El suicidio de Rachel, joven reclusa con sólo 19 añitos en las espaldas, ha conmocionado a toda la prisión. Asunto tan grave no puede pasar desapercibido a las autoridades, y Helen se ve obligada a acudir a dar las explicaciones pertinentes al gran jefazo de la cárcel. Debería estar ella sola dando el informe, básicamente porque es la jefa del módulo, pero ¿quién más está allí, llamado por el big boss? Pues Jim Fenner, a quien asiste el estar dotado con el mérito de la virilidad. Su prestigio masculino hace que sea oída y no discutida su versión del porqué del suicidio de la pobre y acosada Rachel: como a su bebé la iban a dar en custodia, se mató movida por la lógicamente desmedida desesperación maternal.

Cuando Helen repone que no le pareció que tal hecho fuera suficiente para provocar una reacción tan extrema, se encuentra con el típico comentario machista: “¿Eres madre?”. Porque a los ojos de estos señores, sólo una mujer puede entender a una madre cuando ella también lo es (el don de la comprensión de la mente peculiar de una hembra maternizada, es un divino misterio no apto para No-Iniciados). Así que de momento se cierra el caso, descargando toda la losa de la responsabilidad sobre Helen. Esto es lo que le interesa al malvado Fenner, porque en el fondo sabe que su amante-reclusa Shell algo ha tenido que ver en el autohomicidio. El guardian que recogió los efectos personales de la víctima (Dominic) ha encontrado una pista (la foto de la niña, cuyos ojos tachó con el boli la malísima Shell, y que resulta una prueba incontrovertible de que alguien la estaba puteando a conciencia), sólo que todavía no sabe que es una pista. Y de todos es conocido que cuando no eres capaz de mirar algo, simplemente no lo ves.

Shell es la culpable absoluta de la muerte de Rachel. Lo sabemos nosotras, lo sabe Fenner y lo sabe ella misma; pero eso no le hace sentirse mal, ni experimentar esa cosa llamada sentimientos humanos. Antes bien, aún tiene gana de montar bronca, así que en cuanto ve a Nikki se pone a provocarla. Nikki, al contrario que la villana, está afectada por la trágica muerte y eso hace que no tenga el día de la paciencia. Salta sobre ella por encima del mostrador de la cantina, presta a arrancarle los pelos a puñados y dejar su cuerpo serrano repleto de bonitos adornos purpúreo-cardenalicios.

Se prepara una zarrazina de libro, y las demás reclusas (privadas como están de televisión en la celda y por tanto con estados carenciales de shows de entretenimiento) jalean la pelea. No llegan a apostar dinero porque en éstas aterriza la bulldog y otros tres o cuatro guardianes y las separan. El trato dado a las dos peleonas, como era de esperar, no es idéntico: Nikki es encerrada en la celda de castigo y se queda gritando de desesperación, mientras la bulldog la amenaza con transferirla de prisión; Shell se lleva una amonestación verbal para que sea una niña más buena.

Entretanto, los problemas crecen. Zandra decide meterse en el mundo del vil chantaje: ¿recuerdan que se escapó, pero sólo un poco, para pedirle explicaciones a su novio? Pues bien, el secreto fue guardado por no perjudicar a los guardianes (Dominic y Lorna). Pero ahora Zandra necesita pastillas, el médico no se las quiere dar, y amenaza a Dominic con contarlo todo si no le proveen de los dichosos comprimidos. Dominic piensa que lo mejor es confesárselo todo a Helen, cumplir el castigo correspondiente, y aquí paz y después gloria. Pero Lorna cree que puede manejar a Zandra y hacer que tenga el pico cerrado, así que las cosas se quedan así…de momento. Yo no me fiaría de una yonqui desesperada en pleno e inestable proceso de rehabilitación.

La cínica de la mamá de Rachel se presenta en la cárcel a que le digan qué ha pasado. Y digo que es una cínica, porque para nada reconoce que su decisión de dar a la niñita de su hija en adopción pudo haber disgustado gravemente a Rachel. Como siempre, toda la culpa tiene que ser de algún otro, y no tenemos culpas propias.

