plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Atención con lo mal del tarro que anda Araceli. Y es que cuando pones tu espíritu a disposición de la filosofía oriental a tope, con yogas, chacras y vedas pero sin sentido común que te agarre los pies a la tierra (y sin Kamasutra, que es lo más interesante) cabe la posibilidad de que la pelota se te vaya de órbita. Como una auténtica cabra está la chica: acude a consulta de Judith (la psicóloga-presidenta), pero con una perspectiva disociativa. Explico los síntomas porque no acabo de ver que exista ninguna patología que case con la conducta de nuestra chamán, acaba ella de inventarla: resulta que ella está allí como paciente, contándole a la terapeuta la cena que ha tenido con ella misma (Judith), pero no tratándola como comensal, sino como psicóloga –como si ambos aspectos pudieran despegarse y desjuntarse del mismo individuo, cual celofán. Judith, obviamente, la contempla en estado de estupor: hablar con ella de ella, pero como si fuera otra persona, tiene por fuerza que descolocar al más curtido trabajador de la Psicología Clínica. Judith pretende entonces aclarar el equívoco: “¡Estás hablando de MÍ!”, dice. Pero Araceli es dura de pelar en sus chaladuras: “No, estoy hablando de la novia de mi ex. Tú eres mi terapeuta”, responde sin despeinarse.

De repente, en cuanto Judith declara que su relación con Enrique ha finalizado, a Araceli se le muta la disociación y ya no es paciente, sino “amiga” (por lo que la psicóloga puede contarle ya sin miedo todas sus cosas amorosas). No es difícil llegar a la conclusión de que nuestra reaparecida vecina usa sus chifladuras como mejor le conviene: para sacar información, preferentemente.

Reyes llega en la moto con su hijo político de paquete. El chaval viene alucinando y encantado de la vida con las arriesgadas maniobras que al parecer ha ejecutado la piloto. Su padre le ve llegar de tal guisa y le grita desde la casa, porque siempre le prohibió que montara en tales artefactos.

Pero Enrique debería saber que la ecuación adolescente+moto siempre arroja un resultado: conflicto paternofilial. El muchacho se rebela, le dice a su padre que ya tiene 18 años (típico) y que ya no obedece órdenes. Siguiendo con los tópicos, Enrique le dice que deberá seguir sus instrucciones “mientras permanezca bajo su techo”. Y ahí tenemos otra miniecuación fácil de resolver: el chaval dice que se va de casa, coge su petate y desaparece por la esquina del edificio. Su padre se queda hecho polvo, dudando de si ha abusado de su patria potestad y rezando a todos los santos porque no le pase nada al rapaz por esos mundos. Pero el muchacho se ha quedado escondido tras la tal esquina y en cuanto su padre se mete en casa, sale disparado hacia su verdadero objetivo: pedir asilo político en casa de su progenitora. La tal progenitora llega a su salón comedor procedente de la “terapia”. Reyes está esperándola leyendo una revista y algo cabreada porque no le cogía el móvil. Araceli informa de que lo apaga siempre cuando está en las consultas psicológicas. Nuestra motera expresa varias ideas al respecto: 1) contarle sus cosas a Judith puede hacer que se entere Enrique de su más íntima vida, 2) no importa que el vicepresidente y la presidenta no sean ya novios (probablemente vuelvan a coger la relación donde la han dejado, y 3) Araceli ha ido a terapia a cotillear la vida de su ex. Dejo a vuestro criterio si las conclusiones diagnósticas de Reyes son o no correctas.

