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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Señoras, bienvenidas a la serie más disparatada de la televisión española. Nuestro interés en este espectáculo (aunque podamos despatarrarnos de la risa con las demás situaciones) se centra, como no podía ser de otra manera, en la aparición de una pareja de mujeres en escena. Pero la serie lleva ya cinco temporadas, y para quien no la haya visto, resulta imprescindible hacer una panorámica inicial. Creedme, sin una introducción corremos el riesgo de que os perdáis cual burro en un garaje.

Estas son las que nos interesan a nosotras, aunque es posible que más personajes se acaben animando a pasarse a nuestra acera

La acción se desarrolla en una comunidad de vecinos. Concretamente, se trata de una urbanización llamada “El Mirador de Montepinar”. Tan pomposo nombre esconde un simple bloque de pisos, en cuyos alrededores ni hay un monte ni tampoco un pinar: más bien es un descampado prácticamente desierto y deshabitado por completo (sólo en otra temporada se conoció un bloque de viviendas anejo, con cuya comunidad se establecieron relaciones de hostilidad mutua). El tal “Mirador” está lo más lejos que se puede estar de Madrid o cualquier otro núcleo civilizado; es decir, su ubicación geográfica podría definirse como “donde Cristo dio las tres voces”, “donde Dios perdió el mechero”, “en el Quinto Coño”, o cualquier otra expresión parecida que se les ocurra.

Tal idílico hábitat está ocupado (como es lógico) por vecinos que habitan las viviendas del bloque. Hasta ahí, normal. Pero el asunto es que todos los habitantes de “El Mirador de Montepinar” están locos. Cuando digo “locos” no me refiero a que reaccionen con estrés, que griten a sus parejas, que armen ruido o que les den locurillas; aquí la demencia es demencial y constituye la tónica general. La Ciencia no ha podido explicarse cómo fueron todos a parar al edificio, o si es la construcción que está maldita, o si llegan normales y luego se contagian. Pero el hecho cierto es que están todos como regaderas y poner en la entrada un cartel de “Frenopático” no desentonaría lo más mínimo.

Hay que aclarar que el humor de esta serie es bastante disparatado y a veces extremo. Que nadie se sorprenda de oír diálogos subidos de tono, expresiones inapropiadas o insultos realmente ofensivos. Está claro que todas las situaciones son absurdas y que se toman siempre a cachondeo feroz. Los personajes son esperpénticos, que nadie espere seres psíquicamente profundos; más bien están trazados con rotulador gordo y con una intención esquemática. Y es que, no hay que darle vueltas, esto es una comedia y su intención es hacer reír (a ser posible, a carcajada limpia).

La tropa de chiflados al completo

Tendremos ocasión de convivir con todos los chalados, así que los iremos conociendo sobre la marcha. Pero, para abrir boca, diremos que: Antonio Recio (recién destituido presidente de la comunidad) es el que probablemente está peor de la cabeza; es racista, homófobo, xenófobo (y unos cuantos “fobos” más), tiene delirios de grandeza, sus prácticas sexuales son bastante curiosas y tiene una empresa de pescadería (él aclara siempre que es mayorista y que no limpia pescado). Su mujer es una reaccionaria y ultracatólica radical, lo que no ha impedido que se follara al conserje. El conserje es un ser primario, que habla como un oligofrénico, y que hace de criado a quien ocupe la presidencia –cumpliendo, dicho sea de paso- todas las órdenes, por delirantes que éstas sean. En otro piso vivía el matrimonio constituido por “los cuquis”, y que ahora está roto: ella se acostó con otro y tuvo un hijo, con lo que se enteró el marido (que es un gañán que sólo piensa en meter su sexual miembro en todo agujero con apariencia de hembra). En el ático vive una psicóloga (Judith) que le hace terapia a todos, pero la que más la necesita es ella misma. Tiene por amigas a un par de ninfómanas que viven en el bajo y que también dan guerra todo lo que pueden. Otro de sus pacientes, con el que se ha liado, es Enrique Pastor (concejal de Juventud y Tiempo Libre). El tal Enrique comenzó a vivir en esta comunidad casado y con un hijo (que es un adolescente deslenguado y bastante sinvergüenza). Su mujer (Araceli) le abandonó y se fue a vivir por ahí, no supimos nunca dónde. ¡Uf! ¿Se van haciendo a la idea de cómo está el patio?

Y aquí empieza nuestro asunto: esa esposa fugada vuelve de nuevo, esta vez acompañada de quien es su nueva pareja. Esa pareja es otra mujer.

