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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Este es el último episodio de la temporada, así que promete ser intenso. Quien se atreva, que me siga. Como todas las mañanas, a Helen Steward le ataca una costumbre que afecta a bastantes seres humanos (y que no falte): irse a trabajar. Pero, como también viene siendo habitual, su futuro esposo no puede dejar que se marche tranquila, tiene que decir algo que la perturbe y así vaya entretenida con sus preocupaciones todo el camino hasta la prisión. Informa el novio de que el día anterior llamó un tal Simon; a Helen se le despiertan las alertas porque en el primero que piensa es en su Jefe Stubberfield. Pero no, el Simon en cuestión es un amiguete (emparejado con una tal Claire) que ha preguntado al mozo si durante la próxima luna de miel del matrimonio Helen&Sean pueden quedarse en su piso.

Como ya se siente Marido, Sean ha contestado que sí, sin contar para nada con la opinión de su futura; nótese que la vivienda es propiedad de Helen, siendo su novio un inquilino invitado a la misma. Ms Steward está adquiriendo no sólo un cónyuge, sino también un nuevo dueño y señor que no siente la más mínima necesidad de preguntarle a Helen qué opina del uso que se hace de todo lo que hasta el momento fueron sus propiedades privativas y personales.

Las visitas cerradas no han hecho felices a las reclusas. Las Julies están recogiendo firmas para pedirle a la gobernadora que vuelva a instaurar su apertura. Los dos blancos de todas las malas miradas son, obvia y merecidamente, Dockley y la santurrona Crystal. Su alianza anti-drogas está definitivamente superada: Shell, una vez ejecutado su plan para expulsar a la guardiana Lorna, pasa total de sus escarceos religiosos. Crystal por fin se da cuenta (un poco más y hay que escribírselo en una pared con letras gordas) de que Dockley fingió convertirse y sigue tan malota y tan atea como siempre. Su único interés era manipularla para conseguir sus fines. Furiosa, Crystal la llama “puta de dos caras”, aludiendo a su falsedad.

Acostumbradas como están a que Nikki tenga una amistad especial con la directora, las dos Julies han pensado que bien podría ser ella quien llevara el escrito con las firmas a Ms Steward, en plan embajadora. Pero Nikki no quiere ni ver a la gobernadora.

Evidentemente, nadie salvo ellas dos (bueno, y nosotras también, claro) sabe qué ha podido pasar para tal cambio de actitud. Pero resulta evidente que las relaciones entre ambas han dado un giro, aunque aún no sabemos de cuántos grados.

Los intentos de Nikki por esquivar a la directora no van a ser fructíferos: Ms Steward tiene una carta sobre su mesa, procedente de la Open University (una universidad a distancia, algo así como la UNED en España). Evidentemente, son noticias para la reclusa estudiante, así que la llama a su presencia. En cuanto el guardián que la acompaña cierra la puerta y se queda a solas con Helen, Nikki empieza a protestar y a echarle en cara que la evita. Ms Steward replica que no debió “aprovecharse de ella” (¡por todas las diosas!, cualquiera diría que la violó). Nikki contesta a su vez que si hay alguna regla que prohíba besar a la directora, pues que la mande al nivel básico y punto. Entonces Helen se encara con ella y espeta: “De verdad te lo digo: si sigues así, una de las dos va a tener que irse de Larkhall. Lo digo en serio”.

¿Han notado que la directora no expresa sentirse molesta con el acercamiento besucón? Más bien lo que hace ver es que está preocupada por la situación en que pueden meterse las dos si la cosa amorosa va a mayores. Es más, indica claramente que “una de las dos” (no necesariamente está hablando de trasladar a Nikki, sino que ella misma debería solicitar nuevo destino) tendría que abandonar la prisión. Helen está expresándose en términos no de desagrado, sino de evitación del peligro. Le va Nikki más que a un tonto un pirulí, sólo que aún no puede reconocerlo.

