-ex tampoco se lo huele y su forma de reaccionar tiene todos los visos de ser la de un homínido sin evolucionar.

Sin embargo la que se lleva la palma de la victoria homofóbica es su mamá. La madre de Esther parece simplemente de otro planeta: cabría estudiar en profundidad la datación exacta de sus opiniones; pero a falta de mediciones exhaustivas, no sería muy aventurado situarlas en torno a los primeros lustros del Paleozoico temprano (hace unos 250 millones de años; millón arriba, millón abajo). Véase la muestra:

….las mujeres no tenemos esa…«naturaleza». Está comprobado que la sodomía da placer y muchos varones nacen con esas inclinaciones, pero las mujeres…Dos mujeres juntas no tienen nada que hacer, salvo que ninguna de ellas haya encontrado un buen partido y no les quede más remedio que «conformarse» con eso.

Con semejante material humano circundante, no es de extrañar que nuestra alcaldesa en funciones se haya tomado algún tiempo antes de hacer a nadie partícipe de su orientación sexual y afectiva. Y luego, dado que tanto la vida pública interfiere en la personal como ésta en la pública, hay que preguntarse cuáles serían los efectos de una revelación semejante.

Supongamos que Esther y Lara deciden iniciar una relación en plena campaña electoral. ¿Cómo afectaría esto a los resultados de los comicios? ¿Sería conveniente? ¿Sería saludable? Imaginemos que resuelven mantener su amor en secreto hasta el día del sufragio. ¿No sería esto un cobarde –aunque temporal- confinamiento en el armario? En el caso de que una de ellas no quisiera esconderse y la otra sí, ¿no interpretaría la primera tal actitud como una traición, o como un deseo inconfeso de despojar a la relación de trascendencia, de vivirla como una aventura excitante pero sin seriedad?

No debemos olvidar que Esther lo tiene todo en contra: por ello podría entenderse que la alcaldesa no quisiera añadir más leña al fuego de su propia pira revelando su condición de reciente lesbiana y echarse encima a los votantes más trogloditas. Otro asunto es que Lara comprenda su punto de vista desde una óptica tan fría, porque cuando hay sentimientos por medio nadie es tan pragmático.

Bastante hace ya la señorita Badía en su condición de jefa de campaña –profesionalidad ante todo, aunque la profesión vaya por dentro-, esforzándose por inventar estrategias diferentes (básicamente porque no tienen un duro para financiar una campaña tradicional y es sabido que la necesidad aguza el ingenio). Las nuevas tecnologías, las redes sociales, los trending topics, los hagstags… son para la alcaldesa chino mandarín. Montar pequeñas reuniones improvisadas con los vecinos a la puerta de un supermercado es una forma diferente de organizar un mitin. Resultan modos nuevos, extraños e innovadores; pero, quién sabe, tal vez más efectivos que pegar mil carteles en los muros.

Este proceso de campaña, el agobio, la maratón que supone, el trabajo inmenso que hay detrás de todo eso, la violencia dialéctica de los debates (Cortés llega a llamar a Esther “ramera política”)… todo lo vemos desde una óptica interna. Somos testigos directos de un mundo interesantísimo, descubriendo por dentro lo que siempre vislumbramos desde fuera.

Y es que la trama política aporta un aspecto de interés y emoción a la novela. No estamos ante un libro en el que debamos estar pendientes únicamente de si la historia de amor llega o no a buen puerto: hay otra acción, otros desarrollos narrativos, más cosas que contar. Y esto añade mucha pimienta al guiso. Por lo menos, a mí me ha despertado mucha más curiosidad y ganas de seguir leyendo que si hubiera estado ante presupuestos sólo románticos. Aquí damos con otro punto fuerte del libro: resulta bastante adictivo. Personalmente he de confesar que comencé con cierta calma y pronto no pude parar: quería saber qué pasaba en el capítulo siguiente. Y eso es un logro notable, porque mantener el interés y despertar el ansia lectora no resulta nada fácil: normalmente se necesita una historia muy ágil para conseguir un efecto así.

La novela es una digna secuela de su antecesora “Políticamente Incorrectas” y un desmentido al famoso dicho de que “nunca segundas partes fueron buenas”.

Por todo lo dicho, os la recomiendo. Que la disfrutéis, si os apetece.