Está Araceli explicando –o intentándolo, más bien- sus motivaciones, cuando llaman a la puerta. Es Fran, que dice que se ha pirado de casa. Reyes comenta que en ese aspecto ha salido a su madre. El zangolotino ha tenido una crisis de independencia y de repente ya no tolera que su padre le ponga trabas a la libertad que cree que debe tener una vez superados los 18 años. Así que manifiesta que ha decidido quedarse a vivir con ellas. Araceli está por la labor, Reyes no. La motera arguye que no hay sitio en el piso, pero su novia se apresura a buscar cualquier rincón donde pueda acomodarse el mozuelo emancipado (puede dormir, por ejemplo, en el sofá o en una cama hinchable de camping). Reyes sigue poniendo mal gesto ante la posibilidad de tener que acoger a un ocupa en la vivienda; una cosa es llevarse al retoño de la parienta por ahí a tomar cañas y de parranda, y otra muy diferente que se les meta en casa. Porque, ¿dónde quedó la intimidad de pareja?, ¿dónde los arrumacos mientras ponen los anuncios en la tele?, ¿dónde los besitos mientras se hace compartidamente la ensalada? Todo esto y mucho más es lo que se le pasa a Reyes por el magín y, claro, ante una visión como ésta, no puede por menos de torcer el morro.

Reyes está pensando que el mozo se les adosa de por vida

En una última intentona y poniendo sonrisa de loba feroz, pregunta cuántos días se va a quedar el huésped. Araceli cambia el tercio y le pide que le haga algo de comer al “pitufo” mientras ella conversa con él, como buena madre. El zangolotino pasa los días tumbado en el sofá hablando por teléfono con los colegas. Y cuando digo “todo el día”, me refiero a eso exactamente (quitando, por supuesto, las horas del dormir). Reyes quiere que se marche, Araceli no: ella piensa que su hijo “se está buscando” y que si le dice que haga las paces con su padre y se vuelva con él, el rapaz va a pensar que su madre no le quiere. Alega también que a fin de cuentas la culpa de la riña paterno-filial la tiene la motera por montarlo en la moto. Reyes protesta: ¡qué sabía ella que tenía el mozuelo prohibido montar en moto! Ya no le queda más que esperar a que, si es verdad eso de que se anda buscando, el mozalbete se encuentre de una vez y les deje la casa libre.

Enrique, por su parte, también se ha hecho sus pajas mentales al respecto, y (aconsejado por la psicóloga del edificio-su exnovia) llega a la conclusión de que sólo compitiendo con las mismas armas podrá recuperar el afecto e interés de su retoño. Así que se hace motero también. Aparece ataviado todo de cuero y con un pañuelo rojo en la cabeza tapándole la calva (disfraz inspirado muy probablemente en las películas que se habrá tragado sobre el fenómeno del gamberrismo moteril). En fin, que se cree el pavo todo un ángel del infierno.

Enrique, haciendo una vez más lo que mejor se le da: el ridículo

Para completar el bonito cuadro, se ha comprado –lógicamente- una moto. Pero no creáis que una harley o similares, qué va, el muy alocado se ha mercado una especie de vespa. Hasta Maxi (el camarero-filósofo del bar, a quien la panda masculina del edificio llama “Mente Fría”, porque es el artífice de todos sus planes estúpidos) le intenta aclarar que ese trasto no tiene nada de moto-guay. Hasta tiene tres ruedas, lo que técnicamente la convierte en un triciclo. Pero Enrique sigue entusiasmado con su nueva y salvaje personalidad, ahora que tiene “burra” (hasta está estudiando argot motero para meterse en el papel).

La temible burra de Enrique

En terapia, Araceli recibe una llamada al móvil, lo coge y cuelga indignada. ¡Qué bromas son esas! Le han dicho que Enrique ha tenido un accidente de moto, ¡Y Enrique no tiene moto! Judith confiesa, alarmada: ¡ella aconsejó al atribulado padre que se interesara por el mundo de la cilindrada para acercarse al niño díscolo! Corriendo se van las dos al hospital para ver qué ha quedado del pobre Enrique.

