plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Cualquiera con un poco de optimismo en la cabeza pensaría que irse a vivir al quinto infierno tiene muchos inconvenientes, pero la grandísima ventaja de vivir en paz. Error: el Mirador de Montepinar está lejos de cualquier vestigio de civilización y no aparece ni en los callejeros pero, precisamente por eso – para no molestar a los ciudadanos normales- les han encasquetado el recinto ferial al ladito mismo de la urbanización. El resultado es obvio: ruido, juerga y botellón hasta altas horas de la madrugada, toneladas de basura, borrachos entrando en las zonas comunes y en el piso de Enrique (que ya debería estar acostumbrado a que se le metan los intrusos por la terraza)…etc, etc. Los vecinos no pueden dormir. Están cabreados, soliviantados, exaltados,…En fin, más guerreros que de costumbre, si eso fuera posible. Y como Enrique Pastor es el concejal de Juventud y Tiempo Libre (es decir, el responsable de todos los festejos municipales, casualmente), el vecindario al completo se enfada con él por permitir que el Ayuntamiento haya llevado hasta la misma puerta de sus viviendas todo el molesto fiestorro.

Enrique, en realidad, no sabía nada porque nada pinta en el Ayuntamiento. Si será pringado que en toda su vida política no le habían ofrecido aún ni un triste soborno. Pues bien, este es su estreno, su pérdida de virginidad en cuanto a corrupción se refiere. El alcalde le da un sobre lleno de billetes a cambio de que entretenga a sus convecinos durante toda la semana que duran las ferias dándoles una excusa tras otra. Y el recinto ferial se queda allí, sustentado con las promesas y buenas palabras de que ya se estudiará un nuevo emplazamiento para el año siguiente.

Dicen que la cultura abre caminos, estimula la inteligencia y nos hace, por ello, más libres. También hay quien defiende que, cuanto más se ignora, más feliz se es. Antonio Recio, mayorista que-no-limpia-pescado, pasa atribulados momentos. Parrales (su empleado inmigrante, a quien conocemos por su largo historial de humillación)se ha leído un libro de Historia de España. Contra las creencias del pescadero, los musulmanes no invadieron España porque un Rey “socialista” les dejara entrar, ni el Cid era “un valiente de derechas” que tuvo cojones para echar a todos los moros. Pero él no está dispuesto a aceptar la realidad, los moracos son enemigos hasta que….se es uno de ellos. Resulta que el párroco de su pueblo le revela que su abuela tuvo un lío con un magrebí cuando la familia residía en Sidi Ifni. De resultas de los polvos, hay unas cartas comprometedoras que hacen pensar si el papá del pescadero no procedería en directo del semen del morito enamorado. Recio se lo toma fatal. ¡¡¡¡Es un MORO!!!! Pero pronto empieza a verle la gracia al asunto: en cuanto se percata que, abrazando el Islam, podrá tener hasta cuatro mujeres y gozar, cuando palme, de los favores sexuales de las huríes del paraíso. Viendo que de musulmán puede follar más que de cristiano, la conversión comienza a parecerle un asunto harto ventajoso.

¿Os acordáis de Amador, el Gañán, que fingió ser un albaceteño gay para que su madre se fuera de su casa y lo dejara en paz? Pues vuelve a las andadas. Su mamá no se fue, sigue incordiándole; y ahora, para postre, se ha presentado también su padre. El papá es un tío enorme de grande, una especie de oso de cinco pisos de alto por siete de ancho, electricista y bruto hasta reventar. El tipo es pero que muy bruto. Viene a quedarse en casa de Amador porque en Albacete, solo, se aburre; y porque no tiene quien le lave los calzoncillos, le planche las camisas, le haga la comida…vamos, lo que tradicionalmente se espera de un macho inútil.

Si el sueño de Amador era pasar el resto de su existencia como un “vividor-follador” (o sea, lo que antes en fino se llamaba “playboy”) lo lleva crudo, viviendo con sus padres como cuando era adolescente –de cuerpo, quiero decir, porque de cerebro andará por esas edades o aún menos. Para que sus progenitores se vuelvan a Albacete, su panda de amigotes idea una estrategia “genial”, que en realidad es una copia corregida y aumentada del primer intento de echar a su madre. Volverá a fingir que es gay, pero esta vez, para exasperar hasta el límite a su padre macho-tradicional (y por tanto, presumiblemente homófobo) va a salir del armario y además presentarle a su parejo. Es de suponer, según la panda de amigos homínidos, que el tipo bruto no soporte que su hijo le haya salido maricón y encima pretenda meterle en casa al novio.

Entre ellos eligen al que representará el papel de amante del gañán y sale ganador en la tómbola el chico de la mopa por cabeza. Javi Maroto, como sabemos, cohabita con su papá –su padre no vive exactamente con él, sino amorrado al televisor con el mando siempre descansando encima de su tripa. En estos momentos, ellos dos son el núcleo familiar porque la nuera está rodando un culebrón en Florida y la mamá falleció friendo croquetas. Pero tan curiosa situación es ignorada por el oso grandote y bruto que creerá ser el suegro de Maroto, el mopa-céfalo.

