Lindo episodio nos espera, chicas. De entrada Maca y Fernando salen del coche de negrísimo luto, como corresponde a la situación (acaban de incinerar al papá de Maca, que palmó en el capítulo anterior). La preocupación tormentosa de nuestra bella pediatra es encontrar la oportunidad y ocasión de comunicar a su madre el infausto suceso. Lo tiene crudo, porque:

  1. La mamá está inconsciente, todavía no ha despertado de la operación por la que luce pulmón nuevo. A ver cómo le dices nada a alguien que está inconsciente, lo normal es que no se entere ni de la misa, ni de la media.
  2. Aun si despertara, el estado de salud de la oyente es delicadito. Lo mismo le sube la tensión con la noticia y le da un pampurrio. Y vamos a darle un poco de tregua a Maca, no se quede de golpe sin ambos progenitores.

Esther (acompañada por Claudia) viene con un elemento espigadillo que resulta ser Rober, su cuñado. El tierno mozo parece el hermanito perfecto, pero sólo hasta que surgen los problemas: sólo le hace falta un segundo para que, cada vez que su hermana decide hacerse cargo de las cosas, él asienta con alivio. Esto a Esther la pone de los mismísimos nervios porque no comprende cómo su santa esposa tiene que cargar cual cordero de Dios con todos los problemas familiares del mundo. Hay otros dos desconocidos hijos pródigos que pasan total del tema. Así que en la ensalada de la desdicha tenemos dos ingredientes fundamentales que la van a hacer sabrosísimo plato:

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  1. Parientes cobardes, despreocupados, desaparecidos o inapetentes con los que no se puede contar de ningún modo salvo que organicemos una fiesta (en tal caso, los tienes a todos apuntados en dos minutos de reloj y haciendo la ola tocando el bombo).
  2. Una Maca aquejada de hiperresponsabilidad que se erige en el sostén y columna de su particular universo. El pilar pétreo que se empeña en poder con todo, que va de chica dura y que encima se ofende si su esposa (por ejemplo) se empeña en hacerle comprender que es humana.

Eso es lo que le pasa a Esther en este capítulo, una especie de Leiv Motiv-Estheriano-Capitular: Cómo te aguantas cuando ves que tu mujer está dando el callo a lo bestia mientras los demás van de morro y encima si te descuidas te encaja ella misma la bronca a ti, presa de sus frustraciones. El colmo colmenero. Primer round del orden del día: El espigado hermanillo pregunta si le va a dar mucha impresión ver a su mamaíta. Maca responde que está sedada y que tendrá mejor aspecto cuando no lo esté. El pusilánime brother-Rober ve el camino abierto y se escaquea con toda la jeta por el camino de: como tú eres médico, estarás acostumbrada a las desgracias en general y las que traen los Cuatro Jinetes del Apocalipsis en particular (a saber: la Enfermedad, el Hambre, la Peste y la Muerte). Así que queda oficialmente encasquetado todo el marrón dramático-familiar a la pobre Maca. Eso le pasa por haber tenido la mala idea de estudiar la Carrera de Medicina.

Todas las carreras no son iguales (ni siquiera las de las medias o panties) y, como Esther estudió Enfermería, le queda un punto de cordura. Por ello dirige miradas mosqueadas constantes a su cónyuge mientras ésta se dedica a meterse cada vez más responsabilidades directamente en la yugular.

Atendiendo a las voraces pasiones que Claudia despierta en la comunidad lesbicanaria, a pesar de que aún no ha dado síntomas potables de querer cambiarse de acera, hay que reseñar que aunque ella no lo reconozca tiene ligue a la vista. Se trata del tipo ese que no deja de recordarle que ronca (curioso método de ligar, a mí díganme si esto funciona, porque raro me parece). Hasta Maca y Esther se han dado cuenta de que le tira ojitos. Particularmente creo que si Doña Claudia se empeña en seguir triscando por las heteropraderas, pues vale (qué le vamos a hacer) porque lo más importante es respetar la libertad, ella verá lo que se pierde. Pero eso sí, hay algo que no se puede consentir: que se quede con el tío equivocado. Para acabar con un hombre, por lo menos que sea con oso-de-peluche-Gimeno, que me cae bien por lo tierno, lo estrafalario, lo gordito, lo extravagante y lo mucho que sufre el pobrecín de lo enamoradísimo que está de ella. Hala, ya lo he dicho.

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Vistazo rápido a la mamá de Maca aún sedada. Pues eso, que sigue sedada y ya está. Pero exploramos un aspecto alarmante en las respuestas de su hija. Esther ofrece su ayuda, su apoyo, su consuelo y regalar una vigilancia constante a la enferma. Por alguna razón, Maca no quiere ni oir hablar de ello. Ay, mujer, que no estamos en el Far West, que puedes sobrevivir sin ser una despiadada y dura pistolera.

