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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Llegaré muy pronto a la cuarentena, así que me voy resignando. Vivo en pareja desde hace un buen montón de años, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

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El episodio comienza con Esther todavía cabreada. Teresa, perspicaz secretaria, se percata de inmediato de la tensión existente y le espeta que ya han vuelto a las andadas. Toda la razón tiene, siempre están igual. Esther comenta “Maca hace lo que quiere. El otro día llego a casa y estaba todo lleno de cajas. Y ni siquiera habíamos hablado de irnos a vivir juntas”. ¡Ay, por todos los cielos! Sí que habíais hablado de iros a vivir juntas, recordemos los comienzos del episodio anterior, a ver si vamos a tener que echar mano de los archivos. Esther tiene que tomar un poco de fósforo, que le va a venir bien para su memoria. Teresa da en el clavo: “¡Si es que lo vuestro es el drama por el drama!”. Pues sí, ya estamos acostumbradas, lo de estas dos es el drama por el drama. Viven por y para el drama. Todo el santo día discutiendo y poniéndose morros.

La secretaria-psicóloga pasa a analizar los interiores de la personalidad de Maca: “Maca es como Rai: una apasionada, una romántica”. Esther, reflexiona cuando se te bajen un poco los vapores del hervor, ¿A quién no le gusta que su pareja sea apasionada y romántica? ¿No ves, criatura, que tu Maquita es un cielo, además de estar buena hasta decir “¡basta!”? (que todo hay que tenerlo en cuenta). Tú es que eres de temperamento burril, que no te das a razones y cuando pillas un cabreo no lo dejas pasar hasta que no lo masticas. No carburas.

Una acción que no podemos dejar de reseñar, por solidaridad con los compañeros varones del gremio rosa, es la siguiente: el padre de Alicia interviene heroicamente en defensa de una mujer maltratada por su marido en un parking (algo así como el asunto del profesor Neira) y el bestia en cuestión le mete de castañas pero bien. Atendido en el Hospital, averiguamos que es gay y que su acompañante lo acompaña también en la vida, aunque se haga pasar por sólo colega del trabajo. La reacción de la hija es muy bonita: le pregunta al novio si quiere a su padre y tras respuesta afirmativa, le dice que ella no necesita saber más y les echa las bendiciones.

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Claudia indaga en las causas de la última bronca Maca-Esther. “¿Qué has hecho ahora?”, pregunta a Maca, prefigurando que la pediatra la está armando constantemente. “Lo de siempre”, admite Maca, que es cagarla. Qué pobre concepto tiene esta chica de sí misma. Claudia sugiere que lo arregle teniendo un detalle con Esther. “Pues eso pretendía, cuando le empaqueté la casa”, responde Maca. ¿Qué clase de expresión es esta? Yo me imaginé una casita pequeñita toda envuelta con papel de embalar, monísima. “Regálale flores, o cómprale un perrito….¡Una joya! Una joya estaría bien”. Claudia parece estar en lo cierto, a Esther le haría ilusión un diamante. Ya lo decía Marilyn Monroe: “Diamonds are a girl´s best friend”. Maca agradece el consejo y la neuróloga admite que está hiperemocional por su embarazo.

Tras un buen rato, ingresa un paciente aquejado de poliuria feroz, que lleva Raquel pero con la colaboración de Sotomayor, quien más que colaborar, estorba. Nuestro amado Capullus Directivus sigue soltando idioteces sin descanso a lo largo de todo el episodio (que paso a no enumerar porque el comentario del capítulo derivaría en eterno). Resulta necesaria su intervención en el caso debido a que inicialmente se sospecha que se trate de una infección nosocomial que se haya pillado el muchacho en el quirófano que abrieron de estrangis en el capítulo anterior y que se encontraba cerrado por la posibilidad de que estuviera lleno de bichitos. Esto nos da otro dato para evaluar la gravedad de la tensa situación entre Maca y Esther: llevan de pelea ¡¡¡una semana entera!!!. Cómo somos las mujeres, hay que ver. Toda una santa semana de morros sólo por una mudanza mal entendida. Esther, por favor, medita con calma y piensa que a fin de cuentas era mudanza, sí, pero mudanza por amor.

Así las cosas, se inicia una tormenta de ideas entre todos para dilucidar cuál es el mal que aqueja al paciente. Yo no puedo estar más de acuerdo con Maca (se lo leo en la mirada) en que Gimeno va de payasete por la vida. Y claro está que es simpático cuando dice absurdeces simpáticas, pero también es bobo cuando dice bobadas. Llamar “meoncete” a un tío que no puede parar de mear puede tener una lógica abrumadora, pero a ver qué tal le sentaría al gracioso galeno encontrarse en el pellejo del doliente. Gimeno, reírse de la enfermedad de un paciente no queda simpático, aunque tú sí le veas la gracia. Pero es que le ves gracia a cualquier cosa, como por ejemplo ponerse a filosofar sobre lo raritas que son las bacterias, que tienen la manía de esconderse para que no las vean. Finalmente, gana la hipótesis de Esther (a la que Maca se apresura a apoyar), que diagnostica una patología que afecta principalmente a las embarazadas y que se denomina “dolor pélvico crónico”.

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Claudia, como buena amiga, intenta mediar en el conflicto Maca versus Esther y le pregunta a esta última qué narices le pasa.

