plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Los planes de boda de Reyes y Araceli van viento en popa. Ya casi están a las puertas mismas del altar y, como manda la tradición, quieren hacer una despedida de solteras. Cada una la suya, se supone; pero no, porque Reyes tiene un buen montón de amigas a las que invitar y Araceli… ninguna. Así que, tras dos o tres súplicas, consigue que su prometida le deje adosarse a la suya. Una despedida para dos. Pero en cuanto Reyes dice que vale, que sí, a Araceli le da por la contraria: ahora ya no va y se monta una despedida propia. ¿A que está muy loca? En cualquier caso parece que, en su momento, tuvo una muy movidita en su primera boda (con Enrique). En aquella ocasión, tres musculosos y morenos cubanos le hicieron un número subidito de tono. Ella cree que ahí nació su “falofobia”. A ver, ya vale de tanto estereotipo: ahora resulta que las lesbianas no sólo odiamos a todos los hombres, sino que además nos dan repugnancia los penes y por eso es que somos lesbis. ¿Cuándo se entenderá que no hay nada de eso, que es un asunto de atracción hacia las mujeres y no de rechazo hacia los hombres?

Para celebrar el evento de Reyes, eligen nuestras protagonistas el bar de Enrique. Dicho local ofrece unas ventajas indudables, como pueden ser: a) No hay clientes nunca, así que lo tienen bastante a disposición; b) no puede cobrar gran cosa, porque el 50% del negocio es de Araceli (los gananciales que aún, al parecer, no han disuelto). Enrique cede el local porque no le queda más remedio, pero como acababa de salir de la ducha y sólo lo cubre una toalla, pilla frío.

La comecocos (Judith) y la ninfómana guapa (Raquel) andan desesperadas de la vida. Resulta que, en un rapto de inteligencia, ambas han rechazado la ofrenda del Recio de llevarlas de acompañantes a la Gala del Bogavante de Oro. Dicho magno acontecimiento consiste en la entrega de un premio al mejor mayorista de marisco –como los óscars, pero en pescadería- y el Rancio piensa ganarlo. El resultado es que se han quedado aburridas viendo la tele y, en medio de la velada, empiezan a asaltarles los complejos de su fracasada vida amorosa. Ambas no tienen suerte con los hombres-es la verdad- y no se explican el porqué de tan mala fortuna, siendo tan monas, tan guapas, tan atractivas, tan deseables y tan hermosas (y teniendo tan alto concepto de sí mismas, como bien se ve).

El caso es que deciden que salen a ligarse a algún maromo como sea. Se arreglan y periponen y, a la salida del portal del edificio, llaman a un taxi. Como están exactamente en el mismo centro de la quinta puñeta, ni los taxis quieren ir. Si el plan no es volverse a casa a ver la tele, sólo les queda una opción: el bar de Enrique. Y allí se encaminan. Recordemos que en el tal bar se está celebrando la despedida de soltera de Reyes. Así que el ambiente que se van a encontrar la guarrilla pelirroja y la ninfómana guapa es muy diferente al que esperan. Por decirlo de algún modo, es precisamente “ambiente” lo que hay. No tardan mucho en darse cuenta de que: 1) Tantas mujeres todas juntas en un mismo bar y, 2) una absoluta ausencia de elementos masculinos, indica con toda probabilidad la existencia de un acontecimiento bolleril. Cuando de ello se percatan, ambas a dos piensan que corren peligro (no olvidemos que creen que están más buenas que el pan y que son un “caramelito” para cualquier lesbiana). Casi a punto de perfeccionar su huida, son interceptadas por Reyes. Ella les explica que es su despedida de soltera y que las invita a una copichuela y a participar de la fiesta, dado que son sus vecinas. Se las lleva a la barra a que les pongan sendos mojitos (¡¡¡Ahhhs, qué ricos!!!!) y las presenta a la concurrencia.

