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Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Nuevos aires políticos aventan esta comunidad. Enrique, el concejal, presentó su vigésimoquinta dimisión (aproximadamente) como vicepresidente. Pero, como acostumbra, ha vuelto a arrepentirse y se presenta con el rabo entre las piernas –que nadie piense otra cosa que en el carácter simbólico de sometimiento que desprende esta castiza expresión- en la puerta de la presidenta. Ésta ya se ha buscado sustituto y le piensa reemplazar por el Maroto (el chico este que parece que tiene una mopa en la cabeza, cuya esposa está rodando en los cañaverales de Miami un tórrido culebrón en el que se la zumban todos los demás personajes).

Pasen y vean si este chico, poniéndole al revés, no sirve para dejar los suelos más limpios que una patena

Seguro de recuperar el cargo, Enrique no pensaba en su destronamiento, y sufre otra más de las humillaciones a las que ya debería estar acostumbrado. Testigo del ridículo es –cómo no- Antonio Recio (mayorista que no limpia pescado), quien de forma automática proclama que la presidenta se folla al nuevo vicepresidente. Básase tal creencia en que ya se tiraba al anterior y las costumbres son malas de cambiarse. Recio aprovecha para preguntarle a Maroto cómo tiene el chocho la presidenta, asunto que le tiene completamente intrigado.

Recio, el Rancio, baja a saltitos todos los pisos por la escalera, anunciando a voces la nueva noticia de copulación y fornicio presidencial. Del último salto pretende meterse en casa del concejal, como por costumbre tiene, para zamparse su desayuno. Pero la mala fortuna y el despiste de Enrique hace que cierre la puerta justo en el momento del saltito y el pescadero cae cuan largo es en el suelo, víctima de la “hostia terrible” –según sus propias palabras.

No puede el golpe con los afanes comilones del pescadero: entra y se pone las botas con el desayuno. El tal desayuno era en realidad para Fran (hijo adolescente de Enrique y de Araceli, a quien ya conocemos de requetesobra). Pero cuando el concejal entra a llamar a su inactivo retoño, lo que se encuentra en su cama es toda una sorpresa.

Quien reposa en el lecho del zangolotino no es éste, sino una serpiente grandísima, más larga que un día aburrido y de un color amarillito que da que pensar en su origen selvático. Efectivamente, el ofidio es pitón y su tenencia sin los oportunos permisos es ilegalísima (además de presuntamente peligrosa). Responde al nombre de Marilyn y el mozalbete se la ha quedado porque su propietario –un “colega” del chaval- ya no puede darle alojamiento. El Recio, cuya mente búrrico-malvada no descansa, ve la posibilidad de usar a Marilyn para sus pérfidos fines.

Marilyn, la indiscutible estrella de este episodio; de los dos seres vivos que aparecen, es la que no tiene barba

Se trata de robar la serpiente y soltarla por el edificio para que cunda el pánico entre los vecinos; ellos le echarán la culpa a la presidenta por el peligro que corren. Seguidamente, aprovechando el conflicto y la anarquía, él se ofrecerá como nuevo líder invicto de la comunidad, para salvarlos a todos. Como no tiene ni idea de cómo capturar una serpiente, piensa en quien cree que puede ser el sujeto cazador óptimo: su empleado Parrales. Debido a que Parrales es colombiano, el Rancio piensa que como indígena de las Indias estará acostumbrado a moverse por la selva (recordemos que este sujeto cree que todos los emigrantes viven en tribus primitivas). De nada le sirve a Parrales aclararle que él es de Medellín. El pescadero le presiona sin piedad: o roba la serpiente o ese mes no cobra –no entiendo cuál es el contenido del chantaje, teniendo en cuenta que no cobra ningún mes. Cuando llegan a la casa de Enrique, Recio se convence de la inexperiencia de Parrales en estas tareas (de hecho le dice que es un “indígena de pacotilla” y que seguro que “no sabe ni reducir cabezas”). Pretende que se deje enrollar por la serpiente, pero a tanta actitud suicida no llega el colombiano, que sugiere que mejor le pongan una toalla encima y así la capturen; pero con la colaboración de Recio, claro está. El pescadero accede, no sin antes echarle en cara que siempre necesite “la ayuda del hombre blanco”. La meten como pueden a un cesto de ropa sucia, después de intentarla hipnotizar con una melodía flautera, y ya está: culebra sustraída.

Tan contento está del resultado de la “operación Marilyn”, que le ofrece a Parrales ser su Delfín (ya sabemos, como el heredero a la Corona francesa). No obstante, señala el pescadero que va a ser un asunto difícil, dado que su empleado no ostenta el HONOR de tener la Ciudadanía Española; también dice que como sigan los socialistas en el poder, cualquiera sabe si podría conseguirla. Y remata el listado de lo que él considera absurdeces políticas con la posibilidad de que Parrales pudiera llegar a votar en éste, su país de adopción. Como Araceli y Reyes acaban de aterrizar en el rellano, aprovecha para preguntar por su “boda bollera”. Araceli le invita (¡qué mal está esta mujer de la azotea!); en vez de agradecer tan ilógico detalle, el mayorista advierte con sonrisa de cabrón desorejado que deben darse prisa porque el PP va a ganar las Elecciones.

