plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Una nueva jornada y episodio comienzan en el penal londinense, módulo G de féminas condenadas. La droga sigue alegremente distribuyéndose por todo el edificio y Zandra, yonqui oficial de la temporada, continúa metiéndose picos de heroína a lo loco y cuanto puede. Ahora le ha dado amorosa y quiere casarse con su novio, sin importarle que la ceremonia se celebre entre rejas. El problema es que el prometido ya no tiene tan claras sus promesas. Él era drogota perdido e introdujo en el asunto a Zandra; ahora, por amor a su madre, háse rehabilitado y como ya no es drogota, no quiere arrimarse a novia que siga prendada del mundo de la droguería. Así es de generoso y amoroso el muchachote.

Nikki está en la biblioteca…leyendo (sí, aunque parezca mentira, en las bibliotecas a veces hay gente que se da al vicio). Acodada en el quicio de una estantería, reposa su cuerpo gentil Rachel (la nueva y tierna amante de Fenner). Es el propio guardián quien se aproxima a su presa y dice que quiere hablar con ella –qué va, quiere llevársela para la celda con ánimos libidinosos. Nikki no tiene el día de callarse y le espeta que se está dando muchos paseítos. Mr Fenner se acerca a su cara y susurra amenazador: “Tú métete en tus asuntos, lesbiana entrometida”. Uy, no, no, no, Jim, esto no es educado. Nikki (que ya hemos dicho que tiene el día contestón y como no le cierren la boca de un guantazo no se va a callar) responde: “Usted sí que sabe hablar a las mujeres”. La lectura que ocupa a Nikki en esos momentos es “Middlemarch”, de George Eliot, obra que, en plan literatura clásica inglesa del siglo XVIII tardío, casa a la perfección con su perfil lesbianístico.

Intenta la gobernadora congraciarse con ella, provocando un acercamiento por medio del interés hacia la lectura. Así que en el comedor pregunta a la reclusa si ha terminado el libro. Nikki sigue hostil, huraña y rencorosa; contesta de mala manera y se zafa de la conversación. Ay, cuánto cuesta reconocer el amor.

En vez de abrirle el camino a la guapa directora, Nikki sigue ejerciendo de ayuda-idiotas. Intenta advertir a Rachel de cómo es Fenner y de que sus intenciones son, en resumen, follársela y luego tirarla cual kleenex cuando se canse de ella. Como buena imbécil que es, en lugar de hacer caso al bienintencionado consejo, Rachel se lo comenta al malvado guardián. La defensa del Jim es la típico-tópica del macho levanta- conquistas: si una lesbiana te advierte, es porque está interesada en tus encantos. Todo es un infundio de la viciosa bollera, si te dice esas cosas es porque la que se te quiere tirar es ella y conmigo estás “a salvo”. Tales explicaciones no tienen ninguna conexión con la realidad: Nikki tenía razón, Rachel acaba satisfaciendo en su celda las necesidades de sexo oral de Mr. Fenner.

Fenner pegándose un buen lote con Rachel La Ingenua

Cuidadito, Rachel, que el pavo tiene otra cocinera, y como te pille la loba de Shell meneándosela a tu guardián, te saca los ojos con las uñas y los sirve de postre en la cantina. Pues menuda es ella.

¿Cómo es Shell Dockley? Pues una peligrosa, sádica, provocadora y manipuladora reclusa que, como además está condenada a cadena perpetua, no tiene nada que perder dentro de la cárcel. Porque, ¿a qué la van a castigar? ¿A añadir más tiempo a su condena al infinito? Así que consagra su vida a convertirse en la jefa de la cárcel y procurarse todos los privilegios que le permitan vivir mejor dentro de la trena. Y, aunque sólo sea porque Nikki no le sigue el juego y tiene un cierto prestigio que puede convertirla en su rival, su plan consiste en hacerle la vida imposible, a ver si termina por rendirse a su dominio.

Nikki estaba tan tranquila consolando a Monica, que está preocupada porque vuelvan a traerla a su hijo a la visita, teniendo en cuenta lo que sufrió la última vez el pobre muchacho viendo el ambiente carcelario. La coge por los hombros para darle apoyo y, al paso, Shell lanza su lengua venenosa: “¿Qué, Wade, procurándote carne de más calidad?”. Eso lo dice para provocarla y porque ya lo dice el refrán: “Piensa el ladrón que todos son de su condición”. En efecto, Shell, que se tira a todo bicho viviente por motivos variados y variopintos (o incluso sin motivo alguno), cree que cualquier afecto humano se genera en el horno de la fornicación. Nikki se mosquea y le pega un empujón, acto que le vale una amenaza de Fenner, que cuida de su putita número 1 (porque ya sabemos que ahora ya tiene número 2: como le dejen, este hombre acaba teniendo un harén). Y de eso precisamente, burlona, le advierte Nikki: “Tenga cuidado, Mr Fenner, ésta un día va a contarlo todo”-le dice, dejando al vicioso Jim abrumado en la sospecha.

