plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

¿Por qué volvió Araceli a la comunidad de los locos tras tres años de ausencia, trayéndose a la novia consigo? Pues para recuperar el tiempo perdido con su hijo Fran y no dejarlo crecer sin el arrimo materno. La verdad es que ha llegado un poco tarde, porque ya está bastante crecidito y con las malas mañas ya aprendidas. Araceli & Reyes se presentan en casa de Enrique a proporcionar relaciones maternales al muchacho. El plan asombra al padre: quieren ir al Parque de Atracciones. Oh, exclama declarando lo inapropiado de la diversión: “¡Ya no es un bebé!”. Cuál no será su sorpresa cuando el talludo adolescente acepta encantado la idea y hace migas enseguida con Reyes porque ambos comparten la afición por: las montañas rusas altísimas, los artefactos de movimientos rápidos y enloquecidos y, en suma, todo aquello que desplaza estómago y demás vísceras desde el centro de tu ser hacia la periferia, mediante fuerzas centrífugas violentas.

A Enrique se le va la olla, angustiado por la posibilidad de que el afecto de Fran (que hasta ahora disfrutaba en régimen de monopolio) se desplace hacia su recién recuperada mamá y su pareja. Así que protesta por la presencia de “esa mujer”.

Enrique, poniendo cara de percebe ante el peligro de que su retoño sea abducido por el cariño bolleril

Araceli aclara que Reyes es ahora la madrastra de su nene; Enrique sigue con su ataque de celos parentales y exclama: “¡Será su padrastra, porque madrastra es mi novia!”. A veeer, vicepresidente, disculpo tu verborrea homofóbico-sexista más que nada porque bastante tienes ya: una esposa reaparecida y radiante de lesbianidad (cosa que humilla su crédito como hombre-heteroamante) y una novia que no quiere ser tu novia. Pero vas haciendo el favor de moderar el lenguaje, que no eres el pescadero –cuya boca ya sabemos que sólo fabrica barbaridades. Araceli no se cree que su exmarido esté realmente liado con la psicóloga, y le hace ver sus dudas: ella tiene claro que Enrique se lo ha inventado para presumir de relación y no sentirse tan fracasado en la vida.

Ellas se van al Parque y él sube como un cohete a casa de la psicóloga. Ahora su primera prioridad es exhibir a Judith ante su ex, para que vea que sí que tiene novia. Así que le propone “salir del armario”. Vaya, los heteros se apropian de nuestra propia jerga para denominar sus asuntos. Cuánta jetilla habemus, hay que ver. Judith deja claro que su relación con Enrique ha pasado a mejor vida; el vicepresidente declara entonces –muy ofendido- que si es lo que quiere, perfecto: sus contactos serán a partir de ahora ESTRICTAMENTE profesionales (presi y vicepresi). Como de costumbre, un comando de vecinos estaba espiando tras la puerta. Cuando Enrique se dispone a salir, se los encuentra de frente: esta vez (además de dar rienda suelta a sus aficiones chismosas) vienen a quejarse de que un grandísimo mal olor puebla sus cuartos de baño. Huele a pescado. Es de notar que Recio acaba de abrir en los bajos del edificio una sucursal de la pescadería –lo que él llama “su Imperio”- así que fácil es sospechar de dónde proviene la peste. ¿Por qué abrir un tenderete de sardinas y similares en un lugar inhóspito por el que nadie pasa jamás? Dado que el olor a pescado podrido es bastante insoportable (eso lo sabemos muy bien por la pescadería de la aldea de Asterix), resulta probable que los vecinos se solivianten y acaben echándole la culpa a la presidenta por no haber evitado tales condiciones insalubres de habitabilidad.

El pesado que vende Recio en su establecimiento fue capturado muy probablemente cuando Ordenalfabetix abrió su pescadería, allá cuando Julio César intentaba ocupar la irreductible aldea gala

Es lo que busca Recio: dar un golpe de estado y ponerse él de presidente, prometiendo solucionar la crisis. Como nunca se cansa de hacer maldades, el pescadero se cuela hábilmente en casa de Enrique Pastor y se pone a comerle la cena (así, con todo el morro). Mientras Recio traga la lasaña ajena, el vicepresidente se queja de que su hijo aún no ha vuelto de la excursión con Araceli y Reyes.

