plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Araceli pretende, agobiada porque los gastos de la ceremonia y los fastos adyacentes a la misma, reciclar su vestido de novia de la boda anterior (la que celebró con Enrique, y que seguramente éste guarda en el trastero). Al concejal le parece un despropósito y una humillación gratuita el que use el mismo ropaje que vistió en su “boda católica” para su nueva “boda lésbica”. Sin embargo, la experiencia demuestra (empezando por su propio caso) que el sello de calidad de un matrimonio no lo da su denominación de origen, sino el amor que se profesen sus cónyuges. Enrique no se aclara mucho sobre si quiere que le inviten o no: para eso está Recio, para animarle. Las razones de este capullo es que, asistiendo a la boda “lésbica”, tendrá la oportunidad de ver a un montón de bolleras “frotándose”. Por una vez, Araceli y Enrique están de acuerdo: el pescadero está pero que muy enfermo.

Araceli, en éxtasis tras conseguir la llave del trastero

De vuelta de tocarle las narices a la presidenta, el Recio y el concejal encuentran a Reyes mirando el buzón. El pescadero no para de soltar memeces – parece que tiene un motor- y dice:

Recio: Oye, ¿a ti nunca te han confundido con un hombre?
Reyes:“No, nunca. ¿Y a ti?.

Jajajajajaja. Muy bueno. Pero este fantoche no aprecia la ironía, ni se frena en las barbaridades. Ahora le ha dado porque si Reyes no ha tenido sexo con un hombre nunca (como decía la Biblia “no ha conocido varón”), es que es virgen. Hala. ¿Con esto terminan los disparates? Qué va: el pescadero se obstina en conquistar a Reyes porque asegura que “sin pene es imposible llegar al punto G” y que, por tanto, no ha conocido orgasmo por no conocer varón. En el disparadero de la estupidez, el muy lerdo defiende tener un “pene ancestral”: esto es que la evolución biológica de la especie le ha dotado a él de una polla con un diseño especial, capaz de hacer orgasmar a cualquier vagina con una facilidad grandísima. Por tanto, encuentra necesario “profanarle el juju” a Reyes, a la par que se muere por saber cómo lo tendrá Judith (asunto que intentó investigar sin éxito en anteriores episodios). En fin, que a este tipo hay que abrirle un frenopático especializado en él mismo, porque no tiene igual en las demás enfermedades mentales descritas por la Ciencia.

El Recio, exponiendo la Teoría de la Ancestralidad de su Capullo

Araceli intenta incrustarse dentro del traje de novia…sin éxito, claro: han pasado 20 años y ha ensanchado, como es lógico. Reyes no está muy de acuerdo en el asunto de reciclar el traje, pero acaba cediendo por las circunstancias económicas; si ahorran un poco, se pueden ir más lejos de luna de miel.

Araceli lucha, ayudada por su novia, por meterse en el vestido. Ay, ¡cómo se estropean los cuerpos!

A Vietnam quiere ir Araceli. En medio de este diálogo, aparece el Recio. Éste quiere “cambiar de acera a la bollera” y para acercarse le pide cita (recordemos que es dentista). Reyes intenta rechazar al paciente porque le da un asco que no puede remediar; pero la pasta manda y acaba por darle una cita en consulta para generar clientes –y por tanto fondos-, para el enlace.

Se inicia una escena tenebrosa, lacerante, tremebunda y llena de miedo; un momento al que teme media humanidad, un sitio donde el más valiente sufre tembleques: la consulta del dentista. Y allí acude el tarado pescadero, se sienta en el sillón y tras mucha insistencia por parte de Reyes de que cierre el pico, abre al fin la boca. La dentista examina al paciente y le encuentra un montón de caries, gingivitis y porquerías varias. Recio confiesa que la última vez que fue al dentista le llevó su mamá. Así que lleva un retraso soberbio en cuidado bucal y, por tanto, resulta verosímil que Reyes perciba una buena cantidad de dinero por sus intervenciones en este bocazo que sólo suelta barbaridades. Se va a hacer de oro. Por de pronto le hace unos cuantos empastes, mientras –eso sí- el Recio le mira las tetas.