Como suele pasar en estos casos, basta con que la gente piense que estás muriéndote para que todo el mundo comience a amarte (será porque no piensan soportarte largo tiempo). Y así, tanto la exesposa como la exnovia consideran de repente a Enrique muy digno de sus afectos y se echan la culpa mutuamente de que haya sufrido un accidente. Para rematar, en una de las habitaciones de al lado tiene lugar la típica actuación hospitalario-televisiva de la parada cardiaca, con lo de la reanimación, las inyecciones de adrenalina, las descargas eléctricas y el paciente finado. Estas dos, por supuesto, creen que a quien se acaba de cargar el personal sanitario es a “su” Enrique.

Y de repente, de improviso y de súbito aparece el famoso concejal sentado en una silla de ruedas, bastante perjudicadillo, pero vivito y coleando.

Esperaban encontrárselo en cachitos, pero por fortuna “sólo” se ha fracturado ambos brazos. Como se los han escayolado, ahora el barbitas luce un aspecto de cuelgue en la cruz, salvo porque los brazos los tiene dirigidos al frente. Un look bastante llamativo.

La temible burra de Enrique

El don para transportar pacientes en sillas de ruedas no le fue concedido a Araceli: Ambos brazos averiados topan con los marcos de la primera puerta que intenta traspasar. No sólo sucede esto con la la primera puerta, también con las 14 siguientes; pero Araceli achaca tanto golpetazo a que les han dado una silla “mala”. Por lo demás, la situación clínica del paciente no reviste mayor gravedad. El asunto más molesto es que hay que hacérselo todo, porque no puede usar mano alguna (un ejemplo bastante evidente de ayuda requerida será hacer pipí).

Tras varios topetazos, Araceli sugiere que Enrique -se escore- para poder pasar por las puertas sin desgraciarlo del todo

Y como orinar es una actividad de la que se tienen ganas cada cierto tiempo (y en el caso de que el paciente sea prostático, la frecuencia de la micción se multiplica por dos), pues necesita el tal Enrique de cuidadora siempre a punto para ponerle el conejo a tiro –se llama así el recipiente donde depositar el pis, no os lancéis a pensar cosas raras (que nos conocemos).

El caso es que ambas ex se pelean ahora por atender al accidentado. La una porque se siente culpable y le da pena (Judith) y la otra (Araceli) pues vaya usted a saber por qué. Reyes consigue llevársela del lecho del dolor del paciente y que sea su novia la que dormite con él. Pero al día siguiente aparece la exesposa con el desayunito en bandeja y todo. Cambiada la guardia, Araceli conversa con Enrique, que está convencido de que el accidente ha servido para afianzar su relación con la psicóloga desequilibrada; de paso pide que se quede al retoño en casa unos días para que, a solas, seguir afianzando la tal relación un poquitillo más. Araceli accede y baja a su casa, donde reposa (como es habitual) el zangolotino en el sofá; el muchacho se ha convertido ya en un complemento más de su propio teléfono móvil, al que no suelta ni para dormir, ni para comer, ni para…bueno, cualquier otra actividad que se os ocurra.

Reyes intenta darle un beso a su novia y se encuentra con que sus temores son ciertos: Araceli no quiere proximidad labial porque “está el niño delante”. Los temores eran ciertos, con el adolescente en casa, se acabó la intimidad.

Ni a tiros deja Araceli acercarse a su novia, no vaya el niño a escandalizarse viendo actitudes cariñosas

Pero la Mater Amantísima ya ha tenido bastante de afecto filial y, a pesar de lo prometido a su ex, prefiere vivir en solitario apartamiento con su actual pareja y de paso fastidiar a Judith. El adolescente no tiene ni idea de lo ocurrido, pero para eso está ella: para decírselo y provocar la estampida del chaval para cuidar a su papá accidentado. Así que le desenchufa el móvil y se lo cuenta todo de un tirón. La maniobra surte efecto, el muchacho baja corriendo al piso paterno. Reyes reconoce que Araceli tiene “mucho morro”, pero acaba sucumbiendo a su llamada al dormitorio: ¡qué demonios, a nadie le amarga un dulce y la ocasión la pintan calva!