Las bolleras se marchan ofendidas y el pescadero suelta a la pitón en el ascensor al grito de “¡Hala, a acojonar vecinos! ¡Serpiente pitón, cumple con tu misión!”.

Las primeras que se encuentran con el pastel ofídico son la presidenta y la guapa de las ninfómanas inquilinas del Recio. Ellas se supone que son amigas, pero a lo que se dedican es a ver quién le quita el novio de turno a quién. Y en tal cruce de reproches se encuentran, cuando se percatan de la presencia del animalito: la reacción inmediata es ponerse a chillar como posesas. Acto seguido increpan al de la mopa en la cabeza para que libre al ascensor de la presencia de Marilyn. El Maroto se acojona, pero acaba por intentarlo (y de paso rescatar uno de los zapatos de Judith, que se ha quedado haciéndole compañía a la serpiente). Como las técnicas de captura no son muy valientes que digamos, la culebra se queda donde estaba. Son esta vez Reyes y Araceli quienes llaman al ascensor. La discusión que celebran ambas mientras lo esperan es la siguiente: Araceli no está de acuerdo en llegar a la boda en moto; ella preferiría un coche de caballos, en plan Feria de Abril. Reyes discrepa porque le parece que presentarse así sería “muy gay”. Araceli contesta que en moto ella se despeina, así que nada de motos.

Llega la ultracatólica, a la que Reyes llama “la opusiana” y se desarrolla el siguiente diálogo, mientras esperan al dichoso ascensor:

Ultracatólica: ¡Buenas tardes!
Araceli (en un susurro): Hola, ¿qué tal?

Surge un incómodo silencio; para romperlo, Araceli dice lo primero que se le pasa por el magín.

Araceli: ¡Uy, qué mona vas!
Ultracatólica: ¡Pues de misa vengo!
Araceli: ¡Ale, pues muy bien, bien limpita de pecados!
Ultracatólica: ¡Sí! ¡No como otras!

Esto va por la famosa y tradicional pecaminosidad lésbica, ¿no? Recordemos que la sutil indirecta viene de parte de alguien que ha cometido adulterio, fingido una posesión diabólica, pretendido que se le aparecía la Santísima Virgen y que hasta intentó tirarse a un cura.

En este momento, llega el ascensor. Pero, antes de que se abran sus puertas, aparecen chillando como puercos en matanza el Maroto, la guarrilla pelirroja y la guapa ninfómana. Pretenden evitar a toda costa que alguien se encuentre con Marilyn, que evidentemente habrá bajado en el ascensor porque en él se hallaba. Pero, ¡oh, sorpresa!, se abren las puertas y el tal elevador sólo contiene…un zapato (el de la presidenta). La pitón ha volado.

Para justificar tanta histeria en impedir que nadie se asomara al ascensor, lo mejor que se le ocurre a Judith (la presidenta-guarrilla pelirroja) es decir que Maroto (el pelo-mopa) se ha tirado un pedo dentro. Tan marrana excusa resulta, no obstante, verosímil y por tanto eficaz para las vecinas. Reyes no pierde la oportunidad de señalar que es conducta propia de hombres, como si las mujeres no tuvieran intestinos igualmente capaces de generar gases. Pero pronto viaja la conversación desde las fratulencias al puterío presidencial: se da por sentado que la presidenta se trajina al vicepresidente (como es tradición en la comunidad últimamente) y que éste ha sido también fornicado a conciencia por la guapa ninfómana. Ante tal panorama de cópulas constantes e indiscriminadas, Reyes comenta: “¡Y luego dicen que los gays somos promiscuos!”. La ultracatólica replica con la siguiente perla dantesca: “¡Muy promiscuos! ¡Satán os ha enviado para pervertir al mundo!”.

Cuando Araceli le recuerda el espinoso tema de sus fornicios con el conserje, la supersanta replica que ella sólo responde ante Dios Nuestro Señor. Tras declararse exenta de la justicia moral ordinaria y, por tanto, Aforada Divina, inicia el ascenso por las escaleras –hacia las alturas, suponemos. Araceli le pide entonces (puesto que tanta santidad acumula sobre su alma) que rece por ellas, que bien pecadoras que son. La ultracatólica hace exposición de una “verdadera” caridad cristiana negándose a ello: total, ¿para qué? ¡Si ya están supercondenadas al infierno pavoroso!

Menos mal que Araceli se declara friolera y, por tanto, el infierno tradicional no puede resultarle excesivamente incómodo. Yo reconozco que también, a poder elegir, preferiría un Lugar Eterno dotado de buena climatización. Pasarse con los pies helados toda esa vida interminable no tiene que molar nada.

