Coliseo Relato Lésbico

CAPITULO I

El regreso a Roma no solo les hizo llegar luciendo un bronceado envidiable, sino con un afán de rescatar sus vidas con fuerzas renovadas y un cierto atisbo de optimismo.

Raquel entró en su casa con una serenidad impropia en ella. Nada más abrir la puerta vio el parpadeo del let rojo de su contestador. Soltó su maleta a un lado de la puerta mientras notaba que ese espacio tan familiar se le volvía un tanto extraño, como siempre que se ausentaba de ella por algún tiempo. Avanzó hacia el aparato y con un gesto de su mano, se dispuso a escuchar los mensajes mientras se ocupaba de abrir las puertas correderas del balcón para airear un poco el apartamento. Un pitido daba paso al primer mensaje.

-Hija, hace días que no sé de ti. Tu tía está sobre de mí para el tema de la reforma de su casa de la Toscana. Llámame o mejor aún, llámala tú misma por lo que más quieras.
Otro pitido se escuchó antes de comenzar otro mensaje.
-Raquel, tenemos que hablar, yo…yo sé que lo necesitas tanto como yo. -La voz de Celina se escuchó con cierto punto de exigencia e impaciencia.
-No sabes cuánto -respondió Raquel con ironía mientras caminaba de regreso recogiendo su pelo en una cola mientras miraba de reojo su mesa de dibujo que ocupaba un par de metros cuadrados de su salón. Sobre ella descansaba los planos de las viviendas en las que estaba trabajando y un par de reglas colocadas al azar sobre él.
Un nuevo pitido dio paso a otro mensaje.
-Ya de regreso ¿eh? Intenté ponerme en contacto contigo un par de veces pero no me costó mucho darme cuenta de que no querías ser encontrada. En fin, al grano. Tu proyecto del Coliseo, parece ser que el Vaticano va a aprobar las obras y el ayuntamiento ha llamado al estudio. Así que…
Raquel pulsó el botón de apagado del contestador y tomó el auricular sin dudarlo. Mientras sonaba la línea y permanecía en espera de respuesta, se sentó en el sofá, manteniendo el auricular con su hombro, y ocupó sus manos en liberarse de sus deportivas.
-¿Diga?
-Carla, cuéntamelo todo.
-Hey Raquel, por fin. Se trata del ayuntamiento, ha llamado para invitarte a una conferencia para pasado mañana.
-¿Conferencia? -preguntó tendiéndose en el sofá, dejándose caer hacia atrás.
-Bueno, es algo así como la exposición de la obra hasta donde el Vaticano permite, ya sabes, una especie de centro de instrucciones. No sé nada más, y hasta eso me costó sacárselo al tipo ese que llamó.
-Es decir… que habrá obra -dijo ayudándose de sus pies para quitarse sus deportivas y dejándolas caer al suelo.
-Así es. Y tú estás entre los invitados… piensa un poco mujer.
-Cielos, no puedo creerlo. ¿Tú crees que…?
-Sí, lo creo. Ya sabía yo que podrías con eso. No conozco a nadie tan cualificada para ese trabajo.
-Exageras, como siempre. En realidad cualquiera podría hacer esa restauración, al fin y al cavo solo se trata de reforzar los pilares de soporte.
-Posiblemente, pero nadie lo haría con tanta ilusión como tú. Adoras ese lugar.
Raquel sonrió con sus ojos grises llenos de sorpresa.
-Oye, pero la obra de San Basilio…
-Nada, sobre eso hablamos mañana en el estudio. Tú solo ponme al día que yo me encargo. No pusieron problema al respecto siempre que me supervisaras. Imagina, tú supervisándome a mí, lo que hay que aguantar.
-Bueno si te sirve de consuelo trataré de ser justa contigo.
Ambas mujeres rieron en un silencio momentáneo que Raquel volvió a romper.
– Lamento que tengas que aguantar a Paolo -dijo esto arrugando su frente y temiendo la reacción de la otra mujer.
-Tendrá que aguantarme él a mí. Esta vez no pienso dejar pasarle ni una, te lo advierto. De todos modos, llevo una semana pasando por la obra y hasta ahora no ha habido problemas. Tú tan solo relájate y céntrate en todo esto.
-Dalo por hecho -dijo dejando asomar una tímida sonrisa hacia el techo del salón.
-Venga, te dejo que estaba a punto de irme a la cama, pero mañana quiero un reporte completo de esas vacaciones.
-Bien, te veo mañana en la oficina. Buenas noches.
-Nos vemos, un beso.

