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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Llegaré muy pronto a la cuarentena, así que me voy resignando. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas.»

El servicio metereológico de Lesbicanarias informa de que la semana pasada una pertinaz, angustiosa y devoradora sequía de Maca y Esther asoló completamente (y planta por planta) Hospital Central. O sea, que no pasó nada con nuestras chicas. Debido a esta trágica circunstancia, no tuvimos la cita semanal acostumbrada y ustedes (con toda razón) me pusieron falta.

Sólo sabemos de lo acaecido hasta el comienzo de este episodio presente que Maca se fue a Jerez a esparcir las cenizas paternas y de paso a aguantar estoicamente a la borde de su madre. Nuestra pediatra ha equivocado las fechas: ha vivido penitencias de Semana Santa en vez de disfrutar de la Navidad.

Maca y Esther

Su cargante progenitora acude a revisión acompañada de su hija. Lo primero que ve Maca cuando asoma por el recibidor del hospital es a su amada Esthercita. La cara se le ilumina y besa a su mujer con la lógica alegría que marca el acontecimiento. El beso es normal: en boca y morros. Pero la suegra no lo ve así y, si antes se molestaba en disimular su repugnancia, ahora ni se preocupa por parecer una persona razonable. Emite un gesto de asco y disgusto que exaspera a todo espíritu no embotado por la intolerancia y la estupidez.

Esta señora comenzó siendo la perfecta suegra malvada y ahora compra el resto de las papeletas para ser nombrada bruja-antonomásica-de-cuento, ejerciendo además de madre dañina. Por cierto, y para que no se me pierdan: en este capítulo vuelve a llamarse “Rosario” (no “Rocío”, como en algunos de los episodios anteriores).

Aunque ve venir los desplantes de su suegra, Esther intenta ser amable y le pregunta por su estado de salud. Rosario contesta desabrida y cuando su hija llama a Alicia para que se ocupe de sus pruebas clínicas (en vez de encargar a Esther del asunto), suspira la suegra aliviada por no tener que verle la jeta a la nuera toda la mañana. Pero Esther es mucha Esther y nos lo va a demostrar en este capítulo: no se va a dejar apartar de nuevo, así que se autonombra enfermera encargada de las pruebas de Rosario y no hay más que hablar.

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El triste Jimeno se pasea por el hospital como un alma en pena, después de intentar superar que su maestro de Primaria haya palmado sin remedio en el capítulo anterior, víctima de una grave e irreversible enfermedad. Por Teresa nos enteramos de que siempre practica una ceremonia pseudomágica cada vez que se le muere un paciente. La mala noticia es que este hombre está como una cabra loquita y la buena es que no se le deben morir muchos pacientes, porque entonces el que estaría muerto sería él. Examinemos el inefable ritual: primero ayuna dos días (un superayuno: no come nada de nada y absolutamente nada), los dos días siguientes se atiborra de comida a lo bestia y el tercero hace un puzzle. Pero esta vez, en la fase puzzle aún no se ha recuperado, lo cual da que pensar que está muy tocado (y no sólo del ala, que eso ya lo sabíamos).

Maca se percata del tema, pero no tiene tiempo de compadecerse porque está hasta arriba de trabajo y además le llueven las novedades: Alicia y Héctor han decidido por fin casarse, pero emplumándole toda la organización del cotarro a Alicia. Maca acusa a Héctor de ser un caradura por esta razón, y tal vez debido a esto al cirujano se le ocurre la peregrina (y según él) genial idea de preparar lo que podríamos denominar una “boda express”. Se trata de atacar a la novia por sorpresa con la ceremonia: esa misma mediodía, de repente, se plantará ante ella y le dirá: “Cariño, quítate el uniforme que nos vamos al juzgado, firmamos y nos volvemos a seguir curando gente”. Ya tiene pedido permiso laboral a Maca y todo. Nuestra Jefa de Urgencias le da licencia, pero exclama: “Tú estás de la olla”. Ahora queda saber qué opinará Alicia de tan romántico plan.

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Esther informa a su mujer de que ya le ha practicado una gasometría a Rosario. Menos mal que Esther es toda una profesional enfermeril y nada rencorosa porque esto duele una barbaridad y habría podido vengarse de los desplantes de su suegra ensañándose con sus arterias. Pero no se preocupen, que Esther es buena. Maca agradece la delicadeza y cuidados familiares de su esposa y le sonríe con ternura. Esther corresponde con una frase tan musitada que es de inaudible pronunciación. Si alguna valiente puede decirme qué diablos desesperantes dice, que me lo comunique porque después de visionar el trocito una cincuenta y pico de veces me declaro incapaz de saberlo. Y debe ser algo bonito, porque Maca queda encantada y se echa una sonrisilla.

