Corazones a contraluz (2º parte)

-Ryanair. Buenas noches. ¿En qué podemos servirle? -se escuchó una voz autómata, de esas que se saben tan bien su repertorio que lo hacen a la perfección.
-Buenas noches, quisiera un billete a Sevilla
-Muy bien. Sevilla. ¿Para qué fecha?
-¿Mañana?
-Permanezca a la espera por favor. En breve le indicaré si hay plazas para la fecha que solicita.

Con la mirada en algún punto sobre el volante, limpió su nariz con su dedo índice, notando como la humedad había logrado helarla hasta el punto de no sentir las finas gotas que se almacenaban en ella.
Solo tenía esa ocasión para olvidarlo todo y colgar. Notó como su propio pensamiento trataba de jugarle la mala pasada de correr tras su máscara, pero la voz de la chica interrumpió ese lapsus que a ella misma le parecía estúpido y fuera de lugar.

-¿Señora?. Disponemos de plazas libres para mañana, el vuelo de las 7:15.
-Estupendo. ¿Podría tramitarme una reserva?
-Por supuesto.

Tras esto puso el motor en marcha, dejando su móvil en manos libres, y se dedicó, mientras dirigía su coche hacia el asfalto rumbo a la ciudad, a darle los datos necesarios que le requería la operadora de Ryanair, Mª Angeles Martel. Tres kilómetros adelante, las luces de su coche rompían con el silencio y la oscuridad de la carretera. Dio gracias que el conducir se volviera un gesto automático que se hace sin necesidad de pensar, porque no podía sacar de su mente el temor que le suponía lo que acababa de hacer. Era con mucho la peor idea que había tenido en todo ese año, pero algo la empujaba a seguir adelante como una necesidad sin importar las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer. Sin avisar, sin saber qué encontrarse, con un único conocimiento de sí misma que le empujaba a obtener respuestas. Eso no era lo usual en ella sin embargo mientras su mente se entretenía en ese juego del gato y el ratón que tanto tiempo le había robado, estaba ganando su propia batalla queriendo hacerlo pese a todo. A veces se sentía como viviendo en medio de dos de “ella misma”, las oía a cada una sin poder evitar el vértigo que le suponía ambos extremos, la negación y la afirmación, todo al mismo tiempo.

Pensó lo bueno que sería en ese momento parecerse un poco a Lisa y su manera de arrojarse al precipicio antes de hacerse cualquier pregunta, a pesar de saber que a su ex eso nunca le había valido para tener o retener nada de lo que le había importado en su vida, tan solo una sucesión de medias tintas que nunca conformaron más de dos páginas de un libro al que, con el tiempo se le añadía hojas y que cada vez estaba más vacío. No obstante, esta vez en vez de escapar de la espalda y la pared, asiría la hoja afilada ante ella con ambas manos y estaba dispuesta a clavarla en su pecho con tal de que ese gesto le arrojara un poco de luz al agujero oscuro que sentía dentro. Un agujero lleno de gente que se iba, gente que dejaba ir, gente que entraba, que salían o sacaba, ojos que no se pueden olvidar, y una misma pregunta… ¿Lo estaba haciendo bien?¿Qué estaba haciendo mal?.

Pisó el acelerador mirando de reojo el pequeño reloj digital de su tablero iluminado en naranja, haciendo un cálculo mental de la hora de llegar a casa. Esa noche tendría hacer una maleta concentrada, en la que llevar lo necesario para los tres días que estaría fuera.

Hora y media después, colocaba su selección de ropa sobre la cama. La impresora hacía ese ruido mecánico formando un texto escrito a su plan de viaje. El móvil sonó con ese tono escandaloso que le había ajustado para escucharlo cuando iba en el coche con la radio a niveles irreverentes.

Soltó la camisa blanca sobre la tapa de maleta y con el móvil en la mano tomó asiento en la cama, al lado de su equipaje a medio hacer, al ver el nombre de Laura iluminando la pantalla azul.

Bajó sus parpados, cerrando los ojos a lo terriblemente abrumador que se le haría hablar con ella en ese momento cuando solo podía pensar en encontrarse con Elena y, simplemente decirle que lamentaba haberla casi odiado todo ese tiempo y lo mucho que la echaba de menos. Cinco tonos más se oyeron por la habitación con su móvil en la mano antes de que se silenciara y, consciente de la situación que estaba viviendo, se dejara caer de espaldas sobre el colchón.

En medio del silencio de aquel cuarto, el recuerdo de las palabras de Lore acerca de Lisa y del qué pudo haberle reclamado a Elena, regresó a su mente. Imaginando qué le pudo haber dicho, cómo, en qué modo y sobre todo, con qué derecho se había involucrado en algo que no le concernía de ninguna manera.

Acarició su frente con un extraño sentimiento de frustración al que le llevaba asimilar ese momento en el que alguien había tomado la desconsideración de hacer algo tan vinculada a ella misma, sin su consentimiento. Una acción que había provocado alejarla de alguien que la quería por sí misma para luego ella irse sin mirar atrás cuando se le presentó la ocasión. Arrojó con rabia el teléfono sobre el colchón y, con ambas manos peinó su larga cabellera castaña hacia atrás ayudada por sus dedos. Ladeó su cabeza hacia la hoja impresa de su facturación que caía al suelo en ese momento trayéndole a la realidad de lo que le haría en tan solo cinco horas.

Media hora después, dio por concluida la labor de hacer su equipaje cerrando la maleta y colocándola junto a la puerta de su dormitorio.

Se desabrochó la camisa y la arrojó a un sillón en la esquina cercana a la cama, el pantalón siguió el mismo camino, se puso una camiseta de manga larga, puso la alarma de su maltrecho despertador a las 5 de la mañana y se acostó sin apagar la pequeña lámpara de su mesa de noche. Se giró hacia arriba y se quedó mirando el techo unos segundos antes de darse la tregua de bajar sus párpados.

Cuatro horas después, aparcaba su coche en el aparcamiento del aeropuerto, lo más cerca que pudo de la terminal de salidas de vuelos nacionales. Trataba de luchar contra las ganas de olvidarse de lo que estaba haciendo, el mismo demonio que la había acompañado momentos antes de sucumbir al sueño las escasas dos horas que había logrado dormir, y todo el camino hasta Barajas. No obstante, sentía una fuerza que la empujaba más allá de su entendimiento a seguir adelante y no dejar ni un día más esa distancia que la separaba de Elena como una deuda a los tantos reproches silenciosos de los que la había acusado. Como fuese la quería de vuelta en su vida, la echaba demasiado de menos, nada sin ella había sido igual en su vida y eso le era suficiente para avanzar por los pasillos inusualmente poco transitados de la terminal 4.

Una vez ubicada en su puerta de embarque, labor que no había tardado menos de media en recorrer y que le hizo maldecir una vez más la construcción de una terminal por la que transitar era cuestión de tomar la lanzadera o un bus para un simple cambio de terminal. Así que a falta de media de la supuesta hora de embarque se fue a por un último café en una cafetería cercana. Detrás de su café alternaba la mirada hacia la lista de vuelos ante ella y la gente, que con esa cara de agobio que abundan en los aeropuertos, entraban y salían del pequeño espacio de aquella cafetería. Sacó la pequeña hoja con la dirección de Elena y sintió como si el mundo se congelara al centrarse en los números. Marcó los seis primeros, convencida que todo iba a ser menos confuso si hablaba con ella y le advertía que iba de camino, pero una vez más, sin saber por qué se alejó de ella misma, al colocar su dedo pulgar sobre el botón rojo. ¿De qué serviría ahora esa llamada? ¿Y si le decía que no quería verla?…Decenas de preguntas cobardes vinieron a su cabeza buscando una excusa pobre que pudiera detenerla de vivir ese momento a las puertas de salida a algún lugar que desconocía, como desconocía completamente todo sobre Elena ese último año.

-Pasajeros del vuelo 0567 con destino Sevilla -se escuchó de pronto desde un altavoz cercano a ella. Como un gesto automático, dio un último sorbo a su café, apurándolo hasta el final y, se encaminó hacia la puerta arrastrando su maleta tras ella.

Media hora después, el avión despegaba rumbo al sur, a lo desconocido. Por suerte, había una gran parte de asientos libres, entre ellos los dos junto a ella. Se sentó junto a la ventanilla olvidando su manía de hacerlo en pasillo y colocó en el contiguo a ella, su abrigo, su ipod y su bolso de mano.

Miraba la tierra hacerse pequeña a medida que tomaban altura, las luces de la ciudad, el cielo dejando entrar los primeros rayos de luz del día. El ruido de los motores le pareció contradictorio con la vista de la ciudad dormida, por cuyas calles ya empezaban a transitar algunos pocos coches, que para nada reflejaban la misma fotografía de esas calles en unas pocas horas.

Las luces inútiles de Prohibido Fumar, que ahora se habían convertido en la señal de poder poner su Ipod en marcha, se apagaron. Las azafatas empezaban su continuo vaivén por los pasillos y algunos de los pasajeros se levantaban para usar los baños. Ir en avión era como montar en bicicleta, siempre los mismos rituales, los mismos movimientos, las mismas medidas de emergencias, y hacía años que no prestaba atención a nada que no fuera crearse su propio espacio en su asiento. Ignorando todo a su alrededor, sacó un pequeño caramelo de limón y se puso los auriculares de su ipod. De pronto, todo ruido se quedó lejano, se sumergió en la música de Vetusta Morla, que junto a otras, formaban su lista de preferidos.

Un nudo se formó en la boca de su estómago al tomar conciencia de que en apenas dos horas, casi con la salida del sol, estaría paseándose por Sevilla, precisamente a solo dos calles de la dirección de Elena, en donde se había procurado una habitación de hotel. De pronto, una sucesión de posibilidades inundó cualquier pensamiento .

“¿Qué le diría? ¿Cómo se hace eso de encontrarte con alguien un año después?…Hola, pasaba por aquí…Estoy en viaje de negocios…Siempre quise conocer Sevilla”.–Se rió de sí misma, reconociendo patéticos sus propios pensamientos. “Y si le digo simplemente… ¿cómo has podido estar sin mí? ¿Por qué dejaste que alguien decidiera por ti y por mí algo que nos concernía solo a nosotras? -Mordió su labio inferior ojeando por la ventanilla, escuchándose a sí misma y dando sus propias respuestas a esas preguntas, unas respuestas que dejaban claro que desde que Elena se había alejado, eran muy sencillas de responder. “He tenido que odiarte para aceptar que me dejaras fuera… y que, desde entonces su vida era un sin sentido”.

Una sucesión de imágenes de Elena llenaron su mente, sonriendo a sí misma al imaginar a esa mujer burlándose de ella si supiera lo nerviosa que se sentía por volver a verla. La mujer que recordaba se reiría de ella con esa sonrisa amplia y luego la abrazaría sin más, pero había pasado un año y ya no se atrevía a jurar que sabía qué pasaría así. Cerró los ojos y se limitó a hacer balance de ese año al ritmo de la música en sus oídos.

Tres horas después, al fin cruzaba la puerta de cristal que la separaba de las calle. Se bajó de su cabeza las gafas de sol sorprendida por la luz y diferencia abismal del clima con el de Madrid, como mínimo había viajado a 10 grados al sur. Buscó la parada de taxis y caminó hacia la pequeña cola de tres personas que esperaban su turno.