Yvonne Atkins, la reclusa que ingresó en el episodio anterior, está haciéndose notar. Claramente busca el liderazgo y sus estrategias son impecables: sonríe a diestro y siniestro, coquetea con todo el mundo, regala cigarrillos a quien los precise y hasta alaba las dudosas dotes como cantante de Crystal (la santurrona chica de la guitarra). Tiene dinero para agasajar y encima es lista: planea formar un coro que cante fatal para que los guardianes, hartos del suplicio musical, firmen la petición de visitas abiertas. Su popularidad ha ganado en pocas horas varios millares de puntos. Lo que acaba de rematar la faena, y que desata la hilaridad general, es burlarse y partirse y mondarse de risa de Sylvia (la guardiana bulldog) en sus mismos morros: ahora está de su parte el 90% de la población reclusa (aproximadamente).

Pero todo tiene su haz y su envés: como la bulldog se ha quejado de la impertinencia a Ms Steward, Helen (que también tiene su lado cachondo) decide asignarle como “oficial personal” precisamente a Hollamby (o sea, a la bulldog, de quien ya sabemos el apellido). Yvonne tuerce el hocico y lo vuelve a torcer de nuevo cuando la gobernadora le indica que sus ingresos van a verse limitados a la asignación que tienen el resto de las condenadas en el comienzo de su carrera presidiaria: 2,50 libras esterlinas por semana y ni un céntimo más. Nada de privilegios dinerarios. ¡Qué sexy se pone Helen en plan jefa dura!

Yvonne iba bastante informada a la reunión con la gobernadora, porque se ha estudiado a conciencia el manual de uso de la cárcel para presas novatas. Pregunta para resolver la única duda que tiene: si, de lo que se desprende de las instrucciones, cada reclusa puede tener una guitarra. En el preciso instante en que Ms Steward va a responder tan extraña cuestión, suena el teléfono. Helen lo descuelga y resulta que es el pesado de su novio. Sean se está descubriendo como un auténtico capullo: llama en plan exigente, reclamando que sigan con una conversación que quedó inconclusa por la mañana, precisamente porque Helen se tenía que ir a trabajar.

El trabajo de su novia para este muchacho es cosa que puede dejarse como cuestión secundaria, cuando él lo desea hay que aparcarlo todo para atenderle a él. Helen, lógicamente, se cabrea y comienzan a discutir. Para evitar tener público en la conversación, la gobernadora aplaza la entrevista con Yvonne, mandándola salir de su despacho. Y la telefónica trifulca es oída con todo detalle por la reclusa, que se ha quedado escuchando tras la puerta. Dominic la pilla en plena operación de pegar la oreja. Cuando pregunta qué está haciendo en tan sospechosa postura, Yvonne no se corta ni un pelo y responde que escuchando a la directora discutir con su novio. Desde luego, desparpajo no le falta a esta mujer. La pregunta de Yvonne iba con bala. Un cargamento de guitarras llega a Larkhall, puesto que sí está permitido por las ordenanzas que las presas tengan una. Asistimos a la fundación del “Coro Tabernáculo de Gospell de Larkhall”, a mayor gloria de dar la lata todo el día con las musiquitas.

El capellán está encantado, claro, y las reclusas toman con ímpetu los ensayos. Como no tienen ni puñetera idea de tocar la guitarra, la primera ejecución va a ser la de una canción que supuestamente conoce todo el mundo: “Kumbayá”. Y entusiásticamente comienzan con ella el martirio melómano. Yo, la verdad, hubiera elegido más bien el “OéeOeeeéOéee” que se canta en los partidos de fútbol, más que nada por constituir más reto para memorizar la letra.

También aprendemos a costa de Yvonne que hay una especie de tenderete dentro de la cárcel donde se venden cosas, y que en él es donde las presas gastan las asignaciones. Ella tiene sólo 2,5 pounds, pero Monica (que lleva más tiempo entrullada) dispone de 12,25. Se gasta prácticamente toda su fortuna en tarjetas telefónicas (bueno, menos 0,25 que emplea en un paquetito de caramelos de menta), y pronto descubrimos que las mencionadas tarjetas son una auténtica moneda de cambio dentro de la prisión. En la trena, privado el dinero de valor efectivo, renace el antiguo arte del trueque: las tarjetas son muy codiciadas, porque garantizan nada menos que el contacto con el exterior. Y es fácil suponer que Monica no quiere tanta tarjeta para llamar a todas sus amistades, sino para darlas en pago de otros productos. A la entrada de las duchas y muy discretamente, tiene lugar el intercambio de toallas, que esconden las mercancías. ¿Qué es lo que ha comprado Monica con las tarjetas? Cuatro frasquitos de cristal que, obvio es, contienen algún tipo de sustancia líquida transparente.