Todavía no lo sabe nadie cuando Araceli se presenta sin más en la puerta de Enrique, después de una ausencia de tres años de nada. Se sientan en plan civilizado a hablar de sus cosas, hasta que el concejal explota pidiendo una explicación (dado que no la tuvo en su momento: su mujer simplemente le dejó una nota que rezaba “me voy”).

Araceli hace memoria –porque ya no se acuerda bien de sus móviles después de tres años- y acabamos resolviendo que se agobió. Su vida no le gustaba y puso tierra por medio. Ahora ha vuelto para recuperar el cariño de su hijo y, de paso, lo que le corresponda de la partición de bienes tras el divorcio. Pastor se pone hecho una furia y con gesto altivo la echa de casa. Pero cuando cierra la puerta, le ataca la bipolaridad y exclama: “¡Qué guapa está!”. A todo esto, durante la conversación, Araceli ha dicho que tiene pareja (aunque no ha aclarado cuál es su género) y Enrique presume de tenerla también (aunque lo suyo con la psicóloga es cada vez más inexistente).

Días más tarde, una nueva inquilina aparece de mudanza. Su intención es ocupar el piso que quedó libre tras la muerte, víctima de una fritura de croquetas, de otra vecina (llamada “La Croqueta”, y a cuyas aventuras aludiremos en otra ocasión). El nuevo personaje se llama Reyes. Nada más por llegar, desde los balcones surgen dos preguntas: 1) “¿Tienes aspiradora?” (emitida por un vecino que vende aspiradoras, bastante pocas, por cierto) y 2) “¿Crees en Dios, Nuestro Señor?”, formulada por la ultracatólica que se folló al conserje. Si la mayor ilusión declarada por la nueva inquilina del edificio era que los vecinos la dejaran en paz, comiénzase a ver que eso no va a ser un objetivo viable ni a largo, ni a medio, ni a corto plazo.

Como no hay luz en todo el edificio por falta de pago, el ascensor no funciona y los empleados de la mudanza se niegan a subir todos los trastos por la escalera. Un montón de cajas quedan depositadas en el portal. El vendedor de aspiradoras, la ultracatólica y una de las viejas chifladas, esperan ya junto a las cajas para darle “su bienvenida” a Reyes.

Lo primero que hace la nueva inquilina es indignarse ante la insistencia del de las aspiradoras en venderle una: ella lo interpreta como un gesto machista dirigido a identificar la figura femenina con una chacha barre-suelos; pronto olvida su indignación, acosada por nuevos retos: la vieja chiflada (una que fuma mucho), la advierte de lo peligroso que es el piso donde va a vivir, porque allí murió La Croqueta víctima de un accidente doméstico (friendo croquetas, como no podía ser de otro modo). Para completar el dibujo, le cuenta que por las noches se oye a la finada freír croquetas –que monomanía, por Dios-, estilo casa encantada (pero en piso). La ultracatólica advierte que las cajas NO se pueden dejar en el portal. Como su casero intenta por todos los medios disculpar la actitud de los vecinos, alegando que a la vieja se le va la olla, Reyes se vuelve hacia él y pregunta (refiriéndose a la beata):

Reyes: ¿Y a ésta también se le va la cabeza?
Vieja fumadora: ¡Joder, que no, si dice que ve a la Virgen!
Ultracatólica: ¡Dos veces!

El casero, intentando ser amable, empieza a cargar con cajas para subirlas por la escalera. Y ahí descubrimos que Reyes también tiene lo suyo (si ha llegado a vivir a este bloque, es que su cabeza tampoco anda muy bien): todo se lo toma como un ataque machista. Exclama: “¿Qué pasa, que porque soy mujer ya no puedo cargar con las cajas?”. Pues hija, ale, todas para ti, que las disfrutes. Es una buena manera de llevar el “feminismo” a consecuencias inconvenientes: antes que deslomarte, deja que alguien te suba las cajas, tontita.

Lo primero que hacen los vecinos cuando Reyes sube por la escalera con la primera caja, es abrir las demás para fisgar en su interior las pertenencias de las nuevas inquilinas. En éstas, llega Recio El Mayorista (que no limpia pescado), con el conserje (que sale huyendo en cuanto ve la mudanza, para no tener que doblar el lomo). Llegan acto seguido la presidenta, la divorciada y una de las ninfómanas. Vienen de juerga bastante borrachas. A la divorciada le ha dado la curda llorona y vomita justo dentro de una de las cajas de la mudanza, que contenía DVDs. Pobres pelis, todas envueltas en pota. La ultracatólica exclama que Dios la ha hecho vomitar sus pecados, ¡Alabado sea el Señor, incomprensibles son sus designios! (vamos, digo yo).

