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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Llegaré muy pronto a la cuarentena, así que me voy resignando. Vivo en pareja desde hace un buen montón de años, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

El teléfono móvil despierta a Jess. Todavía amodorrada, contesta a la llamada de su amiga Trudi, que quiere desayunar con ella. Mira a su alrededor algo confusa intentando orientarse. En una mesa a su lado reposan vasos y un par de botellas a medio vaciar. Parece que la juerga etílica no terminó con la vomitona. Pide a Trudi un poco de tiempo para ir a su casa a cambiarse y, con toda lógica, su amiga se pregunta: Si no está en casa, ¿Dónde está?. Buena pregunta, a la que Jess no encuentra respuesta. Sólo se desconcierta más cuando por la ventana descubre un par de cisnes nadando tan panchos a la altura del cristal. Resuelta a investigar, sube unas escaleras y….descubre la primera planta de un precioso pisito situado justo al borde de un canal salpicado de barquitos y barquichuelas. Monísimo. Que alguien me diga si es Little Venice en London o no (es un barrio del que he oído hablar pero que nunca he visto). Si no fuera por las humedades, me encantaría vivir en un sitio así. Pero hay que ser más sensata y no correr el riesgo de reumatizarse antes de tiempo.

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Jess desliza su mirada en un barrido circular-horizontal y da con una foto en la que posan las dos novias de la reciente boda (Lisa&Alex) y la invitada a las antedichas nupcias (y compañera de beso y de tequilas de Jessica justo la noche anterior, ¿Recuerdan?). Vaya, hablando de la Reina de Roma, aparece la tal invitada enfundada en albornoz y, dándose cuenta de dónde fueron a parar los ojos de Jess, dice: “Estarán ya en Sicilia”. Buena elección para una luna de miel, sobre todo para estas recién casadas: la patria absoluta de los celos y de las reacciones violentas provocadas por los mismos (es broma, Sicilia es una tierra preciosa).

Convengamos en que Jess tiene razón al sospechar que ha podido intimar sexualmente con su anfitriona. Pero no, al parecer lo intentaron pero no hubo manera. No es de extrañar: si después de vomitar y vomitar, sigues privando (la prueba es las dos botellas que descansaban en la mesa, cuyo contenido se han vendimiado ambas), no es lógico que la soberana curda te deje hacer nada más que dormitar. Una pena, porque a la invitada le gusta Jess más que comer con los dedos. Antes de su partida, le recuerda que si quisiera volver a “intentarlo” ya sabe dónde vive y, por lo tanto, dónde encontrar su cuerpo serrano en caso de sentirse agobiada por sexuales necesidades.

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En el desayuno con Trudi, Jess se toma un alka-setzer para despabilar su mente y un sándwich para tranquilizar su estómago. Atendidas ambas partes de su ser, Jess aclara como puede las dudas de su amiga: “¿Qué has estado haciendo?”, le pregunta. Con la sinceridad que da una horrible resaca (normalmente no tienes fuerzas para inventar mentiras), Jess acaba confesando que tal vez se haya regalado un acostón. Trudi ve una lucecita en alguna ignota parte de su cerebro, pero descarta la idea por ser demasiado fuerte y dice con sorna: “No con la novia, espero”. Jess: “No. Eso fue la noche anterior”.

Trudi queda descolocada. Pero como Jess tiene la fama que tiene, no es de extrañar que pruebe de todo y compare. Así que la siguiente pesquisa versa sobre si el sexo lésbico le ha o no satisfecho. Jessica miente. MIENTE. Pero mucho. Dice que no fue gran cosa. Trudi queda tranquilita en sus convicciones heteros y Jess afirma que nunca volverá a hacerlo. “¿Pero con Alex o con las chicas en general?”. “Ni con ella ni con ninguna otra”, jamás de los jamases, es la respuesta de nuestra Jessica. Ay, pobre inocente, que crees que vas a poder contigo misma.

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No podrá, pero lo intenta. Su olvidado y rechazado jefe (Simon) regresa a escena. Él mismo declara su desconcierto al verse de nuevo solicitado. En su afán por regresar a las heteros campiñas, Jess frota insinuante su pie contra el muslito de Simon. Éste la recuerda que fue ella y sólo ella quien le recordó que tenía esposa y que no era bueno pasar de ella olímpicamente y liarse por ahí con otras. Así que Jess recibe la primera ración de una vianda a la que no está acostumbrada: el rechazo. Simon parece no querer saber nada de reanudar las actividades sexuales con su empleada, y Jessica sigue en un mar de dudas sobre en qué acera se encuentra situada. Así que se dedica a investigar tanto en el mundo virtual (Internet, visitando páginas del lesbiano mundo), como en el real (tirándose a un musculoso y atractivo sujeto cuyo trabajo está relacionado con las luces del tráfico, y que haría las delicias de cualquier mujer hetero).