La aventura guitarrística empieza a ocasionar los primeros efectos secundarios. Shell está muy mosca porque su hasta ahora dominada esclava Denny empieza a demostrar interés por algo y alguien más que por su dueña.

Yvonne ejerce sobre ella una evidente fascinación, y a Dockley ni le gusta que le den alas a su antes sumisa amante, ni mucho menos tener competencia en el poder absoluto. Se engalla con Yvonne y le manifiesta que haría bien en tenerla miedo. Yvonne la mira fijamente a los ojos y, con una firmeza de hielo, le responde: “Yo no uso el miedo”.

Invadida por el desconcierto y oliendo el peligro de ser destronada para siempre, Shell busca con desespero el recurso que siempre le funcionó en el pasado: papá Fenner. Se lo lleva a su celda y comienza a intentar ganárselo en tres fases: 1ª) “No sé qué te pasa conmigo, con lo buena que soy”: error, Fenner no traga; 2ª) “Cuánto te echo de menos, vida mía”, llevándole una mano a su teta (es curioso qué popular es este método de establecer relaciones íntimas en esta prisión): error de nuevo, Jim sigue sin tragar; 3ª) “¡Qué te has creído, no te vas a librar fácilmente de mí porque puedo coaccionarte contando el historial de polvos con que nos hemos homenajeado mutuamente”: craso error. Fenner se sonríe un poquito, la mira de través, y cuando está desprevenida la coge de la cabeza y le estrella la cara contra la pared.

Con la advertencia de que sin protección puede que alguien la raje el gaznate cualquier día y con la mejilla y la nariz arrojando sangre en abundancia, Shell se queda llorando mientras el temible guardián abandona su celda. En otra celda entra Nikki de visita: la de Monica. Al día siguiente tiene nuestra atormentada presa su apelación, así que Wade ha ido para darle los ánimos pertinentes. La encuentra sentada con una cierta actitud de ensimismamiento, pero interpreta que es la preocupación por el inminente acto procesal al que tiene que enfrentarse. Sus sospechan comienzan cuando ve que tiene el traje depositado en el fondo de una bolsa de plástico, señal inequívoca de que no piensa ponérselo próximamente. A ver, si tiene que ir a un juzgado al día siguiente y no planea ponerse sus mejores galas para dar buena impresión, algo no concuerda. Nikki pregunta a Monica si la está mintiendo, Monica lo niega. Nikki insiste, toda mosqueada. Monica acaba por decir: “Ya es tarde”, y se desploma al suelo. Efectivamente, ha ingerido los frasquitos (cuyo exacto contenido ignoramos qué puede ser, pero seguro que algo tóxico) y todas las pastillas que ha estado atesorando. Entre Nikki y las dos Julies hacen lo posible y lo imposible por reanimarla. Le dan agua y paseos constantes, con dos finalidades: que vomite y que permanezca consciente. Parece que no hay manera de que su organismo reaccione finalmente y expulse toda la mierda que tiene dentro.

Cuando ya están a punto de desesperarse, por fin, a Monica le viene la arcada y devuelve hasta las tripas en la taza del inodoro. ¡Victoria! Una de las julies trae una taza de té (los británicos piensan que lo cura todo) para que se reponga. Y cuando empieza a dar los primeros sorbitos, aparece Ms Steward asomando la cabeza por la puerta. Se queda de piedra al ver la cara grisácea y macilenta que se le ha quedado a la paciente. Nikki y las dos Julies afirman que tiene mal aspecto por los nervios de lo que pasará al día siguiente. Helen se lo cree a medias, pero descubre la verdad en cuanto vuelve la cara al wáter y descubre los restos de la vomitona.

Instantes más tarde, la gobernadora se va derecha a la celda de Nikki a pedirle explicaciones. Le recrimina que no haya informado del intento de suicidio, porque podría haber tenido un desenlace fatal. Ha corrido un peligro terrible e innecesario.