Durante el trayecto iba escuchando el canturreo de su conductor, al tiempo que observaba las construcciones que iban pasando a través de su ventanilla. Sevilla era una ciudad luminosa, de una arquitectura colorida, con las calles llenas de luz y los viandantes vestían ropas ligeras, no tan densas ni gruesas como en Madrid. De algún modo todo el ambiente trasmitía cierta personalidad acorde a los cánticos del taxista que acompañaba tarareando bajito una melodía evidentemente típica del folklore andaluz.

Una media hora llevó a aquel buen hombre atravesar la ciudad hasta el Hotel Monreal, a dos manzanas de la dirección de Elena.

Se adentró en el hotel cuyo interior guardaba una decoración acorde a la arquitectura que, estaba segura tenía más de doscientos años, y que conservaba pese a la reformas evidentes a las que se había sometido. Por entonces debían de ser cerca del mediodía, y no hubo más protocolos que los necesarios para que el joven tras el mostrador de la entrada, sonriente y agradable, no solo le asignara su habitación sino que le acompañara hasta la puerta de esta.

Durante el trayecto el hombre le iba aconsejando lugares para visitar, pero sobre todo a donde ir a desayunar o cenar en un ámbito cercano al hotel. Val escuchaba atenta a sus recomendaciones, al tiempo que iba ojeando la bonita estructura de madera revestida en piedra que adornaban el patio abierto con una pequeña fuente que atravesaban, a cuyo alrededor, a la altura de dos plantas, se ubicaban las puertas enumeradas de las habitaciones.

Subieron la escalera de un barnizado perfecto pese a estar en la intemperie y solo bastó caminar un par de metros más para ubicar su habitación, la 204.

Diez minutos después Val se encontraba a solas en su habitación, con su maleta en el armario, solo abierta y con un par de camisas colgadas en las perchas. Se aproximó a la ventana que daba a una pequeña calle estrecha con casas de apenas dos plantas cubiertas con tejas rojas que daban cierto rústico a la zona. Miró el reloj notando que su reloj biológico le pedía a gritos un café. Hizo una nota mental de que el último lo había tomado hacía ya cuatro horas. Sin embargo aguantó obviando que antes necesitaba una buena ducha que quitara de su rostro y de su cuerpo las pocas horas de sueño que había tenido.

Colocó las manos en la pared y dejó que el agua corriera por su cuerpo, sin molestarse siquiera en templarla antes de sentirla despejando cada poro de su piel. Paulatinamente el agua se fue calentando hasta que finalmente la temperatura del agua llenaba de vapor el pequeño pero cuidado cuarto de baño.

Ahí estaba, a apenas unos metros de la casa de Elena y pensar en ello le hacía sentirse en alguna aparte en medio de una estupidez y una emoción incontenible por encima de cualquiera de sus pensamientos. Se abrazó a sí misma y levantó su rostro hacia el agua sonriendo sutilmente a ambas inclinaciones del contenido de su cabeza. Sobre todo cuando a esos pensamientos se le unía el que nadie la esperaba, nadie extrañaría su ausencia, ni siquiera Laura que era usual para ella no verse cada fin de semana.

Se colocó el albornoz blanco que colgaba tras la puerta y salió con la toalla rodeando su cuello y ayudándose de una de sus n para secar parte de su pelo, con la otra cogió su móvil y tecleó su pin. Inmediatamente comenzaron a sonar una serie de sonidos estridentes. Tres llamadas perdidas de Laura, un mensaje de Lore y cinco mensajes de WhatsApp. Ignoró las llamadas perdidas, excusándose a sí misma con que no lo hacía por tratar de ser desagradable, sino que tenía ganas de explicarle a Laura que demonios estaba haciendo en Sevilla. Solo se vio tentada a responder el mensaje de Lore, más que nada por sentirse aliada a alguien, en cuanto a su WhatsApp, se limitó a poner No Disponible en su estado. Tras media hora, ya se ponía un poco de maquillaje, arreglaba un poco su pelo y salía de su habitación vistiendo solo sus vaqueros y una camisa rosa de botones, cuyas mangas arremangó, un par de billetes de 20 € en uno de sus bolsillos delanteros, y la dirección de Elena en el trasero, junto a su móvil.

Caminó calle adelante hasta tropezar con una calle en la que el joven recepcionista le había dicho que estaba la Taberna del Monte, en donde presumían de hacer el mejor café de la zona, además de elaborar su propio pan y ser conocido por preparar los mejores desayunos del barrio. Giró en la esquina y, en un pequeño cartel informativo leyó un nombre que le era conocido “Mateos Gagos”, la calle en donde vivía Elena. Sintió un nudo en la boca del estómago a avanzar por la calle, aunque no tuvo que andar unos pocos metros hasta encontrarse con la taberna.

El olor a café inundaba el local, la barra estaba totalmente ocupada, así que optó por tomar asiento en una de las pocas mesas libres. Ocupó una cercana a la puerta, junto a una ventana hacia la calle, que en se momento una joven acababa de limpiar.

La chica no tardó en regresar con un pequeño bloc de notas.

-Buenas tardes señora.
-Buenas tardes. ¿Me pones un café con leche largo?
-¿Churros? ¿Donut? ¿Un sandwichito?

Val pareció dudar un momento mirando a la joven castaña clara, con el pelo sujeto en una cola que la miraba con su mirada intensa y ojos marrones, esperando una respuesta de su parte.

-Sí, ponme un par de churros, por favor -dijo finalmente con una sonrisa agradeciendo el tropezarse con alguien que disfrutaba de hacer su trabajo.

En solo cinco minutos, la joven había traído su demanda. El olor que salía del vaso colmado de café humeante se entremezclaba con el apetecible y característico aroma de los churros. Dio un primer sorbo al café incapaz de esperar un segundo más por saborear aquel líquido que amenazaba con hacerla salivar de antemano.

Masticó su primera mordida de uno de sus churros, moviendo con su cuchara el medio sobre sobre de azúcar de su vaso mientras observaba hacia fuera por la ventana, dando una ojeada a los números de las puertas cercanas. De pronto, la calle por la que apenas transitaban algún viandante, empezó a llenarse de gritos, murmullos y a doblar en cantidad las personas por las aceras. Varias de ellas entraron por la puerta de la taberna llenando el espacio de ese barullo ensordecedor y constante que suelen llenar cualquier cafetería en hora punta. Dando otra mordida a su churro devolvió la mirada hacia fuera cuando un rostro familiar pasaba de largo a través de la calle, justo junto al cristal.

Sus ojos siguieron el avance de aquella mujer de pelo castaño claro cayendo sobre sus hombros que sonreía a alguien que caminaba a su lado. El nudo que sentía desde su llegada a Sevilla, se duplicó en ese instante, dejándola sin aire y haciéndose casi doloroso, incapaz de albergar el pedazo de comida que no supo si seguir masticando o sacarlo de su boca en una servilleta.

Tras titubear unos segundos, tomó un par de ellas, limpiando sus dedos pegajosos y salió sin tomarse la molestia de pensarlo dos veces. Avanzó calle abajo un par de pasos con la intención de cerciorarse si aquella mujer, que vestía como nadie unos vaqueros, una chaqueta negra sobre una camiseta blanca, era Elena.

-¿Elena?

La otra mujer apenas alcanzó a escuchar su nombre en medio del bullicio de la calle y por encima de la conversación que mantenía con alguien a su lado. Giró la cabeza levemente sin detener sus pasos. Como si de una visión se tratase, tras un pequeño vistazo hacia atrás, devolvió la mirada adelante un segundo antes de parar en seco y darse la vuelta, con su mirada hacia Val, escudriñando su propia percepción de ella y confirmar que en verdad era ella.

Su expresión de interrogante se fue volviendo una sutil sonrisa, una de esas abiertas que hacían que todo el conjunto de su rostro a parte de su boca, la expresara por igual…como su peculiar forma de fruncir el entrecejo levemente y aun así se pudiera percibir el brillo de sus ojos verdes.

Val, en la distancia pudo notar que gesticulaba su nombre a pesar de que no era capaz de escucharla. Sonrió a esa sonrisa dándose cuenta en ese mismo momento de lo mucho que la había extrañado y sintiéndose contagiada de ella, siempre había causado ese efecto en cadena. No pudo gesticular nada más, solo sintió el tiempo congelado a su alrededor, ni niños corriendo, ni sonidos que no fuera su propia respiración, como si un pasillo se hubiera abierto en medio de ambas y en el que no podía hacer nada más que mirarla. Tras unos segundos que a Val le parecieron minutos Elena avanzó hacia ella ignorando la voz de su acompañante, que tardó un par de pasos más en darse cuenta de que la otra mujer ya no estaba su lado y que caminaba en dirección contraria. La siguió con la mirada avanzando en contra de la marea de niños, madres y abuelos que llenaban las aceras a la hora de salida del colegio en el que daba clases junto a ella. Se detuvo, esperando encontrar una razón para esa acción impropia de Elena, pero solo la veía avanzar en medio de todos hacia otra chica alta que fue a su encuentro. Sonrió cuando vio a su compañera de trabajo abrazar a la otra mujer. No le hizo falta darse cuenta de que era alguien más que conocido para ella dadas las expresiones de sus caras y sus sonrisas. Sin necesidad de explicación alguna, emprendió su paso calle abajo escuchando a su alrededor los saludos de algunos de los padres de sus alumnos.

Val sentía los brazos de Elena alrededor de su cuello, llenándose de su olor tan familiar, necesitando tanto ver sus ojos por algo más que el instante en que los había logrado mirar antes de ese abrazo que le hacía sentir el nudo de su estómago a punto de salir a fuerzas por su esófago. Ajustó sus brazos a su cintura haciendo un esfuerzo por no dejar traducir su necesidad en fuerza. Alzó sus ojos mirando como la acompañante de Elena caminaba sola calle abajo. Le hubiera gustado centrarse en ese abrazo, pero aún sentía esas ligeras punzadas en su pecho al verlas juntas. Cerró los ojos, olvidando ese sentimiento y haciendo un esfuerzo por encajar la situación inesperada de la que formaba parte.

-No me lo puedo creer -dijo Elena aflojando su abrazo y mirándola a la cara, buscando sus ojos.

Val no dijo nada, continuó con su eterna sonrisa, temiendo cual iba a ser sus primeras palabras tras un año sin verse. Una a una, le llegaron aquellas preguntas tópicas en las que no quería caer.

-Ni yo -acabó por decir mirando esta vez detenidamente los ojos llenos de matices marrones y verdes de Elena… Esa mirada tan viva.
-¿Qué haces aquí? No… -dijo Elena en realidad perpleja de volver a verla. Mirar en sus ojos y reconocer que en un año no había cambiado ni lo más mínimo, excepto quizás el modo de peinar la raya de su cabello y la forma informal de vestir inusual en ella-. ¿Vacaciones? -añadió sin pensar en otra cosa que no fuera que no habría otro motivo para verla en vaqueros y camiseta.
-Podría llamarse así -respondió Val en medio del nudo que ahora sentía en la garganta. Ahora prefería sentir sus brazos porque sentía vértigo de verse en sus ojos. Realmente había olvidado cómo la echaba de menos y no estaba ni remotamente preparada para lo absurda que se estaba sintiendo en ese mismo momento.
-Cuanto tiempo… -dijo Elena sin dejar de mirar su rostro más lentamente de lo que quería fingir -¿Cómo estás? ¿Cómo te va todo? – tomó las riendas de la conversación para no dejar que el silencio fuera el único testigo de estar de nuevo frente a ella.
-Un año. Todo estupendamente. No te pregunto porque no hace falta sino mirarte para tener mis respuestas.