Enrique: Estoy esperando a Fran. Se ha ido con Araceli y la otra y…
Recio: ¿Has dejado que se lo lleven las bolleras?
Enrique: Antonio, es su madre.
Recio: ¡Es una desviada! Te lo van a travestir ¡Qué familia!
Enrique: Perdona, han ido al Parque de Atracciones… ¡Es que es tardísimo!
Recio: Esas te quieren quitar a tu hijo. Le van a comer el coco y te vas a quedar viejo, y solo. O sea, tal como estás ahora….¿Me traes el pan o qué?

Picado por las insidias del pescadero, Enrique sube a la morada de las “rivales-en-el-afecto-filial”. Se encuentra con Araceli, envuelta en un albornoz, que anuncia que Fran se ha ido con Reyes a tomar algo por ahí. Inmediatamente monta en cólera, nervioso porque su retoño está a solas con la depredadora que ha llevado a su ex por los malos caminos de la tortillería. Araceli no tiene ganas de movidas, sino de que le den un masaje en los pies; se le han quedado agarrotados todos los deditos del miedo que ha pasado en una de las atracciones.

En mitad del masaje podal, llegan Fran y Reyes. Araceli intenta zafarse del masajillo, porque ciertamente es una postura un tanto sospechosa que puede mosquear a su novia; pero Enrique, a mala leche, le retiene los pezuños para alardear del contacto físico que aún puede mantener con su exmujer. De inmediato ambos (pre-consorte y post-consorte de Araceli) se enzarzan en una minibatalla dialéctica: que si el niño huele a alcohol, que si qué haces tú con los pies de mi novia, que si el niño no se sube a tu moto a dar una vuelta….en fin, lo normal. Enrique se lleva a Fran en plan indignado y Reyes le tira una última pulla: “Recuerdos a tu novia fantasma”.

Como sigue oliendo a mil demonios, la presidenta convoca reunión y presenta tres opciones para solucionar el problema apestoso: 1) Que el pescadero cierre la pescadería (como era de esperar, se niega); 2) Que le hagan una reforma en los conductos de ventilación del local, pagándolo la comunidad (como tiene tan mala sangre, el Recio se niega alegando que le van a robar las gambas); 3) Modificar toda la ventilación del edificio, lo que obliga a una derrama. El vecindamen al unísono se levanta y se van a sus casas. No se ha tomado ningún acuerdo, la reunión ha sido estéril (como la mayoría de las juntas de comunidad en toda España) y el edificio sigue tan apestoso como siempre. La presidenta, exasperada, se levanta como una furia de su asiento y le tira a la basura un cuadro enorme del Recio que adornaba el portal: una foto ampliada –y trucada- del pescadero dándole la mano al Rey de España. Tal elemento de decoración lo había colocado allí el Recio cuando era presidente, como insignia de poder, boato y reconocimiento social. El muy imbécil.

Cuando al día siguiente el Rancio (que así llaman al pescadero en la comunidad) ve el cuadro al pie de los contenedores de basura, estalla en indignación, clamando que la presidenta “quiere borrar las huellas de su glorioso pasado”.

El pescadero a punto del infarto por encontrar la insignia de su poderío junto a los contenedores de basura

.

Acarrea con esfuerzo el adorno con la intención de volverlo a colocar donde estaba, pero es sorprendido in fraganti por el actual vicepresidente. Enrique le propone dejarle el cuadro monárquico colgado en el portal, a cambio de que permita entrar a los obreros en la pescadería; el Rancio se niega en rotundo y clama contra lo que considera una ofensa directa al rey y un atentado contra la “memoria histórica” de su gloriosa presidencia. En estado de indignación, el Recio se lleva el objeto de litigio a la pescadería; acierta a estar allí la única cliente que han recibido desde que abrieron el establecimiento.