Varias escenas más tarde, nuestra Jefa de Urgencias preferida contempla paciente cómo su madre va despertando. Cuando abre el ojo, Maca sonríe. La tranquiliza y se encuentra con la primera y oportunísima pregunta de la paciente: “¿Dónde está tu padre?”. Estamos buenos, ¿Es mejor decirle que está donde está o le metemos una trola en vena para que no sufra ya tan de repente? Difícil decisión que Maca resuelve marcando la segunda opción: la mentira piadosa. Su marido no puede acompañarla porque está bajucha de defensas y se puede coger alguna infección nosocomial oportunista que por ahí se pasee (o sea, un bicho hospitalario cualquiera). Así que mejor nada de visitas, lo que incluye al interfecto. Como la mujer está todavía medio atontada y en estado de semi-sopor, no tiene aún muchas neuronas críticas activadas y acepta sin protestar la explicación. Acto seguido se duerme y Maca se queda con esos ojos compasivos y temblorosos que han hecho muchas veces conmover nuestro corazón.

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Unos ratos después se encuentra con su señora en la recepción del hospital. Esther tiene el día bondadoso-entregado para con su Maca y le hace parte del trabajo para que no se agobie. Pero cuando le pregunta qué tal está la suegra, la evasiva de Maca le hace sospechar que no le ha comunicado el fallecimiento del padre. A juicio de Esther esta decisión no ha sido correcta, pero no le da tampoco tiempo a decírselo, porque en estos mismos momentos llega el hermanito que ya conocemos. Maca sale disparada a atenderle y explicarle el estado de la cuestión: no le ha dicho nada a su madre del súbito óbito de papá porque estima que con la tensión tan altísima que tiene no es médicamente conveniente. Tercia Esther en la cuestión y pregunta a Rober: “¿Por qué no se lo dices tú?”. Lógica pregunta porque tan hijo es el hijo, como hija lo es Maca. El despabilado mozuelo se planta con Esther y le dice en plata que no se meta en lo que no le importa: le “aclara” que eso es una cuestión entre su hermana y él. Maca le viene a dar la razón, desautoriza a su esposa y se queda tan pancha mientras se echa una vez más todo el marrón encima. De nada sirve que con toda su santa paciencia quiera Esther que la luz de la razón alumbre a la Dra. Fernández Wilson: muy preocupados no han de estar sus otros hermanos (que ni siquiera han asomado por el hospital), a su madre hay que comunicarle lo de su fallecido esposo y no es de recibo que ella cargue con todo y los demás estén viviendo la vida loca tan guapamente sin ocuparse de nada. Maca no ve nada de eso y prefiere vivir en los mundos sutiles y gentiles de su familia jerezana perfecta. El problema es que olvida que tiene una familia más importante, que es la suya propia formada por su mujer, sus hijos y ella misma.

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Esta actitud deviene probablemente de que, como descubrimos cuando luego hablan los dos en la cafetería, Rober es el hermano preferido y predilecto de Maca. Esta condecoración le fue impuesta por no haber puesto verde a su hermana cuando dijo en casa que tenía novia en vez de novio. Es por tanto la tolerancia del hermanito (que nadie más entre su parentela compartió) lo que le da estos privilegios cariñosos en el corazón de la pediatra. Por otra parte, Maca se extraña de que Rober aguante el opresivo ambiente de la buena sociedad jerezana. Y ambos acaban reflexionando sobre cómo su padre tampoco lo soportaba pero no se fue nunca de allí quién sabe por qué.

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Y como no hay una sin dos ni dos sin tres, Esther se topa con la siguiente papeleta. Al ir a cambiarle el gotero a su suegra, se la encuentra preguntona. La buena señora está empeñada en investigar cómo está y dónde anda su marido; y a Esther se le pone un nudo estomacal cada vez que se enfrenta a cada una de las cuestiones que en tal sentido le plantea. Que si come o no come, que si está bien o mal, que si le ha visto…..Llega un momento en que la Jefa de Enfermería está a punto de caramelo de decirle que su esposo no está visible por estar en otra dimensión. En el último segundo, en vez de contarle lo que iba a contarle, se sale por la tangente de que van a llevar a los niños de vacaciones a Jerez. Y la suegra se queda tan contenta en la misma medida en que su nuera va sobresaturada de presión emocional.

Pero no sabíamos hasta qué punto la siembra del buen sentido plantada por Esther acaba germinando en el espíritu de su cónyuge. Por fin Maca coge a su particular toro por los mismísimos cuernos y, lanzada al ruedo, explica a su mamá que si su marido no va a verla no es porque tenga prohibidas las visitas, sino porque está muy muerto y muy incinerado. Momento dramático-profundo pero necesario: no vamos a tener todo el día a esta mujer en el lejano reino de la Inopia.