En la siguiente reunión de las cuatro amigas, Jess recibe una llamada de el-chico-de-las-luces-del-tráfico. Siobham pregunta si ha terminado con los “escarceos con el bello sexo”. Como la respuesta de Jess es afirmativa, Siobham inquiere sobre si el retorno a la heterosexualidad se debe a que Alex la defraudó. Jessica responde muy rápido, y tal rapidez mental impide que diga una mentira: No, no, qué va, Alex no la defraudó en absoluto. Veamos, piensan conjuntamente Katie y Siobham, la reacción de Jess no tiene un nexo lógico con su contestación: si no está defraudada, ¿Por qué vuelve con los hombres?. Así que continúan con el interrogatorio: “Entonces, cómo te fue con Alex?”. Jess vacila en la respuesta y Katie cree que es que no se lo quiere contar, por sufrir un ataque repentino de discreción. Pero, ¿Cómo decir lo que piensa si no sabe siquiera lo que piensa? Siobham y Katie se cruzan una significativa mirada: Menudo barullo de emociones tiene Jess.

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Jessica realiza su particular test-hetero, acostándose con el moreno de las luces de tráfico. Y supera el test, suspendiendo en heterosexualidad. No se compagina su declaración de lo bueno que ha estado el polvo con que ya tenga un taxi esperando a la puerta de casa para llevarse a su amante lo más lejos posible de sus brazos.

Inasequible al desaliento, Jess decide seguir con los experimentos porque piensa: Bueno, tal vez es el morenito el que no se ajusta a mis gustos, pero sin embargo soy hetero. Así que decide seguir tras la presa-Simon (porque él sí una vez le gustó). Y como lo de las mujeres tampoco lo descarta, resuelve hacer prueba definitiva: un trío.

El plan es acostarse a la vez con Simon y con la invitada de la boda (en cuya casa despertó al comienzo de este capítulo, y que resulta llamarse Stella). Y así, probando simultáneamente hombre y mujer, decidirse de una santa vez sobre sus preferencias en la materia sexo-amatoria.

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De aperitivo se sirve un beso profundísimo con la tal Stella, que produce los efectos acostumbrados de cualquier actividad lésbica en todo varón hetero (que son, al parecer y legendariamente, excitarse muchísimo + querer participar en la acción a toda costa). Y los tres se arrebujan en la cama, alternando besos y caricias de uno a la otra, de la otra a la otra, de la otra al uno, etc, etc. Vamos, un lío. Y en mitad de las actividades, el cerebro de Jessica despierta de su largo letargo e informa a su dueña de lo estúpido que es lo que está haciendo. Así que se pone una bata y se toma un melancólico café sentada en los peldaños de la escalera.

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A la mañana siguiente, Stella despierta a una Jess cuyo particular sino parece ya que es dormir en los sofás.

Stella: Quizás, la próxima vez, podríamos ser sólo nosotras dos.
Jess: No sé siquiera si lo habrás notado pero….estoy un poquito confusa.
Stella: Ya lo había notado.

¡Tú y media humanidad! ¡Cómo no darse cuenta del pedazo de follón que perturba los pensamientos jéssicos! Pero, con todo y con eso, Stella se declara dispuesta a arrostrar con todos los líos existenciales de Jessica y sus posibles consecuencias. Es decir, que Jess se pegue un acostón con ella y finalmente decida que no era su tipo.

Stella: No me importa.
Jess: Bueno, a mí sí. Y no sería justo.
Stella: Entonces, nos veremos en otra ocasión.
Jess: Sí, así lo espero.

Nuestra Jessica está definitivamente desconocida. Ella, pensando en el corazoncito de la gente y en no destrozar sentimientos sin razón poderosa. Ella, descubriendo que el sexo con cualquiera no la satisface porque algo dentro de ella clama por algo más. Ella, la reina del flirteo y la seducción, pasando de sexo sin consecuencias y buscando…..algo.

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Lo bueno de contar con una amiga psicóloga es que la tienes a mano todo el día cuando necesitas ayuda profesional y encima es gratis. Jess consulta con Katie, enumerando todas las pruebas, experimentos y ensayos realizados en aras a recobrar su estabilidad emocional. Y aclara que después de tanto examen, no encuentra esa “cosa” tras la que anda y que no sabe dónde encontrar de nuevo, algo que tuvo con Alex y que no ha vuelto a recobrar con nadie más. Algo que, además, no sabe tampoco qué es exactamente, lo cual dificulta enormemente la labor de búsqueda.

Katie: Dime. ¿Cómo es?
Jess: Abrumador. Totalmente
Katie: Pero no malo.
Jess: No
Katie: Como si cuerpo y emociones no fueran ya cosas diferentes
Jess: ¡¡¡¡Sí!!!!
Katie: Estás enamorada.

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Diagnóstico correcto, doctora, qué gran ojo clínico. Y se va, dejando a Jess completamente conmocionada por el descubrimiento-reconocimiento de su situación afectiva. Como habíamos sospechado, es el amor el que ha atrapado a Jessica y es esa la causa de su desconcierto. Hay que tener mucho cuidado cuando se tienden las redes para atrapar palomas, porque hay quien cae en su propia trampa. Y esto toda la vida se ha llamado “ir por lana y salir trasquilado”.

Por cierto, ¿Qué tal le estará yendo a Alex en su luna de miel?