Los vecinos haciendo sus guarradillas

Animados por el mal olor, el Recio y su esposa-exorcista vomitan a su vez en el suelo. La vieja fumadora cierra la caja, dejando dentro el “regalito de bienvenida” a las nuevas inquilinas. Llega el Vicepresidente (Enrique Pastor) y sube a hablar con Reyes para pedirle “amablemente que retire sus enseres del portal”, acompañado por el Recio. Reyes abre la puerta y Enrique se presenta:

Enrique: Soy Enrique Pastor, concejal de Juventud y Tiempo Libre.
Reyes:“Ni soy joven, ni tengo tiempo libre.

Y le cierra la puerta. Vuelven a llamar y esta vez es el Recio el que le dice: “Vecina molesta, retira tus cosas de mis dominios”. Vale, no estáis acostumbradas a la manera de hablar de este hombre: él cree que es una especie de soberano terrateniente de la comunidad, y aún no ha digerido no ser el presidente. Así que sigue llamando al bloque de viviendas “sus dominios”.

Mientras Reyes se deshace del Recio (a quien llama “perillita”, por la barbita que porta) y le canta las cuarenta al Vicepresidente porque no hay luz, tras ella asoma Araceli. Enrique se queda de piedra pómez: no esperaba encontrar a su todavía esposa (puesto que no están divorciados) en la casa y en compañía de la nueva inquilina. Reyes, que no sabe nada de la tostada marital, simplemente los presenta a todos: “Cariño, el vicepresidente y el pescadero; Araceli, mi chica”. “Su chica” intenta ocultarse de mil modos tras una máscara india, pero Enrique YA la ha visto, y se ha quedado con la boca tan abierta que cabría en ella un vagón de metro (aproximadamente).

Detrás de la máscara está Araceli

Lo malo es que el Recio también la ha reconocido. La cruz que le ha caído al concejal es de categoría: ahora el pescadero se parte de risa, “¡¡¡¡Se ha hecho bollera!!!”, exclama entre carcajadas. Mientras bajan la escalera, sigue la ronda de burlas por parte del mayorista faltón: “¡Primero te abandona a traición y ahora se cambia de acera! ¡Qué humillación! ¡De ésta no te recuperas!”-dice, mientras se limpia las lágrimas que suelta de la pura risa. Cuando Enrique manifiesta que su mayor preocupación es cómo explicárselo a su hijo, el capullo del pescado suelta: “¡Pobre chaval!¡Un padre fracasado y una madre tortillera! ¡Luego querrás que no se drogue!”. Nótese que este elemento fascistoide tiene un hijo gay, así que no sé por qué no ve la viga en su propio ojo y sí la paja en el ajeno. Mientras se expresa en estos términos tan civilizados, se pone a registrar las cajas de la mudanza. Enrique le pregunta qué hace y el cabestro del pescado responde que busca “esos cinturones con pene de ésos, con los que gozan como perras”. No le demos vueltas, ni en la era pre-pleistocénica podríamos encontrar un ejemplar de garrulo similar a éste. Enrique le dice que se esté quieto, que nada va a encontrar, porque “Araceli no usa miembros de látex”. El Recio (movido por el morbo que le atenaza), pregunta que si hace tijeretas. “¡Algo harán!”, exclama rematando sus conclusiones sobre la vida sexual de las nuevas bolloinquilinas.

A Enrique Pastor no dejan de crecerle todos los enanos de su circo. Sube a terapia con su exnovia para que le consuele, y Judith le recomienda que le haga todo el trabajo de la comunidad para que así no piense en que su vida está “pichí-pachá”; por si fuera poco, le acaba espetando que no es tan buen amante como él presume, porque prueba de ello es que su mujer se ha hecho lesbiana. Cuando baja por la escalera, se encuentra con la mencionada (es decir, su bollo-esposa). Araceli estaba espiando por la mirilla para abordarle cuando pasara. Tiene una petición que hacerle: su novia Reyes no sabe que él es quien es (o sea, su marido); así que Enrique debe disimular para que Araceli pueda tener paz en su nuevo hogar con su nueva pareja. Resulta que Reyes es muy celosa y si se entera de quién vive en el mismo edificio, puede armar la marimorena.

El Capullo Mayor del Reino (Recio, claro), incumpliendo la promesa que le hizo a Enrique de guardar silencio sobre la orientación sexual de Araceli, ordena al conserje que distribuya una circular entre los vecinos, que supuestamente firma la presidenta (pero que ha redactado él mismo en persona). El texto reza así: “ La Presidenta informa: las nuevas vecinas son bolleras. A pesar de este defecto genético, hay que tratarlas como a personas normales, que bastante desgracia tienen ya. Además, teniendo en cuenta que una de las desviadas es Araceli –exmujer de nuestro queridísimo vicepresidente- se ruega a todos los propietarios se abstengan de mofas y pitorreos a costa del pobre Enrique, que bastante mal lo está pasando ya”.