Elena sonrió porque al fin val había conseguido hablar un poco más que lo que dura un respiro y porque con su frase le trajo de vuelta a la Val de siempre.

-Tonta -respondió y ambas rieron juntas como siempre habían solido hacer.
-Estaba desayunando, ¿tienes tiempo para un café?
-¿Bromeas? Si no lo tengo lo invento -respondió alzando una de sus cejas y al tiempo que miraba el reloj.
Val le abrió el camino hacia la puerta de la taberna. La dejó pasar delante quedándose atrás y aprovechando para tomar un aire que cada vez se le volvía más espeso.

Tomaron asiento en la mesa en la que había dejado a medias un cortado ya helado y un churro mustio y endurecido. Elena dejó su bolso en una silla contigua y apoyando sus antebrazos en la mesa, miró a Val, escudriñando ese rostro tan familiar, sus ojos, su pelo, sus gestos. Dándose cuenta de que en su mente siempre la había recordado tal cual la estaba mirando. Val mientras ajena a ella, llamaba a la joven que la había atendido la otra vez.

-Hola Elena -dijo la joven camarera con una sonrisa al percatarse de la presencia de la mujer en la mesa. Elena le guiñó un ojo y le dedicó un saludo con sus ojos correspondiendo su sonrisa con otra.
-Ustedes dirán -continuó la joven.
-Un cortado largo para mí -dijo Val antes de mirar hacia Elena esperando su demanda.
-Ponme otro Luisa.
-¿Una palmera? ¿Pitisú? ¿Muffin? -interrogó la chica acostumbrada posiblemente a las peticiones de Elena.
-No. Solo café, gracias -respondió Elena sonriendo y sintiendo la tentación de aceptar algunas de sus sugerencias.
-Que sosas -replicó la joven en voz baja sonriendo y alejándose de la mesa, conocedora de que la habían escuchado.
Elena enfatizó su sonrisa reconociendo el sentido del humor incorregible y eterno de Luisa.
Val sonrió al ver la escena ante ellas de aquellas dos mujeres. Cuando devolvió la mirada hacia adelante se encontró con la mirada de Elena que al saberse descubierta, trató de desviar sus ojos hacia el mantel.
Tras unos segundos de silencio, levantó sus ojos.
-Está claro que vienes a menudo a este lugar.
-Sí, cada mañana. Doy clases en el colegio de la esquina. Este es como mi patio de recreo…-dijo sin poder evitar sonreír. Pero cuéntame, ¿Cómo tú por aquí?
-Una entrevista de trabajo -respondió finalmente Val, soltando la mentira como si realmente ella misma se la creyera con tal de no decirle que estaba ahí por ella y solo por ella.
-¿En serio? ¿Te estás planteando salir de tu querido Madrid?
-Hay que ir adonde hay que ir -dijo sonriendo y arrugando su frente en señal de aceptación y resignación.
-Ojalá tengas suerte con eso, eres buena, eso no debería ser problema para ti –
-¿Y tú que tal? -preguntó con tantas connotaciones escondidas en esa sola pregunta.
-Bien, me gusta Sevilla. Me gusta lo que hago y sobre todo, me gusta este clima -dijo esto último sabiendo que val entendería a que se refería a su eterno estado friolero, pero al mismo tiempo dándose cuenta de que de lo único que no quería hablar era del clima. -¿Dónde te hospedas? O… ¿se hospedan? -intentó corregir su error intentando ser ella misma no el saco de emociones encontradas que se sentía en ese momento.
-Justo aquí detrás, en el Monreal.
-Está a dos manzanas, vivo a dos calles de ese hotel -dijo sorprendida de la coincidencia pero a la vez decepcionada porque la pregunta no había echado luz a la pregunta correcta.
-Si lo hubiera sabido les hubiera hecho hueco en mi casa.
-Me hubieras…vine sola. Y francamente, habría sido difícil saber donde vivías -dijo esto último tratando de no ser coherente con la idea de no haberse puesto en contacto en todo ese tiempo, así que lo disimuló con una tenue sonrisa.

Elena no respondió, bajó sus párpados y se centró en dejar espacio para que Luisa colocara ante ella su cortado.

-De todos modos no te habría molestado con esto -dijo tratando de recoger una pista de su vida.
-Tonterías. Nunca me molestas, ya deberías saberlo -replicó alzando la mirada de su cuchara hacia los de la otra mujer.

Ambas se miraron un instante notando la calidez que da no solo el rencuentro con alguien que no has visto en mucho tiempo, sino el de rencontrarse con alguien con todo el sentimiento de estar retomando todo allí donde se dejó. Val notó la evasiva a su observación de inmediato y no quería, no le apetecía en ese momento ver algo más que no fuera su sonrisa, así que dio esquinazo al reproche y dio un pequeño sorbo a su café.

-¿Cómo están todos por ese Madrid? -preguntó Elena dándose un respiro a sus propios pensamientos al respecto a su silencio en ese año.
-Ya sabes como son. Sigue todo igual. Te sorprenderías de lo poco que ha cambiado. El tiempo no pasa…
-…Si el cuco no canta-completó Elena su frase. Una frase hecha y recurrente en sus vidas desde que Claudia muy elocuentemente y tras una borrachera de fin de año, había inventado.

Ambas mujeres rieron al unísono al recuerdo.

-Dime, ¿Tienes algo qué hacer esta tarde? Quizás podríamos almorzar o algo…si te parece y si te apetece.
-La verdad es que tengo que regresar a clases en una hora y no salgo hasta las 8.
-¿Cenar? La cara de Elena se tornó pensativa durante un instante.
-Si no puedes no pasa nada -dijo Val, convencida de que existiera la posibilidad de que su negativa le diera pistas sobre algo que se moría por saber.
-Mira, dame tu teléfono. Te llamo esta tarde, ¿ok? -dijo sacando su teléfono y abriendo la agenda.
-Perfecto -asintió a la idea que era mucho más que un “No”
Guardó su número bajo el nombre de Valentina.
-¿Estás bromeando no? Así no me llama ni mi madre -dijo Val sorprendida y aparentando el agravio que había cometido Elena al llamarla por su nombre completo.
-Venga ya… Valentina de valiente, de valor, de valerosa…
-De “ Va lentina como una tortuga” -añadió sin pensar un segundo en las palabras que había soltado.
Las dos rieron casi hasta llamar la atención de toda la gente que a esa hora llenaba el local.

Val se sintió completamente en casa escuchando la risa contagiosa de Elena y lo fácil que era cualquier cosa con ella. Reir, llorar, confiar, vivir… Hasta tal punto que apenas llevaban media hora sentadas ante aquellos vasos vacíos con aroma a café y era como si el tiempo no hubiera pasado, como si el último año hubiera sido un espejismo, una abstracción sin sentido que sin embargo había sido necesario para que ese momento se estuviera dando en ese instante en esa cafetería que ya empezaba a sentir como parte de algo importante.

Mirando a la mujer frente a ella, le vino el recuerdo de tantas emociones compartidas, esa afinidad natural desde el momento en que se la había presentado una amiga común un sábado por la noche. Y como, desde el momento en el que la miró sonreír al interactuar con las demás del grupo, no podía en toda la noche dejar de dedicarle una mirada furtiva en la lejanía a las que nunca dio la importancia que debiera, atracción que siempre había interpretado como empatía inicial y química que siempre había traducido en una afinidad de esas que complementan solo un amigo, y que ahora empezaba a tener otro sentido. Quizás si Lisa no hubiera estado en su vida ocupándola por entero hubiera tenido los ojos más cerrados pero el corazón más abierto. Si no hubiera ignorado las tres veces que sintió la inquietud de besarla… La cuestión es que en su mente revivía la imagen de estirar su mano y tomar la suya, decirle lo mucho que le había echado de menos, y confesarle que estar en su vida le había dejado un eco que buscaba en las demás personas que había conocido y que nunca encontró. Miró como reía notando como su propio semblante cambiaba a otro de nostalgia y de alguien torpe y patético que no supo comprender que lo que buscaba en todas las mujeres que había conocido no era que se le pareciera, sino que fueran ella, Elena.

Y ella, ajena a todos pensamientos reía con ese brillo que sale de su rostro al hacerlo, hasta que su mirada se centró en los ojos marrones que la observaba con una sutil sonrisa y sus pupilas dilatadas hacia algún lugar que no era ese. Dándose cuenta de cómo esa mirada era capaz de intimidarla, Elena dejó su risa en una sencilla sonrisa, luego mordió su labio inferior y bajó su mirada hacia su reloj.

-¿Hora de volver a la mina? -preguntó Val tratando de poner tierra de por medio al momento que sabía que había abrumado a la mujer frente a ella.
-El deber me reclama- respondió con los sentimientos encontrados de alivio entremezclado con la frustración.
-Te acompaño -dijo Val incorporándose de su silla y acercándose a la barra para pagar la cuenta.

Elena la miraba desde la puerta, sus gestos, su caminar, la sonrisa que le dedicaba a Luisa. Sonrió dentro de sí misma, sintiendo como viejos demonios batían sus alas dentro de su alma, volviendo del revés parte de su perfecto mundo reconstruido. Val la miró y desvió sus ojos hacia Luisa levantando su mano. Una oportuna acción que le hizo sentirse libre de sospechas a su pensamiento.

-Ahí vamos. Tú me dirás -dijo Val al unirse a ella y dándole el poder de guiarla a través de aquellas calles hasta el colegio en donde pasaría el resto de la tarde.

Caminaron calle arriba charlando de los lugares idóneos para visitar en las medianías del barrio y planeando que si dado el caso de no poder verse a cenar, hacerlo al día siguiente para el almuerzo.
-Creo que voy a intentar que cambien la entrevista para esta tarde. Así estaré libre mañana. Me debes hacerme de guía. -mintió val descaradamente incapaz de dejar al desnudo su intención de pasar la mayor parte del tiempo con ella y hacerle saber lo que ahora ella sabía y que, pese a las circunstancias que fueran las que vivía Elena, la quería de vuelta en su vida.
-Dalo por hecho -dijo Elena guiñándole un ojo y parando justo ante la puerta del colegio.
-En fin señora maestra. ¿Qué puedo decir? -Val metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
-¿Que se me haga leve? -añadió Elena arqueando sus cejas.
-Espero tu llamada -Val no pudo evitar hacer un último inciso.

Elena sintió con la cabeza con una promesa grabada en su mirada. Conociendo a Val, sabía que tendrían una conversación pendiente, una que no le bastaría eludir eternamente.

Pulsó el portero automático y al instante el ruido mecánico de la puerta dio un clic al que ayudó empujando la espesa puerta. Val se acercó a besar su mejilla, aprovechando el gesto una vez más para disfrutar el contacto de la otra mujer, inhalando su aroma y demorándose más de lo usual en separar sus labios de su piel. Elena cerró los ojos al contacto ladeando levemente su rostro hasta rozar su mejilla con su nariz. Apretó su mandíbula al sentir el cuello de Val a solo unos centímetros.