Dicha señora íbase ya enfadada porque el conserje-dependiente pretendía venderle pescado podrido; pero como es tonta de capirote, al ver la efigie real entiende que está en un comercio de categoría y se queda. Recio lanza la especie de que es “Proveedor de la Real Casa”. Y ahí tenemos una prueba más de que hay mucha gente idiota y que bastan tonterías de éstas para que se maten por comprar. Pronto el Rancio tiene la pescadería a tope de clientela, sólo porque creen que le venden los pescados (pochos totalmente) al Rey de España.

Araceli tiene una ocurrencia: ir a terapia. No sería una mala idea, dado su estado de desequilibrio mental, si no fuera porque la psicóloga elegida es Judith (la pseudonovia de Enrique, pero ella no lo sabe). Nuestra presidenta está demostrando tener una pericia en psicoterapéutica parecida a la que yo tendría de obispa. Araceli relata que lo que más le preocupa es la relación dañina y hostil que se ha creado entre su marido y su novia. Judith usa la consulta para sacarle toda la información que puede, incluyendo la escenita del masaje podal. De improviso, llega Enrique, que se queda de pedrusco cuando ve allí a su ex, tumbada en el diván: siente que también ese escenario se lo ha invadido. Cuando se queda a solas con Judith, llega a prohibir a la psicóloga que trate a Araceli, argumentando que “no se puede entrenar a la vez al Barça y al Real Madrid”.

La loquera, en medio de sus intentos infructuosos de arreglarle el coco a Enrique

La presidenta no parece muy dispuesta a admitir el símil futbolero; pero entonces se pone ella a reaccionar también de modo extraño: por una parte no quiere volver a ver a Enrique y por otra le molesta que le haya dado un masaje en los pies a su mujer. La psicóloga está también como una chota.

El vicepresidente resume sus males en que “su mujer le ha sustituido por una marimacho grosera que se lleva de cañas a su hijo”. Pero poco puede concentrarse en su lamentable vida privada, porque pronto los vecinos vuelven a la carga con las protestas por el mal olor. Ahora la situación es peor, porque el Recio tiene la pescadería de bote en bote; y así es bastante improbable que eche el cierre.

En estado de desesperación, vicepresidente y presidenta deciden que (según citan a Maquiavelo) “el fin justifica los medios”. Urden un plan para sacar de la pescadería a Recio y, aprovechando su ausencia, hacer la reforma -que eliminará los malos olores- a traición. Así que mandan al Rancio una invitación falsa de la Casa Real para que vayan a un cóctel monárquico.

"Los Recio acuden a la “recepción” Real. La cosa rosa de la izquierda es Parrales, el empleado inmigrante del pescadero, vestido de quisquilla (otra genial idea para promocionar la pescadería

El pescadero y su mujer se visten con sus más lujosas y ridículas galas y se presentan en el Palacio Real de Madrid (donde todo el mundo sabe que NO viven los reyes de España). Pero ellos son tontos, eso ya lo sabíamos. Los acaban echando a patadas y pierden toda la tarde.

Enrique decide aceptar los consejos de la psicóloga demente, que quiere que se quede tranquilo para que la ayude con la presidencia: se trata de normalizar la situación con su mujer, así que acude a su casa para invitarlas a cenar a ella y a la novia. Araceli acepta encantada mientras ofrece a Enrique una pila (sí de éstas que le ponemos a los aparatos eléctricos para que funcionen) porque cree que chuparla es bueno para aportar litio al organismo.

Chupando pilas. No lo hagáis en casa, que luego no quiero reclamaciones de vuestras personas allegadas

A estas alturas, ¿de qué nos asombramos?, ¿de que esté más o menos loca que los demás? Entre lametón y lametón a la pila, Araceli manifiesta que así de paso conocen a la novia de Enrique. Éste duda, no sabe si va a poder ir la tal novia (sabe de sobra que Judith no querrá asistir a tal evento, porque ya no se considera ligada a él afectivamente, entre otras posibles razones). Entonces Araceli le responde que se confirman sus sospechas: que Enrique se ha inventado tener rollo para ponerla celosa, pero que todo es una mentirijilla.