Recio decide convertirse al Islam, definitivamente. Así que se pone una chilaba y le encasqueta un chador a su mujer (Reyes supone que querrán jugar a las Mil y Una Noches). Menos mal que acude a un imán con dos dedos de frente: de inmediato se da cuenta de lo fútiles que son los motivos de Recio. Básicamente sabemos que el personaje se pasa al bando de Alá porque cree que va a follar más y mejor: quiere constituir un harén y le propone a la presidenta que entre a formar parte del mismo. Además, pretende descargar toda su agresividad sobre “los infieles”. El muy tarado proyecta sus intolerancias y manías sobre cualquier religión que profese: la “adapta” a sus tonterías con suma facilidad. Llega a preguntar en la entrevista si “las guarrillas” se las proporcionan o tienen que buscárselas él.

El imán le echa con cajas destempladas, advirtiéndole que deje de hacer el idiota tan exageradamente. Este hombre no puede gustarle a Alá, ni a cualesquiera otro dios/diosa o fuerza cósmica demiúrgica.

Berta, la ultracatólica esposa del pescadero, no está nada de acuerdo con el cambio de acera religiosa. Una cosa es que se ponga el velo “por amor” y otra que deje que Recio “traicione a Dios Nuestro Señor”.

Como tiene una prima que trabaja en un laboratorio, planea desenterrar al difunto abuelo español del pescadero para robarle un pelo (sí, uno de sus cabellos, esos apéndices pilosos que nos salen a los humanos en diferentes partes del cuerpo). Con el pelito en cuestión, averiguarán si su ADN concuerda con el del tarado. Si es así, la sangre mora no corre por las venas del mayorista. Y el muy imbécil podrá seguir presumiendo de descender de la Pata del Cid. Amador, el gañán aspirante a play-boy, sale de su fingido armario con sus papás. La madre se disgusta (tal cual hizo la última vez); el padre se queda sentado en el sofá, con todas sus carnes desparramadas –es que está muy gordo- y aire desconcertado. Cuando Amador empieza ha hacer la pamema de lo perseguido que se siente por ser homosexual,…¡¡¡Sorpresa!!!! El oso bruto de su padre le comprende. No sólo le comprende, también se siente identificado. Y no sólo se siente identificado, sino que se anima a descubrir a su gayretoño el gran secreto de su vida: ¡¡¡¡ÉL TAMBIÉN ES GAY!!!!

Se enamoró locamente de un sargento en la mili. Juntos, bajo las estrellas y durante una imaginaria, consumaron su amor. Su recuerdo no le ha abandonado en todos estos años y aún conserva, y venera con unción, una camisa de su idolatrado sargento. El olfateo de la camisa fetiche rememora en su espíritu y su cuerpo las horas de tórrido placer y amor correspondido a la luz de la luna bajo el toque de corneta (tururú, tururú, snifffs). Luego la vida les llevó por caminos diferentes: él abandonó la vida castrense y se convirtió en electricista, mientras su amante permaneció en el ejército acumulando galones. El oso bruto sigue enamoradísimo del sargento (de paracaidistas).

Todo ello le cuenta a su hijo, explicando además la terrible dificultad de sentirse mariquita en un mundo hostil y discriminante. Nunca se decidió a vivir su orientación claramente. Las recias y tradicionales costumbres de su pueblo no animaban a hacerlo: al último maricón que descubrieron, lo tiraron del campanario de la iglesia. Cierto es, como puntualiza uno de los amigotes de Amador, que en tales circunstancias era una suerte hacer la mili en paracaidismo. Algo de experiencia tendría tanto el gordo como el sargento en no estamparse contra el suelo, en caso de ser blanco de las tradiciones populares.

El plan de Amador hace aguas: su padre no sólo acepta su relación con el mopa-céfalo, sino que quiere estrechar lazos con su familia política. Y hace migas con el suegro. Sabemos que el suegro-Maroto es la viva imagen de la desgana existencial. Pero el hombre de la panza-pegada-al-mando-de-la-tele tiene una debilidad: ver lo que sea por la tele. Y si puede ser un partido de fútbol (juegue quien juegue, como si es la Liga de Borneo), tanto mejor. Los consuegros quedan para ver un partido y el gordo, que se ha liberado de sus complejos armáricos, hace lo que muchos futbolistas y futboleros cuando hay gol: dar rienda suelta a su emocionalidad; ¡y le mete un morreo al suegro Maroto! Así, con total normalidad y entusiasmo.

El desganado se chiva inmediatamente a la tropa de amigotes: el gordo consuegro es maricón. No es que le moleste, es que le da pereza. Todos se dan cuenta de que el plan de Amador para que su padre se vaya de casa hace aguas por todos los lados. La única posibilidad de que el gordo desaparezca de la vida de su hijo, es que recupere al amor gay de su vida. Localizan al sargento, que ya no es sargento, ha ascendido un montón (ahora es coronel). Le plantean el problema. El laureado militar reacciona con hostilidad y les cierra la puerta en las narices.