Val se separó y le dedicó una sonrisa de despedida esperando que la mujer se perdiera tras la puerta. Elena avanzó y echando una ojeada más hacia la otra mujer, que puso su dedo pulgar e índice en forma de teléfono, sonrió una vez más antes de cerrar la puerta tras ella.

Val caminó de espalda un par de pasos calle abajo, mientras que Elena aceptaba cada nudo que recorría su ser, haciéndola apoyar tras la puerta, con su cabeza soportada por el frío metal, cerrando sus ojos, aceptando algo que no era la primera vez que sentía, unas uñas arañando su alma, dejándola con cierto dolor pero a la vez haciéndola sentir consciente de tenerla a través de esas heridas del pasado que volvían a abrirse. Sintiendo que la quería cerca y que eso implicaba tristeza y alegría… como siempre. Respiró hondo antes de tomar impulso desde su espalda y adentrarse en el recinto del colegio a través de aquel estrecho pasillo.

Val caminó calle abajo sonriendo al encuentro fortuito, bueno, más que fortuito, cargado de posibilidades, que se había dado para las circunstancias de volver a verla. Sonreía recordando su sonrisa, su manía de colocarse el pelo tras su oreja, el arqueo de sus cejas al reír, o la forma de bajar la mirada cuando quería evadirse de algún tema que le preocupara o que necesitara una búsqueda adecuada de palabras para expresarse.

Sacó el papel de su dirección del bolsillo trasero de sus vaqueros y leyó la dirección exacta de Elena. Caminó con una idea fija en su cabeza, sintiéndose mal por ello pero sin poderlo evitar. Pasó delante de la taberna y avanzó calle abajo unos cincuenta metros más hasta llegar al número correcto. Pulsó el botón de un piso cualquiera.

-¿Quién es?
-Propaganda -dijo arqueando su boca levemente, esperando que la señora de una evidente mediana edad del otro lado, picara en la trampa.

La puerta se abrió al sonido de un pitido ensordecedor. Se adentró y buscó con la mirada los buzones. Buscó el de Elena, 2ºA y leyó la pequeña formica negra grabada. Sintió un alivio al ver que solo ponía Elena Brisón. Si bien eso no garantizaba nada, supuso cierta luz en todas las preguntas que se hacía en ese momento. Con un brillo en sus ojos caminó despacio, de puntillas y pegada a la pared contraria de la escalera, directa hacia la puerta, esperando no ser descubierta por nadie en el trayecto. Abrió y salió de allí emprendiendo su camino hacia el hotel.

-Buenas tardes Sra. Salas -dijo el joven recepcionista al verla acercarse al mostrador desde la entrada.
-Val por favor -le dijo al hombre con cara de petición ferviente a que no la llamara así -. Buenas tardes

El hombre sonrió a su objeción antes de que Val volviera a hablarle.

-Necesitaría las páginas amarillas o en su defecto una guía de restaurantes…
-Por supuesto que sí -respondió el hombre metiendo la mano en un cajón bajo el mostrador y sacando una pequeña guía-. Pero si me dijera por encima lo que está buscando quizás podría darle alguna recomendación.
-Un lugar tranquilo con buena comida.
-Tiene varios en donde elegir, pero sin duda yo le recomendaría La Mercadería, está en el centro, buena comida, ambiente relajado aunque es necesario reservar con antelación.
-Ya, eso lo pone un poco difícil, pero gracias. Echaré un vistazo a esto -dijo alejándose de él y adentrándose al patio interior del hotel camino de su habitación.

Soltó la guía sobre la cama y fue quitándose la ropa hasta llegar al baño. Una buena ducha le quitaría la morriña que le estaba atacando por las pocas horas de sueño de esa noche.

-Elena. ¿Hay alguien ahí? -preguntó Isabel a una mujer que bebía su café junto a la ventana del claustro de profesores con su mirada perdida en algún punto allí afuera.

Elena se giró al instante cambiando su semblante por uno más relajado hacia su compañera.

-¿Preparada para la reunión de esta tarde?
-Qué remedio -respondió pasando sus dedos por su frente y masajeando un poco ese punto en el que empieza la nariz. -¿Es por la persona que saludaste hoy? -le cuestionó evitando mirarla y haciendo que recogía unas subcarpetas de sobre la mesa a su lado.
-¿Disculpa?
-Sí, por esa mujer que te tropezaste y por la que me dejaste hablando sola al asfalto -añadió colocando las carpetas en una estantería cercana.
-¡Oh Dios! Perdona – El comentario de Isabel le hizo definitivamente salir de su ensimismamiento dedicándole toda su atención.
-Tranquila -dijo sonriendo, quitándole peso al hecho del que era evidente que no se había percatado.

Elena se disculpó con una expresión de sus ojos y mostrando sus dientes

-Es muy guapa -añadió Isabel con ese espíritu directo que le hacía ser casi brusca en toda conversación.
Elena no añadió nada a su comentario, la miró alzando su ceja y acercando su vaso de plástico mediado de café de máquina a su boca.
-¿¡Qué?!…Solo digo que es muy guapa -Isabel trató de hacer latente la inocencia en su comentario escondiendo la verdadera naturaleza de su observación.

Elena rió hasta el punto de casi tener que escupir el café, en el mismo momento en el que el director entraba por la puerta, invitando a todos los profesores a que dieran la reunión por comenzada.

Val se había quedado dormida tras el efecto relajante de la ducha y con los ojos cansados de leer las mini páginas llenas de letras diminutas de la guía que se había procurado. Un portazo desde el exterior, posiblemente de otra habitación hizo que se sobresaltara y despertara en un solo movimiento. Como un acto reflejo de lo que seguramente estaba pensando antes de caer rendida, miró su reloj: las 8:15 y ni una llamada perdida, ni un mensaje de Elena, solo uno de Laura. De pronto un escalofrío le recorrió el cuerpo, la posibilidad de que Elena no estuviera por la labor de pasar tiempo con ella. Se incorporó y se quedó sentada en el filo del colchón macerando esa idea que no había tenido cabida en ella hasta ese mismo momento.

Se levantó de la cama y abrió las cortinas para darse cuenta lo rápido que había entrado la noche. Apoyó la cabeza contra el cristal de la ventana y cerró los ojos encarando que la posibilidad tenía sentido. Tras un año sin contacto, no era disparatado pensar que ahora por las buenas iba a ceder a su invitación como si no tuviera una vida que llevar, un mundo que vivir en el que ella no tenía cabida.

En ese momento el timbre de su teléfono se hizo eco en el pequeño cuarto. Saltó sobre el colchón y gateó un corto espacio hasta tomarlo y ver el nombre de Elena.

-¿Sí?
-Si me dices que ya has cenado lo entenderé -dijo una voz familiar desde el otro lado que parecía avanzar por la calle por el sonido de su respiración.
-¿Qué tal? Por suerte para ti, almorcé tarde y no, aún no.
-Si aún sigue en pie la invitación conozco un lugar no muy lejos en el que preparan una lasaña de chuparse los dedos -Elena quiso darle donde más le dolía nombrando una de sus comidas favoritas, sonriendo al imaginar su cara.
-La invitación sigue en pie, por supuesto. Creo que podré hacer un hueco a esa lasaña -dijo sintiendo su estómago rugir con la sola idea y porque el churro y el café con leche era lo único que había metido entre pecho y espalda en todo ese día. “ Me voy a condenar con tanta mentira” pensó al tiempo que se daba cuenta de que aquello era menos infierno que su vida ese último año.
-Estupendo. Voy a casa, me cambio y te espero en la puerta del hotel, sobre…¿las nueve?
-Las nueve está bien. Ahí nos vemos -dijo tratando de sonar serena sonriéndose a sí misma.
-Pues, hasta dentro de un rato -dijo Elena sin demorarse en colgar para aligerar su paso por la calle.

En quince minutos Val ya esperaba vestida mirándose en el espejo poniéndose un poco de maquillaje y sacudiendo su pelo con las manos, intentando subsanar el no tener secador. Miró el reloj y vio que ya eran las 8:45. Incapaz como era de esperar por nada, tomó la decisión de bajar y esperar a Elena abajo.

Esperó mirando a lo largo de la calle, en dirección a la casa de la otra mujer, esperando que de un momento a otro apareciera tras la esquina. Las 8:55 y nada. Decidió sacar su móvil a ver si en algún momento le había mandado un mensaje de última hora cuando el sonido de un claxon llamó su atención.

-Hey guapa, ¿te llevo a alguna parte? -exclamó una sonrisa brillante de Elena desde el cristal bajado de su coche.

Le devolvió la broma sonriendo a lo inesperado de ese encuentro y avanzó delante del coche hasta el lugar del copiloto. Elena observaba desde el cristal como se acercaba con un pantalón negro, botas, una camisa de botones de color rosa y unas argollas plateadas y sencillas que brillaban con los destellos de las candilejas de las calles a su movimiento. Su largo cabello ondeaba por su avance ayudado por la brisa nocturna que soplaba de forma que desviaba su melena a un lado de su cara. Val alzó su mano y sujetó su pelo manteniéndolo a un lado y evitar que el viento hiciera un desastre mayor en su cabeza.

Elena desvió su vista hacia adelante un instante antes de que la otra mujer abriera la puerta.

-¿Qué tal? -dijo la mujer nada más entrar y sentarse a su lado, haciéndose a un lado y darle un beso en su mejilla. Elena percibió su perfume, el olor característico de su champú, hasta la suavidad de sus labios. Aún así le dio un beso en su mejilla y desvió su atención en disculparse.
-Lo siento. La reunión acabó más tarde de lo previsto…
-Bah, recompénsame con esa lasaña y haré como si nada hubiera pasado -la interrumpió notando su cara de cansada y consciente del esfuerzo que posiblemente estaba haciendo por acudir a esa cena.
-Marchando una lasaña -fue lo único que dijo Elena metiendo la marcha y conduciendo rumbo al centro de la ciudad. Mientras conducía, Val observaba de reojo el semblante serio de la mujer a su lado. La camisa negra y la pequeña gargantilla de cadena casi invisible que caía justo en el hoyuelo de sus omóplatos. El maquillaje ligero que hacía sobresaltar sus pestañas y el color de sus ojos, el tono pálido de su lápiz de labios. La falda blanca bajo las cuales asomaban sus rodillas bronceadas en comparación a las suyas, el reloj fino y plateado de su mano derecha y la pulsera de plata labrada en su otra mano. Elena era la prueba viviente de la belleza de la sencillez, de esas bellezas que no se deben mancillar adornándola.
-Se te ve cansada -dijo val de pronto rompiendo el silencio.
-Lo estoy, me matan esas reuniones de 3 horas tras haber dado clase a treinta y dos enanos un día completo.
-Si quieres dejamos esto y tomamos solo una copa en cualquier garito que nos encontremos.
-¿Y perderme que me pagues la cena? No cuela señora -dijo girando su cabeza con una gran sonrisa sincera tras el evidente cansancio de sus ojos.
-Tú estás al volante, tú mandas -dijo val alzando las manos y alegrándose en parte de tener esa oportunidad de estar con ella y la sensación de bienestar que le hacía sentir.

Media hora de camino, una vez atravesado en Puente de san Telmo, llegaron al fin al lugar. Aparcó directamente en un callejón trasero al que Val supuso que ella estaba acostumbrada por haber ido directamente a ese lugar con la seguridad de aparcar sin dificultad.