Así que el vicepresidente sube como un rayo a casa de la psicóloga a pedirle que asista a la cena para no quedar como un bobo ridículo que se inventa novias. Judith no quiere ir ni atada a cuatro postes, pero Enrique saca su mejor talento chantajista: o acude a la cena, o él dimite y se queda solita con la presidencia (sin compañía ante la jauría de vecinos). La psicóloga está loca, pero aún discierne entre lo que le conviene y lo que no: toca cena. Pero sus impulsos de no ir son demasiado fuertes, así que corre donde sus amigas ninfómanas a ver si a ellas se les ocurre algo para evitar el compromiso. Y efectivamente, la más mala de todas sugiere que mate dos pájaros de un solo disparo –pero con bala explosiva: se presenta en la cena, y en la mitad le monta una bronca a Enrique. La argucia-putada consiste en que cumple con lo acordado y a la vez se libra de él.

Araceli se peripone mientras su novia no cesa de protestar porque tampoco le apetece la cena en casa del marido de su novia (suena raro, ¿verdad?). La razón que arguye es que le cae mal el barbitas. Ante la pregunta de su pareja de cuáles son los argumentos que apoyan tal animadversión, Reyes responde que “es un hombre”. Y ya tenemos encima del mantel uno de los más manidos estereotipos que hay que sufrir cada día (o al menos de vez en cuando): las lesbianas odiamos a los hombres. Así, sin más, por el mero hecho de que son hombres. Menos mal que en esta serie todo el mundo necesita una buena lobotomía y Reyes no iba a ser la excepción: me consuelo un poco con esta idea.

Por si fuera poco, yendo la motera a tomarse unas cañas al bar que se aposenta en los bajos del edificio (que es propiedad del vicepresidente, por cierto), se encuentra en la puerta con el siguiente cartel: “Lesbianas No”. Al más puro estilo Apartheid. Reyes es una bruta y una bollera estereotipada, pero aquí tiene razón en indignarse, la verdad.

Reyes, al pie del cartel excluyente, a punto de llamar por el fono a las colegas para que vengan a armar follón

¿Estaba el ambiente suficientemente caldeado? No. Enrique sufre un despiste descomunal y pone de entrante en la cena un par de tortillas. No cae en la cuenta de los posibles dobles sentidos que genera el tal español manjar (puesto que son de patata, de lo contrario bien podría ser una alusión a las lesbianas francesas). Fran se monda de la risa, mientras dice a su padre: “nada más por empezar y ya la estás cagando”. En tal instante, suena el timbre de la puerta y Pastor retira apresuradamente los entrantes de la mesa, para no herir las susceptibilidades de sus invitadas.

El concejal, tras oir el timbre de la puerta, intentando ocultar el cuerpo del delito tortilleril

Abre el crío y el vicepresidente se pone a hacer el moñas con él para demostrar lo papá enrrollado que se supone que es. En realidad está abrumado por la posibilidad de que Reyes le usurpe el afecto de su hijo adolescente, tal como el Rancio (recordemos que es como el vecindario denomina al pescadero capullo) ha predicho.

Lo cierto es que el chaval se lo pasa teta con la novia de su madre, porque entre la moto, las birras y el cachondeo, ha descubierto una especie de paraíso adolescente. En comparación con su padre biológico (más que aburrido, el pobre) Reyes es mejor plan. Pero dado que el muchacho es tendente al autoestropicio, mejor haría su mamá en poner algo de coto a los afanes de su pareja de caerle bien al chico, no vaya a ser que se les vaya a desmadrar del todo.

La presidenta se aparece como novia de Pastor, según su plan. Enrique la saluda con un “¡Hola, cuchufleta!”. Con tal apelativo lo extraño es que no lo haya dejado tirado en una cuneta mucho tiempo antes. A mí me llama “Cuchufleta” otro ser humano o semi-humano y no sé lo que hago: una opción sería el atropello con un tanque ruso y dejarl@ cual filete idem.