Reyes aplica un severo correctivo a las caries del pescadero, en castigo por ser un teta-voyeur

Está claro que Judith pasa olímpicamente del concejal. Pero él sigue erre que erre persiguiéndola. Al final su propio hijo le hace ver el ridículo que está haciendo y le sugiere que se busque una chica de su edad, que no se burle de él a cada paso con el tema de la pila de años que le lleva. ¿Va a tomar por fin Enrique una decisión juiciosa? No, eso no está en su naturaleza. Decide que buscará a su mujer ideal, “una mujer estable, madura y que no esté muy estropeada”. Y piensa en…..Araceli (sí, es increíble que haya encontrado tales virtudes en ella). Y además se olvida de que el primero que tenía que pensar en estropicios es precisamente él, que está más pasado que una uva pasa. Así que, siguiendo lo que parece va siendo una moda en la comunidad, va a intentar pasar de acera a su ex y llevársela a su huerto. Araceli está obsesionada con perder peso para caber en el vestido de novia y Enrique tratará de aprovechar la oportunidad para ligar: ahora hacen footing juntos –ella para quemar calorías y él para estrechar lazos.

El pescadero y el concejal se alían para llevar a cabo sus respectivas conquistas: Enrique pide a Recio que entretenga a Reyes en la consulta. Mientras tanto, él hará sus intentonas con Araceli, aprovechando que está sola y –dicho sea de paso- loca de atar. ¿Tendrán éxito en tan ruin y traicionera estratagema?

Araceli se dedica en sus horas libres a pasar hambre y a ver el álbum de su primera boda. No tendría nada de particular si no fuera porque quien intenta ocultarse es porque tiene algo que ocultar. Y, efectivamente, en cuanto oye que entra Reyes pega un saltito y se sienta justo encima del álbum para tratar de esconderlo. Por supuesto que su novia se da cuenta, pero acaban hablando de la ceremonia; Araceli dice que quiere algo íntimo y que no va a invitar a nadie de su familia. Reyes empieza a plantear que quizá su novia no tenga claro lo de casarse.

Reyes: ¿Tú me quieres?
Araceli: ¡Claro que te quiero, tonta!
Reyes: Es que a veces parece que tienes dudas.
Araceli: Yo no dudo, ¿no serás tú la que duda?
Reyes: No, yo no dudo. Pero tu duda me hace dudar.
Araceli: A ver…no es que dude, pero si dices que dudo me entran dudas de si no serás tú la que duda, porque cuando dices que yo dudo se nota que dudas de mis dudas, y eso me produce…¡dudas!
Reyes: Me he perdido. ¿Qué dices?
Araceli: ¡Yo qué sé!

Tras este diálogo de besugas, Araceli vuelve a clamar que tiene hambre. Lógico: no come absolutamente nada. Al día siguiente se va a hacer footing otra vez con Enrique. A ambos los siguen Judith y la ninfómana guapa (Raquel), porque la presidenta quiere espiar al concejal: ella le ha dejado, es verdad, pero le fastidia que no esté destrozado por esto y a la que pueda le destrozará cuanto ligue intente tener.

El concejal está pletórico y decide confesarle a su ex que un “rescoldo de la llama” de su amor sigue vivo por ella. Pero justo cuando se está declarando mientras corre, a Araceli le da la lipotimia que se venía ganando desde hace días. Queda desplomada en el suelo mientras él sigue su marcha y su discurso. No se da cuenta de que no le acompañaba hasta un buen montón de metros más adelante.

Las dos espías llegan a distancia a verlos en el preciso instante en que Enrique, despavorido, practica la respiración artificial a la desmayada. Y como ellas sólo piensan en una cosa (dentro de la infinidad de cosas en que se puede pensar), creen que se están dando el lote tirados en el césped.