Avanzaron por la calle, con el único eco de sus pisadas y las risas de las cientos de anécdotas que iban rememorando por el camino. Acerca de Lore, de Claudia, y todos los amigos en común que tenían desde hacía tiempo.

Entraron al lugar, con las paredes llenas de fotografías y firmas que daban cierto aire peculiar al lugar. Sin necesidad de aviso previo se adentraron y se sentaron en una de las dos mesas libres. El local tendría unas veinticinco mesas, cada una de ellas ocupadas por más gente de las que eran capaces de soportar para una comodidad mínimamente holgada. Una música suave hacía que los murmullos de todos se confundieran con la melodía, de tal modo que era posible charlar y ser escuchado, sin írsete la concentración a la conversación de el de al lado.

El ambiente era tan vivo, como la rapidez del camarero al traer la carta del menú.

-Pintoresco ¿no? -preguntó Elena al ver la mirada curiosa de Val recorrer mesa a mesa y todo lo que le rodeaba.
-Original -respondió al tiempo de que el camarero, sin petición alguna de su parte, les pusiera delante unas tapas de calamares y de pescado frito.
-Cortesía de la casa -dijo el hombre haciéndoles un guiño y marchándose tan ávido como había venido.

Media hora después ambas mujeres comían de sus respectivos platos.

-Esta lasaña está de muerte -dijo val con la boca llena
-Ya te dije -sonrió Elena mirando con su codo apoyado en la mesa sosteniendo una copa de vino blanco al que le dio un pequeño sorbo, como entraba una vez más el tenedor de lasaña en la boca de la otra mujer.

Tras dar buena cuenta de la lasaña, Val se unió a Elena en la difícil tarea de vaciar la botella de vino blanco. Una a una, fueron cayendo las anécdotas de cuando salían con su grupo de amigos por Chueca.

-¿Qué sabes de Clara? -preguntó Elena con curiosidad por aquella chica tímida con aspecto recatado que en una de sus borracheras le había dado por bailar en plan Coyote Ugly sobre la barra de un antro de Chueca.
-Clara sigue igual de monja. Pero tratamos de dejar bien lejos cualquier botella peligrosa a su alcance. Esa chica simplemente se transforma, es como el Doctor Jeckill y Mister Hyde a lo bestia.
-Qué exagerada, pobrecita. Esa noche quedó marcada de por vida -dijo riendo y recordando el rostro de Clara, sus gafas de pasta, sus camisas abotonadas casi hasta el límite, su voz tenue y su tez pálida.
Val vertió las últimas gotas de vino en su copa compartiendo en la de Elena lo que eran solo resquicios de bebida.
-Por favor -dijo alzando la mano esperando que el camarero advirtiera en mitad de aquel barullo de gente, se percatara de ella.

El hombre giró su cabeza al momento y, para ahorrarle el acercarse, alzó la botella vacía en su mano. El hombre asintió con la cabeza y una sonrisa, dando por entendida su demanda.

-No te confíes en la suavidad de este brebaje. Te lo advierto, se sube tan cual baja.
-Un día es un día y mañana es sábado -dijo arrugando su nariz animándola en una especie de desafío cómplice.
-Y tú tienes una entrevista señora, y yo tengo que ir al colegio a terminar la reunión que hoy se quedó a medias.
-¿Al colegio un sábado? Siempre creí que los maestros solo trabajaban lo justo, ni más ni menos -dijo bromeando
-Es lo que todo el mundo piensa -dijo con cara de resignación a una observación que reconocía como global acerca de su profesión. Luego hizo un ademán de q se acercase para hablarle bajo -. Es lo que solemos hacer que crean para que no descubran las orgías que nos armamos fuera de horarios lectivos.
Val rió sonoramente mientras que el camarero se paraba ante ellas tratando de descorchar la botella.
-Definitivamente me equivoqué de profesión -añadió sin poder parar de reír.

Las dos permanecieron un instante con una mirada cómplice hasta que el hombre dejó la botella sobre la mesa y se marchó a atender otras demandas. Pese al momento divertido, Elena no pudo contener un bostezo que trató de ocultar con su mano. Val al percatarse de ello dio un trago a su copa y alzando la mano de nuevo, le hizo el gesto al camarero para que les trajera la cuenta.

-No, estoy bien…
-Claro, y a mí este vino no se me ha subido ni un poquito -dijo tratando de darle a entender a su mentira con otra.

Elena sonrió ladeando la cabeza en negación de no poder engañarla, nunca había podido, y ni aun consiguiéndolo conseguiría que se diera por vencida con algo.

-Lástima de botella -dijo Val mirando la botella recién abierta entre ellas.
-¿Qué lástima? Esta se viene con nosotras -expresó colocando el corcho en la boca de la botella.

Diciendo esto Elena se levantó y Val la siguió hasta la barra.

-No te recordaba con tanto aguante -Elena dijo mientras avanzaban entre la gente.
-Una que se pule con la edad -contestó invitándola a caminar delante de ella.
Media hora después aparcaban justo enfrente al colegio en donde trabajaba Elena.
-¿A qué hora es tu entrevista? -preguntó Elena al tiempo que le pulsaba el botón de cerrado de su Citroen C3.
-Supongo que me avisarán por la mañana…pero eso no importa ahora. Lo importante es…¿qué hacemos con esta preciosidad? -dijo mostrando la botella de vino en su mano.
-Esa preciosidad está clamando a gritos dos copas, y conozco un lugar en donde encontrar un par -dijo haciendo un ademán de que la siguiera.
Val la avanzó deprisa hasta alcanzarla y caminar a su lado calle abajo, hacia su casa.

Pocos minutos después, ambas mujeres atravesaban la puerta del piso de Elena.
-Lamento el desorden, pero ya sabes cómo ha sido mi día. Y una vez puesto esto en claro. Bienvenida a mi humilde hogar -dijo abriendo la puerta del todo y abriéndole el camino.

Val entró poco a poco. Con esa curiosidad del que entra en el espacio íntimo, fijándose en cada detalle. Las llaves sobre el aparador de la entrada, la alfombra de ikea de la entrada. Se sorprendió que tras el pasillo de entrada se abriera luego un espacio abierto que formaba un salón acogedor, con un sofá tapizado en negro con unos almohadones rojos, a juego con el mueble librería y los cuadros que colgaban de las paredes, casi todos ellos con motivos abstractos pero de colores suaves y líneas tenues.

-Por aquí está el baño y allí están los dormitorios. La cocina es esto, señaló con su barbilla el otro extremo del salón. Estás en tu casa.

Hacía tiempo que val había perdido las indicaciones que la otra mujer le estaba dando, centrada solo en la idea de que estaba en su casa, y no había indicio de que nadie más viviera ahí, al menos no en ese momento, ni que nadie entrara por la puerta de un momento a otro.

Finalmente avanzó hacia el sofá y, colocando la botella en la mesa de centro color negro con un tapete con motivos africanos, se dedicó a ojear los muchos libros que adornaban su mueble.

Elena dejó su bolso sobre una silla y se fue hacia la cocina, abrió un ropero y sacó de él un par de copas. Val seguía ojeando el espacio hasta que su vista se quedó clavada en un portarretrato que portaba una serie de fotografías. Se acercó y lo tomó en la mano, intentando reconocer a algunas de las personas que salían en ellas. Sonrió al reconocer una de las imágenes, concretamente una en la que aparecían casi todos sus antiguos amigos, incluida ella y Lisa. Luego siguió vagando hasta ver a Elena abrazada a alguien.

-Es….es …
-Lo fue -dijo Elena observando, mientras se acercaba, la foto a la que se estaba refiriendo.
Val asintió con la cabeza.
-¿Y tú? ¿no tienes fotos de este tipo?
-¿De qué tipo?
-Del tipo… Lo que el viento se llevó, o lo que la tormenta no se ha podido llevar -rió de su propia ocurrencia.

Val pensó un instante su respuesta antes de decidirse por una que concretara su estado emocional ese último año, y que al mismo tiempo ubicara a Laura en su vida.

-Dejémoslo en que tengo varios marcos pero aun no hay ninguna foto en ellas

Ambas mujeres sonrieron a la falta de sutileza que les estaba otorgando la botella de vino blanco que se habían bebido. Elena se acercó al sofá y se sentó, llenando las dos copas hasta la mitad. La frase que había dicho la otra mujer y el tiempo que se había tardado en responder, no dejaba ver mucho acerca de su estado actual. Bajando sus ojos al liquido que caía en la copa.

Val soltó el portarretrato y caminó hacia el sofá sentándose a su lado.

-Lisa…
-Lo sé -dijo tratando de darle una oportunidad de no hablar de algo que podría hacerle daño recordar -. Debió ser muy duro para ti -continuó diciendo ofreciendo una de las copas con una mano y sosteniendo la suya en la otra.
-Lo fue, todo este tiempo ha sido duro
-Lo siento, lo siento de verdad.
-No importa. Eso es pasado y esto …-dijo alzando su copa hacia ella -…esto es ahora -acabó su frase invitándola a chocar sus copas y brindar por ese momento.

Las dos bebieron a un tiempo un trago respetable de vino. Elena observó a los ojos a la mujer frente a ella mientras tragaban aquel endemoniado licor, trayendo a su recuerdo esa misma acción que repetían años atrás. Sin poderlo evitar sintió como aquellos ojos que ahora la miraban guardaran todo por lo que valía la pena vivir, concentrado en sus pupilas. Val le sonrió sin darse cuenta de que su sonrisa iba más para sus adentros pero que, a la vez la había gesticulado sin ser consciente de ello.

Elena bajó sus ojos hacia su copa y rompió el momento con lo primero que le vino a la cabeza.

-Prepararé unas aceitunas o esto nos matará -dijo soltando la copa sobre la mesa, levantándose y yendo hacia la cocina.
-Yo, con tu permiso usaré el lavabo – Val se levantó y se fue señalando con antelación el camino a seguir.

Elena asintió y sonrió hasta que desapareció por el pasillo. Luego trajo un pequeño plato con aceitunas hasta la mesa. Se acomodó en el sofá dando otro ligero sorbo a su copa, cuando de pronto un sonido estridente llamó su atención sobre de la mesa.

El móvil de Val se iluminó notificando la entrada de un mensaje que no pudo evitar leer de reojo, sin habérselo planteado siquiera. “Laura: Me debes un Max factor 84, me he gastado el mío cubriéndome el chupetón”

Giró su mirada del móvil hacia su copa, acariciando con su dedo índice el fino cristal. Mordió su labio sintiendo como si un demonio muy familiar hubiera despertado de nuevo en su interior Sonrió a sí misma al sentimiento conocido y a como había aprendido a lidiarlo en todo ese tiempo. Ladeando su cabeza suavemente más como acentuando su propia decisión, dio un sorbo de casi media copa de vino.

-Ya está. Preparada para vaciar esa botella -dijo adentrándose hasta el sofá y tomando asiento.

Elena la miró y le sonrió a lo activa que podía ser esa mujer.