Aproximadamente a los dos segundos se les acerca la primera pretendienta y ellas empiezan (como buenas hetero-aterradas) a asustarse de la situación. En un momento dado, alguien le toca el culo a Raquel. ¿Hace lo normal, que es decirle a la culpable “oye, no me toques el culo”? No. A Judith le entra otra chica, que pensaba invitarla al baño a tener magreos variados. ¿Reacciona la comecocos como sería lógico, aclarándole a la muchacha que no le interesa y ya está? Tampoco. Lo único que se les ocurre para librarse del “acoso” es decir que son pareja. Como allí no se lo cree nadie, deciden demostrarlo dándose un beso. ¡Y vaya si se lo dan!

Lo que empieza siendo un breve morreo de despiste para engañar a la tropa, acaba siendo un beso apasionado del que no se pueden despegar. A las dos les está gustando mucho, pero mucho, mucho. Más de la cuenta para unas hetero-convencidas, diría yo.

Ellas mismas se quedan atónitas y temblorosas. Eso sí, como buenas barbies que son, con el lápiz de labios corrido por toda la cara. Señoritas, un poco de arte al escoger el maquillaje, que tras un simple beso van hechas una birria. Con tanta pintura extendida por la cara parecen unas verdaderas payasas.

El asunto es que las dos pijas se han quedado emocionadas con la experiencia. Es una mezcla de sorpresa, culpabilidad y desconcierto. Toda la vida creyendo que les gustan los hombres y ahora resulta que besan a otra mujer y flipan.

En el ascensor, preguntándose ambas de qué van en la vida

Al principio todo es susto: Raquel reacciona con horror cuando su prima (la ninfómana fea) le dice que se sube a casa de Judith porque le apetece un “bollo”. Tiene hambre y quiere desayunar, punto; pero a Raquel la palabra le enciende las alarmas y cree que es una indirecta de su prima, que se ha enterado de lo del morreo. Suben las dos primas a casa de Judith. La presidenta abre la puerta y Raquel pregunta si ha dormido bien. Judith no ha pegado casi ojo, pensando en “ella”-es decir, en el beso de tornillo que se dio con “ella”. Poco aguantan sin confesar: en cuanto se sientan en el sillón, le relatan a la fea todo el episodio, alegando que fue “una emergencia” para que las lesbianotas del local no las acosaran peligrosamente. Pero no todo es tan fácil: ambas se dirigen un par de miradillas furtivas. El diagnóstico está claro, les gustó el beso. Ahora tienen dudas sobre su verdadera orientación sexual. ¿Se gustan?

Tras un buen rato de reflexión por separado, Judith acude a la casa de Raquel, decidida a aclarar las cosas.

Judith: Raquel, tenemos que hablar. No podemos obviar lo sucedido, ¿eh? Los hechos traumáticos hay que tratarlos ANTES de que se enquisten en el subconsciente.
Raquel: A mí ya se me ha enquistado.
Judith: Nos hemos besado y ya está, es un hecho. Y yo no sé a ti, pero a mí no me resultó desagradable.
Raquel: No…a mí tampoco.
Judith: No sé, tenías los labios como…mulliditos. Total, que le he estado dando vueltas al tema, fríamente, y me he dicho: ¿Por qué no?
Raquel: ¿Por qué no… qué?
Judith: ¡Podríamos intentarlo!¡Tú y yo juntas!
Raquel: ¿Me estás pidiendo salir?
Judith: Raquel, con los hombres no nos ha ido bien, ¿eh?, eso es un hecho. Y tú y yo nos conocemos muy bien, no hay diferencia de edad, nos encantan los zapatos.
Raquel: Judith, pero no somos lesbianas.
Judith: Bueno, eso no lo sabemos. Las dos hemos sentido cosas.
Raquel: Ya, pero….
Judith: Mira a Araceli, que estaba casada con Enrique y no era feliz. Y de repente, ¡pum! Encontró el amor en la acera de enfrente.
Raquel: No, no, si puede ser…a ella le ha funcionado. ¿Pero cómo sabemos si somos lesbianas?
Judith: Vamos a hablar con Araceli, que ella nos ilumine el camino.
Raquel: Ya, ya, pero suéltame la mano.
Judith: ¡Hija, qué estrecha eres!
Raquel: ¡Es que vas muy rápido!

