Señoras, estamos ante un auténtico clásico de la literatura que habla del amor entre mujeres. No hay muchos libros lésbicos como este, creedme, tan bien escritos, tan ajustados, con una prosa tan delicadamente realista y con una verosimilitud en los diálogos poco común.

Libros Lésbicos

Si, para colmo, sabemos que es la recreación de una historia real, ya hemos llegado a la redondez del círculo. Quede claro: no es el tema típico de “basado en una historia real”, no cae en la vulgaridad, la moralina y el horterismo a que estamos acostumbradas cuando se presentan historias (películas, novelas, etc) bajo este subtitulo. Lo he llegado a detestar tanto, que desconfío por principio de las narraciones que usan la vida de alguien para montar el relato. Me parece que, por regla general, no es más que un subterfugio de mediocres que, faltos de inventiva, usan y abusan de las historias de la gente real por no ser capaces de crear algo nuevo. Les viene dado: utilizan el andamio de la vida de otros, y sobre él edifican lo que debería ser una obra de ficción y en realidad sólo es un reciclaje de historias ajenas.

Nada de esto hay en Un lugar para nosotras. Es una novela de calidad. Y la referencia a personajes verdaderos no daña para nada la calidad de la narración. Simplemente, la historia real –que desconocemos en detalle- sirve de sustrato para que la autora, Isabel Miller, recree lo que pudieron ser las vidas de la pintora Mary Ann Wilson y de Miss Brundidge, su compañera. Los personajes reales inspiran la construcción de los ficticios, que toman los nombres de Patience White y Sarah Dowling.

Ambas viven en Connecticut, cuando comienza todo: exactamente en el año 1816. Patience es una joven huérfana que comparte casa con su hermano Edward y la esposa de éste, Martha. Las relaciones familiares no son muy cálidas, y en el ambiente flota la sospecha de que, de no ser por el cuidado paterno en dejar el legado de Edward pendiente de que a Patience se le respetara el suyo, haría mucho tiempo que ésta habría tenido que buscarse otro arrimo. En la cabeza de la señorita White no cabe el matrimonio con un hombre, ni busca trabajo como institutriz o bordadora –únicas profesiones a su alcance- y sólo le interesa pintar. Esa actitud exaspera a su cuñada, que cree estar alimentando a una vaga parasitaria.

Un día aparece Sarah. Hija de granjeros, ha sido educada por su padre como un muchacho y para ser un muchacho (puesto que es evidente que un chico era más útil en una granja que una chica). En cuanto Sarah y Patience se ven, prende en las dos una fogosa atracción imposible de remediar. Y comienzan los acercamientos, el cortejo y, finalmente, el contacto físico que hace imposible de disimular el vínculo que entre ellas ha nacido: nada más y nada menos que el Amor. Cuando las familias de ambas se enteran, los acontecimientos se precipitan. El padre de Sarah, que es una mala bestia, le pega tal paliza a su hija que casi la desencuaderna. Ella decide emigrar a Genesee (Estado de New York), como una pionera más, para comprar unos acres de terreno y vivir allí feliz con su amada para siempre. Pero a esta primera aventura, Patience no estima oportuno acompañarla. Y entre ellas se extienden sombras de decepción en Sarah y de culpabilidad en Patience, que intenta por todos los medios sin demasiado éxito, olvidar lo que siente.

Luché por encontrar calma y abnegación, por ser útil a los demás y entonces pensé, bueno, esto es el sufrimiento, esto es el dolor, es de esto de lo que hablan en la iglesia, de esta lucha diaria para salir adelante sin saber muy bien por qué”…”Al buscar una respuesta en mi alma, me encontré de nuevo con mi deseo por los labios de Sarah. Pero aquello no era disoluto en un hombre: un hombre podía desear los labios de una mujer. Y sentí, creo que por primera vez, rabia hacia los hombres”…”Sentí rabia porque cuando un hombre ama a una mujer, puede estar con ella, y la sociedad entera aprueba que él se convierta en su dueño. (Pág. 52)

Sarah acaba regresando derrotada de su aventura de Genesee. Con las orejas gachas se tiene que volver, pero comprendiendo punto por punto qué es lo que ha fallado en la misión y por qué razones ésas no son maneras de acometer el proyecto. En Connecticut de nuevo, la relación entre ambas resucita. Sarah perdona a Patience y a partir de ahí retoman su amor, que es imposible de olvidar o de controlar en modo alguno.

Me dejas. Donde antes estaba tu calidez, ahora el aire es frío como una espada. Mi cuerpo se desgarra cuando ya no estás tendida junto a mí. Mi piel se va contigo. Podría desangrarme hasta morir.(Pág. 106)

Un día son sorprendidas en situación comprometida y saltan todas las alarmas familiares. Patience decide entonces que es hora de emprender la partida, esta vez juntas y con otro destino: Greene County, donde definitivamente acabarán por asentarse. Allí vivirán el resto de su vida en común, en tranquila armonía: algo imposible de conseguir en el mundo “normal” del que procedían. Encontraron, en suma, un lugar para ellas.