-Ey, te me has venido abajo -Observó Val al ver el rostro de cansancio y una sonrisa que ya no era viva sino apagada y serena.
-Lo siento, estoy hecha polvo -dijo la otra mujer masajeando su cien evitando mirarla a los ojos.
-Será mejor que me vaya. No quiero ser culpable de que mañana me odies por esto -Val se levantó, dio un trago más a su copa y esperó que Elena se levantara y la acompañara hacia la puerta. Le hubiera gustado estar toda la noche charlando de ellas, tantas cosas que decirle, pero no quería que fuese así. Se dirigió hacia la puerta acompañada por la otra mujer que caminaba tras ella con su copa en la mano.
-¿Cuando regresas a Madrid?
-El domingo, el domingo a mediodía, quizás mañana podríamos…¿acabarnos esa botella? -le guiñó un ojo tratando de no hacer muy evidente la necesidad de volver a verla.
-Te llamo -señaló Elena con su cabeza apoyada en el borde de la puerta abierta.
-Esperaré esa llamada -dijo con seriedad, sin necesidad de esconder que era algo que se debían mutuamente. Ambas sabían que tenían una charla pendiente.
Val se acercó y besó su mejilla.
-Gracias por esta noche
-A ti por invitar -respondió la otra mujer sintiendo aun la calidez de los labios en la piel de su mejilla.
-Te veo mañana -se despidió finalmente y emprendió la bajada de las escaleras. A mitad de camino se giró, alzó su mano en señal de despedida. -Arrastra ese cuerpo a la cama -le guiño un ojo y salió por la puerta principal.

Elena cerró la puerta, se apoyó en ella, dio un sorbo que dejó su copa vacía sintiendo el liquido arder por su garganta al tiempo que sus ojos se llenaban de unas lágrimas furtivas.

Val caminó calle abajo abrazada a sí misma, notando el aire frío de la madrugada caer sobre ella a saco, sin tregua. Por suerte no tardaría más de diez minutos en llegar a su hotel y meterse en la cama. Sin saber bien por qué se sentía contenta si hacía un balance de la noche. Había descubierto al fin que Elena no mantenía un relación, al menos no una seria con alguien, de alguna manera eso facilitaba las cosas, no sabía de qué modo, pero aquello la alentaba a un comienzo a algo que aún no sabía como enfocar.

Dobló la esquina, con una sonrisa escondida en su mirada, una mirada que hacía más de un año no disfrutaba. Ese rencuentro le estaba trayendo de vuelta a la mujer que le gustaba ser, conforme consigo misma, ahora que un futuro incierto se abría ante ella, era con todo el peso de la ironía el momento más seguro del que había disfrutado, y todo ello era gracias a Elena.

Quince minutos más tarde, estaba en la cama del hotel, incapaz de pegar ojo. Mirando hacia la poca claridad q entraba desde la calle a través de la pequeña apertura de las cortinas. Con sus manos alrededor de la almohada, aferrándose a ella como si necesitara asirse a algo, sintió el tiempo pasar hasta que cerrarlos y ver ante ella la sonrisa de Elena, era inevitable. Tenía al alcance de su mano, la oportunidad de decirle, de confesarle lo que ahora sabía sin lugar a dudas, no sabía de donde sacar la valentía para hacerlo, pero recuperarla no era bastante, la necesitaba en su vida por algo más que solo de pensarlo le hacía acelerársele el corazón y, por mucho tiempo, ser feliz con solo la idea. Fue esa sonrisa la última imagen que tuvo antes de perder toda noción de su consciencia.

Dos lágrimas empañaban la visión de Elena en la oscuridad. Con las manos en su nuca, mirando hacia el techo, trataba de comprender como podía haber pasado una vez más todo ese cúmulo de sentimientos contra los que había luchado escarnecidamente durante tanto tiempo. Secó el surco de agua que dejaron las dos gotas de agua que resbalaban por sus mejillas. Sentía que estaba atrapada en un ciclo…de nuevo. Y no estaba dispuesta a pasar por ello otra vez. Respiró sonoramente en la oscuridad antes de darse la vuelta hacia la ventana a un lado de su cama y, recordando el mensaje de texto en el móvil de Val, sintiendo el recuerdo de cuantas veces había vivido eso con Lisa, cerró sus párpados evitando pensar en nada más que no fuera sí misma. Se lo debía, ya no quería volver a pasar por nada de aquello, no otra vez.

Era cerca de las dos de la tarde cuando el ruido del arrastre de unas ruedas, hizo que Val abriera sus ojos perezosamente. La poca luz que entraba por los pequeños huecos que dejaba libre la cortina, le hizo darse cuenta al instante de que se encontraba en aquella habitación de hotel. Pulsó una tecla de su móvil y vio la hora con pereza. La pastosidad de su boca le trajo el recuerdo inequívoco del exceso de vino que había tomado anoche. Hizo una nota mental de que al día siguiente, a esas horas, ya estaría en Madrid y sabía perfectamente que cuando eso sucediera, debía dejar a Elena con una verdad que necesitaba contarle, a partir de ahí todo sería tal cual las dos decidieran, pero estaba convencida de que no regresaría a su casa sin haber dado por concluido ese viaje y aprovechado ese encuentro para algo más que recuperar el contacto con su amiga.

Se levantó, vestida con la camisa rosa y arrugada que no se había molestado en quitarse desde el día anterior, apartó las cortinas y dejó que la luz la cegara hasta el punto de notar ese dolor tras las cuencas de los ojos que a veces da cuando los castigas con un cambio brusco de luz, un cambio brusco de luz cuando ya tratan por sí mismos de luchar contra una resaca mañanera. En cuestión de media hora, estaba duchada, vestida y salía por la puerta del hotel dispuesta a pasear un poco por la ciudad y hacerse con un café bien cargado por el camino. Caminó hacia el rio, siguiendo la avenida que bordeaba su curso rumbo a la Torre del Oro.

El director al fin dio por zanjada la reunión tras escuchar las propuestas para el siguiente trimestre por parte de cada profesor. Elena se levantó de su asiento tomando su bolso y caminando hacia la puerta de la sala de reuniones.

-Eh eh -escuchó decir tras ella a Isabel

Se giró manteniendo la misma expresión perdida que había mantenido toda la mañana.

-¿A dónde vas tan deprisa? ¿Tomamos café o qué? -le preguntó al ver como la otra mujer pretendía saltarse esa especie de ritual que habían adoptado tras cada pedante reunión de aquellas.
-No tengo tiempo. He quedado con alguien.
-¿La responsable de esas ojeras?
-El responsable de estas ojeras se bebe en copa -le respondió con una sonrisa forzada, que permitió que se colara en medio de el torbellino de emociones que llenaban su cuerpo y los pensamientos alterados que había estado intentando poner en orden toda la mañana.
-Nos vemos el lunes entonces. Ya me contarás -le dijo recogiendo sus pertenencias de la mesa y guiñándole un ojo, haciéndose cargo de la situación.

Elena sonrió a su comprensión y alzando su mano se despidió antes de avanzar por el largo corredor hasta la puerta. Caminó calle abajo hasta llegar a la esquina en la que se cruzaba su camino diario con el camino del hotel. Miró su reloj, las 3:10 y, sacando su móvil del bolso, buscó el número de Val y le dio a marcar antes de dar un paso más rumbo a su casa.

-Hey señora -se escuchó la voz de Val responder apenas a las dos llamadas.
-¿Qué tal ese cuerpo? -preguntó Elena intentando saber si le había costado levantarse e ir a su entrevista de trabajo con algo más de dignidad que la suya en su junta de profesores.
-¿El mío? ¿Qué tal el tuyo? -dijo sonriendo al auricular mientras caminaba por un paso de peatones de regreso al barrio del hotel.
-Sobrevivo. Al menos eso creo -respondió pretendiendo ser una broma.
-¿Ya acabaste? -preguntó Val caminando por una avenida que sabía que le llevaría directa a los Jardines de los Alcazares.
-Por fin -Elena dijo esto con un tono de resignación a la dura mañana que había tenido.—¿Por donde andas? -preguntó al escuchar el sonido del tráfico, de algún que otro claxon y hasta gritos de niños a través del auricular.
-Delante de los Jardines estos tan bonitos -respondió Val mirando a su alrededor, como si de verdad Elena pudiera ver esa expresión de su cara y de la sonrisa que le sacaba hablar con ella por simple que fuera el tema de conversación.
-Espérame por ahí que no tardo más de un cuarto de hora en llegar -dijo finalmente la otra mujer empezando a avanzar por la calle rumbo al lugar.
-Aquí estaré -replicó Val con un poco más de seriedad en su actitud.

Elena caminaba calle abajo atando cabos. En cada paso se repetía su propia determinación, como quien trata de prepararse con anticipación a algo que durante mucho tiempo la había superado. Un segundo round que pretendía ganar por necesidad de sentirse en paz consigo misma.

Val compró un par de cafés en un puesto cercano al parque. Se los llevó consigo a uno de los bancos y dio un pequeño sorbo mientras que miraba a su alrededor, a ambos lados de aquel paseo esperando que, de un momento a otro, Elena apareciera.

-Esta libre este asiento -escuchó una voz que la sobresaltó pillándola de improvisto.

Giró su cabeza y vio a la otra mujer que daba la vuelta desde atrás, pasando ante ella y sentándose a su lado. Elena besó su mejilla. Aun aceptando la sorpresa de cómo Había aparecido de la nada, Val solo estiró su mano ofreciendo el café aun caliente en su mano. Ese gesto le valió para mirarla de cerca, realmente no tenía secuela alguna en su cara del cansancio de la noche anterior. Lucía radiante, serena, guapísima si tomaba en cuenta de que había dormido varias horas menos que ella y que venía de una reunión de trabajo.

-Gracias -dijo Elena apartando la tapa de plástico que le impedía dar un trago al café que necesitaba con urgencia. Levantó sus ojos y vio la sonrisa de Val que la miraba fijamente.

Durante un par de minutos las dos mujeres saborearon el líquido de sus vasos, escuchando el canto de los pájaros y los tímidos rayos de sol que parecían una caricia en sus mejillas. Val bajó las gafas de sol de su cabeza y se las colocó. Elena se acomodó cruzando sus piernas, imitando la postura de la mujer a su lado.

-¿A qué hora sale tu vuelo mañana? -ladeó la cabeza hacia el perfil de val que miraba al frente pensativa y silenciosa. La pregunta cogió desprevenida a la otra que tragando el café que saboreaba en la boca se no apresuró a contestar.
-A mediodía -respondió mirándola, escondiendo sus ojos tras los cristales oscuros de sus gafas.
La respuesta había traído consigo la idea del fin de esos dos días que nunca había imaginado ni por asomo que pudieran darse. Extrañando de pronto que todo acabara el día siguiente.
-Espero que esta vez no desaparezcas del todo…otra vez -añadió Val rompiendo el silencio que se había hecho entre ambas.

Elena no se sorprendió de su comentario. Sabía que era cuestión de tiempo que Val lo sacara a colación, la conocía demasiado bien. Sin apartar sus ojos del vaso semivacío de su mano, y sin mover su cabeza, alzó su mirada hacia ella. Se mantuvo inerte unos segundos antes de mediar palabra.

-No, eso no va a pasar -respondió finalmente esperando que la otra chica confiara en sus palabras.

Val respiró profundo desviando sus ojos de ella hacia el suelo. Alzó su mano masajeando levemente su propia nuca un instante, como si estuviera entrando en un terreno pedregoso y quisiera buscar las palabras adecuadas antes de decirlas.

-No debiste hacerme a un lado -dijo finalmente sacando valor precisamente de tenerla a su lado, recordando lo fácil que hubiera sido comunicarse, hablar de lo que fuera necesario y haciéndole ver que la decisión que había tomado era la única que no debiera haber sido, no entre personas en las que se confían como lo hacían ellas.