Nada más colgar se quedó tumbada en el sofá, dejó caer el auricular que se deslizó por el sofá hasta llegar al suelo, colocó sus manos bajo su cabeza y se dejó llevar por la idea de trabajar en uno de los lugares más imponentes que jamás había visto, el Coliseo.

Miró su muñeca, las once y media de la noche. Sintió la tentación de llamar a Nataly y contarle la nueva noticia, pero era bastante tarde y había dejado a su amiga en su casa, con unos bostezos continuos estrechamente ligados a la resaca de la noche anterior. Mordió su labio inferior sin poder controlar el entusiasmo de su expresión y se levantó del sofá, se acercó hasta su mesa de dibujo, levantó el plano de las viviendas, lo enrolló y lo introdujo en un tubo portaplanos de color rojo. Tomó otro de los tubos que descansaban dentro de la papelera que usaba como improvisado portatubos. Sacó el plano y lo extendió sobre la mesa. Ante ella se plasmó la imagen estructurada en del Coliseo romano, llena de números y líneas con un corte trasversal que dividía en dos el grandioso monumento merecidamente catalogado por el concurso New 7 Wonders como la séptima nueva maravilla del mundo y patrimonio de la Humanidad desde mil novecientos ochenta.


Al día siguiente, tras recorrer en casi una hora, los escasos tres kilómetros de camino que separaba su casa de la oficina, llegó mucho más temprano de lo normal. Metió la llave en la cerradura y tras abrir la puerta, no le costó mucho deducir, al notar las luces apagadas, al igual que los ordenadores, que Carla aún no había llegado. Y lo prefería así, seguramente la presencia de su socia y amiga, le hubiera ocasionado ir a desayunar en un momento en el que deseaba centrarse antes de nada en encender su ordenador e imprimir los planos definitivos de la restauración en la que tenía que centrarse un cien por cien. Encendió las luces y fue derecha a su mesa, al fondo del amplio espacio libre de tabiques, que formaba su lugar de trabajo. Soltó su bolso sobre la mesa y pulsó el botón de encendido de su ordenador. Mientras este se cargaba, se quitó su chaqueta y la colgó en el perchero a un lado de su mesa.

Su despacho consistía en una pequeña mesa de escritorio ante la cual solía sentarse más bien poco. Sobre ella la pantalla panorámica de su equipo informático, su teclado y su ratón. Tal como en su casa, un par de papeleras de rejillas llenas de archivadores de tubos plásticos de colores varios, y algunos pocos de cartón arrinconados en una esquina. Una pequeña escultura en piedra caliza de la torre de Piza, hacía las veces de portapapeles. A la izquierda estaba su mesa de dibujo, de un metro y medio de largo por uno de largo, sobre ella en la parte superior una lámpara alargada con una fina bombilla fluorescente blanca, ligeramente ennegrecida de las veces que se había quedado trabajando hasta altas horas de la noche. Sobre la mesa, un cuadro de unos dos por dos metros de un minucioso plano de la ciudad de Roma datado del siglo doce, época por cuya arquitectura Raquel sentía especial predilección.

Se sentó en su silla en el mismo instante en que la pantalla de bienvenida le pedía su contraseña. Como era costumbre soltó los botones de las mangas de su camisa y les dio un par de vueltas hasta sus antebrazos. Esperó un instante con su cara apoyada en su puño cerrado apoyado en su barbilla. No tardó más de unos segundos en aparecer los múltiples iconos en su escritorio. En un par de minutos dio la orden de imprimir su plano.

Justo cuando estaba acabando la impresión, esperando ante el aparato con los brazos cruzados, sintió unas llaves en la puerta.

