Escrito por: Genix
Isleña de nacimiento, desperté en este planeta en las Islas Canarias. Pese al amor al mar, a días soleados tumbada en la arena y noches cálidas paseando por la orilla, siento que pertenezco al país más grande del mundo: la humanidad. Me encanta el mar y aislarme del mundo escribiendo hasta meterme en mis propios relatos generando realidades emocionales que hagan mover mis propios cimientos. En definitiva, amo respirar y ser consciente de ello cada vez que lo hago.

Esta noche saco mi mundo solitario hacia la multitud. Mis sueños de quien no era yo y mis pasos calle abajo me llevaron hasta aquí. La música suena tan fuerte que hasta dificulta pensar. Me adentro confiada de que en ese lugar jamás habría nada que me hiciera ganar la noche que deseaba perder y eso quería.

Sostengo mi vaso medio vacío igual que mi mirada hacia ninguna parte porque no hay nada más importante qué hacer. No escucho ni el latir de mi propio corazón, no lo distingo en aquel submundo de mundos. Pierdo cada vez más mi poca razón en medio de cada nota de aquel sonido indefinible, de murmullos, bajos y humo. Y de repente en medio de la espesa cortina de vidas, vi una luz familiar que me hizo perder la visión del ambiente

Cuando la vi….sus gestos, sus ojos, su sonrisa en medio de la multitud, con sus facciones relajadas… no como las de ayer, cuando trataba de exponer su proyecto independiente ante medio departamento de ventas, dudé que fuera la noche ideal para perderse una perdida.

Es divertido poderla observar desde la invisibilidad de este lugar, pero me pregunto por qué de todos los lugares a donde ir, tuve que entrar ahí. Empiezo a creer que mi madre tiene razón al decirme que cuando te estás quieta y te dejas llevar, el universo queda libre para moverse por sí solo.

Pensé en huir, antes de que me descubriera. No es mi mejor noche, mi mejor cara divertida, pero ¿cuándo lo ha sido en estos meses? No estaba preparada ni para mí, y los golpes de la vida me han mostrado que es más difícil luchar si me planto en primera línea de guerra. Pienso rápido pero no tanto como mis ojos que no pueden zafarme ahora de este imán que es mirarla desde aquí…invisible en este rincón

Guardar las apariencias es algo que siempre se me dio muy bien. Huir de mí misma es algo que podría hacer con solo cerrar los ojos. Y mentir, mentir es como comer con palillos en un japonés, una vez aprendido ya no quieres tenedor. Pero está claro que esta noche no tengo más opción que estar ahí, ninguna otra sino mirar cara a cara mis tabús. Aunque eso me haga perderme en la conciencia de la lejanía que esta noche pone todo de mí.

Y no, no pierdo nada por anhelar. No es necesario que me vea para ser capaz de observarla un rato más. Nunca ha dicho nada que me haga imaginar que sea algo más que una conocida a la que da los buenos días y a quien una vez le pagó un café. No quiero nada que no sea mío, y para ella solo soy….la invisible del rincón

Baila como ondeando el aire bajo su piel. Baila y sonríe como si fuera fácil mezclar esos dos tesoros en un solo ser. Sus ojos se cierran alguna vez. Mi corazón espera paciente su mirada a cualquier lado. Queriendo formar parte alguna vez de sus pupilas. A su lado una mujer osa invadir el espacio santo que es su cercanía. Le atiende y vuelve a sonreír. Ojalá sepa que trae a mis ojos la imagen que no me cansaría de ver. Regreso a la realidad con un nuevo sorbo de mi bebida…Y miro a otro lado

Recuerdo una vez más que la primera fila es lugar peligroso para mí y siempre acabo herida y sola vagabundeando un oscuro parque pensando en qué hago mal.

El recuerdo de mis propias derrotas me lleva a recorrer el largo espacio que me separa de esos símbolos que sin saber por qué me repatean y que con tanta necesidad buscamos con una copa de más. Esquivo media centena de personas sintiendo sus alientos, sus perfumes, su sudor entremezclado con un eterno olor a alcohol.

No puedo creer hacer cola para lavar mi cara, pero si no lo hago no habrá hueco para una bebida más. La de la despedida de un intento fallido de hacer menos solitaria esta noche antisociable.

Siento un pequeño alivio al cerrar la puerta y dejar todo un poco más lejano: las risas y el estrepitoso sonido que empieza a cargar de pronto de fatiga mis oídos. Sin saber ni por qué apoyo mi espalda contra la puerta, cierro los ojos recordando algo que vi desde mi rincón invisible…unos ojos atados a una sonrisa inigualable.

Unos golpes rompen mi momento en pedazos y soy consciente de que por escapar de una noche solitaria, me he metido solita y sin ayuda en algo peor. Y el colmo de las miserias es que no tengo a nadie a quien culpar.