Elena encajó el comentario con entereza al tiempo que cientos de recuerdos inundaban su mente, rescatándolos de un rincón en donde los tenía en lista de espera para el olvido.

-No fue una decisión fácil para mí. Yo… -empezó a decir tratando de hacer comprender a la otra mujer que no había sido una decisión a cara o cruz, sino algo ligado a un cúmulo de cosas que no sabía si entendería alguna vez por mucho que tratara de explicarle.
-Sé lo de Lisa -la miró fijamente esperando una reacción de su parte.

Elena sujetó su tabique nasal.

-¿Y qué sabes concretamente?
-Sé que habló contigo, que te culpó de interferir en medio de mí y de ella…Y eso no era así. Creí que lo sabías tan bien como yo.

Elena escuchaba paciente mirando un lugar vacío frente a ellas. Dio un último trago a su café ya frío y se levantó del banco. Puso su mano en la cintura dando unos pasos hacia adelante y luego atrás antes de responder a la mirada inquisidora de Val, que seguía sus movimientos esperando algo de luz a sus palabras.

-Lo sé -dijo con las palmas de las manos hacia abajo tratando de hacerle ver que estaba de acuerdo en lo que le decía.
-¿Entonces? ¿por qué te fuiste? ¿Por qué de pronto yo no significaba nada para ti? ¿Cómo dejaste que alguien que no fuera tú o yo tomara una decisión por nosotras?
-No dejé que nadie decidiera por mí. Yo fui la única responsable de mis actos Val.

La expresión de Val fue de total confusión, con un gran interrogante en sus ojos y en cada facción de su rostro.

-No sabes. No imaginas lo que se siente cuando todo el mundo te señala .

Val arrugó su frente tratando de cuadrar cada palabra que escuchaba y la tristeza que emanaban de aquellos ojos que la enfrentaban.

Elena se puso en cuclillas colocando sus manos en sus rodillas.

-Que todos los que nos conocían murmuraran… poniendo nombre a algo que ni yo entendía…
-Y decidiste darles la razón haciendo lo que esperaban que hicieras.
-No. No lo entiendes… -dijo buscando sus ojos.–…Ellos tenían razón -añadió finalmente arrugando su frente, confesando por fin en voz alta esa verdad que tanto le costó asimilar en su momento y que aun hoy le hacía daño.

Val se quedó paralizada, poniendo orden y sentido a esas palabras sin poder reaccionar ni cuando vio como Elena se incorporaba, cogía su bolso y empezaba a avanzar por el paseo con sus brazos cruzados. Verla alejarse le hizo levantarse y acelerar su paso hasta llegar a su lado.

-Esta bien. Puede que no entienda por qué no me hablaste nada de todo esto antes, pero ahora…
-Ahora nada -dijo parando y estirando las manos, poniendo una barrera ficticia ante la otra mujer.
-Yo…
-No, no digas nada -exclamó con rotundidad y con un tono cortante, con una mirada llena de fuerza y de determinación-. No sigas por ahí Val…por favor -dijo esto último más como un ruego que como una orden.
-Está bien, dejemos el pasado en el pasado. Pensemos en ti y en mí, esto se trata de nosotras.
-No hay un nosotras. Esto no funciona así, yo no soy así. No me viste antes y ahora ¿qué ha cambiado?, ¿las circunstancias? No quiero ser el fruto de unas circunstancias. ¿De verdad crees que todo es tan sencillo como aparecer de casualidad en mi vida y ya está? ¿Qué hubiera pasado de no habernos encontrado por la calle? Y no me malinterpretes, soy feliz de volverte a ver, pero no confundas ese encuentro con…-paró de hablar sintiendo su garganta rota, incapaz de mantener su voz por una palabra más.

Val sujetó su brazo y le hizo detenerse para enfrentarse a su cara.

-Puede haber un nosotras -dijo apartando sus gafas y dejándole ver en sus ojos, la sinceridad de lo que le estaba proponiendo.
-No me hagas esto…por favor. Tardé meses en recomponerme. Aceptar que no importaba lo que sentía, y que tú nunca me vieras así. Lo asumo, asúmelo tú -dijo mientras dos lágrimas resbalaban por sus mejillas.

Val siguió el recorrido de aquellas lágrimas sintiendo que cada milímetro que corría por aquella piel, era como un latigazo en un alma que sentía que se le escapaba por momentos. No era eso lo que quería. Quizás no entendía del todo lo que había pasado por Elena para conservar tantas heridas, pero si entendió perfectamente que formar parte de esas heridas, le mataba.

-Esto…duele -dijo Elena con voz rota apartando sus lágrimas de su rostro con la palma de su mano. Luego esquivó a la mujer frente a ella y comenzó a andar hacia las afueras del parque.

Val se quedó parada en el sitio, sintiendo como esas palabras le habían hecho dar un vuelco a algo en su interior, algo que le impedía respirar con normalidad. Cerró los ojos y el agua almacenada en ellos se deslizó por su rostro. Se giró para ver como la silueta de Elena trasponía la esquina y se perdía en la lejanía.

Elena llegó a su casa, soltó el bolso en el suelo, y se acostó en el sofá enterrando su cabeza en uno de los almohadones, tratando de esconder del mundo las lágrimas que no podía contener en sus ojos.

Val cerró de un portazo la puerta de su habitación. Puso la espalda sobre la madera, como quien se cerciora de que nada ni nadie pudiera entrar ni salir de aquel espacio. Arrojó las llaves contra la pared y dejó que las lágrimas que tanto había contenido, corrieran por su cara. Sintiéndose egoísta por haber escuchado a su corazón, culpable de la tristeza y las heridas de Elena, frustrada por aceptar que lo único que le importaba ahora era la felicidad de aquella mujer…y por primera vez, merecedora de cómo le había tratado Elena ese último año.

El agua de la taza del microondas bullía mientras Elena trataba de dar un respiro a sus ojos, mojándolos con agua fría del grifo del fregadero. Había tratado de almorzar una ensalada simple que se había preparado, pero la imagen de los ojos de Val no se iban de su mente, y la idea de que no los vería en mucho tiempo no ayudaba mucho a que fuera más fácil. No era esa la despedida que quería darle, sin embargo había vivido tanto tiempo con eso pendiente que, pese a todo, esperaba que esa conversación al fin le hiciera pasar hoja y aprender a conformarse con lo que tenía a su alcance, en vez de lamentar todo aquello que anheló y que nunca estuvo en sus manos.

Ya caía la noche cuando se llevó la infusión a su sofá, encendiendo la televisión, esperando con eso que algo despistara su atención y le ayudara, como mínimo a pasar las últimas horas del día.

Val miraba el nombre de Elena en la pantalla de su móvil, mordiendo su labio y preguntándose hasta dolerle la cabeza si llamarla o dejar que encontrara la paz que necesitaba por sí misma, no la que ella le ofrecía.

Se abrazó a una de las almohadas soltando el teléfono a un lado y, golpeando el colchón con su puño cerrado se avergonzó de haber sido culpable de las lágrimas que corrían por la cara de Elena esa misma tarde. De algún modo entendió por qué un día Elena había hecho lo mismo por ella, alejarse por su bien. Ahora le tocaba a ella devolverle su vida, aunque esta vez habían quemado toda posibilidad en un cara a cara que se debían desde hacía mucho tiempo. Un pitido le hizo volver su mirada al aparato a su lado. La pantalla iluminada advertía de un mensaje de whatsapp de Lore.

Lore: ¿Se puede saber qué es de ti méndiga?

De algún modo el nombre de su amiga le hizo sentirse abrigada un instante, casi hasta borrar la tristeza de su rostro. Utilizando solo su dedo pulgar se dispuso a responder.

Llegaré mañana sobre las 3 de la tarde. Te llamo y comemos juntas

Nada más irse el mensaje un “Lore escribiendo” se le notificó en la parte superior de la pantalla.

Lore: ¿Llegar?¿Dónde demonios estás?
Val: Sevilla

Cerró el whatsapp y abrió un mensaje hacia Laura

“Tenemos que hablar”. Lamentó no haber sido sino sincera, estaba claro que ese mensaje cualquiera lo habría interpretado como lo que era…sonaba a “Hasta aquí hemos llegado”

-¡Ay Dios mío! -Claudia levantó sus ojos de la calculadora con la que trataba de cerrar el inventario de una de sus peluquerías. La exclamación de Lore y su cara le decía que en breve le vendría a contar algo que seguro iba a ser impactante.
-Dilo ya, no me dejes así.
-Val…que se fue a Sevilla- explicó a una Claudia que de pronto ya había soltado facturas y calculadora a un lado de la mesa.
-¿Y?
-No lo sé. No me ha dicho ni mú. Ni siquiera sale on line.

Los ojos de Claudia miraba la inquietud de Lore, reconociendo en ella esa curiosidad innata y esa incertidumbre que no cesaría hasta encontrar respuesta. Sin sorprenderse lo más mínimo vio como Lore marcaba un número y llamaba. Por su cara y como se había sentado en el sofá, con sus pies golpeando el suelo en una especie de tintineo de los talones de sus pies, dedujo que estaba moviendo los hilos necesarios para saber más sobre el tema.

-Estoy llamando a Elena, pero no me responde. Llama tú a Val.
-¿Y qué le digo? -preguntó una Claudia que de repente estaba embarcada en algo a lo no supo cuando se embarcó. Pero así era Lore, arrolladora por naturaleza.
-Fuera de cobertura -dijo finalmente al escuchar el mensaje tras marcar el número de Val.
-Elena no contesta.
-Ya es tarde, debe de estar dormida o algo.
-¡¡Ahis!!
-Relájate que te va a dar algo. Mañana sabremos más.

Lore la miró con desprecio ya que tenía razón. Su impaciencia no iba a lograr nada a las 12 de la noche. No iba a quedar de otra que esperar al día siguiente y, o saberlo de boca de la misma Val, o por una llamada a Elena.

Cuando la alarma del móvil sonó apenas empezaba a despuntar el día por la ventana de la habitación. Val sin abrir sus ojos, tomó el aparato en la mano y pulsó una tecla cualquiera, sabiendo que eso sería suficiente para hacerlo callar. Abrió los ojos con claridad, sin esa pereza que da haber descansado algo en toda la noche. La verdad es que no había podido dormir sino a lapsus. Se levantó y tras estirar un poco las sábanas y el edredón, colocó su maleta sobre la cama. Poco a poco, fue metiendo en ella las pocas pertenencias que le quedaban por guardar, sobre todo su neceser y todos los productos de aseo personal con los que solía viajar.

Se metió en el baño para darse una ducha que despejara un poco la resaca que sentía, antes de salir al aeropuerto. Se había planteado ir temprano, sentarse en cualquier cafetería y desayunar tranquila sin preocuparse de pillar atascos que le retrasaran. Odiaba esos imprevistos, odiaba tener prisas en un lugar como un aeropuerto.

Claudia se giró buscando el calor de Lore. Cuando estiró su mano, tentó el colchón notando el espacio vacío. Abrió un ojo solo por ubicarla pero lo único que descubrió fue la ausencia de la mujer en el dormitorio. Se levantó y medio dormida caminó hacia la cocina, luego fue hacia el salón temiendo que su sospecha se hubiera hecho realidad. Allí estaba Lore, sentada en el sofá, descolgando el auricular del teléfono fijo.