Sospecha es la que se le está despertando a Helen, que ve al guardián hablando demasiado íntimamente con Shell. No va a hacer falta que se chive nadie, la gobernadora no es tonta y ya se ha percatado que aquí hay mucho acaramelamiento. Nuestra directora intenta hacer las cosas bien: coloca a Monica en una celda individual, procura acercarse a Nikki (sin éxito por el momento) y pone a Zandra en un programa de desintoxicación. Zandra está peleando en serio por primera vez en su vida, quiere limpiarse de las drogas sinceramente, porque su meta es casarse. Es verdad que el amor todo lo puede, y la chica está luchando contra su adicción por el único poderoso motivo que le merece la pena en el mundo. Y esto en una chica que lleva metiéndose de todo –principalmente en vena- desde los 15 años, no me digan que no tiene mérito. Nuevo ingreso: una tal Crystal, adosada a una guitarra, con la que canta loores al Señor. Sí, es muy religiosísima, tirando a fanática del cristianismo radical. En consecuencia, tiene un sentido de la moralidad que se pasa en varios puntos de lo normal.

Para empezar a empatarla, Shell y su lugartenienta se pegan un morreo lascivo demostrando que ellas la lujuria la ejercitan a tiempo completo. Como era de esperar, Crystal se escandaliza y comienza a rezar por sus manchadas almitas, no sin antes sermonear un poquito sobre las penas que en el infierno las esperan. Shell replica que ella no cree en tales cosas, porque dentro de la cárcel, Dios es ella misma. Hala, hay que tener chulería, qué desproporcionado. ¿Se acuerdan de lo de las heteroviciosas-presidiarias que se acuestan con otras chicas entre coito y coito con varón disponible? Pues aquí tienen el ejemplo de la temporada. Yo no sé en el infierno de verdad (probablemente sí, debido a las inmensas maldades que perpetran), pero éstas arderán en el Lesboinfierno por los siglos de los siglos, por mancharnos la imagen. Nikki no hace más que llamar a su novia y nunca está en casa, así que le deja muchos “te amos” en el contestador. Sólo puede llegarse, de momento, a una conclusión: si se derrumba el edificio, a Trisha no la encontrarán entre los escombros.

Por su parte, Helen sigue inasequible al desliento en sus intentos de acercarse a Nikki. Se presenta en su celda. Eso sí, esta vez llama a la puerta, como chica educada que es. La interna está leyendo otro libro de George Eliot (“Silas Marner”, en esta ocasión), y Miss Steward comenta que es agradable ver a las presas frecuentando la biblioteca. Nikki se lo toma por el lado que quema y replica que allí la gente no es estúpida, aunque crea lo contrario, y que en todo caso siempre serán más listas que los guardianes que la directora lidera. Añade con sorna que si Fenner es lo mejor que tiene como oficial entrenado, más le valdría entrenar chimpancés. Helen encaja el golpe y contraataca: Fenner dice que Nikki es una presa difícil, lo peor de entre lo peor. La reclusa no se inmuta, alega que la opinión del oficial se debe a que ella no está en su “fanclub”. Helen se barrunta en realidad por dónde van los tiros, pero le interesa sacar la información. Error garrafal: Nikki no es la soplona de nadie, y “menos de ti”, responde con hostilidad. A ver, Helen, métete en la cabeza que gobiernas un módulo presidiario: en las cárceles, te juegas el tipo si te vas del mirlo y a Nikki no le apetece nada que Shell le rebane el pescuezo con alevosía y nocturnidad, por haberse chivado de que mantiene con Fenner tratos carnales. La Steward se marcha mustia: ya lleva de Nikki dos malas contestaciones en un solo día.

Resulta evidente que Helen frecuenta demasiado la compañía de Nikki. Ella se justifica porque cree que es la presa más aprovechable de toda la manada y que puede ayudarla a mantener a raya tanto a las reclusas como a los guardianes (que también tienen su tela, como ya hemos visto). Pero es algo que se le está yendo de las manos. Vale, me van a decir que como sé qué va a pasar, ya estoy anticipándome a los acontecimientos. Pues no, no he sido yo quien se ha percatado de que Helen está demasiado interesada: es su propio novio.