-Hey, bienvenida… que envidia de bronceado chica -dijo al tiempo que le dedicaba una sonrisa a la mujer ante la impresora y cerraba la puerta tras ella.
La otra mujer dejó de mirar la lenta impresora para ir a su encuentro. Cuando llegó a ella, la abrazó y dio un beso en su mejilla.
-Estás radiante, te ha sentado de maravilla estas semanas -terminó de decir mientras miraba como los matices grises sobre el verde de sus ojos se habían vuelto ligeramente más claros al igual que su cabello adornado por unas mechas más claras de lo habitual en contraste con su piel bronceada.
-¿Quién no lo está tras unas vacaciones? -dijo con una amplia sonrisa-. ¿Cómo has estado?
-Ya ves, al frente del fuerte para no variar. Veo que ya te has puesto en marcha con lo de la restauración –observó sintiendo el típico zumbido mecánico de la impresora.
-Qué remedio, solo tengo hasta esta noche para ponerme al día y doy por sentado que iremos a las viviendas para hacer oficial lo de traspasarte el testigo.
-Por favor, en que baja estima me tienes. De eso nada, déjame que descargue todo esto y tú y yo nos vamos a tomarnos un buen desayuno -dijo mientras se alejaba de Raquel y se acercaba a su escritorio, colocando su bolso y dos tubos de planos sobre la mesa-. Quizás, y solo quizás, luego dediquemos un tiempo a eso -dijo esto último con cierta expresión de exasperación en su rostro ante la abrumadora idea de ser lunes por la mañana.

No tardaron diez minutos en traspasar el umbral de la vieja cafetería de abajo, en la que desayunaban cada mañana durante los últimos tres años en los que habían creado su sociedad y abierto su pequeño y modesto despacho en la vieja casa reformada que un tío lejano de Carla le había dejado en herencia en la zona antigua de la ciudad.

-¿Ya de vuelta?, que rápido se va el tiempo -dijo un hombre de unos cincuenta años con una amplia sonrisa al verlas entrar mientras que apartaba de la barra las tazas y vasos sucios colocados indiscriminadamente por toda la barra -. Ya se te extrañaba. ¿Qué tal te fue arquitecta? -terminó de decir mientras las dos mujeres se acercaban al mostrador.
Raquel le dio un par de besos al hombre antes de mediar palabra.
-Ideal Ciro, pero corto… muy corto -respondió exhalando con resignación al tiempo de tomar asiento junto a Carla en uno de los taburetes de la barra.
-Ya me gustaría a mí una escapada de un par de días, mi mujer ya no recuerda lo que es eso.
-Pues deberías planteártelo seriamente, todos necesitamos un escape de vez en cuando.
-Seguro, y Aurora te lo agradecería de formas inconcebibles -dijo Carla sin pudor alguno.
Ciro pulsó el botón de su cafetera mientras reía sonoramente del comentario de la mujer.
-Mira que eres burra -dijo bajo Raquel cerca de su cara.
-Lo siento, pero hablo por propia experiencia -le contestó igual de bajo.
Raquel arrugó su frente con expresión interrogante.
Ciro depositó un par de cafés ante ellas y se dispuso a preparar dos de sus habituales sándwich calientes de jamón y queso que solían desayunar cada mañana.
-Tienes dos hijos y Angelo te adora ¿a qué te refieres? …-Raquel retomó la conversación con curiosidad ante su comentario cuando Ciro se fue al otro extremo de la barra, ocupado en fregar las numerosas tazas que sobresalían del fregadero.
-Sí, dieta estricta, ya no recuerdo desde cuándo. Trabajo, niños, niños, trabajo. Ya perdí la cuenta de los días que hacen que no…ya sabes -dijo alzando una ceja esperando que la otra mujer comprendiera lo que se contuvo en pronunciar con palabras.
-¿Me lo dices o me lo cuentas? Bienvenida a la castidad. Vaya una gravedad…-dijo Raquel removiendo su café con una pequeña cucharilla un tanto aliviada.
-Perdona bonita para algunas eso es como comer, y yo tengo mis necesidades.
Ambas mujeres sonrieron mirando su café hasta que Carla rompió de nuevo el silencio.
-Y sobre ti…No será porque te falten oportunidades, mírate.
-Ojalá fuera así de fácil, pero espero algo más que romper con mi dieta. Me aburre mucho el pan para hoy y el hambre para mañana.
-Todos lo hacemos, pero mientras ¿qué daño puede hacer quitarse un poco del óxido acumulado?
-Ninguno -respondió riendo-…pero si se trata de quitarse el óxido, preferiría quitarlo de otro lado.
-Celina ¿se trata de eso? ¿No te la sacas de la cabeza? Mira que hay estúpidas con suerte…
-No, no es eso…yo…-Raquel intentó encontrar un modo de hacer entender lo difícil que había puesto su última relación el volver a confiar en otra mujer, al menos en esos términos.
-Si pudiera opinar…Y puedo… creo que nunca fuiste feliz, no importa si llegaste a creerlo. Esa mujer no hizo nada bien desde siempre y lo sabes, como lo sabías entonces. No entiendo cómo te aferras a unos recuerdos forjados en una mentira -le recriminó reconociendo que Raquel sentía algo dentro que le impedía sentir rabia por aquella mujer que la había arrastrado consigo junto a su cobardía, sus fobias y sus temores.