Elena dormía en su cama, acostada en diagonal, abarcando todo el colchón. El teléfono hizo que se sobresaltara sintiendo un agudo dolor de cabeza en el momento de abrir sus ojos.

-¿Diga? -preguntó con voz dormida mientras sujetaba su tabique nasal.
-¿Elena? Hola chica. ¿te he despertado?
-¿Lore? No, estaba en proceso -respondió al mirar de reojo el reloj y ver que ya eran las 8 y media.
-Oye, me preguntaba si…
Una pequeña sonrisa se dibujó en la cara somnolienta de Elena mientras se giraba hacia arriba, acomodando una almohada bajo su cuello.
-¿…Si me he tropezado con Val? Sí, así es.
-Ajá -dijo Lore dejando espacio a que Elena contara lo que quisiera. Al fin y al cavo cualquier información era bien recibida. -El viernes me tropecé con ella a la salida del colegio -añadió bostezando.
-Bueno, ¿y?
-¿Cómo que “y”? Nos vimos, cenamos, hablamos, fue a su entrevista y ya. ¿A qué viene tanta pregunta?
-¿Entrevista? ¿Qué entrevista?
-La que tenía pendiente el sábado.
Claudia se había puesto a preparar un café bien cargado, mientras escuchaba de fondo la conversación de Lore. Cuando escuchó a la otra mujer hablar de entrevistas, se giró. Lore miró hacia ella haciendo una señal con su dedo índice, pasándoselo por su cuello como si estuviese cortando su yugular. Esto daba una pista a Claudia de que todo no había ido como habían pensado desde que se enteraron de que Val estaba por Sevilla.
-¿Eso te dijo? ¿Qué tenía una entrevista?
-Claro -dijo evidenciando su respuesta a una pregunta que le pareció absurda
-A ver Elena. Ni entrevistas ni pepinillos en vinagre. No tiene ni tenía ninguna entrevista. Fue para verte.
-¿Perdona? -la cara de Elena fue de una incertidumbre que arrugó su frente incorporándose en uno de sus antebrazos, todo ello en un solo movimiento.
-Lo que oyes querida. Expresamente a verte.
-Pero…¡Dios! -dijo al aire dejándose caer sobre la almohada, entendiendo que esa información, de alguna manera no lo cambiaba todo, pero sí dejaba claro algo que había dado por supuesto. Nada había sido una casualidad.
-¿Elena? Oye, sigues ahí -dijo Lore tras el silencio al que la había condenado la mujer al otro lado del hilo telefónico.
-Tengo que colgarte -dijo tras un silencio en el que cerró sus ojos, recordando parte de su conversación con Val el día anterior. Y masajeando su frente con dos de sus dedos
-¿Cómo que tienes que colgarme? ¿Que pasa? No te atrevas…

Lore miró hacia Claudia que la miraba con los ojos expectantes.

-Me ha colgado
Claudia sonrió a la cara cómica que había puesto Lore ante esa acción.
-Toma esto anda. Y ven aquí -la invitó a acercarse y abrazarla para saborear del primer café de la mañana juntas viendo cualquier cosa en el canal Sci fi.

Lore se acomodó bajo su brazo dando un trago al magnífico café que preparaba Claudia, dando gracias de poder compartir todo con ella y disfrutar juntas de casi todo en sus vidas.

El taxi que llevaba a Val hasta el aeropuerto, avanzaba ligero a través de la ciudad. Obviamente no se podía comparar el tráfico de esa ciudad con el de Madrid. Una vibración de su móvil en su bolsillo le hizo sacarlo con dificultad. Miró la pantalla leyendo el nombre de Laura abarcándola por entero. Colgó rechazando la llamada y mirando hacia fuera por la ventana, mantuvo su dedo pulgar pulsando el botón de apagado.

Lo guardó en su bolsillo trasero y se dedicó a mirar las vistas de aquella ciudad aun dormida, un domingo por la mañana a pocas horas de entrar el día completamente.

Elena fue directa al baño para lavar su cara con agua helada. Miró las bolsas bajo sus ojos y desistió de ponerle otro remedio a su aspecto que no fuera meter los dedos en su pelo y colocarlo como pudiera, metiendo por dentro de su pantalón la camisa que trató de alisar un poco con las palmas de sus manos. Salió del baño con rapidez, cogió el móvil de sobre el aparador, la rebeca que siempre tenía colgada de un perchero cercano a la puerta, su bolso y las llaves y salió sin mirar atrás.

Bajó las escaleras a punto de caerse por andar buscando el número de Val en su agenda. Marcó al tiempo que colocaba su rebeca sosteniendo el aparato con el hombro mientras se colocaba la pequeña mochila negra en su otro brazo.

-Mierda -maldijo a que la otra mujer no respondiera a su llamada. Miró su reloj. Las 9:10, caminó deprisa calle abajo hasta el hotel. Entró hasta detenerse ante el mostrador y, sin saludar siquiera preguntó por Valentina Salas.

El joven notando la prisa implícita en la mirada y la actitud de aquella mujer, le dijo que se había marchado hacía más de una hora.

Dando un golpe sobre el mostrador se dio la vuelta y avanzó hacia la puerta de nuevo.

-Gracias -gritó casi al tiempo de perderse a un lado de ella.

Caminó deprisa hacia su coche. Lo abrió y se introdujo dentro haciendo ambas cosas casi a un tiempo. Salió lo más rápido que pudo de aquel estacionamiento y emprendió la marcha rumbo al aeropuerto, con un temor añadido de no llegar a tiempo junto a la revelación que Lore le había hecho.

-Será estúpida -dijo al aire frío de la mañana que se colaba por su ventanilla abierta.

Val despidió al taxista con una sonrisa forzada y se introdujo en la terminal de salidas, dándose cuenta al momento que haber ido temprano no había sido necesario. La terminal de aquel aeropuerto no tenía nada que ver con la tortuosa T4 de Madrid, ni siquiera con la T2. Buscó una cafetería con la intención de un café y algo que comer. Con todo lo sucedido no había cenado nada esa noche y aun le quedaba por delante 3 horas de vuelo. No era sano sentir aquel nudo en el estómago, no al menos en un estómago vacío.

Al fondo, más bien guiada por el ruido característico de los vasos y de cubiertos, descubrió una pequeña cafetería con un par de mesas a las que se dirigió arrastrando su maleta consigo.

Pidió un café y un donut relleno. Sabía que no era el mejor desayuno del mundo, pero al llegar a casa ya se haría algo decente.

Por suerte para Elena, el tráfico le daba una oportunidad inusual en un día de trabajo. Durante tres cuartos de horas atravesó las calles de la urbe hasta que por fin podía divisar la torre de control sobresaliendo sobre el paisaje llano de las medianías del aeropuerto. Metió su coche en el parking, y caminó por todo aquel asfalto hasta llegar al acceso de la terminal. Avanzó ligera hacia la sección de salidas.

Cansada de ojear aquella revista de prensa rosa que se había encontrado en un asiento. Val se levantó y se encaminó hacia una máquina expendedora en busca de algo que le quitara el sabor rancio que a veces deja los donuts por las mañanas, y el que se había comido pese a estar recién llegados, se le había ido por ese camino. Buscó una moneda de euro de su bolsillo y la metió en la máquina. Pulsó el código de unos chicles de hierbabuena, pero el aparato no hacía ademán de hacerle llegar su pedido. Golpeó ligeramente la ranura de las monedas no fuera que se le hubiera quedado trabada pero las letras digitales seguían solicitando su pedido. Volvió a pulsar el código del producto y de nuevo, nada. Esta vez le dio un golpe más fuerte por un lateral, empezando a fruncir el entrecejo a que las cosas en los aeropuertos costaran tanto y que encima tuviera que aguantar las burlas de aquella maldita máquina… Y lo peor de todo, no tener a quien irle a protestar. No era la primera vez que le pasaba y cada vez que sucedía había pillado un cabreo monumental.

En recuerdo de todos los euros perdidos en máquinas como aquellas, cerró su puño y con el dorso le dio un golpe más fuerte que los anteriores.

-¿Nadie te ha enseñado que no está bien abusar de máquinas inocentes que no pueden defenderse?

Una voz familiar le hizo girarse al momento y vio ahí, justo ante ella a Elena, que con las manos en los bolsillos de su pantalón la miraba con una sonrisa vaga en su rostro.

-Elena -dijo bajo y completamente hipnotizada de verla allí de pie ante ella.

Durante un respetable tiempo ambas mujeres se quedaron ahí, estáticas sin hacer otra cosa que no fuera mirarse a los ojos y tratar de leer en ellos. Fue Elena, quien al ver la perplejidad de la otra, rompió con el silencio.

-Se me había olvidado preguntarte por tu entrevista de trabajo -dijo sonriendo, pero ladeando la cabeza en conocimiento pleno de su mentira.

Val arrugó su frente sin saber qué añadir a sus palabras. En su lugar miró hacia el suelo y levantó sus ojos de nuevo hacia los suyos.

-¿Lore? -preguntó aunque trató de ser más una afirmación.
-Lore -asintió bajando sus párpados pero sin dejarle ver su sonrisa más pronunciada en la forma entrañable de mirarla, más que en gesto de su boca.
-Déjame que me explique…

Elena avanzó un par de pasos hasta ponerse justo ante ella sujetando sus manos e impidiéndole con ese gesto, que dijera algo.

-Eres una estúpida. ¿Lo sabes? -le dijo con una sonrisa amplia y con el reflejo de sus ojos en los suyos.
-Lo sé -asintió dándole la razón a aquella mirada que le podría haber jurado que era hombre y que se llamaba Manuel, y hubiera asentido a eso también.

Elena colocó sus manos, portadas entre las suyas alrededor de su cintura y la invitó a abrazarla. Val cerró los ojos al sentirla entre sus brazos. Elena sujetó su cabeza con su mano cerrando los suyos, sintiendo como su cuerpo se estremecía más allá de su alma con ese gesto de cercanía pleno.

Todo ruido en aquel aeropuerto se volvió sordo. Durante unos minutos Val solo sentía el corazón de Elena sobre el suyo y su respiración tibia en su cuello. Suavemente fueron aflojando sus brazos sin dejar de soltarse en ningún momento. Ambas ladearon su cabeza al sentirse cerca, buscándose con la mirada y confirmar una en la otra algo que diera pistas de ese momento como un solo sentimiento común.

Elena intimidada por poder disfrutarla así de cerca bajó un poco su cabeza apoyando su frente contra sus labios. Val no dejó que finalizara ese movimiento, con una de sus manos sujetó su barbilla y la obligó a mirarla a sus ojos. Lo que leyó en ellos fue lo mismo que le exigía algo dentro suyo. Se acercó y los besó suavemente, una y otra vez, muy despacio, como si no existiera el tiempo en aquel lugar, como si al fin aquellos corazones a contraluz se vieran finalmente las caras sin conformarse con unas siluetas desconocidas. El beso fue profundizando hasta que ambas mujeres se exploraban por primera vez alejadas de cualquier circunstancia que no fuera la necesidad mutua.

El sonido de algo cercano les hizo romper con la intimidad de ese momento. Ambas ladearon su cabeza hacia la máquina que acababa de soltar un paquete de chicles de hierbabuena en el depósito metalizado de recogida. Rieron al hecho antes de abrazarse y disfrutar de esas risas una en brazos de la otra.

Fin