Finalmente, pregunta, aún indignada:

Helen: No te entiendo, ¿cómo has podido ser tan irresponsable? ¿En qué demonios estabas pensando?
Nikki: En ti”
Helen: ¡¿¿¿¿QUÉ?????!
Nikki: Lo hice para protegerte a ti”

Efectivamente, ya ha habido bastantes conflictos en la prisión (con suicidios incluidos) como para echar más leña a la pira en la que podría arder la directora. Helen se queda sin palabras.

Cuando llega a su casa, encuentra lo de siempre. ¿Apoyo quizás? ¿Interés por cómo le ha ido el día, tal vez? No. Lo de siempre es lo de siempre: un novio obsesionado por los detalles de la boda, y con empeño en que Helen debería estar igual de obsesionada que él por el enlace y todos sus efectos y detalles colaterales. El rapaz sale al porche manifestando que va a comprarse un traje para su despedida de soltero, que quiere que Helen le acompañe a elegirlo en cuanto termine de las futilidades judiciales que la esperan al día siguiente. Pregunta además si ella se va a montar una despedida de soltera. Helen está tan de humor para organizarse tal evento como de irse a dar la vuelta al mundo de rodillas y volver sobre sus muñones.

Sombría, pasa a contarle algún detalle de sus problemas, a pesar de que es evidente que le importan la nada. Y, como de paso, menciona que Nikki cree estar enamorada de ella. El mozo, antes completamente desinteresado por cualquier parte de la vida de su novia en la que él no esté presente, despierta al mundo terrestre. No sé si es porque por fin ve que Sean hace caso de sus cosas o porque le apetece sacar ciertas cosas a la luz del día: el caso es que Helen le cuenta que Nikki la ha arrastrado a su celda y hasta intentó besarla. El novio se alborota: ¡eso es asalto!, exclama. Sabemos que Helen miente (ni ha sido obligada a entrar en celda alguna ni tampoco agredida; de hecho el beso sí se produjo, no existiendo tampoco “intento”).

Inmediatamente el galán pide acción, inquiriendo cuál va a ser la resolución de la gobernadora ante tal falta de respeto y sugiriendo que se traslade de inmediato a otra prisión a la peligrosa rival. Cuando Helen dice que no va a pasar nada más y que tampoco tomará medida alguna, Sean aprieta los dientes y tira con rabia la chaqueta al suelo.

No es fácil jugársela a Shell Dockley. A pesar de que tuvo momentos de más gloria malvada, no es una presa fácil de domar. Si ella decide que se va a vengar, pues busca y busca el mejor camino; y si descubre que por un lado no puede, encontrará otro. El mojicón que le ha dado Fenner no va a quedar impune: la vemos escribir. Uy, qué raro y qué sospechoso es toda actividad intelectual en nuestra Shell. La primera línea del escrito es: “Querida Señora Fenner:…”. Es evidente que se trata de una carta dirigida a la esposa del guardián. Nada hay como torpedear al barco enemigo bajo la línea de flotación; en este caso, atacar a Jim en su propia casa. La misiva saldrá de la cárcel gracias a una amiga de Denny (a la que Shell sigue utilizando como su esclava personal), que será puesta en libertad en breve.

La libertad también le anda rondando a Monica. Por la mañana tempranito salió hacia los juzgados y, horas más tarde, aparece la noticia en los informativos de la tele. Las reclusas prestan la máxima atención; el presentador habla y habla comentando la noticia y…..por fin resuelve la conclusión: Monica ha ganado su apelación.

Ha sido absuelta y por tanto está ¡libre! La población presidiaria no cabe en sí de gozo; se abrazan, se besan, se achuchan, saltan y brincan, celebran –en fin- la victoria de la que ya ha pasado a ser su excompañera. Aprovechando la difusión que van a tener sus palabras, Monica dirige un pequeño discurso, cuya valoración dejo a cada una de ustedes: “Antes de que fuera a prisión imaginaba que las delincuentes eran monstruos o locas. Estaba equivocada. La mayoría de las mujeres que he conocido, y sin las que no podría haber sobrevivido, son cariñosas, inteligentes, divertidas. Algunas han sido separadas de sus hijos; otras, como yo, los perderán para siempre. Muchas son drogadictas que necesitan rehabilitación. Muchas mujeres son víctimas de abusos por parte de hombres, y necesitan amor y apoyo, no cacheos y acoso. En mi opinión, la cárcel como castigo sólo hace que las malas situaciones se vuelvan peores. Gracias”. Mientras Monica hablaba, la cámara ha ido fijándose en los ejemplos de carne y hueso a que se refería la oradora: las Julies privadas de sus hijos; la drogadicta Zandra, que también probablemente sea separada del bebé que espera; Denny, víctima de los abusos de su padre, de su padrastro y de quién sabe cuántos más…. En fin, todo un rosario de desgraciadas con la vida rota. Cuando la secuencia termina, la cámara para en Nikki, que vierte unos lagrimones de cuarto de litro por cada ojo.