A la entrevista se le ha adosado el Fenner a nuestra Helen, más que nada por fisgar y de paso controlar a ver si nadie coge pistas de lo que realmente ha sucedido. Todo va bien para el monstruo, incluso la boba de la madre dice que le está muy agradecida porque Rachel le mencionaba en las cartas y decía que la “ayudaba” mucho. Vaya, olvidó decir que también se la trajinaba un día sí y otro también. Pero, señoras, he aquí que cuando ya pensábamos que se iba a ir de rositas el gran malvado, a la madre se le escapa inocentemente un detalle que no tiene nada de inocente: su hija le pidió que trajera un paquete, que al parecer eran joyas para otra chica de la galería. Fenner entra en pánico e intenta correr a avisar a Shell para que invente algún buen cuento, pero Helen tampoco es tonta y le pide que acompañe a la señora a la salida, que ya ella se ocupa de la entrevista con la presa. Jim se va con el rabo entre las piernas y rezando a todos los demonios para que a la bruja de la Shell se le ocurra algo que tape el pastel.

Por supuesto, Shell nos hubiera defraudado si no se hubiera inventado una buena mentira en aproximadamente 5 segundos: las malas son así, listas como el hambre. Nuestra villana número uno alega que fue Rachel quien le pidió un contacto para conseguir droga fuera de la cárcel; y Shell, pobrecita, no sabía de nadie (porque ha pasado mucho tiempo en el trullo y ha perdido las amistades de fuera). Así que le dio el teléfono del camello, pero pensando que ni tan siquiera viviría ya allí. Y ahora su sensibilísimo espíritu está contrito porque piensa que tal vez se suicidó al no encontrar suministro de droguitas. Se lo crea o no, Helen no tiene más alternativa que fingir que la ha convencido. Primer round ganado por Shell, que incluso se ofrece para cantar cual jilguero en el funeral de la finada. Cuando Fenner se entera de que ha dado una versión exculpatoria, no puede evitar exhalar un suspiro de alivio.

Helen Steward se ha quedado con la mosca tras la oreja, pero ahora tiene cosas más urgentes que llevarse a la mente. Ha pedido que le traigan a Nikki Wade (su presa favorita) a su despacho, y reclama también el expediente personal de la reclusa. ¿Va a interesarse de verdad la directora por el caso personal de Nikki? ¿Quiere ayudarla con sus problemas penitenciario-legales? Fenner se encarga de transportar a la interna desde la celda de castigo al despacho de la directora.

Nikki no pierde ocasión de mostrar su hostilidad al guardián, y, tras decir que si la jefa quiere verla, por ella puede irse a la mierda muy directamente, le espeta malévola: “Usted debe de echar de menos a Rachel más que todos nosotros”. La frase tiene un evidente efecto secundario, y Fenner se muerde los labios para no meterle a Nikki un mojicón. Ella repone desafiante: “¿He dicho algo inapropiado?”. Jim aprieta la mandíbula y decide dejar su venganza para mejor ocasión.

Nikki entra en el despacho de Helen con ganas de guerra, y como sabe que se ha portado mal y que la mejor defensa es un buen ataque, le escupe a la directora que si un suicidio es su idea de mejorar las cosas dentro de la cárcel. Helen hace esfuerzos por contenerse y le manda que se siente. Nikki se queda de pie ignorando la orden; Ms Steward la repite con más firmeza y consigue que la niña traviesa tome asiento. Comienza la directora con la lectura de cartilla por mala conducta, y en cuanto entra en el tema de las razones de la pelea y la posible falta de madurez que Nikki demuestra metiéndose todo el tiempo en fregados, la reclusa se rebela y hace ademán de levantarse. Entonces Ms Steward pega un berrido: “¡¡He dicho que te sientes!!”. Tan delicado método surte mejor efecto en la reclusa que los simples ruegos educados, y Nikki vuelve a colocar dócilmente sus posaderas sobre la silla (eso sí, el comentario sardónico no se lo ahorra: “¿No preferiría que fuera eléctrica?”, responde a la airada directora).

Helen continúa echándole la filípica y amenaza con transferirla a otra prisión. Nikki dice que le da todo igual, que le importa un pimiento, que se la sopla por completo. La directora juega con ventaja porque conoce las cartas de su rival (sabe por Monica que a Nikki la ha dejado la novia). Intenta entonces una maniobra envolvente, preguntando en plan inocencia si no le importa que la aleje de Trisha.