Enrique Pastor, concejal de Juventud y Tiempo libre, tiene un problema. Su actitud un tanto remisa a seguir las instrucciones del alcalde y engañar a sus vecinos, convenciéndoles de que las ferias serán trasladadas a otro lugar, no le está dando puntos en su carrera política. Para colmo, la filtración de que las atracciones no han pasado por ningún control de seguridad, no ha ayudado tampoco a que la gente se gaste el dinero en ellas. Consecuencia: los feriantes están que muerden. Así que el alcalde conmina a Enrique para que solucione él solito los problemas que ha creado; se trata de devolver la confianza a los ciudadanos. Para demostrar que las atracciones son seguras, nada mejor que las use él con sus más allegados.

Enrique pide a Araceli que le ayude. Se trata de que se suban él, ella y el mozalbete hijo de ambos en la noria, el gusano loco y el ratón juguetón. Araceli le hace notar que ella ya no es su “familia”, porque se acaban de divorciar. El concejal insiste: resultaría mucho más convincente, porque nadie pondría en peligro a su familia así, tan a lo tonto. Afirma además que las atracciones están en perfecto estado porque los gitanos (dueños de las mismas) son muy concienzudos: “¡Hasta comprueban la virginidad de las novias en las bodas!”.

Ni Araceli ni Reyes están de acuerdo en ayudar al concejal con la pantomima. No obstante, y habida cuenta de la argumentación que esgrime, cambian enseguida de opinión. Véase:

Enrique: “Está bien. Me voy, me voy. Pero os advierto que el alcalde me va a acusar de corrupción, puedo acabar en la cárcel. Y entonces iros despidiendo de cobrar el alquiler. Ah, y tendréis que ocuparos de Fran, que come como una lima y está pesadísimo con que le compre el coche. ¡No sé si os va a llegar para la boda!”

El Recio es un imbécil peligroso. No contento con convertirse en musulmán y cabreado por el ruido, decide hacerse talibán y volar con explosivos la feria entera. De nada sirven las súplicas y advertencias de su mujer, que le pide que espere al menos a los resultados del ADN. Él sigue con la monomanía de que “la sangre de Saladino” corre por sus venas y que tiene que acabar con la civilización occidental y “rescatar Al-Andalus de los infieles”. Así que, seguido por el tonto del conserje, se va equipado con una bombona de butano para hacer de las suyas en la feria.

Entretanto, Araceli, Fran y el concejal, se montan en las atracciones. Todo va bien, Araceli se marea mucho –como tiene por costumbre- y parece demostrarse que no hay peligro y que cualquiera puede usar los artefactos. Mientras tanto, el talibán-pescadero intenta hacer explotar la bombona de butano. Sin éxito, porque el procedimiento es bastante idiota: roban una escopeta de balines de un tiro al blanco y pretenden perforar la bombona con tan “poderosa” arma. Es tan inútil el tipo que no le da al objetivo, sino a una garrafa apartada y llena de gasolina. La gasolina se desparrama, llega hasta la bombona y….¡¡¡¡Vienen Berta y Parrales blandiendo los análisis de ADN!!!! ¡Coinciden con el de su abuelo Bartolomé! ¡El pescadero no desciende de Hasán! ¡Es español-visigodo, descendiente del Cid Campeador, de Don Pelayo y de la Celtiberia profunda! ¡A tomar vientos con la chilaba, la barba y el turbante! Todos van a montarse en el tren de la bruja y a comer perritos calientes. Pero como el pescadero no es el único retrasado de la manada, todavía puede ocurrir algo malo. En efecto, el tonto del conserje arroja los restos del porro que se estaba fumando al suelo…la colilla prende la gasolina derramada…el fuego corre hasta la bombona, que comienza a arder y….¡pumba! Explota la bombona y el cuadro de electricidad que estaba a su lado. La feria entera se queda sin energía, los puestos sin luz, las atracciones paralizadas y el concejal y “su familia” colgados del “Ratón Juguetón”. Tras varias horas allá arriba, los bomberos consiguen rescatarlos. Araceli es atendida por los servicios médicos tras sufrir un ataque de ansiedad.

Al menos, algo acaba bien: el amado militar del gordo bruto se presenta en casa de Amador. Ha comprendido que ha perdido cincuenta años de vida, lejos de su verdadero amor (el bruto electricista).

El ahora coronel ha dejado a su mujer y propone al padre de Amador empezar una nueva vida juntos. Ramón (que así se llama el gordote) acepta encantado, le dice por primera vez en toda su existencia a su hijo que le quiere y se despide de él dándole un tierno beso en la mejilla. Amador, el gañán, se queda conturbado por tanto cariño paternal. Los dos maduros enamorados se largan a Ibiza. Que sean muy felices…., y vosotras también. Hasta la semana que viene.