Desplázase después la jefa de enfermeras a uno de los boxes, ocupado por un muchacho aquejado de extraña dolencia y que dice ser escritor. Investigan su padecer Jimeno y Raquel, aunque ésta no hace más que permanecer ausente y taciturna. Lleva así desde que en el episodio anterior su novio la apartó de que operara a un futbolista. Esto ha provocado una grave crisis en su espíritu de profesional médico, a la par de una pérdida de confianza en sus propias dotes diagnósticas, lo que la lleva a no dar pie con bola. Ya lo dice Jimeno: “El ojo clínico es un músculo”. Y como tal, hay que ejercitarlo con constancia y no quedarse embobada lamentando perder facultades. Esther comenta con el muchacho paciente que ella también es “escritora”. Eso es tener moral: escribe un par de cuentos infantiles con vocación de fabulillas y al día siguiente como nos descuidemos se presenta al premio Planeta.

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Cuando la futura Premio Nobel de Literatura se encuentra con la parienta por los pasillos, dictamina que la prioridad es arreglar las cosas con Rosario. No le falta razón al afirmar que si esta señora ha perdido a su marido, Maca ha perdido a su padre en el mismo acto. Y esto tampoco es moco de pavo. Aconseja a su esposa que hable con su madre y le haga entender estas cosas tan lógicas. Maca reacciona pidiendo clemencia: “Cariño, no me eches tú también la culpa, por favor”. Y entonces Esther replica muy sencillamente, pero certera: “Ya, pero es que te quiero”. Maca responde sonriendo: “Lo sé”. Parece que ha entendido el mensaje: Esther no se puede quedar con los brazos cruzados asistiendo impávida al espectáculo de destrucción que ejerce su suegra con Maca. Y no lo va a hacer.

Pero mientras llega el momento de procurar que la justicia se extienda por el mundo, Esther tiene también que impulsar su tan prometedora carrera literaria. Necesita ilustraciones para su último cuento y Jimeno la orienta hacia Boni (el enfermero del SAMUR), que realizó unas cuantas caricaturas en su día bastante apañaditas. Tras breve conversación con la que le convence con relativa facilidad de que trabaje para el cuento, Boni queda trémulo y dubitativo: parece que quiere preguntar a Esther algo y no se atreve. El asunto es que tuvo una cita a ciegas con alguien que le gustaba mucho y con quien hablaba a todas horas en el chat y resultó ser un señor en vez de señora. La turbación procede de la idea de Boni de que su recalcitrante heterosexualidad le incapacita radicalmente para enamorarse de un hombre. Así que…. qué mejor que pillar por banda a una lesbiana visible y oficial para iniciarse en los insondables misterios del cambio de acera.

Esther se huele la tostada al momento pero, justo en el instante en que empiezan a entrar en materia, son interrumpidos por Valeria. Esta mujer era jefa del SAMUR en la temporada anterior, pero dejó de serlo por quedarse completamente ciega tras un accidente. Por más señas, Valeria se caracteriza por ser muy borde y tenérsela jurada a Boni, a quien intentó echar del servicio una y otra vez. Así que es evidente que no es la simpatía lo que reina entre ellos dos.

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Retoman Boni y Esther la sesión de terapia interrupta, en la que la jefa de enfermeras instruye al desconcertado paciente en el arte de no preocuparse por cuáles son las emociones del aspirante a novio. Boni lo que tiene que descubrir es qué siente él mismo, pero sigue enganchado en la imposibilidad de que un genuino macho hetero experimente sentimientos amorosos hacia otro hombre. Él lo describe como el hecho absurdo de que un pato se enamore de una rana. Esther no lo ve tan raro: a ambos les gusta el agua (pues mira, es verdad, ya tienen algo en común). Y ya hay idea para otro cuento infantil.

Llegado el momento de la boda express, no queda otra que decírselo a la novia. Alicia recibe el notición con cara de pocos amigos, que se va avinagrando según termina de comprender la totalidad del plan. Como apuntó Vilches, que dijo que sólo faltaba el bocata de calamares para ser la boda del siglo, no podemos imaginar boda menos glamorosa aunque el novio la considere teñida de romanticismo. Es precisamente esa opinión mayoritaria la que comparte Alicia, que derrama el agua de un florero sobre la cabeza de su futuro cónyuge, con la esperanza de que se le refresquen las ideas y de paso crezca un poco cual planta tras riego.

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Rosario sigue haciendo de las suyas. Intentó escapar de Esther en vez de dejarse guiar por los recovecos del hospital como era preceptivo. Esther la pilló y la orientó a la sala donde debían seguir practicándole pruebas. Pero sigue reticente a cualquier contacto normal ni con su hija ni con su nuera. Y, cuando Maca llega alegre a comunicarle lo preciosa que le ha salido toda la revisión, la malvada madre dañina ataca de nuevo.

Prepárense porque esto ya no es de suegra malota, sino de pérfida arpía destructiva: empieza por recordarle su lejana boda hetero para reconducir el tema a la decepción que supuestamente sintió su padre por su conversión a la lesbianidad más pura. ¿A que es mala la tía? Pues no queda ahí la cosa. Pletórica de malos sentimientos, llega incluso a sugerir que el estado de salud del papá difunto comenzó a empeorar a raíz del cambio de acera de su hija. Según su versión de la historia, Maca es culpable por esta razón de la migración de su padre al otro mundo. Menuda progenitora le ha tocado a nuestra pobre pediatra: es para matarla a esa mala bruja destructiva.