Así que a la reclusa no le queda más remedio que confesar que han roto (bueno, en realidad expresa que ha sido ella quien ha dejado a Trish, supongo que para mantener su dignidad en el nivel de flotación). Helen pregunta con interés cuánto tiempo llevaban juntas. Nueve años, lo que ya es un tiempo bastante respetable en una relación. Pero a Nikki tanta comprensión y amabilidad le huelen a cuerno quemado y reactivamente contraataca: “¡Probablemente piense que no es de verdad porque somos lesbianas!”.

Helen está cabreada pero de verdad

La poca paciencia que seguía atesorando Helen queda derramada de golpe y grita fuera de sí: “¿Por qué no te callas? ¡¡¡¡Cállate!!!!”. La reclusa se queda un poco descolocada, nunca ha visto a la calmada y contenida Ms Steward en este plan. Y además el autoritarismo le da a Helen un punto sexy que no es normal. Ahora sí que Nikki Wade permanece mansa cual corderita lechal, recibiendo el merecido rapapolvo.

La directora explica que su rebelde y favorita reclusa se ha metido en una dinámica cuyo esquema podría dibujarse de forma circular (lo que coloquialmente definiríamos como el típico problema de “la pescadilla que se muerde la cola”): Nikki rompe las reglas /es aislada /vuelve más amargada y agresiva que antes/y todo vuelve a ocurrir otra vez exactamente igual. Y como la mala conducta suma recargos de reclusión, a este paso, Nikki no va a salir de la cárcel hasta dos días antes del Juicio Final.

Wade reconoce que el diagnóstico es irreprochable y pide saber cuánto tiempo va a pasar en aislamiento en esta ocasión. Por si no hubiera tenido bastantes sorpresas en el día, aquí viene la mejor: la directora no la va a enviar a la celda de castigo, con una amonestación basta. Helen está intentando romper el círculo vicioso que preside la conducta de la reclusa, y añade: “Me estoy arriesgando por ti. No sé por qué pero me estoy arriesgando por ti”. Nikki la mira completamente desconcertada. Pide permiso para abandonar el despacho. La directora se lo concede y, cuando ve que abandona la estancia, sonríe.

Bueno, Helen, es evidente que tú no sabrás por qué te tomas tantas molestias con esta difícil reclusa, pero te aseguro que en realidad está todo muy claro: porque blanco y en botella siempre ha sido leche.

Shell y su lugarteniente-amante a ratos se encuentran en los pasillos de la cárcel en pleno pitorreo sobre la canción que va a cantar la malísima Dockley en el funeral de la suicidada. A ambas se le congela el cachondeo cuando ven aparecer a Nikki, que creían castigada de por vida o expulsada de la prisión. Shell apela a la “justicia” ante Fenner: ¿Cómo es posible que después de haber recibido varios mojicones de Wade, ésta no haya sufrido aún el más rotundo de los castigos? Fenner también se indigna con el perdón, pero nada puede hacer…de momento.

Reunión del equipo guardián con la directora: Miss Steward explica las últimas novedades y anuncia las medidas tomadas en varios asuntos. Uno de ellos es por qué no ha mandado a la díscola Nikki Wade a otra prisión. La bulldog expresa su disconformidad con la medida: lo mejor es que les hubiera librado de tan fea compañía. Fenner apoya la protesta. Helen aclara que, dado que ninguna otra medida ha tenido éxito con Nikki, ha creído conveniente llegar a un acuerdo con la rebelde, a ver si así entra en razón y mejora su actitud social. Helen dice además que Wade no está en su mejor momento psicológico, dada su ruptura sentimental reciente, y que hay que tener eso en cuenta. Fenner exclama: “¡Ahora sí que lo he oído todo! ¡Que se vayan al carajo las reglas porque una lesbiana haya terminado con su novia!”, mientras tira con desprecio un periódico al suelo. Creo que lo mejor será poner bajo sus pies un copioso manojo de leña seca untado en brea y quemar a este buen señor, sin apiadarnos en ningún momento por los alaridos que pudiera proferir. Un cabrón semejante no merece otro destino.

