Una receta inesperada por Sonia Lasa

Una cocinera con el corazón abatido, una ejecutiva también herida que cree ser hetero y el encuentro entre ambas… son buenos ingredientes para un buen plato de amor.

Vicky tiene una vida amorosa (bueno, más bien sexual a secas) un poco errática. Lo de follar sin ton ni son puede estar bien para una temporada pero, sobre todo, hay que replantearse el objetivo si los resultados no son satisfactorios. Y no parece que los polvos heteros que se trasiega Vicky lleguen a satisfacerla últimamente (ojo, no digo que porque sean polvos heteros, sino porque son polvos insuficientes, polvos sin horizonte, polvos que no merece la pena echar). De esos polvos que piensas: ¿y yo para qué me molesto en hacer estas cosas con lo a gusto que estaba en mi casa viendo la tele?

Follar sin más puede ser divertido, pero temporal, y lo que acompaña a esos absurdos polvos es, inevitablemente, la sensación de vacío y de desolación.

Ella tiene sus motivos: los desengaños amorosos es lo que tienen, que dejan espacios que urge llenar, aunque sea a base de polvos.

Vicky es ejecutiva de producción. Hace películas y está a punto de conseguir realizar la mejor de su vida profesional y que además va a reventar las taquillas. Pero como los hados son muy malotes a veces y les gusta fastidiar, basta que Vicky se juegue mucho en la tal producción para que le crezcan los enanos. De repente, se queda sin catering. Aunque no lo parezca, el catering en una película es importante, más que nada porque todo el equipo tiene la mala costumbre de comer todos los días (y varias veces: desayuno, comida y cena). Si a este hábito unimos que son muchas jornadas de rodaje, se comprenderá que tanta gente no puede papear comida basura, o sin variedad ni calidad (porque o se nos pone malo el equipo o se nos aburre y empiezan a protestar, y no están a lo que están). El rancho es un tema muy serio y puede hacer fracasar cualquier empresa si no se organiza bien.

Y ahí es donde entra en juego Micaela Fallaci. De ascendencia italiana es tan reservado y discreta como buena cocinera. Regenta un estupendo restaurante y es una reconocida chef de ámbito internacional. A este reconocimiento han contribuido bastante los libros de cocina que ha publicado y la buena marcha de su local. Pero ni una sola foto suya adorna los volúmenes, carece por completo de narcisismo (algo no muy habitual en el gremio, dicho sea de paso).

Cuando Mica y Vicky se conocen ninguna de ellas entiende que tengan nada en común. Pero están muy equivocadas. Casualmente, coinciden en New York y ahí se descubren varias cosas: La primera, que ambas son unas apasionadas de las artes plásticas, Y eso las hace verse en un museo por casualidad.

Sabes, creo que la cocina tiene mucho que ver con el arte. Cada creación es una obra distinta y el secreto está en saber mezclar los condimentos para obtener lo mejor de ellos. Siempre he creído importante conservar cada sabor y cada aroma. Supongo que esa es la esencia de un buen plato.

La segunda, que Mica tiene un apartamento muy acogedor en pleno Village y la tercera, que borda la tortilla que se comía Pereira en el Café Orquídea de Lisboa (“Sostiene Pereira”, una película muy recomendable). Pero sucede algo más justo cuando se despiden y que hace nacer la inquietud y la expectación en el corazón de nuestras dos protagonistas.

Ah, por si os quedáis con la intriga, la tortilla “Pereira” es una tortilla francesa a las finas hierbas.

Vicky focaliza todas sus energías en el rodaje. Por su parte, Mica envía a sus huestes a Roma con el fin de realizar el catering contratado. Roma es una ciudad ideal para hacer una película (como otras ciudades también ideales, por otra parte), y qué mejor que hacerle un pequeño homenaje a Fellini rodando una escena fundamental en plena Fontana di Trevi. Más “La Dolce Vita” ya no puede ser, sobre todo cuando la protagonista se mete en la fuente.

Para entonces, Micaela y Vicky han vuelto a encontrarse y lo suyo empieza a ser un pequeño juego gata-ratona. Cuando una avanza, la otra retrocede; cuando una lo tiene claro, a la otra le asaltan las dudas. Entre idas y venidas, tanteos varios y malentendidos sin aclarar, nos recorremos con ellas rincones romanos deliciosos, damos vueltas por la ciudad eterna… Viajamos sin movernos del sillón.

Y aterrizamos en la Toscana, siguiente parada en el rodaje. Más concretamente, Florencia. Pero ellas dos no se quedan en Florencia todo el tiempo, porque Mica tiene visitas familiares que hacer y aprovecha para deslumbrar a su futura con el majestuoso paisaje de su tierra.

El ocre de los campos envolvía al paisaje en una cierta melancolía. Los campos de amapolas daban la nota de color y aportaban cierta pasión.

Esta visita puede hacer florecer la relación, pero aún quedan muchos puntos que resolver y muchas ataduras que romper. Porque tanto Mica como Vicky tienen un pasado y hacer borrón y cuenta nueva nunca es fácil. Sobre todo, cuando se trata de sentimientos antiguos que aún ocupan el corazón. La chef descubrirá el por qué de la melancolía que embarga a Vicky cuando visitan ciertos lugares concretos; la ejecutiva, las razones por las que Mica tiene tanta pasión por el arte y los motivos de una tristeza que emerge de vez en cuando. Bajo ambas situaciones subyacen los recuerdos.

Como ya he señalado, a lo largo de la novela viajaremos mucho. Pero será un viaje también gastronómico: bourride de rape (Marsella), lo tengo que hacer yo en casa sí o sí; boeuf bourguignon (este lo conozco: creo que no hay un sitio en toda Francia donde no lo tengan en carta); soupe à l´oignon, quiche lorraine, thon a la provençal…. Y luego está el vino. El vino es otro tema (mucho más cultural, dónde va a parar, jejeje). Comparto el gusto de Vicky: un borgoña son palabras mayores, aunque los burdeos también estén pero que muy requetebién. Debo declarar que compartimos opiniones sobre el turismo gastronómico. Yo soy del siguiente parecer: no visitas de verdad otro país si no comes las cosas que allí preparan. Es una parcela más de la cultura, y si quieres conocer de verdad los sitios donde vas, tienes que comer como sus habitantes, probar sus platos, participar de los sabores y olores del lugar:

Ya, pero el saber no ocupa lugar, sobre todo cuando se trata de la comida típica de un país.

Es una narración sencilla, con una historia romántica contada de forma lineal. Estupenda para leer de un tirón (o tirón y medio) y dejarse llevar por los paisajes, las escenas de tira y afloja…En suma, lo que conlleva el nacimiento de una relación amorosa. Bien ambientada, bien contada y sin florituras innecesarias. Y si además de leer una historia viajamos a lugares maravillosos, ¿qué más se puede pedir?

Que la disfrutéis, si os apetece.

Edición citada: Lasa, S. Una receta inesperada. Ebook versión Kindle. 2016.