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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Llegaré muy pronto a la cuarentena, así que me voy resignando. Vivo en pareja desde hace un buen montón de años, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

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Un pequeño halo de luz enfoca un iris. Rápidamente, ilumina también la otra pupila, que se dilata un poquito. Claudia está examinando a Bea para descartar posibles daños neurológicos derivados del porrazo del episodio anterior. Al otro lado de la cama, Esther observa con preocupación. Nuestra neuróloga intenta tranquilizar a la paciente, pero Bea insiste amenazadora en que se acuerda de todo y que Maca se va a acordar aún más: en cuanto le den el alta, la denuncia por agresión. La exnovia está empeñada en considerar que Maca la pegó. Esther se desespera intentando que comprenda que ha sido un accidente, pero no parece tener éxito.

Tras el anuncio de Claudia de que se queda en observación, como medida prudente a tomar ante todo cacharrazo propinado en cabeza, Bea pide a Esther que se quede con ella esa noche. Claudia dirige una significativa mirada a la enfermera, que no se atreve a decir que no y finalmente cede, buscando con toda probabilidad aplacar las ansias denunciantes de la paciente. Esther encomienda a la neuróloga la dura tarea de comunicar a Maca el acompañamiento nocturno que va a realizar, y la resignada Claudia así lo hace, que para eso estamos las amigas (para apechar con los marrones). Así que ahora le toca sosegar a Maca, que se pone de los nervios ante la pernocta de su amada con la ex, aunque sea tan sólo una estancia hospitalaria. Claudia intenta llevársela de allí, a ver si así se relaja, pero la cabezota de Maca (que así la llama) se empecina en no moverse. Con los ojos llenos de lágrimas prisioneras, la pobre pediatra frena su dolor y se afirma en la espera. Esther, anda, sal un momento aunque sea y hablas con ella…y así se va un poco conforme a casa.

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A la mañana siguiente, Maca comienza su jornada laboral con un cafetito de máquina (eso hacemos muchas). En uno de los mostradores de recepción se encuentra con su esposa que, como sabemos, ha estado de vigilia. Y en su caso esto ha sido literal porque no ha pegado ojo en toda la noche. Tampoco Maca. La Jefa de Enfermería ruega a su pareja que se preste a una conferencia de paz con Bea, al objeto de que ésta no presente la dichosa denuncia. Maca se niega, en parte por orgullo y en parte porque considera que el encuentro no será fructífero. Pero Esther argumenta que al final la “víctima” sí tiene un parte de agresiones, y que Maca no tiene nada. Fácil es deducir que está en inferioridad de condiciones procesales de cara a un más que probable encontronazo judicial. Pero la Jefa de Urgencias no se apea del burro: ella no va a hablar con Bea y ya está.

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Dado el alta, Esther se encamina con su exnovia hacia la salida y oh, qué casualidad, se encuentran con la presunta agresora. Maca se medio disculpa, diciendo lo mucho que se alegra de no haberle abierto la cabeza de verdad. Pero Bea, lejos de seguir con el procedimiento de reconciliación, contesta: “Esto no va a quedar así. Te voy a denunciar”. Esto es una declaración de guerra al más puro estilo clásico. Le da un besito a Esther en la mejilla y le dice que la llamará. Esto otro es una provocación al enemigo, después de haber declarado oficialmente abiertas las hostilidades. Maca reafirma lo inútil que resulta todo esfuerzo por arreglar la situación con la posible psicópata, y que si hay que ir a juicio, pues se va. Esther no ceja en el empeño, porque cree tener todavía algún tipo de poder sobre el comportamiento de su ex. Dice a la resignada y entristecida Maca que ella no permitirá que se vea en el banquillo.

Un niñato se ha levantado esa mañana con ganas de matar y con ese propósito llega a su instituto y hace puntería contra todo lo que se mueve. Asesina por aquí y por allá a cuanto bicho viviente encuentra en su camino pegando tiros a mansalva. Y la primera bala va a parar, vía barriguita, a la vagina de una limpiadora que osa increpar al sanguinario adolescente por pisarle el suelo recién fregado. La mujer se resiste a que Gimeno le examine tan íntima parte alegando que ningún hombre la ha visto así nunca. Gimeno, en una fracción de segundo, explora las dos siguientes alternativas lógicas:

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  1. La paciente cuando dice “hombre” se refiere a la Humanidad (acepción extensa de la palabra): La señora en cuestión no ha conocido bíblicamente a NADIE (varón, mujer o hermafrodita). Consecuencia lógica: es virgen.
  2. La referencia es al término “hombre” en sentido estricto: sus experiencias íntimas se refieren únicamente a mujeres. Por lo tanto, es lesbiana.