La voz narrativa merece comentario: el relato se desarrolla en su totalidad en primera persona. Son ambas protagonistas las que hablan, alternativamente; y cada parte se encabeza con el nombre de la narradora de turno. En otras novelas de técnica parecida, el esfuerzo se centra en ofrecer varios puntos de vista sobre los mismos hechos –un pluriperspectivismo más o menos exacto- y éstos se narran simultáneamente. Es decir, el personaje A nos cuenta el asunto de que se trate y el B vuelve a contarlo de manera diferente, para que la idea del objeto narrado sea lo más exacta posible y tengamos presente las dos opiniones. La filosofía en Un lugar para nosotras es diferente: ambas voces narrativas interactúan, pero no de forma simultánea, sino sucesiva: los sucesos fluyen de la una a la otra en orden diacrónico y sólo de forma muy puntual algún acontecimiento se superpone en las dos narraciones. Es decir, Patience comienza el relato, Sarah toma el relevo y continúa el relato pero sin volver sobre los pasos anteriores; Patience vuelve a seguir contando en el siguiente bloque de capítulos, y así sucesivamente. Con esto se consigue una agilidad mucho mayor y se alcanza también a conocer la perspectiva de ambos personajes.

La historia de amor es muy bonita, tierna y apasionada a la vez. Como es lógico en una narración situada en tiempos pasados y más difíciles –aún- que los actuales, la lucha de ellas por ir adelante con su relación ocupa un lugar muy importante. Se hace mucho hincapié en la hostilidad absoluta del medio -social y hasta geográfico- hacia dos mujeres que quieren vivir juntas y de modo independiente. Por ello, la pintura de la incomprensión familiar y la de las dificultades sociales es muy relevante.

En el primer caso -la incomprensión familiar-, el paradigma son Martha (cuñada de Patience) y Rachel, hermana más destacada de Sarah. La primera oculta tras unos fuertes prejuicios religiosos la rabia que siente porque no consigue el cariño que le gustaría obtener de Patience. La segunda envidia que Sarah haya encontrado el amor, aunque sea ilícito.

Los personajes masculinos –padre y hermano de las protagonistas- basculan entre el rechazo y la necesidad de deshacerse del problema: como cabezas de familia no pueden albergar bajo su techo una relación así, so pena de quedar estigmatizados para siempre ante la comunidad. Si además añadimos la tradicional incomprensión respecto al sexo entre féminas (traducido en la pregunta: “¿qué pueden hacer dos mujeres en la cama?”), el panorama se resume en desolador. Y sin embargo, prueba de que en realidad donde hay cariño se vence toda tontería, Edward acaba portándose bien con su hermana porque realmente la quiere.

En el segundo caso –las dificultades sociales-, el problema es mayúsculo porque en esos momentos una mujer no podía ir sola por el mundo y menos aún asentarse en plan colonización en los territorios vírgenes. Pero lo consiguen a base de luchar con un tesón incontestable y no hacer caso a advertencia alguna sobre lo que es lo prudente y lo que no lo es.

El descubrimiento de las protagonistas de sus propios sentimientos es bastante temprano, aunque lógicamente desconcertante para ambas. No obstante, las dos tienen muy claro desde el principio que están perdidamente enamoradas y que su destino es vivir su vida en común. Pese a este convencimiento, existe también una lucha interna por lo que antes y ahora la intolerancia intenta inyectarnos en la mente: es pecado, es antinatural, está mal:

Analicé y analicé lo que había ocurrido hasta que comprendí cuál era el problema: Patience creía que lo que habíamos hecho era pecado. Besarme estaba bien, porque las mujeres se besan constantemente, y no era necesario que admitiera lo distintos que eran nuestros besos. Pero cuando aquella sensación salía de nuestros corazones y se extendía por todo nuestro cuerpo, entonces se convertía en algo distinto y era imposible no admitirlo.(Pág. 97).

Pero no hay prejuicios ni torturas mentales que no pueda vencer el amor verdadero y, como acaba de señalar Sarah, no hay duda de la naturaleza de su relación (es amor, no amistad, contrariamente a lo que era la común creencia de que entre dos mujeres no podía haber otra cosa). Y, en consecuencia, la carnalidad está incluida, aunque sobre todo al principio, todo esté teñido de una ingenuidad conmovedora.

Debo encontrar la forma, pensé, de demostrarte que soy tuya y que no deseo a nadie más que a ti. Aquel pensamiento hizo que mi cuerpo descubriera la forma de demostrárselo. Más tarde le pusimos un nombre: lo llamamos derretirse. (Pág. 96)

Tienen personalidades diferentes, incluso divergentes en algunos aspectos, y a veces parece que reproducen el estereotipo de pareja heterosexual (lo cual, dada la mentalidad de la época, tampoco resultaría nada extraño).

Pero, ojo, por más que Sarah ejercite un papel masculino, ella nunca cree ser un hombre. Más bien, en un mundo evidentemente hecho por y para los varones, lo que siente es no ser uno de ellos porque así se evitaría innumerables inconvenientes que ha de soportar por ser mujer. Se trata de una cuestión de índole práctica: siendo hombre viajaría, haría negocios y asentaría su hogar familiar con mayor soltura y seguridad. Por su parte, Patience tampoco la trata jamás como si fuera un varón. Ambas tienen muy claro que son dos chicas y que están enamoradas la una de la otra como mujeres que son.

La novela incluye un epílogo en el que se detalla muy brevemente lo poco que conocemos de la vida de los personajes reales que sirvieron de cimiento para levantar el relato, los breves restos documentales que aún perviven y, como señala la autora, lo que conocemos de verdad de la historia: “nuestra propia reacción: cualquier indicio nos sugiere los sueños más hermosos.Cada piedra de su colina es una bola de cristal”. (Pág. 197)

Así pues y por todo lo dicho, queda recomendada la lectura de esta obra, editada en 1969 por la propia Isabel Miller (militante pionera de los primeros colectivos de lesbianas) y reeditada de nuevo en 1972. Constituye, como decía al principio, un auténtico clásico de la literatura lésbica.

Que la disfrutéis…si os apetece. 🙂

Edición citada: “Un lugar para nosotras”. Isabel Miller. Ed. Egales. Barcelona/Madrid, 2000.