Pero mirad cómo cambia la cosa cuando no hay público: Araceli reclamando la urgente asistencia de Reyes al dormitorio

Y obsérvese lo rapidito y felizmente que corre la novia para no desaprovechar la oportunidad!

Antes de proseguir con la trama que monopoliza nuestro interés (es cierto, para qué vamos a negar a estas alturas que lo nuestro es la Lesbianidad y sus derivados) debemos ocuparnos de otra porque no queda más remedio que explicar qué significa eso de “El primer Gay de Albacete”. El gañán que, tras su separación de su esposa-pija, quiere pasar el resto de su existencia como un “Vividor-Follador” no sabe cómo librarse de su madre (que se ha quedado a vivir con él y está empeñada en que reconstruya su matrimonio como sea). Una estúpida (como todas las suyas) idea que se le ocurre es convencer a la madre de que su nuera es una puta redomada, para que así pierda “prestigio” y ya no la quiera como hija política. Así que se crea un perfil en facebook falso como si fuera su exesposa y desde allí se dedica a pedirle citas a todos los tíos que puede. Pero lejos de pensar que Maite (que así se llama la exnuera) es un putón verbenero, lo que piensa la señora es que es su hijo el que pretende acostarse con todo el montón de tipos que tiene agregados al facebook. Esta albaceteña mujer tiene la idea de que en su pequeña ciudad jamás ha habido ningún homosexual, por lo que su hijo se convierte en “El primer Gay de Albacete”. Por fortuna para Albacete, nada de esto es cierto y ni este elemento pertenece a la comunidad gay, ni mucho menos está despoblada la localidad de diversidad afectivosexual (supongo que desde su misma fundación, como ocurre en todas partes).

El zangolotino está en plena charla comprensiva con su papaíto, cuando aparece Judith. Ella viene dispuesta a mudarse para cuidar en su propia casa al novio recuperado; por ello porta una maleta. También viene dispuesta en otros sentidos, y para ello no porta nada de ropa interior bajo la gabardina corta que viste. Como no esperaba encontrarse con nadie salvo con su amante, a modo de saludo se abre la ropa y….accidentado y acompañante ven todo lo que sólo estaba destinado a la vista del primero.

El adolescente abandona la estancia manifestando que el gesto le ha parecido “brutal”. Tras el resbalón stripteásico, Judith se afianza en que ella quiere vivir sin más compañía que su novio; pero Enrique tiene hijo y no piensa librarse de él. Propone que cohabiten los tres juntos, en plan familia. Pero Judith no se siente preparada para el madrastrazgo. Así que se vuelve a su ático con la maletita y la gabardina abrochada en torno a su desnudo cuerpo. Y solo se queda Enrique con muchas ganas de hacer pis y sin nadie que le ayude a tal evacuación.

Araceli recibe una llamada telefónica de su hijo, informando de la urgencia miccional. De inmediato, se prepara para acudir en ayuda de su ex. Pero Reyes no está dispuesta a que su novia tenga un contacto tan directo con ciertas partes anatómicas de Enrique. Por lo tanto, será ella misma quien baje a proporcionar la ayuda necesaria para que el pis no acabe en el suelo, sino en el inodoro (como es deseable en toda vivienda con un mínimo de higiene). Con gesto autoritario y firme ordena al aterrorizado Enrique que tire para el servicio rapidito y sin dudarlo. Es de esperar que el concejal obedezca, por el bien de su integridad física y la de sus partes más pudendas.

Ay, ay, ay, Enrique, más te vale portarte bien

¿Seguirá la entrepierna de Enrique en buen estado en el próximo capítulo? ¿Volverá a accidentarse el concejal para así dar más pena que la que da normalmente? ¿Habrá descubierto ya la madre del gañán que en Albacete hay comunidad LGBT? Estas tres preguntas recibirán la visita de sus correspondientes respuestas en el próximo capítulo (supongo).