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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Escena familiar: Reyes examinándole la boca a Fran (su niño político); aquí descubrimos cuál es su profesión: dentista. Acaba de hallar una estupenda caries que necesitará una endodoncia en breve plazo. Araceli, por su parte, está en la terraza, haciendo cosas raras de las suyas (esta vez, se ejercita en algo parecido al Tai-Chi). Terminado el examen odontológico del muchacho, Reyes se pone a hacerle confidencias. Aprovechando que su novia no puede oírla porque tiene la puerta de cristal de la terraza cerrada y además está en otro planeta (el suyo, que nadie sabe cuál es), se confiesa con el chaval. Se trata de que ¡va a pedirle a Araceli matrimonio! y le gustaría que el retoño la acompañara a la joyería a elegir el anillo de pedida.

El muchacho no comprende por qué le da a todo el mundo por casarse, lo considera una manera de complicarse la vida sin ninguna ventaja en contrapartida. Pero su mayor preocupación es que no quiere decirle nada a su padre porque piensa que se lo va a tomar mal y luego le tiene que aguantar él en casa. Así que quiere mantenerse al margen de todo. Reyes aclara que está muy enamorada de Araceli, y atención a las razones de su enamoramiento, porque le dice a Fran: “Estoy muy enamorada de tu madre…¡está como una cabra! ¡Quiero casarme con ella! Ahí tú sólo ves su cuerpo; su mente está en otra parte…¿Dónde? No lo sabe ni ella”. En éstas, Araceli termina con las cosas raras que hacía y entra en la habitación; bueno, más bien lo intenta, porque no repara en que la puerta estaba cerrada y se mete un porrazo del quince contra el cristal. “¡Qué paz!-exclama-¡qué golpe me he dado!, ¡qué hambre tengo!”. Qué loca está.

Araceli, desmorrándose contra el cristal. Como si no estuviera ya bastante mal de la cabeza, encima se golpea en ella

Varias historias comunitarias más tarde, Fran se encuentra tendido en el sofá (como de costumbre), cuando recibe una llamada telefónica. Es Reyes, que está en la joyería y necesita saber la talla de Araceli –de dedo- porque sin ella no le tienen el anillo para el día siguiente. Como el chaval no tiene ni idea de cuál pueda ser, Reyes le dice que suba a casa de ambas, le mangue un anillo a su madre y acto seguido se presente en la joyería con el anillo hurtado para ver su diámetro. Fran alega que no quiere movidas y Reyes le ofrece darle una vuelta en la moto; ya sabemos qué chifladura tiene el muchacho con lo de la moto, así que accede rápidamente. Se dispone a subir a colarse en la casa para realizar la sustracción, pero se le ocurre que tal vez esté allí su madre: Reyes le tranquiliza diciéndole que ya se lo monta ella para que Araceli abandone el hogar por un ratito y le deje el campo libre.

¿Cuál es la artimaña de Reyes para conseguir que su novia salga de casa? Decirle que tiene un antojo urgente de chirivías (son tubérculos parecidos a las zanahorias) y que vaya a comprárselas de inmediato. La pobre Araceli sale a satisfacer los caprichos culinarios de su amada. Pero su propio despiste hace fracasar el plan, ya de por sí disparatado: no encuentra las llaves del coche en el bolso, sino un sacacorchos. Así que se vuelve a casa a buscarlas. Y allí se topa con Fran casi con las manos en la masa.

Araceli, en estado despavorido tras descubrir a Fran, que se ocultaba en su dormitorio

Él inventa a toda prisa una excusa para justificar su presencia en una casa en la que no vive ya: en el piso de su padre no hay forma de usar el servicio, está siempre ocupado, así que se ha bajado al baño de la vivienda de su mamá porque le ha dado un apretón intestinal. Araceli está loca, pero no tonta, así que no acaba de creerse mucho el razonamiento y se queda con la mosca tras la oreja.

Cuando descubre que le falta el anillo que le regaló su abuelita, cree que su hijo le roba. Reyes intenta convencerla de lo contrario, pero no está en buena posición explicativa, porque no quiere fastidiar la sorpresa. Lo ideal será confesar la verdad cuando por fin tenga en su poder el anillo de pedida, pero no antes.

Reyes, sin saber qué decir sobre el paradero del anillo y las maniobras hurtadoras de Fran

Sólo se le ocurre que el chaval visita con frecuencia el cuarto de baño para masturbarse, porque en casa de su padre no tiene suficiente intimidad para perfeccionar sus actividades onanistas. Así que Fran sigue en una de las dos siguientes posiciones: presunto ladrón-de-mamá con quién-sabe-qué-fines o pajillero compulsivo. Araceli, asesorada por la “genial” psicóloga del edificio, comienza a pensar que si su hijo le roba es porque necesita dinero para vicios: su niño se droga.

Pero algo falla en el diagnóstico: Fran no presenta ningún síntoma de toxicomanía. Así que de momento se queda intrigada pero semi-tranquila.