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La reacción de la señora no puede ser peor. Se echa a llorar desconsolada, y hasta ahí la cosa es normal. Pero luego exclama: “¿Incinerado? ¡No lo voy a volver a ver nunca más!”. Maca nota rechazo e intenta que su madre comprenda las razones que le han llevado a ocultarle hasta el momento la información. “Aunque lo hubieras sabido, no habrías podido ir”. Rocío, sin dejar de sollozar, se vuelve de espaldas a su hija. En vano Maca intenta justificarse, su madre sigue sin querer volverle la cara. “Mami, yo lo he hecho lo mejor que he podido”, se disculpa con los ojos húmedos de desconsuelo.

Ignorante de lo sucedido, Esther aborda a su mujer por el pasillo para disculparse porque no se siente capaz de aguantar sin contarle la verdad a su suegra. Maca la tranquiliza y le dice que llega tarde: ya se lo ha dicho. Esther pregunta: “¿Y qué tal?”. La pregunta no va por la reacción de Rocío, sino por el estado en que se encuentra Maca. Y, en lo que va siendo ya una costumbre en ella, vuelve a no reconocer que está hecha polvo: “Bien, estoy bien”. Pero tanto a Esther como a nosotras nos basta mirarla un momento a los ojos para ver que miente.

Así que nos subimos a la terraza a pillarla “in fraganti” en la ejecución del noble ejercicio de derramar lágrimas sin poderse contener. Con el fondo de las torres más altas de Madrid, Esther se acerca a su desconsolada esposa y hace lo que tiene que hacer: abrazarla. Maca se abandona en sus brazos y sigue llorando, pero bajo el cobijo del amor y del consuelo.

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Pasado un rato, cuando ha echado parte del llanto que lleva encima, Maca se sincera. Cierto es que ha tenido demasiada presión, como intenta hacerle comprender Esther. Pero el problema de Maca es en el fondo que está sufriendo el duelo por su padre y se siente muy culpable de puro dolorida.

Maca: Le prometí que mi padre estaría ahí cuando se despertara. Y lo único que he hecho ha sido echarle la bronca.
Esther: Por favor, no te culpes por eso. Eres médico.
Maca: Joder, Esther, si lo último que le dije es que me importaba una mierda que fuera mi padre.
Esther: Él te quería igual. Igual.
Maca: Siempre hemos discutido. Toda la vida. Me gustaría verle. Aunque fuera un momento.

Y según va diciendo las últimas frases, a Maca le va invadiendo poco a poco la congoja y acaba por explotar en llanto de nuevo. Así que vuelve a los brazos de Esther a pegarse otra buena panzada a llorar.

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La siguiente batalla de nuestras chicas transcurre en la habitación de Rocío que, en cuanto vislumbra la aparición de su hija, aparta la mirada para no verla siquiera. Esta mujer pasa ahora a llamarse otra vez “Rosario”, a mí me van a volver tarumba con estos cambios de nombres de episodio a episodio. Esther le da el pésame de la forma más afectiva que puede, pero la suegra deriva con rapidez a la queja. “Así, sin despedirse siquiera”, se lamenta.

El hermano (que será lo que sea, pero los otros hermanos ni asoman la oreja, por lo menos éste se ha dignado a aparecer y sigue ahí) tercia un poco: “Mejor así, mamá, rápido”. Pero no consigue lograr el efecto apaciguador que pretende, porque su madre pasa al ataque directo y le echa en cara a Maca que es una fría cerebral e insensible y que toma decisiones sin contar con nadie, pasando por encima de los sentimientos de los demás. A nuestra querida pediatra cada una de estas palabras de su madre le traspasa el corazón.

Maca quiere acompañar a su madre a Jerez, puesto que la convaleciente no acepta quedarse en Madrid con ellas en su casa. Su dura mirada no se ablanda ni un solo segundo: “No creas que porque vengas voy a olvidarme de todo”.

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Esther protesta contra el injusto trato que su suegra inflige a su esposa y lo que consigue de su consorte es que la aparte y acabe por invitarla educadamente a que abandone la habitación. Esto es, echarla con suavidad pero con expulsión, alegando que quiere estar con su “familia”. A ver, Macarena, arrímate un poco que como te alcance te largo una colleja: nadie pide que pases de tu familia, pero la familia más directa que tienes ahora son tu mujer y tus hijos. Si te olvidas de eso, perderás muchos puntos en mi estima.

Y despedimos el episodio con la inquietante perspectiva de que Maca vuelva a emigrar para acompañar a su desagradecida mamaíta y deje a Esther sola con sus problemas neurológicos. Está visto que lo que mejor le sienta a Esther es que su Maca ande cerca: ni se ha acordado de que se le olvidaban las cosas. En cuanto su cónyuge se vaya de viaje, ya verán cómo se nos pone malita otra vez.

Y colorín colorado, el capítulo de hoy ha finalizado. ¿Algo que decir? Pues hablen ahora o callen hasta el próximo resumen.