Y así, el bueno de Gimeno plantea la cuestión a la paciente sobre si es virgen o es lesbicanaria. La respuesta es: “¿Por quién me ha tomado?”. A Esther la invade la santa y justa indignación: “Oiga, que yo soy lesbiana”. ¡¡¡Sí, señora, autoafirmándose con poderío y valentía!!!. La tontalbote de la tipa se disculpa rápidamente, explicando que no pretendía ofenderla. Lo que le pasa a la limpiadora en cuestión es, según sus palabras, que está harta de que piensen que no se acuesta con hombres porque no le gustan. Así que el problema está en que los hombres no hacen caso de ella porque no la ven atractiva. Pero en lo que se afana esta mujer es en aclarar que es hetero. Gimeno acaba por ofrecerle el teléfono de varios coleguillas suyos dispuestos a hacerle un favor.

Maca y Esther se encuentran de nuevo en otro mostrador mientras rellenan papelitos. La pobre pediatra tiene que sufrir cómo su esposa duda entre acudir a una cita con su ex-novia-pseudopsicopática o no acudir. Maca no sale de su asombro: después de todo lo ocurrido, Esther aún no se ha percatado de que Bea la está acosando y quién sabe si tendiendo una trampa.

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Maca: A ver, cariño, que a esa tía se le ha ido la cabeza. ¿Lo entiendes? A mí me está empezando a dar miedo, te lo digo de verdad.
Esther: No digas eso. He estado seis meses con ella y la he querido mucho, joder.
Maca: ¿Y qué me estás contando ahora? ¿Eh? ¿Qué me estás contando? ¿Que todavía la quieres o qué?
Esther: No, no es eso, es que…..
Maca: ¿Qué me estás contando ahora mismo?
Esther: ¡Maca! Que yo te quiero y que eres la mujer de mi vida.
Maca: Y yo quiero que esa tía nos deje en paz. ¿Entiendes?
Esther: Ya lo sé. Está pasando una mala etapa, se le pasará….
Maca: ¡Esther! ¿Has quedado con ella sí o no?
Esther: No.

Uy, no sé por qué pero me parece que aquí no sólo hay una sincera declaración de amor de Esther (qué bonito), también hay una mentirijilla.

Entre tanto, tenemos en el hospital un ingreso por sensibilidad química múltiple. Traducción: esta paciente no se puede arrimar a absolutamente nada. En el momento en que establece contacto con algo externo fuera de sí misma, su organismo reacciona de forma virulenta y si no la estabilizan enseguidita, palma en el acto. Cuando decimos “todo”, es exactamente todo, incluido su desafortunado y sufriente cónyuge, que también resulta un cuerpo extraño a los efectos descritos. Así que estas dos pobres personas no pueden tocarse, ni darse besitos, ni abrazarse, ni acercarse siquiera el uno al otro. No quiero ni imaginarme que un tormento semejante pueda estar incluido en el Planning de Penas del Infierno (allí conocido entre los empleados-demonios por PPI, para abreviar). Yo prometo ser muy buena y portarme muy bien a partir de ahora, por si las moscas.

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Esther acude a terapia al consultorio de Super-Secretaria. Todo se desencadena porque Teresa pilla a la enfermera contestando a una llamada de Bea. Sabia y omnisciente, como ya sabemos de sobra, aconseja a la Jefa de Enfermería sobre la bondad o la estupidez de quedar con la psicópata (ya no la llamamos “pseudo”, ni “presunta”, porque lo tenemos todas claro). El dictamen es acertado: no vas a conseguir nada. Tienes que alejarte porque está obsesionada contigo y lo que quiere es atraparte. No le sigas el juego o acabará todo muy mal.

Pero Esther, movida por su afán de evitar la denuncia con la que amenaza su exnovia a todas horas, sigue empeñada en que puede arreglar las cosas. Pide discreción a Teresa, que promete hacer una excepción en su historial chismoso: no le dirá nada a Maca. Y en este momento nuestra femenina intuición nos revela que Esther ha caído en una trampa cual ingenuo ratoncillo. Todavía no sabemos de qué clase, pero trampa-trampísima seguro que es. Y el tierno y sabroso queso que sirve de cebo es que Bea prometa no presentar la denuncia.

Entre medias de una comida interrumpida, Maca percibe la ausencia de Esther del hospital y la llama al móvil. Las tonterías de los aparatos de telefonía impiden que puedan comunicarse (en este caso, que Esther se ha quedado sin batería, como nos pasa a todos los mortales de vez en cuando). Pero lo que vemos no puede ser más inquietante: la enfermera está en casa de una exnovia que no la deja ir a menos (de momento) que coma con ella. Esther, querida, estás en territorio enemigo: cuidado.