Raquel no añadió nada a su comentario. Reconocía que su socia tenía razón en cada una de sus palabras, sin embargo muchas veces había echado de menos esa sensación de compañía, de esperar algo después del trabajo, sentirse viva. Y sí, pese a todo, se recriminaba a sí misma reconocer lo mucho que Celina había significado en su vida porque realmente le había dejado el corazón roto en mil pedazos. Solo le quedaban unos sentimientos arrojados al fuego el mismo día en el que Celina decidió ser quien los demás esperaban que fuera, abandonando cualquier posibilidad a su amor y a sí misma. Y luego estaban sus llamadas, sus mensajes constantes que no hacían sino recordarle lo estúpida que había sido al dejarse convencer por sus palabras, su sonrisa, su mirada. temía esos gestos suyos, no porque le recordara el dolor que traía su presencia, sino el miedo de algún día sucumbir ante ella, sentir la tentación de ir a rescatarla de la triste jaula de oro en la que voluntariamente se había metido. De cualquier modo había aprendido a aceptar que esa batalla no era parte de su guerra, nadie más que la misma Celina podría lidiar con ello. Ella no era sino la consecuencia de sus propias decisiones, no existía ninguna razón para luchar por ella si por su propia voluntad no era capaz de defenderse de sí misma.

Confiando que esa idea no pasara nunca de ser solo eso, una idea meramente desesperada de no dar el tiempo vivido juntas como una pérdida de tiempo y su mayor equivocación, dejó paso al cada vez más presente sentimiento de haberse sentido engañada y traicionada, mientras tomaba otro sorbo de su café.