Helen ha permanecido de pie y conteniendo el gesto tras Monica mientras ésta entonaba su speech. No crean que su impavidez reflejaba la total ausencia de sentimientos que debería en un acto oficial. Ms Steward está tocada en lo más profundo de su ser emocional. Tocada y hundida, se dirige en línea recta a la sastrería donde su novio se prueba el trajecito de fiesta. Por fin se ha dado cuenta de que fingir, vivir la pamema, y meterse embustes a sí misma sobre lo acoplados que están sus sentimientos a lo que se muestra al exterior, es de ser boba de remate. Al final, es esto de lo que se trata siempre: ¿Hay que vivir como se supone que debes, o echándole agallas y dirigiendo tu propio buque? Capitana de sus sentimientos, confiesa por fin al pesado de su novio que no puede casarse con él. La razón es tan simple como obvia e incontestable: no le quiere. Punto. Y contraer matrimonio con alguien a quien no se quiere, además de canallada es tontería.

¿Cómo es que Helen se ha dado cuenta de repente que no ama al novio y no se había percatado antes? Somos conscientes de que no queremos de verdad a alguien cuando sentimos amor por otra persona y…comparamos. Al poner en una balanza ambos sentimientos, Helen ve que Sean pesa bastante menos que lo que descansa en el otro platillo. El encabronado exnovio, se cuela con artes fingidas en el jardín de la cárcel. Sabe que es el lugar perfecto para que todo el mundo (reclusas, guardianes, personal administrativo, visitas o cualquiera que se encontrara en la prisión) vea el espectáculo. Planta en la mitad del jardín una especie de soporte de madera con forma de perchero, cuelga el traje, lo rocía con gasolina y (como era de esperar, tras todas estas maniobras), le prende fuego. Menudo escándalo.

Desde las ventanas, la totalidad de la cárcel contempla el espectáculo. Helen baja y le pide que pare: todo inútil, el “caballero” la deja plantada contemplando la pira ardiente. Una de las Julies exclama: “¡Qué rastrero!”.

Es duro que te dejen, no cabe duda. Pero también es cierto que es en las malas donde hay que demostrar la grandeza de espíritu y la nobleza, cualidades de las que Sean deja claro que carece. El amor aplaca la ira y respeta a la persona amada, por doliente que sea la situación. El amor verdadero no se complace en la rabia, ni busca su humillación, por más que se haya portado fatal. Si no, pues claramente no era verdadero amor, sino simple sucedáneo. Madre mía, qué sermón me acaba de salir.

Helen estará muy triste, no cabe duda. Pero el aspecto positivo es que se ha librado de un maromo que ha mostrado su verdadera cara (porque de fiesta todos somos muy simpáticos). Peor hubiera sido que firmara “en lo bueno y en lo malo” y el socio sólo cumpliera la primera parte de la cláusula.

Nikki sale disparada hacia su celda, buscando la ventana: sabe que Helen quedará a su vista cuando salga del jardín hacia el mundo exterior. Efectivamente, Ms Steward se dirige a la salida con paso rápido y un buen montón de lágrimas en los ojos.

Nikki la llama desde su ventana; la directora se vuelve y mira a la reclusa. Pero decide seguir el camino, aún confusa y desarbolada. Es demasiada marabunta de sentimientos la que se aposenta justo en este momento en la directora. Dejémosla reposar que, ahora que es libre de su propia cárcel, elegirá la dirección en que quiere que se dirija su vida. Y, con el telón abierto, finaliza esta primera temporada: prometiendo nuevas lides y avatares en la próxima. ¿Qué tal les ha sentado este tiempo a la sombra? ¿Se han convertido ya en auténticas “chicas malas”? Si es así, perfeccionarán sus aptitudes presidiarias en la segunda, no lo duden.