Maroto constata una realidad: acaba de convertirse en el Pedorro Oficial del Edificio. Pero eso no es suficiente para solventar la crisis, hay que informar al vecindamen de que hay una serpiente por ahí suelta. La guarrilla pelirroja convoca una junta y allí sueltan la nada tranquilizadora noticia. Una serpiente, según la ultracatólica es la “reencarnación del Mal”, así que ahora sí que la hemos liado: el Maligno en persona anda dándose vueltas por las zonas comunes. Alguien advierte que el peligro más mayúsculo está en sentarse en la taza del wáter, porque las culebras tienen la curiosa costumbre de colarse por las cañerías y salir a la superficie por tan poco higiénico orificio. Así que todo el mundo pilla miedo de hacer sus necesidades en los cuartos de baño de las viviendas; solución: irse todos a cagar al inodoro de la caravana donde vive el conserje. Evidentemente, como no tiene cañerías de evacuación, por ahí no puede colarse la serpiente.

Hacen cola los vecinos al completo a la puerta de la caravana y pronto comienzan los problemas: los estreñimientos generan retrasos, algunos intentan colarse por cuestiones de urgencias miccionales, y el depósito del wáter acaba por llenarse con tanta fecalidad.

Entre tanto, la Comisión de Captura de Serpientes (CCS) está realizando una de sus operaciones más brillantes: el concejal blande una caña de pescar, de cuyo anzuelo prende un pollo crudo, y arrima el pollo a la taza de un wáter con la esperanza de que Marilyn asome la cabeza para zamparse a la presa avícola. Javi Maroto espera del otro lado para echarle el guante al reptil cuando aparezca. Obviamente la estrategia no llega a buen fin, porque la serpiente no es ni la mitad de tonta que sus pretendidos captores.

Otra de las iniciativas es soltar ratones por todo el edificio (ratones bastante creciditos, por cierto). Y digo yo, ¿de qué sirve soltar los ratones para que deambulen por ahí? Así sólo conseguirán tener a Marilyn bien alimentada, pero no localizarla: si no sabes dónde anda el cebo, no sabes dónde está quien se lo come.

Véase la cara que se le pone a Araceli al despertar y encontrarse a este animalito en su cama

Por último, montan una especie de “hábitat natural” en la terraza de Enrique –que siempre está dispuesto a demostrar que es un pringado de primera división- consistente en poner un buen montón de plantotas bien verdes y echarles agua para que a la serpiente le recuerde a la selva y decida pasarse por allí.

Pero la pitón no asoma. El Recio sigue ávido de poder y dispuesto por todos los medios a darle un golpe de Estado a Judith, provocando la revolución de los vecinos debido al tema de que una serpiente suelta no es buena para la comunidad. La ninfómana fea tiene un niño (nacido del pescadero, aunque esto parezca un anuncio del Apocalipsis, pues es la pura verdad). Como tiene cosas que hacer, le deja el niño en custodia al conserje. El conserje es tonto, como todo el mundo sabe, así que dejarle a cargo a un niño no es buena idea. Ahí ve Recio la ocasión pintada calva: secuestra al niño, lo mete en su casa y le pone a ver la tele –concretamente Intereconomía- y espera paciente a que las histerias se disparen por todo el bloque. Con el niño desaparecido, todos piensan que se lo ha zampado la serpiente (triste sino el del infante, aunque lo de torturarle con Intereconomía tampoco es moco de pavo). La ultracatólica opina que, en realidad, el mayor mal del crío es no haber sido bautizado antes de su óbito, por lo que arderá en el infierno cual churrasco. Araceli le pregunta a esta señora si va a comisión, o tiene bono en el infierno o qué (la verdad es que si por ella fuera, los mundos infernales estarían superpoblados). Para rematar la actuación, el pescadero resuelve convertirse en el Super Héroe de la Comunidad: SUPERRECIO habría (según él) atacado a la serpiente y, con grave peligro para su vida, extraído de sus interiores al crío intacto e ileso. Éste ha visto demasiadas historias bíblicas y lo de Job en la barriga de la ballena –y lo de Pinocho también, cierto es.

El Recio, haciéndose el héroe rescatador de niños atrapados en entrañas de ofidios

Cuando devuelve al crío, éste atufa que da todo menos gusto: lo ha untado con crema anticelulítica de su mujer porque piensa que huele tan mal que es lo que más se parece a los jugos gástricos de la culebra.

Todas estas tonterías terminan por oírlas en declaración los policías municipales a los que acaban siempre llamando esta panda de locos cuando las cosas se desmandan demasiado. Tras algunos intercambios de información a cual más delirante, aparece Fran con la serpiente enroscada a su cuello a modo de grandísimo collar. Mírala, pobre, tan mansita y la que se ha liado a su costa.

Detenidos se llevan al pescadero (“por payaso y por secuestrador”, según dice el policía muy atinadamente) y al concejal por tenencia de animales peligrosos sin licencia de ningún tipo. Los sueltan al cabo, y el episodio termina con el Recio llamando a la puerta de nuestras bollos. ¿Qué quiere? Pues lo normal, lo que pasa todos los días por su cabeza de lunático: proponer que prueben con él su “pene de látex”. Araceli se mete dentro de la casa muerta de risa; Reyes le cierra la puerta en las narices, luchando por no meterle un buen mojicón para que espabile. Recio las llama desde fuera “desviadas”, chillando, como siempre. Fin del capítulo. Hasta la semana que viene.