La cuadrilla al completo y el Fenner soltando majaderías por su boca

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Sólo Dominic apoya la decisión de la directora. Helen aprecia el gesto, pero tampoco le hacía mucha falta: está decidida a pelear por la redención de la reclusa. Y esto entra dentro de la estrategia general que se ha propuesto seguir: tomar de una vez las riendas de la prisión. Lo primero: investigar personalmente qué pasó con Rachel. Ms Steward se persona en la celda que ocupó la suicida en su última noche, buscando respuestas. Ninguna de sus compañeras de presidio está dispuesta a hablar. Pero Helen es tenaz. Tanto que a base de insistir, consigue que la beata Crystal –sí, la de la guitarrita- acabe por chivarse del acoso que propinaba la lugarteniente de Shell a la muerta. La lugarteniente, llamada Daniella Blood (oh, qué apellido tan apropiado a su personalidad), es enviada a la celda de aislamiento ipso facto. Den (diminutivo de Daniella) pronto pierde la paciencia y grita insultos contra Fenner, chillando que debería ser él y no su persona quien habría de verse confinada. Shell advierte al malvado guardián de lo poco silenciosa que se está volviendo su amiga, y Jim comienza a ponerse nervioso.

Para empeorarlo todo, en el velorio de Rachel suceden varias cosas: Shell canta, el público canta (es lo que tienen estos oficios religiosos, que duran eternamente y que son muy corales), el gran jefazo llega tarde y Helen hace un discursito en el que aclara que no va a abandonar la investigación hasta descubrir qué fue lo que REALMENTE provocó que Rachel se suicidara. Fenner entra en pánico. Alarmado, corre a la celda de castigo y hostiga a Denn: si no cambia su versión (la “correcta”, es decir, que Rachel se mató por la tristeza de ver a su bebé dada en adopción), “todo irá bien”.

Pensando que si apoya a Fenner se va a librar de la celda de castigo, Denn le obedece y mantiene la versión cuando Helen la interroga. Pero las cosas no salen como a Jim le hubiera gustado: Ms Steward decide que por haberle propinado pataditas a la víctima, Denn se merece como mínimo una semana más de encierro. Y claro, sintiéndose traicionada y no sacando tajada de su complicidad con Fenner, Denn pide hablar con Helen y se chiva de que Jim se estaba trajinando a la suicidada. La directora, por más asco que tenga a Fenner, no da crédito a lo que oye: es demasiada cabronería hasta para él. Pero se queda con la mosca tras la oreja y se encamina en busca de información al jardín que cuida Nikki. Allí está Wade, cortándole los esquejes sobrantes a un rosal.

Helen se aproxima y pide a la reclusa que certifique o desmienta la confesión de Denn. Nikki ofrece algo de resistencia, por no gustarle la delación, pero acaba por confirmar que ella advirtió a Rachel que su “amistad” con Fenner no podría traerle nada bueno. Helen ahora lo sabe: es verdad, Jim mantenía relaciones sexuales con la difunta. Llama a Fenner a capítulo y le interroga. El vil guardián reacciona amenazándola y alegando que si Nikki Wade le acusa es porque es lesbiana y “lógicamente” odia a los hombres; y como él es un hombre, pues se inventa mentiras de él para hundirlo. Tan ilógico silogismo olvida que si alguien odia a Fenner no es porque sea un hombre, sino porque es objetivamente odioso. Después de la reacción del guardián, Helen está ahora absolutamente segura de la veracidad de las acusaciones vertidas por Denn y confirmadas por Nikki.

Así que cumple con su deber y acude a informar al Big Boss de la cárcel. Cuál no es su sorpresa cuando el superjefe (llamado en la pila bautismal Simon) resulta que ya ha sido informado por el propio Fenner. Y entonces Ms Steward se topa con un muro de negación contra el que no cabe sino estrellarse: Simon se pone del lado del malvado guardián, rechaza la opinión y criterio de Helen y llega a prohibirle que siga adelante con el asunto so pena de tener que dimitir ella misma. Además, le impone que se tome unos días libres para “pensar” si quiere seguir en el trabajo o despedirse: está claro que él preferiría que Helen marcara la segunda opción. La Liga Masculina ha vencido de nuevo y Fenner sale encima fortalecido en su poder. Qué desgracia, qué vergüenza, qué trabajo va a costar arrancarlo de su trono de capullo. Pero no hay que rendirse, todo llegará. Y la noche desparrama una vez más su oscuridad sobre la fea prisión en espera de que comience el próximo capítulo.