El mayorista-que-no-limpia-pescado se encuentra tendido en el sillón de la tortura dentaria, pero se niega a abrir la boca hasta que Reyes le responda a una pregunta muy personal: Si la dentista se ha acostado alguna vez con un hombre. Ella no quiere responder, pero el malvado pescadero amenaza con irse a otro odontólogo si no se le aclara esa cuestión que tanto le interesa. Abrumada por la necesidad de pasta, Reyes al final le contesta que su cama sólo la han visitado señoras. Recio se afianza mentalmente en las oportunidades que tiene de conquistarla (siendo el varón, y por tanto bocado apetitoso para toda hembra fisiológicamente conformada como tal; y mucho más si tenemos en cuenta que es propietario de un pene de diseño exquisito). Así que su siguiente acción es….tocarle el culo a Reyes. Ella, que estaba en ese momento maniobrando con el torno, pega un respingo y le mete un buen tajo en la lengua al pescadero. Recio comienza a sangrar por la boca como lo que es: un cerdo.

Aullando de dolor y preocupación por no poder chupar más las cabezas de las gambas (lo más rico, según él) acaba confesando que está allí para entretenerla mientras Enrique se tira a Araceli.

Reyes sale disparada de la consulta, dejando a la enfermera encargada de suturarle la lengua al imbécil. El imbécil queda aterrado ante la posibilidad de que una inmigrante (la enfermera lo es) le realice el mini-acto clínico.

Enrique ha llevado a Araceli a casa. Ya está repuesta del soponcio, pero hecha polvo, así que decide pegarse una ducha. El concejal de Juventud y Tiempo Libre ve la ocasión pintada calva y por su propia cuenta irrumpe en la ducha también con las mismas ropas con las que Dios le trajo al mundo. Allí intenta seducir a su ex, pero ella no quiere saber nada de revivals de romances anteriores y así se lo hace saber. Suena el timbre del portal: es el bobo del conserje avisando de que viene Reyes. Alarmada a más no poder, Araceli le tira toda la ropa a Enrique por la ventana y le hace encaramar en la estructura que separa los balcones. Teme, con toda razón, que si Reyes le ve lo despelleje. Finalmente no lo avista, y el concejal se queda colgado todavía un ratito: justo hasta que la ultracatólica lo ve desde dentro de la tal estructura y se dedica a meterle mano. Obviamente, en tan delicada posición y con tales actividades, Enrique pierde agarre y cae a la calle desde el segundo piso. Y allí se queda, aturdido y tendido en el suelo como una rana.

Reyes no ha quedado satisfecha y no tarda en presentarse junto a su novia en casa del concejal a pedirle explicaciones. En cuanto le echa la vista encima, lo coge por el cuello y le pregunta si aún quiere a la que es ahora su novia. Enrique lo niega (el muy mentiroso); Reyes le pregunta que por qué entonces quiere joderles la boda. Por él responde el pescadero, con esos pensamientos tan elaborados e inteligentes que caracterizan su personalidad: “¡Porque dos lesbianas no se pueden casar! ¡Los jujus con los penes tienen que estar!”

Tras esta formulación filosófica digna del mismísimo Kant, Reyes se le echa encima con intención de volverle la cara del revés –es decir, darle su merecido.

Enrique niega su homofobia latente: él mismo –dice- ha sido un firme defensor de los derechos de la comunidad homosexual e, incluso, podría hasta casarlas él personalmente. Reyes se niega en redondo por parecerle antinatural que el oficiante de su boda sea el anterior marido de una de las contrayentes. Araceli le ve gracia al asunto por el ahorro en dinero y tiempo que podría representar (quiere saltarse la cola de bodas que haya en el Ayuntamiento). En fin, ya lo hablarán entre ellas.

Al siguiente capítulo le interesan poco Reyes y Araceli, así que lo vamos a despachar con brevedad. Enrique sigue obsesionado con quitarle la novia a Reyes y lo mejor que se le ocurre es tratar de demostrar a Araceli que él tiene las mismas habilidades que la dentista. Vamos, algo así como hacerla ver que él es “mejor partido”. Se entera por casualidad que Reyes es buena en cosas de bricolaje y encima el zangolotino que tiene por hijo está interesado en el arte de armar muebles. Son ingredientes bastantes para que se ponga en plan machista a tratar de defender que él, como hombre que es, puede montar una estantería de Ikea mejor que su rival. Por supuesto, no sabe hacerlo. La estantería acaba con todo su peso encima de la pobre Reyes, que termina el episodio conmocionada y en el hospital.

Y con esto y un bizcocho, hasta la semana que viene.