¿Ser o no ser….lesbiana? Grave dilema porque, en la mente de estas chicas, si no se es lesbiana no se puede salir con una mujer. Parece ser que amar a una señora/señorita es imposible si no tienes el título académico de Graduada en Lesbianismo. Chicas, ojo, hay que ponerse las pilas y reciclarse en formación lésbica continuada, no vayan a quitarnos el carnet y luego tengamos que dejar a nuestras parejas o (quien esté soltera) ya no pueda ligar por ahí.

Torturadas por tantos pensamientos ridículos, se dirigen juntitas a llamar a escondidas al timbre de Araceli. Suponen que, habiendo ella cambiado de acera, será de ayuda en aclarar sus desorientadas orientaciones sexuales. ¿Que por qué a escondidas? Pues porque Judith dice que, como presidenta, nadie puede verla llamar a la puerta de las bolleras (¡¡¿?!!), y también porque no desea que las vean juntas, porque declara que ella aún no está preparada para salir del armario.

Raquel, en un rapto juicioso, observa que no pueden salir del armario porque aún no saben siquiera si están dentro. En fin, que tanto ocultarse y al final las pilla la vecina que no hace más que fumar (cronista oficial de los chismes comunitarios). Izaskun –que así se llama- comienza a interrogarlas, como es su costumbre: “¡Hombre! ¡Thelma y Louise! ¿Qué os trae por mi rellano?”. ¿Sospecha la vieja que éstas dos tienen una relación tan estrecha que se tirarían en coche al cañón del Colorado tras darse un beso en los morros? ¿Será simplemente una alusión a una amistad heterofemenina en la que ambas estarían encantadas de tirarse a Brad Pitt?

Al final consiguen entrar en casa de Araceli. Ella, como siempre a su bola, las obsequia con una larga, elaborada y pesadísima ceremonia del té. Judith se atreve a lanzar la pregunta clave: “¿Cómo supiste que eras lesbiana?”. Araceli está muy loca, pero tonta no es, así que responde: “Muy fácil, con el LESBIANÓMETRO”. Tan ignorado y útil artefacto es como el test de embarazos: haces pis encima y si se pone de color verde…¡zas! ¡Eres lesbiana!” Cómo estará Raquel de espesa que tiene Judith que aclararle que Araceli la está vacilando, porque ya estaba dispuesta a salir corriendo a comprar el chisme a la farmacia.

Araceli, por su parte, se huele de sobra lo que está pasando y pregunta lo más inocentemente que puede si ellas están interesadas en….este tema. La presidenta se apresura a responder que para nada, que simplemente se preguntaban cómo antes ella era “normal” y luego se enrolló con Reyes. Añade la comecocos que le gustan una barbaridad los PENES. Pues mira, guapa, si eso es ser “normal”, venga Dios y lo vea; porque a una mujer hetero a quien en vez de los hombres le gusten los penes, se lo tiene que hacer mirar.

Siguen inquiriendo las aprendizas sobre otros aspectos de las relaciones entre mujeres y su curiosidad se centra ahora en cómo se conocieron y enamoraron las vecinas bolleras. Araceli narra que todo nació de una endodoncia y posterior cervecita que se tomó con su dentista. Le quedó un poco de espumilla de la caña en los morritos y entonces Reyes…aprovechó para besarla. Las dos novatas creen captar un elemento común entre ellas y la pareja de lesbianas consolidada: ¡un beso! Y preguntan si le gustó o no: pero Araceli estaba aún con la anestesia y no pilló la magia del morreo. Entonces pasa a aclarar que:

Araceli: “Lo bonito es encontrar a alguien con quien tengas muchas cosas en común. …¡Y te haces amiga! Y luego ya, pues un día te das cuenta de que lo que quieres es compartir la vida con esa persona. Sea hombre, o mujer o….o nada más, porque ya no hay más opciones –luego ya, si no, entramos en parafilias…¿Queréis más té?”

Sin darse ni cuenta, se han cogido de la manita

Y, como no podía ser de otra manera, las barbies hacen la pregunta del millón, la que más les interesa a ellas, la clave del asunto: “¿Y el SEXO?”. Araceli contesta que es “más Zen” (oh, qué aburrido suena esto, ¿no podemos destinar otros momentos de la vida a las meditaciones y la paz interna?) y luego esboza un símil deportivo: es como comparar el rugby con el patinaje artístico. La imagen del sexo entre mujeres acaba de ser capturada en una foto ideal en la que a quien le guste más la acción que las florituras, ya puede irse desapuntando del gremio.