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Ni la apelación de Maca al autoreconocimiento de su sadismo ablanda a la terrible araña de las tres mil patas: «¿Eso lo que quieres, mamá, verme llorar?». Y en vez de contestar, la pérfida villana de la historia se marcha al excusado. Esperemos que junto con la orina y/o las heces, expulse también en esta ocasión toda la mala sangre que lleva dentro.

Pero al quite y desde su puesto de vigilancia observaba Esther. Acude rápida a consolar a su cónyuge de lo que claramente ha sido un duro enfrentamiento y se la encuentra ahogada en llanto. Y esto ya pasa de castaño oscuro. Esther entra en acción:

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Esther: Hola. Estarás contenta, Rosario. Ya tienes lo que querías. Maca está destrozada. No entiendo cómo la puedes tratar así.
Rosario: Me trae exactamente igual lo que tú entiendas.
Esther: Pues deberías, porque vivo con ella.
Rosario: Que seas la……..»amiga» de Maca, no te da derecho a meterte en los asuntos de nuestra familia.
Esther: Mira, Rosario, te lo voy a dejar clarito de una vez. Ni soy la amiga de tu hija ni comparto piso con ella. Estamos muy enamoradas y hemos luchado mucho para conseguir lo que tenemos, incluídos nuestros hijos. Y por si no lo sabes, Maca es una mujer muy valiente que lo único que quiere es ser feliz y parece que tú preferirías que fuera una desgraciada con tal de que cumpliera la santa voluntad de la familia. Rosario, es tu hija, y deberías alegrarte cuando ella está contenta. Porque parece que no la quieres nada.

La suegra se queda pasmada, muda, helada y atónita.

Y yo sólo pude saltar del sofá, caer de rodillas y aplaudir locamente durante los minutos siguientes. Los vecinos debieron pensar que estaba viendo el fútbol. Quien tenga un bombo que lo toque, quien una trompeta porte que la haga sonar, quien prefiera hacer una cabriola que la ejecute con cuidado de no matarse. ¡Cantemos todas hasta la afonía y a hacerle la ola a Esther!

Un ratito después nuestra heroína coronada de laureles se explica ante Maca, manifestando que se ha pasado varios pueblos. Exactamente siete, expresa. ¡Los ha contado! Maca vuelve a pedir que no se meta tanto en el campo de batalla, pero afirma lo mucho que le gusta que muerda cual fiera corrupia defendiendo lo suyo.

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Y le mete un morreo facineroso y mordisqueante que quita todos los sentidos. Maca, querida, vuelvo a dirigirme a ti: reconócelo y no disimules, ¡Te derrites cuando tu chica te defiende con uñas y dientes!

A veces no hay nada como decir las cosas a las claras y de frente. Rosario quedó enmudecida tras el rapapolvo de Esther, pero no sólo eso: también quedó conmocionada. Se ve que la señora ha reflexionado sobre el asunto y la lucecita que se le encendió en el cerebro ha calentado de paso su duro corazón, que ahora ha pasado a ser más blandito.

Está sonriente, comprensiva y conciliadora. El cambio es tan radical que no queda más remedio que explicarlo del siguiente modo: No era la madre de Maca, era una bruja malvada que poseyó su alma y ha estado ahí dentro dando guerra hasta que Esther la ha expulsado con una bronca-exorcismo. Ahora Rosario está libre de la presencia intrusa y vuelve a ser normal. Hay que andarse con cuidado porque, a la que te descuidas, se te mete dentro un espíritu lesbófobo maligno y empiezas a decir estupideces y a comportarte como un perfecto monstruo. ;D

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Maca oye cómo su madre le pide perdón, reconociendo lo malísimamente que se ha portado durante los tres episodios anteriores (que ya es tiempo el que esta señora lleva dando la lata, hay que reconocerlo). La justificación es que le echa la culpa de la pérdida de su marido a los demás en vez de aceptar el hecho y sobrellevar el duelo. La señora está tan arrepentida y tan transmutada que invita a pasar a los niños, a su hija y a Esther a la finca que tiene en Jerez (considerando a todo el grupo explícitamente como una FAMILIA, oh).

Ante tal manifestación de amor materno, Maca se lanza en plancha contra Rosario y le mete un abrazo apretado de los que hasta hacen daño de puro afectuosos. Mientras Maca besuquea a su madre, Esther las observa satisfecha desde su garita y sonríe con la sensación del deber bien cumplido.

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No sabemos si nuestras heroínas se pasarán por la finca-dehesa de la mamá de Maca a reponer fuerzas tras tanto trance torturado. Pero lo que sí es cierto es que a nosotras nos toca despedirnos hasta el capítulo siguiente, donde continuaremos narrando sus aventuras y desventuras. Pueden ahora seguir comentando ustedes, es su turno. Hasta la semana que viene.