Esther: Que tengo miedo, Claudia. Maca y yo hemos pasado por muchas cosas y no podemos reírnos de todo y fingir que somos las mismas que cuando empezamos.
Claudia: Es que no sois las mismas. Pero no sé por qué no podéis reíros de todo.
Esther: Hombre, supongo que sí podemos hacerlo, pero…
Claudia: Todas las parejas tienen altibajos, Esther.
Esther: Ya, pero es que nosotras subimos de lo más alto de una nube a lo más bajo de un pozo oscuro en unos meses. Y yo he estado en los dos sitios, Claudia, y tengo miedo.
Claudia: Vale, pero eso significa que la relación está viva, ¿no? Peor sería una línea continua.
Esther (sonríe): Eres una lianta.

Ahí me has gustado, Claudia. Terciando con habilidad y buen oficio. Parece que a Esther se le han bajado un poquito los humos.

Entretanto, Maca entra en una joyería a comprar diamantito+cadenita. Una banda de atracadores irrumpe en el local y se dispone a robar por el método tradicional careta-pistola. Ahora se lleva más lo de los alunizajes, pero éstos parecen no saberlo. Como en todo atraco de esta especie, se empeñan en que todos los rehenes se tiren al suelo y chillan y gritan todo el tiempo para demostrar lo nerviosísimos que están y lo peligrosotes que son. Nada más empezar ya le sueltan un tiro al muslo del joyero. Efectivamente están histéricos perdidos y tienen el gatillo fácil. Maca intenta cortarle un poquitín la hemorragia al joyero alegando su cualificación profesional para curar gente, o sea, que es médico. “¡Ni médico, ni hostias!”, es la tierna respuesta del comprensivo atracador. Luego se lía la de Dios, a tiro limpio atracadores/señora que atendió a Maca. Vistos los resultados, no parece buena idea darles licencias de armas a los joyeros, porque ella acaba muertecita y uno de los atracadores con sólo un disparo encima. Eso sí, el tiro está bien dado, en todo el centro. El individuo tiene bastantes papeletas para palmar.

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En el hospi, Claudia empieza a preocuparse por la tardanza de Maca y pregunta a Teresa. La secretaria alaba la ocurrencia del regalo, y añade: “¡¡A ver si se le quita esa tontería que tiene encima Esther!!”. Sí, vas a ver qué rápido se le va a quitar la tontada, a guantadas emocionales que pronto va a experimentar. En la joyería, Maca las sigue pasando canutas. El otro atracador, que cree que los médicos tienen poderes paranormales y el don de la omnipotencia curativa, se empeña en que sin instrumental, ni quirófano, ni nada, Maca tiene que sanar a su colega desangrante. Será imponiéndole las manos y elevando sus plegarias a los dioses, supongo. Así que le coloca el cañón del arma en la cabeza, con la amenaza firme y verosímil de volarle la tapa de los sesos en caso de que no tenga éxito. Al final Maca le convence de que es mejor llamar al hospital para que venga el equipo necesario, y el atracador urge la llamada expresando su nerviosismo con el eficaz recurso interpretativo que consiste en decir siempre “¡joder!” al finalizar cada frase. Este actorazo suelta 4 joderes en sólo medio minuto.

Enterado todo Hospital Central de la angustiosa situación, Capullus Directivus toma el mando y organiza la expedición. Por supuesto, él no va a ir, poniendo en peligro su guapura. Esther se presta de inmediato (bueno, claro, es lógico), pero sus ruegos no son atendidos. Jacobo se ofrece, pero recula rápido, arguyendo tener que terminar el informe para la Consejera. Mentiroso cobarde, hace varias escenas que tú mismo has dicho que el famoso informe ya lo tenías terminado. A éste le estoy siguiendo la pista de cerca. Se está ganando un buen mote como no cambie de actitud. Ya cayó el Sotomayor, el siguiente eres tú. Estás avisado.

Gimeno es como es, pero por lo menos es valiente. Irá él. Bravo, tío, un aplauso muy gordo y ovación con vuelta al ruedo.

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Esther entra en fase angustia-remordimiento. Pensaba que Maca se había ido a casa enfadada con ella y ahora le da el ataque de culpa. “Como le pase algo yo no sé qué voy a hacer”, exclama entre sollozos. La pobre Claudia está haciendo horas extras de consolación en este capítulo.

El equipo médico entra en la joyería y se enfrenta a la irracionalidad del atracador no-herido. Como su colega está muriéndose a toda velocidad, pretende el listo de él pillar la ambulancia y escapar los dos con Maca de chófer, en vez de llevarlo al hospital a que lo curen en condiciones. Gimeno toma el control y atrapa al atracador, que pierde el arma no sin antes atizarle un buen mamporro en la nariz. Esto ya no es de vuelta al ruedo, es de dos orejas por lo menos, ¡Torero!.

Tras una duchita reparadora, que deja a Maca sin los chorretones de sangre que la adornaban, Esther reconoce que ha sido una idiota. Toda galante, Maca dice que la idiota ha sido ella. Se quedan mirando arrobadas y….

Esther: “Me quiero ir a vivir contigo. No quiero perder ni un minuto.”

¡Por fiiiin!

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Maca propone buscar una casa nueva que guste a ambas. Luego ella ha llegado a la conclusión de que el problema de Esther no es que no quiera que vivan juntas, sino que odia su casa. Curiosa deducción. Esther está de acuerdo y la achucha con afecto.

Moraleja que he sacado de la historia lesbicanaria del episodio: si discutes con la parienta y se te pone imposible, no hay nada mejor para que se le pase el enfado que ¡darle un susto de muerte!. Ahí te aseguras una reconciliación rápida. ¿A que es bestia la solución? Por lo menos ahora las tenemos arregladas y muy cariñosas. Veremos qué nos deparan estas dos la próxima semana.