El tonto del conserje, blandiendo el infame panfleto

Semejante cabronada va dirigida a hundir a Enrique Pastor en la miseria y “arruinar su carrera política”, porque Recio quiere volver a su cargo vitalicio del que fue destronado. Pero conseguirá otros efectos igual de devastadores y colaterales: Reyes va a enterarse de la relación que unió a su novia con el vicepresidente. En el portal, acontece una improvisada reunión de comunidad con parte de los vecinos:

Vecino vende-aspiradoras: ¿Son lesbianas?
Recio: ¡Cuando yo era presidente los desviados ni se atrevían a aparecer!
Vieja fumadora: ¿Y tu hijo?
Ultracatólica: ¡Pero si no viene nunca!
Vendedor de aspiradoras: Oye, qué curioso lo de Araceli, ¿no? Es como si yo ahora digo de repente: ¡Pues me hago gay!
Vieja fumadora: Ah, ¿pero no lo eres?

Obsérvese que lo fundamental para los Recio no es que existan los homosexuales, sino que no se paseen delante de sus narices: no tener que verlos (incluyendo a su propio hijo). Ah, ¡feliz familia heterosexual, bendecida por frecuentes apariciones de la Virgen, un buen montón de polvos de la esposa y continuas visitas a los prostíbulos del esposo (por no hablar de las estrafalarias costumbres sexuales de ambos cuando les da por copular juntos)! Tomemos ejemplo de virtud, rectitud y honestidad.

Llega Reyes en su moto y los vecinos le ponen otro mote: “La Bollera Motera”. Pero qué graciosos que son y qué bien oculta tienen la gracia en cierta parte de su cuerpo. A la motera le llama la atención que todos la miren tan fijamente. Pregunta la razón y la vieja fumadora contesta con toda su infinita y descarada sinceridad: “Es que nunca habíamos visto una lesbiana tan de cerca”. Interrogados sobre quién ha dicho tal cosa, muestran el escrito que ha escrito Recio pero que viene atribuido a Judith, presidenta de la comunidad.

¿A que es un look sexy?

La primera reacción de Reyes es echarse a la cara a la supuesta autora de tan insultante circular. Judith (inocente esta vez de los desastres de la guerra) es atacada por la motera bollera, que la agarra de los pelos, dispuesta a darle su merecido a una homófoba. La presidenta intenta averiguar quién ha sido el hijoputa que ha escrito semejantes barbaridades, pero el portero escurre el bulto y no delata al pescadero que-no-limpia-pescado. Todas las sospechas recaen sobre Enrique, dado que es el principal perjudicado con la vuelta de su exmujer transfundida a lesbiana. Reyes sale disparada (según piensan los malvados vecinos, a pegarle al vicepresidente la paliza que no ha perfeccionado en los huesos de la pobre Judith), mientras la ultracatólica le grita: “¡Te has metido en medio de un matrimonio cristiano!”. Porque ya sabemos que un matrimonio es “cristiano” si concurren dos únicos ingredientes: que esté formado por hombre+mujer y haya recibido las bendiciones de un cura. Luego cómo se porten los cónyuges, si creen o no en Dios, si se quieren o no u otras menudencias (incluyendo las religiosas), pues es lo de menos en la receta.

Pero Reyes no iba (al menos en primera instancia) a descalabrar a Enrique, sino a aclarar las cosas con su novia. Araceli –que está loca de atar- hace cosas en la casa del todo extrañas mientras entona un raro cántico de reminiscencias sánscrito-hinduístas-japoneso-coreanas. Para limpiarse los chacras, supongo.

Araceli haciendo cosas raras, como siempre; ojo, que su novia entra por la puerta a pedirle explicaciones

Además de loca perdida, Araceli es tonta de remate. Cuando Reyes le dice que los vecinos saben que son lesbianas, ella responde que no le gusta el término, prefiriendo el más “sutil” y –desde luego- equívoco de “compañeras”. ¿De qué?, ¿de trabajo, de estudios, de piso, de peña taurina o de clase de polka? En esta casa no van a necesitar armarios, Araceli viene con uno bien grande en el que vive su alma. Reyes señala que la denominación de origen elegida por los vecinos es “BOLLERAS”. La bollera motera sigue preguntando con cierta suavidad inquisitorial si conoce al tal Enrique; la loca de atar lo niega y entonces Reyes le pone ante los morros la circular ofensiva.