Emocionadas y ansiosas de probar tanta delicia, Raquel y Judith deciden dar el paso definitivo en su salto a la lesbianidad: acostarse. Una vez en la cama, surge la pregunta “¿Y ahora qué hacemos?”. Y ahí se quedan medio atascadas, decidiendo cuál es la siguiente maniobra y quién de las dos debe ejecutarla. Claro, normalmente las cosas suceden al revés: primero te gusta la persona, luego te enamoras (o sólo te gusta, pero mucho, mucho) y entonces surge la necesidad de meterte en la cama con ella. Ése es el íter habitual. Pero nuestras dos aprendizas comienzan por el polo opuesto: primero deciden que hay que acostarse y luego tener ganas. Supongo que porque piensan que las lesbianas estamos todo el día dispuestas a retozar con la primera chica que vemos, que nos lo pide el cuerpo, que es pura necesidad de autoafirmación lésbica. O algo así.

Como siguen en el atasco, ahí las dos juntas en la cama sin saber qué hacer, deciden que alguien toque una teta. Judith aproxima su mano a un pecho de Raquel y empieza a sobarlo con pericia tal, que la “estimulada” declara aburrida que su ginecóloga tiene “más arte” que su supuesta amante. La verdad es que parecía un examen mamario más que una caricia.

Error. Cambio de técnica: ahora se proponen “bajarse al pilón”. Confieso que yo me enteré de qué significaba esta expresión tan poco romántica muy recientemente. Como no se ponen de acuerdo en quién debe encargarse de la tarea (señal de que a ninguna de las dos les apetece demasiado), resuelven acometerla simultáneamente. Así que ambas se despojan de sus bragas. Entonces, en vez de ejercitar un 69 como Dios manda –que era en principio el plan- se dedican entusiásticamente a piropearse las braguitas. Ya están lanzadas en averiguar dónde han sido compradas ambas prendas interiores (que sí, que son muy bonitas, pero lo principal debería ser el polvo, ¿no?), cuando recuerdan que ellas estaban ahí para otras cosas. Un poco más y acaban comentando lo ideal de los nuevos hitos en la Pasarela Cibeles de ropa íntima. Está quedando muy claro que si algo quieren éstas dos no es pegarse un buen revolcón.

¡Ay, qué monas y qué ideales, las braguitas!

Siguen con la “fiesta”. “Dime algo erótico”, pide Judith. Raquel no sabe porque dice que siempre se lo dicen a ella y en eso está desentrenada. A su amante le pasa lo mismo. Como no salen del impasse, resuelven ponerse una encima de la otra. Esto ya va pareciendo más una sesión de fisioterapia que otra cosa.

Como tampoco surge la magia cuando Judith se coloca encima, ingenian ponerse al revés. Y ahí andan, dándose la vuelta, cuando irrumpen en la habitación el concejal y el pescadero a pedir alguna idiotez de las suyas. ¡Susto! Ellas intentan fingir que no están haciendo lo que están haciendo (o intentándolo, más bien), y explican que es una “fiesta del pijama”. Oh, interesante: entre chicas puedes revolcarte lo que quieras en esas fiestas de modo, por supuesto, completamente inocente.

Pero no cuela, porque el hecho de estar ambas desprovistas de bragas es bastante sospechoso. Recio vuelve a burlarse de Enrique porque todas las chicas que se acuestan con él, terminan lesbianas.

¿Conseguirán por fin Judith y Raquel perfeccionar el polvo? ¿Volverán a triscar por las heteropraderas, víctimas de su ineficacia en el arte del amor lésbico? ¿Correrán a la farmacia de guardia a comprar, por fin, el Lesbianómetro? ¿Será muy caro o entrará por la Seguridad Social?

Todas estas preguntas, como siempre, quedarán sin respuesta alguna. Hasta la semana que viene, en que daremos justa y firme ejecución al último episodio. Ya estamos construyendo el patíbulo, no digo más. 😉