Judith aguanta poco sentada a la mesa y se va a aliviar sus necesidades fisiológicas al baño. Sentada en la taza del wáter, habla por el móvil con sus amigas (las que han aconsejado que abandone a su vicepresidente-prometido en mitad de la cena). En ese trascendental momento para el cuerpo de cualquier persona, oye voces. Recordemos que el comando-averías (constituido por el conserje-atontado y el barman-medio-tonto) se ha colado por los conductos comunitarios para arreglar los malos olores que ascienden desde la pescadería podrida del Recio. Pues allí asoma el conserje, pretendiendo en tan idílica circunstancia informar a la presidenta de cómo van las labores albañileriles de saneamiento. El obrero improvisado se ha perdido por entre los recovecos de ventilación y ya no sabe dónde se halla. La presidenta se levanta de su posición sedente, intentando recogerse las bragas donde deben estar colocadas si quiere estar visible. El techo cede y el conserje acaba aterrizando en el suelo del baño del vicepresidente, con funda de aluminio circundando su propio ser.

[/caption]

De tal guisa sale por el comedor, ante la mirada atónita de invitadas, del adolescente y del propio Enrique. Normal, todo normal en una cena normal.

Judith inicia la primera estrategia de armar la marimorena apoyándose en la propia palabra “cuchufleta”; finge ofenderse porque también así llamaba Enrique a Araceli cuando aún se llevaban bien. Pero la bronca no llega a perfeccionarse, y como no ha habido lugar a montar una buena pelea, la psicóloga decide ir a la cocina a traer más platos a la mesa.

Ameriza con las dos famosas tortillas, para escándalo de Pastor y su retoño; rápidamente se da cuenta de las connotaciones chistosas, con lo que las tortillas regresan de vuelta a la cocina otra vez.

Para solucionar la incómoda situación, el propio Enrique trae en sus manos otro manjar diferente, exclamando: “Bueno, ALMEJAS sí que comeréis, ¿no?”. Jajajaja, ahí le has dado. Si lo de las tortillas tiene tema oculto, lo de comer almejas ya se sale del tiesto.

Reyes: Oye, ¿tú nos estás vacilando o qué?
Araceli: Pues yo las almejas me las como bien, bien…
Enrique: ¡Araceli! ¡No hables de esas cosas delante del niño!

Judith ya no sabe qué hacer para montar una buena pelea y así cumplir con el plan de abandonar a su aborrecido novio; dice que se va como no haya algo que comer. Enrique ya está aturullado y no sabe qué poner de cena. Sugiere….salchichas, pero claro, no sabe si les van a gustar, dado que son bien gordas. La hilaridad hace cuerpo en el adolescente y la psicóloga, que ya están en plan de sacarle punta a todo; y Reyes entiende que, en efecto, el tonto vicepresidente se está cachondeando de ellas con lo de sacar dobles sentidos a los manjares de la cena y le llama homófobo. Judith (que sigue sin saber qué más hacer para montar una pelea) exclama que ella no puede salir con un homófobo y, gritando que le abandona, se levanta de la mesa y sale de la reunión. No siendo bastante tanta emoción para el atribulado vicepresidente, aparece el barman a informar de que tiene el bar lleno de bolleras indignadas por lo del cartel que prohibía su entrada. Reyes ha puesto en pie de guerra la asociación de lesbianas que preside y allí están todas, protestando a gritos en la entrada. Huelga decir que Enrique no tenía ni la menor idea de lo del famoso cartelito: él sólo comentó que le molestaba que Reyes entrara en su local, y el empleado ideó la artimaña (que, como ocurrencia tonta que es, ha acabado en desastre).

Los Recio vuelven derrotados de la supuesta recepción regia, tras haber pasado la noche en el calabozo de la comisaría. Llegan a la pescadería apestosa y, para colmo, se encuentran con la policía que los conmina a dejar de hacerse pasar por vendedores de la Real Casa o serán inmediatamente detenidos y enviados a galeras.

No es de esperar que el negocio siga en el mismo estado de florecimiento que cuando se daban tantos humos. ¿Tendrá el Rancio que cerrar el tugurio maloliente? ¿Acabará vendiendo pescado Non-Pocho? ¿Se habrá librado Judith de Enrique definitivamente? ¿Conseguirán Reyes y Araceli cenar algo esa noche o, por el contrario, se irán a la cama con el estómago rugiendo de necesidad? Estas y otras preguntas verán la luz de sus respuestas en el próximo capítulo en las vidas de esta comunidad de chiflados sin remedio.