Los vecinos (obviamente) se han quedado tras la puerta oyéndolo todo, e intervienen a voces en la discusión-conversación cuando lo creen oportuno. Izaskun (que así se llama la vieja fumadora) puntualiza que no es aún su ex, sino su marido, puesto que no ha mediado divorcio. El Recio grita que Araceli in illo tempore les mató al gato. En fin, que ni las peleas de pareja pueden ser privadas en esta comunidad.

Acorralada por fin, Araceli explica sus motivaciones de la siguiente manera:

Me sentí maaaal, ahí, como una madre desnaturalizada. El otro día vi un episodio de Marco en la TDT, con el pobre crío…sufriendo: de los Apeninos a los Andes. Pues claro, pues su madre que se había largado, como yo. Y dije, “no, a mi Fran no le puede pasar eso”. Sin un mono, además, porque ¡quieras que no, el mono, pues hace compañía!»

Tras explicación tan propicia para mandarla a tomar vientos, Araceli queda por fin tan pancha. Reyes se queja entonces sólo de que no la haya advertido del plan materno-histriónico. Izaskun protesta porque no se oye bien. Para que se relaje, Araceli ofrece a su chica prepararle un baño con aceites de Cleopatra (a saber qué aceites serán esos). El pescadero exclama: “Aggg, se van a enjabonar los pechotes mientras hacen la tijereta!”, haciendo gala una vez más de ese proverbial dominio que tiene sobre las estúpidas reacciones de sus genitales. Este hombre está viviendo una sesión de porno de garrafa lésbico en primera fila: hay que entender que haya perdido el rumbo de todos sus instintos, si alguna vez lo tuvo.

Izaskun se queja de lo aburrido del culebrón: si hacen las paces tan pronto, no tiene interés. La ultracatólica asegura diversión en un futuro (está segura de que va a haber ruptura de pareja muy pronto, porque “se lo ha comentado el Señor”). ¿Puede la telefonista del Cielo dejar de una vez en paz al “Jefe”?

La que sí ha ido a enfrentarse con Enrique es la presidenta, que le achaca la redacción del escrito difamatorio. Según ella, movido por la necesidad de su vicepresidente de hundirla en la miseria porque le ha dejado, escribió la circular con afanes vengativos. Él dice que no ha sido, que ha sido el pescadero (por una vez da en el clavo). También alega que Judith en el fondo está loquita por él y que aprovecha cualquier oportunidad para acercarse a sus barbitas. Ella se ríe burlona. Acaban en la cama echando un polvo. ¿Quién les entiende?

El Recio ya no vive con su adúltera, por lo que busca domicilio. Primero intenta echar de su propia casa a un empleado sudamericano contándole que su madre ha sido secuestrada y que tiene que volver a su país a liberarla. Parrales (que así se llama) no se cree la patraña, cosa que asombra sobremanera al pescadero –porque cree que todo emigrante es un minusválido mental fácil de engañar, dado que vive en la selva como un salvaje. Ya vais viendo lo joya que este hombre, ¿no? El conserje tampoco le acoje en su caravana. Privado de domicilio propio, Recio irrumpe por las bravas en casa de Enrique (con intención de quedarse a vivir allí por la jeta). Pilla al vicepresidente y a la presidenta aún en la cama en plan arrullos cariñosos. ¿Creéis que su reacción va a ser semi-normal? ¡Qué va! Intenta meterse bajo las sábanas para vislumbrar libremente cómo tiene el “juju” (palabra con la que él denomina la vulva femenina) la presidenta.

Judith, alucinando porque el Recio ha tratado de mirarle el “JUJU”

Enrique echa a patadas al voyeur y éste grita por toda la escalera: “¡¡Vecinos!! ¡¡La psicóloga fornica con su Delfín!! ¡¡Putería Presidencial!! ¡¡Esto con Antonio Recio NO PASABA!!”. Para quien no lo identifique, la gracia de esta expresión es que hace tiempo, cuando en España cambiamos de dictadura a democracia, una frase muy repetida por los nostálgicos del Régimen anterior era: “¡Esto con Franco no pasaba!”.

Nada más queda por hacer con este episodio, salvo abrir una porra para apostar quién está más salido/a, más gilipollas o más descerebrado/a de todo el edificio.

¿Cómo será la vida de Araceli & Reyes en esta comunidad de vecinos? No hagan muchas cábalas: un infierno. En el próximo capítulo veremos cómo se las ingenian para tostarse a gusto en estas calderas de Pedro Botero.