Mas he aquí que el muchacho va a la consulta de Reyes para que le arregle la caries y, como es lógico, la odontóloga procede a administrarle una buena dosis de anestesia al objeto de realizar la endodoncia. Fran sale de la intervención bastante amodorrado, llega a casa de su madre y se tumba en el sofá en estado de flipación total. Araceli no necesita más para confirmar sus sospechas: su hijo se droga y mucho, no hay más que verlo cómo está de atontorronado y desorientado. En fin, que parece que -como mínimo- se ha cogido una buena trompa.

Pensando que es la mejor manera de ayudar a su retoño, Araceli llama a la policía. El municipal le dice que han visto muchos casos de éstos y que normalmente, con una noche en el calabozo, los adolescentes díscolos que se meten de todo suelen escarmentar y vuelven a casa como corderitos mansos. Esto apoya a Araceli en su decisión y los policías se llevan al atribulado Fran a la comisaría.

Reyes llega a la urbanización tan contenta con el anillo causante de tanta injusticia (sin que el anillo haya querido, claro, que a él nadie le ha preguntado nada). Encuentra a su futura prometida en la entrada, aún valorando si ha hecho lo correcto denunciando a las fuerzas de la Ley a su propio hijo. Reyes le resume lo ocurrido, se lanza al ruedo y se hinca de rodillas: esta es una petición de mano con todos los requisitos protocolarios que la hacen digna de tal nombre.

Y en tal postura, pide a Araceli que se case con ella. Como está de guardia todo el día en busca de información, Izaskun (la vieja fumadora) lanza a voces la primicia informativa y con el mismo volumen de voz, clama “¡¡Que se besen, que se beeesenn!!!”. Y a punto están de hacerlo, pero Araceli sigue con la manía de que los besitos en casa, así que tiran para el piso.

Menos mal que en el último momento, Reyes se acuerda del cautivo y ambas corren a comisaría a rescatar al pobre Fran, injustamente detenido. La suerte está echada y la mano pedida (bueno, se pide la mano y en realidad todo lo que la acompaña, porque quedarse sólo con la mano de una novia y no con el resto de su cuerpo gentil es una tontería bastante absurda). Pero para casarse hay que NO estar ya casada, por lo que Araceli debe romper primero el vínculo que le une a Enrique: hay que divorciarse. Y como para un divorcio hace falta que quieran ambas partes esponsales, Reyes y Araceli se presentan en casa del concejal a darle la buena nueva y a pedirle su firma para que, libres ambas, puedan contraer matrimonio. A Araceli no le salen las palabras, pero Reyes tira por la calle de en medio y se lo suelta de escopeta. Existe otro tema delicado y espinoso: al divorciarse deben también disolver la comunidad de bienes (puesto que su régimen económico es de gananciales, que supone que todas las cosas son de ambos cónyuges –simplificándolo mucho, pero básicamente es así).

Araceli y Reyes, pidiendo el dinerito

Para tal disolución hace falta convertir en cash las propiedades inmobiliarias del matrimonio que son dos: el piso donde vive Enrique y el bar que él mismo explota. Pero vender en estas circunstancias económico-temporales de crisis generalizada no es fácil, como señala acertadamente el concejal. Esto supone un grave problema porque Reyes y Araceli se quieren casar en el perentorio plazo de un mes y necesitan la pasta para el evento. Yo alucino con los plazos de las bodas en la tele: decides que te casas y ya está, en un mes listo. Debo advertir que esto no es así en la realidad, lo digo por si alguien se apunta, que se apresure para que no le pille el toro (que hay muchos papeles que hacer antes y muchos trámites que seguir para perfeccionar finalmente el enlace; por experiencia lo digo, que nosotras nos vendimiamos 6 meses entre pitos y flautas).

Enrique les desea mucha felicidad, rezongando. Y advierte a Reyes que Araceli es un pozo sin fondo para el dinero, que a él le arruinó y que a ella le va a tocar hacer muchas endodoncias y empastes para evitar quedarse en la calle con una mano delante y la otra detrás. Porque Araceli no sólo no genera ingresos, sino que además gasta como una lima. Y ya lo decía mi abuela: “donde quita y no pon, pronto se llega al hondón”.

Tan lúgubre perspectiva no desanima en absoluto a Reyes, que continúa dispuesta a contraer nupcias con su manirrota amada.

Y como es muy cierto que no van a vender la casa hasta el día del Juicio Final (milenio arriba o abajo), entienden nuestras futuras contrayentes que la manera de sacarle dinero es alquilarla. Está Enrique en la ducha dándose los últimos toques de esponja, cuando aparece el pescadero de improviso –se le ha colado por el jardín, como tiene por costumbre.

El Recio se aburre porque ha echado a su mujer (a consecuencia de haberse follado al conserje) y ahora nota silencio en su piso, así que propone a Enrique irse de “putillas” esa noche. El concejal le hace ver que no tiene ganas, ni tampoco necesidad, puesto que ya está saliendo con una mujer monumental que cubre perfectamente todas las cuestiones de las que se encargan estas profesionales de la noche. Recio se muestra muy sorprendido de que aún se mantenga su relación con “la guarrilla pelirroja”. Y en este lindo diálogo andan cuando de repente se abre la puerta del cuarto de baño y aparecen Reyes y Araceli acompañadas de una parejita (hetero). Son los posibles futuros inquilinos, que vienen a ver la casa.