Con mi intención caducada de una copa más, abro dispuesta a alejarme de todo esto y caminar calle abajo hasta algún lugar mejor en donde no se escondan los problemas sino los pueda encarar. Al fin y al cabo la bebida nunca soluciona los problemas, solo los tienes que encarar la mañana siguiente con una gran resaca todo al precio de olvidarlos el segundo etílico de un par de Martini.

Sus ojos se enfrentan a mí. Su mano en lo alto se disponía a tocar de nuevo. No puedo gesticular… ni respirar, su sola mirada me deja en el lugar. Sin recordar sino un vago pensamiento sobre un Martini que no sé a qué venía.

Avanza hacia mí despacio y retrocedo. Cierra la puerta tras ella y me siento como en una cabina de teléfono en el sótano de una parada de metro bien profunda, al tiempo de que trato de comprender si un solo vodka podría estar jugándome una mala pasada. Quisiera poder hacer algo, cualquier cosa…Quizás intentar pronunciar un “hola”, pero sus ojos me hablan de algo que no entiendo o quizás sí y de ahí mi parálisis.

Me abruma la sonrisa de sus ojos. Sé que mi cara solo expresa el vacío que siento dentro y una sola pregunta lanzada al corto espacio que nos separa con mi mirada en la suya. Pero antes de mover cualquier de mis inútiles fichas, de su boca brota…..una leve sonrisa.

Las palmas de mis manos chocan contra la pared y siento el frío tacto del azulejo supuestamente blanco y barato que decora cualquier antro. No sé qué estúpida sensación en contra de mi propio yo me hace escapar cuando solo quiero que venga a mí y me haga olvidar aquella extraña sensación…de ser invisible en un rincón.

Se acerca muy despacio y siento su aliento a medio palmo de mi cara. No entiendo por qué esto me está pasando a mí. No acierto a saber si esto es real, porque si lo contara a alguien pensaría que sería un guión barato de una novela de “La Gaviota”. Sus ojos me miran traspasando mi mente y a mí a la vez.

No sé ni cómo me llamo cuando acaricia mi mejilla. Sé que pretende relajarme pero mi cuerpo no recuerda sino temblar. Cuántas veces quise que esos ojos me vieran y ahora que me enfrentan me siento una torpe ilusa y alma paralizada. Apoya su frente en mis labios y toma mis manos de la pared. Con una suave caricia me relaja y empiezo a sentir el triste logro de poder moverlas.

Correspondo a su roce con el mío sintiendo la calidez de sus manos entre las mías. Su frente en mis labios me permite sentir su olor. Nada parecido en aquel lugar huele así…ni el lugar ni fuera de él. Es como tener un jardín en ese rincón invisible, ese triste espacio decorado con miles de mensajes de amor y odio por todas partes. Me mira y puedo encararla consiente de qué vendrá.

Sus labios se acercan a los míos y siento que podría olvidar hasta mi nombre pero ese momento jamás. Y como si fuera el big ban de mi vida, me entrego a sentirla en mí.

Sus labios son como aquella amenaza que siempre pensé. Trato de no pensar en recordar cuando no hay nada que retener, aunque sé que cada movimiento en aquel lugar los recapitularé una y otra vez, quizás una veintena en una noche como hice con The Day Before You Came, que durante una semana se clasificó como la banda sonora de cada paso que daba, incluyendo las reuniones de todo el departamento de expansión en Madrid. Escuchar a José Mª con voz de Agneta fue todo un logro, así como ver en su pronunciada calva, una abundante y nórdica melena rubia.

Me entrego a ese beso como si no hubiera nada más. Mañana está tan lejos de ese pequeño espacio invisible, lo está incluso el minuto siguiente. Navego en ella con el permiso que me da la dulzura de su boca. Podría morir sin darme cuenta, ni música, ni risas, ni oscuridad. La espesa niebla en la que distingo es como encontrarla en medio de la poca luz que siempre rodeó mi invisibilidad.

Solo siento su calor. El calor de quien me acaba de ver por primera vez. La abrazo tomando su cintura atrayéndola hacia mí con el cuidado y el miedo de quien acaricia una flor y deshojarla. Ella enreda sus brazos alrededor de mi cuello. Con necesidad de aire, aleja sus labios un segundo y, antes de volver a unirlos a los míos, escucho solo una frase susurrada a mi respiración dificultosa. “Empezaba a creer que era invisible para ti”…

Si mi voz pudiera salir serían unos secos y simples puntos suspensivos de esos que usamos a menudo en el Facebook cuando la respuesta es no tener las palabras adecuadas qué decir, pero en su lugar sus ojos sacaron una sonrisa en los míos mientras se acercaba una vez más a tomar de mí lo que yo misma necesitaba de ella…

Llené un vaso y se lo acerqué al balcón en donde, apoyada en la barandilla, contemplaba la ciudad bajo sus pies. Las cuatro horas que habíamos pasado charlando habían pasado tan rápidas como lentas cada mirada de sus ojos hacia los míos.

Un rincón en donde éramos invisibles para el mundo, libres de ser transparentes la una para la otra.

Imagen por: Guiguis