Helen pensando: ¿Tendrá razón este novio mío y me estaré pillando por la reclusa?

Él se dedica a cosas de jardín y se lleva unas macetillas a casa, más que nada para invadir el salón y ponerlo todo perdido de tierra. Entre las maniobras de ponerle manto y fertilizante a las semillas, a Helen se le ocurre que quizá pueda acercarse a Nikki por los caminos de la jardinería. Y el novio le acaba espetando que está obsesionada por la lesbiana, pero que (bobo como es, exclama aliviado) Helen es la “especie correcta, pero la variedad equivocada”. O sea, que es una mujer, pero heterosexual. Ay, iluso tontuelo, ¿no sabes que se puede cambiar de “variedad”?

Cuando regresa al trabajo, Miss Steward se enfrenta a la primera entrevista con la recién llegada Crystal (sí, la beata bíblico-creyente). Está condenada por robar tiendas a doce meses de prisión y ahora le ha dado porque quiere purgar sus pecados (qué bien que estoy en la cárcel y así voy a sufrir castigo por lo mala que soy y lo mucho que Jesús llora por mis pecados: esa es su modo de ver las cosas). Doña Perfecta se ha percatado del problema de drogas que hay en el módulo, y le dice a la directora que la cárcel es un circo y que los guardianes (y la propia Helen) son los payasos. Desde luego esta chica tiene un don para la diplomacia. La niña de la guitarra acumula puntos en hacerse amigas: a Zandra le dice que le parece “una corrupción de la Ley de Dios” casarse en prisión. Bueno, no me extrañan estas ideas: también es según el Levítico abominable comer camarones, ser homosexual y vestirse con conjuntos de ropa de diferentes tejidos (o sea llevar una falda de lycra + una camiseta de algodón). ¿Y qué tendrá Dios en contra de casarse en prisión o en una playa del sur de Australia? Ella lo que pide para sí es más castigo y menos diversión dentro de la trena: sufrir mucho, fustigarse con saña, flagelaciones con látigos de pinchitos y que le den leña a base de bien. Puro y santo masoquismo.

Poco dura la dicha en casa del pobre y menos en la de una toxicómana en vías de rehabilitación. En las páginas de sociedad de un periódico aparece un enlace de alto ringorrango: el de una señorita de buenísima familia con…el novio de Zandra. Helen es la encargada de darle tan horrible noticia y de sugerir que venga el contrayente de visita, al menos a explicarse. La que ha pasado a ser exnovia sin saberlo (Zandra) no para de llorar y cuando se encuentra con el traidor y éste al fin confiesa, le intenta clavar un bolígrafo que reposaba tan tranquilo encima de la mesa de la directora. Suponemos que tan tremendo disgusto no es algo que vaya a ayudar a Zandra a reconstruir su vida.

Nikki está tranquilamente conversando con Monica en uno de los pasillos, cuando aparece Shell con su lugarteniente. Como ya hemos comentado, parte de la vida de esta malvada consiste en amargarle la existencia a Wade. Así que sugiere con sorna que está liada con Mónica. Nikki está más que harta y le replica que mejor se ocupe de su propia vida amorosa, en vez de meterse en la suya, dado que a Fenner se lo está levantando Rachel. Shell acusa el golpe y decide tomar medidas.

Se presenta en la celda de la rival, la pilla pintándose los labios y le mete un buen porrazo en toda la tripa, advirtiéndola de paso con las siguientes palabras: a) “Estaré detrás de ti constantemente”, lo que implica hacerle bien de pupita en cuanto pueda; b) “Un día voy a conseguir una navaja para cortar el pene que te metes en la boca”.

Dicho lo cual, sale de la celda y se topa con Fenner, que rápido se percata que allí ha habido agresión: “No te preocupes –dice Shell-que las partes de ella que te interesan siguen intactas”. Jim consigue convencer a la supermala que ella es la única y verdadera beneficiaria de sus servicios sexuales. Pero algo pasa con Rachel: no sabemos si producto del mamporro recibido o debido a otra causa, debe ser evacuada al hospital horas más tarde, presa de fuertes dolores bajoventrales. La noche llega a la fea prisión de Larkhall. Las reclusas se pegan voces por las ventanas. Todo el mundo acaba por dormirse, hasta las chicas más malas. Hasta el próximo capítulo.