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Y, efectivamente, el peligro era cierto. La eufórica Bea se desgrana en tristeza y ansiedad cuando por fin Esther manifiesta con claridad que ella está allí para toda la amistad que requiera, pero que de relación amorosa nada, que para eso ya sabemos que tiene a su legítima mujer. La cara de Bea se transforma en un giro de exactamente ciento ochenta grados: lo que parecía entusiasmo se tornó angustia. Bea culpabiliza a Esther e intenta aferrarse a ella con todas sus fuerzas porque estima que es el único apoyo emocional que le queda en la vida: su marido conseguirá la custodia del niño y ella estará sola de forma definitiva y sin más solución. En este momento es cuando Esther probablemente ya se haya convencido de que su ex no la va a borrar de su mente, a menos que le practiquen una lobotomía. Bea entra en desesperación y afirma que no puede vivir sin ella (es un tópico, vale, pero pobrecilla, ya me da pena y todo). Esther intenta mantenerse firme, pero manejando la situación con suave mano izquierda. Imposible: su desesperanzada exnovia se hinca de hinojos y humildemente suplica e implora que vuelva a recibirla en su corazón. Vamos a iniciar una maniobra tranquilizadora, a ver si se templan los ánimos, parece pensar Esther. Así que dice que se relaje un poco y que va por un vaso de agua a la cocina, para que pase el mal trago. Error: no pierdas nunca de vista a una persona fuera de control emocional hasta que se le pase la crisis. Puede ser fatal.

En éstas, a Maca la preocupación ya se le sale hasta por las orejas. Se llega hasta Teresa y, tras hábil interrogatorio, consigue que le medio-facilite-TODA-la-información. Diciendo sin decir, al final la secretaria incluso le da la dirección de la peligrosa exnovia de su mujer.

Cuando Esther vuelve de la cocina con el vasito de agua para Bea, me la encuentra encaramada en una especie de falso balcón (es una moldura de la fachada), a punto del salto suicida al vacío. Por cierto, no es por fastidiar el momento dramático cumbre, pero el croma que ponen cuando lo vemos todo desde el punto de vista de Esther (es decir, de dentro hacia el cielo recortado en la ventana) es bastante irreal. Desde mi humilde punto de vista, se han gastado poco dinerillo en el efecto especial. Luego, plano picado en que se muestra lo lejos que está el suelo de los pies de la suicida y lo duras que deben de ser las losas que lo recubren. El mensaje visual es: si te caes de ahí, te haces puré.

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Como no hace caso de requerimientos verbales, Esther sale por la ventana intentando coger a Bea de la mano y volverla a meter en la casa. Le promete que hará lo que ella diga, pero Bea no se atiene ya a razón ninguna, presa de imparable crisis de llanto. Cuando consigue cogerla de la mano y parece que inician la maniobra de introducción en la vivienda, se fastidia todo. Maca acaba de llegar con el taxi y cuando ve el show que se ha montado, sin poderse contener grita el nombre de Esther. Al oírla, Bea sale del trance y se lanza al vacío arrastrando a Esther con ella. ¡Y yo que no quería dramas!

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Voy a tranquilizaros, que no es bueno que nos quedemos así de angustiadas por la integridad física de Esther hasta el estreno de la siguiente temporada.

El sábado pasado estuve en Madrid y me di cuenta de dos cosas importantes:

  1. En un bar de cañitas tenían puesto un cartel que especificaba que allí tratan según la normativa a los boquerones en vinagre antes de servirlos como tapa. Si recordáis un episodio anterior (lo del Anasakis), esto demuestra que la serie está al día y en consonancia con el entorno.
  2. Hacía bueno. Y, por si no lo sabéis, en cuanto sale el primer rayo de sol en Madrid todos los bares sacan las terrazas y….¡descorren los toldos! Así que no hay que preocuparse porque, dada la densidad por metro cuadrado de bares existente en España, segurísimo que bajo la ventana de la vivienda de Bea hay uno. Y tiene el toldo desplegado porque hace bueno. Esther no se ha estrellado contra el suelo, ha topado con el toldo del bar y éste ha amortiguado la caída. La tendremos vivita y coleando la próxima temporada. Bueno….¡¡¡Eso espero!!!

Y colorín colorado, esta 17ª etapa de Hospital Central se ha acabado.

Ha sido un placer hacer los comentarios. Quiero daros a todas las gracias tanto por los aplausos como por las críticas. Los primeros me alegraron el espíritu (los elogios siempre gustan, para qué vamos a engañarnos) y las segundas me han hecho aprender un montón. Espero que mi labor haya sido en general de vuestro agrado y aquí estaremos de nuevo, en cuanto Hospital Central recomience la próxima andadura. Gracias otra vez a todas y que seáis muy felices.