Después de un par de comentarios sobre lo peligrosa que es la pérgola del jardín y lo incomunicado que se encuentra el bloque de viviendas del resto del mundo, la pareja huye despavorida. Enrique hace notar que la casa no es muy alquilable, dado que contiene bicho dentro: él mismo. Y un piso en el que ya hay gente, no se puede alquilar sin ser primero desalojado. Reyes comenta lo mucho que necesitan el dinero, `por lo carísimo que salen las bodas; de hecho, ambas contrayentes hacen notar que si un vestido de novia ya es carísimo, figurémosnos DOS. Claro, así visto, no es de extrañar que se les desmande el presupuesto.

Recio empieza con sus imágenes sexuales de bolleras copulando con arneses de cuero y penes de látex y, al borde del colapso nervioso-sexual, casi sufre una agresión por parte de Reyes, que con gusto le metería tres o cuatro buenos mojicones (indignada como se halla por tanta recreación de porno-bollo de garrafón).

Enrique, intentando que Reyes no le saque los ojos al pescadero

Continúa el pescadero picando a Enrique: “¿Vas a dejar que dos desviadas te echen de tu casa?”, le dice. Como no parece muy dispuesto a abandonar el hogar, Reyes amenaza a Enrique con demandarle reclamándole una pensión compensatoria para Araceli. Según ella, tiene todas las de perder porque “los jueces siempre nos dan la razón a las lesbianas para no salir en el telediario”. Me vais a permitir que no comente esta frase, porque está del todo fuera de lugar y no comprendo muy bien ni cuál es su objeto ni cuál su gracia; además de ser falso, no me parece conveniente que se hagan esta clase de manifestaciones.

Enrique decide que, dado que lo han puesto de patitas en la calle, por lo menos aprovecha para irse a vivir con su novia. Pero la “guarrilla pelirroja” no está muy de acuerdo con el plan: ahora está saliendo con un controlador aéreo (casado, por más señas) y lo que menos le apetece es que Enrique esté por medio y le fastidie el plan. Por otro lado, no se atreve a contarle al concejal que ya no es el hombre de su vida. Y Enrique se presenta en su casa con el niño, las maletas y consigo mismo en busca de asilo. Judith se niega en redondo a la acogida, por muy humanitaria que sea. El concejal aclara que si ya no es su novio, tampoco será su vicepresidente. La presidenta entra en pánico y decide contemporizar con el dimisionario: vale, que se quede en su casa, y ya verá cómo capea el temporal.

Pero no va a renunciar al ligue, así que la guarrilla pelirroja le hace una buena guarradilla. El concejal, para reavivar las llamas de su amor aletargado, prepara una cena romántica en el piso que ahora comparte con Judith. Ésta ha quedado a su vez esa misma noche con el controlador aéreo, así que cuando Enrique le suelta lo de la cena, ella se inventa una urgencia psicológica (más bien psiquiátrica) y se va a cenar –y a lo que surja- con su ligue. El concejal se queda esperando toda la noche sentado a la mesa a su amada, pero ésta no comparece y finalmente se le estropea el rissotto que había comprado para la ocasión. Las excusas que da la infiel cuando aterriza a la mañana siguiente son bastante increíbles, pero acaban de perder su nula credibilidad cuando aparece el amante bandido (es que en España seguimos algo enfadados con los controladores) y se descubre que ha estado dándose el lote con él esa noche. Como no tiene freno en esta tarea, la guarrilla pelirroja mete la pata otra vez: presenta a Enrique como su padre a su amante. Esto, como es lógico, enfurece al concejal le impulsa a volver –otra vez- a dimitir de su cargo de vicepresidente. Asimismo, idea un plan para romper el idilio de Judith: le va a sacar una foto follando con el controlador y acto seguido a enviársela a la esposa del mencionado. Lógicamente, se arma el cristo y el amante abandona rápidamente a la guarrilla pelirroja, con la esperanza de salvar in extremis su matrimonio. La ocasión la aprovecha Enrique que, en el preciso momento en que acontece la ruptura, se presenta por allí y…efectivamente, Judith vuelve a pedirle copular (dado que ya el otro no está dispuesto). En medio del fornicio se presenta el controlador, al que su mujer ha echado de casa y descubre horrorizado que Judith se acuesta con quien cree que es su propio padre. ¡Encima de puterío, incesto! Cuando le sacan del error, ve claramente que ha sido el concejal-fornicador quien ha mandado la foto. La guarrilla pelirroja se enfada con los dos y a ambos los echa de su casa.

Como resultado de toda la movida, Enrique se ve de nuevo en la calle. Así que no le queda otra que alquilar él mismo el piso que comparte en propiedad con Araceli. Semejante talla de pringadez sólo puede darse en este sujeto: paga alquiler por vivir en su propia casa. Pero a Araceli y Reyes les viene de perlas la pasta para la boda, así que adelante. Es de esperar que las relaciones entre todos ellos no sean, en un futuro próximo, cordiales. Ya lo veremos, no os preocupéis. Hasta la semana que viene.