-Buenos días chicas-. Una voz familiar se escuchó tras ellas.
Ambas mujeres se giraron al mismo tiempo.
-Llevo media hora tocando en la oficina, supuse que estarían aquí -dijo Nataly mientras daba un beso en la mejilla de Carla.
-¿Qué haces aquí?, ¿no trabajas hoy? -preguntó Raquel sintiendo como le besaba en su mejilla.
-Debería, pero pedí el día de permiso.
-Cielos, ¿acabas de regresar de vacaciones y pides día de permiso? Me pregunto si ser lesbiana tiene algo íntimamente relacionado con saber vivir la vida -dijo Carla con cierto atisbo de envidia sana en su rostro.
-Creo que tu socia se está pensando seriamente el cambiar de bando…Eso o insinúa que no vive la vida -respondió Nataly sonriendo, tomando la mitad del sándwich de Raquel de entre sus manos y dándole un mordisco.
-Quien sabe, aunque lo tendría muy crudo teniendo en cuenta el que esté locamente enamorada de mi amado esposo -añadió Carla dando otro sorbo a su café con cierto atisbo especial saliendo de sus ojos al nombrar al padre de sus hijos.
-Bueno, cualquiera puede tener un desliz, ¿no? Nadie encuentra su camino tan rápido como aquel que ya ha estado perdido -continuó diciendo Nataly tomando asiento junto a Raquel al tiempo que le guiñaba un ojo.
Esta simplemente escuchaba como una vez más, su amiga bromeaba con su socia alentándola a meterla en el redil.
Ciro colocó un café ante la mujer recién instalada en el taburete.
-Gracias Ciro, eres un sol.
Raquel ladeó su cabeza mirándola fijamente e inquisidora mientras masticaba pausadamente su bocado de sándwich.
-Me han llamado de extranjería. Por lo visto ya me han concedido el pasaporte italiano, es decir, estás ante una mujer con vía libre por toda Europa.
-Ya era hora -exclamó Carla.
-¿A mí me lo dices? Tendré que plantearme si creer en los milagros, aunque con o sin ellos y a todos los efectos… soy oficialmente una ciudadana europea.
-Enhorabuena -dijo Carla con una amplia sonrisa-. Qué vergüenza, dos años para la resolución de una nacionalidad de alguien que lleva viviendo seis años en el país. Está claro que me equivoqué a la hora de dedicarme a la arquitectura. Funcionaria, esa sí que es una carrera sin presiones.
-Carla, no te veo aguantando ni un segundo a cualquier pobre extranjero que trate de comunicarse contigo por señas, así que no divagues, tu verdadera e inconfesable vocación es pelearte con Paolo -dijo Raquel con esfuerzo de hacerse entender con la comida en un lado de su boca.
-De todos modos no venía por eso. Me pasé para felicitarte y hacerte una proposición indecente.
Raquel terminaba de masticar el último pedazo de su desayuno, mirando como Nataly hacía un descanso para tomar un trago del delicioso café de Ciro.
– Deberíamos salir esta noche con las chicas. Ya sabes, solo un par de copas, hay que celebrar lo del Coliseo.
-Está claro que no me lo van a poner fácil. En realidad tendría que andar estudiando mis planos, prepararme para la reunión de mañana…
-Ahis, venga ya, no seas amargada ¿Cuántas veces crees que algo así te puede acontecer?
Raquel se tomó unos momentos antes de decir nada.
-Supongo que no se acabará el mundo si madrugo otra noche más.
-Estupendo. Entonces llamaré a las otras. Luego te aviso con la hora y el lugar. -Se bebió el resto de su café de un solo sorbo-. Les dejo “picapiedras”. Gracias por el café. -La mujer no tardó en levantarse del taburete. – Si te tomas en serio eso de cambiar de vida, ya sabes mi número -dijo seductoramente cerca del oído de Carla, colocando su brazo por sus hombros.
-Anda anda, lárgate de aquí -Carla le golpeó la mano que colgaba a un lado de su cara.
Nataly sonrió a Raquel que le correspondió a su sonrisa, al tiempo que salía ligera del bar.
-Y esta, ¿porque tú y ella no…?
-No no no… no lo digas. No caigas en ese tópico también tú. A ver, que me gusten las mujeres no quiere decir que cualquiera. Nataly es mi amiga, una de las mejores, sencillamente no la veo de otro modo que no sea el mismo en que la ves tú misma.
-Eso podría ser peligroso -dijo Carla como un pensamiento lanzado en voz baja hacia su taza de café.
Los ojos grises de Raquel parecieron sonreír a sus últimas palabras sin embargo permaneció estática y expectante, esperando una explicación y al fin de entender el porqué de esa idea generalizada de que la amistad entre dos chicas gay era una idea tan imposible.
-Lo sé, tienes toda la razón, no sé en qué estaba pensando.

Media hora después Raquel enrollaba por fin sus planos en un tubo con banda mientras que Carla salía rumbo a la obras del este de la ciudad, en plenas facultades de enfrentarse a Paolo.


Había caído ya la noche cuando estacionó su coche junto al utilitario de Emi. No tardó en abrir la puerta, coger su bolso y su chaqueta blanca, conjuntada con sus pantalones, sobre su camisa y botas negras.

Cuando atravesó el umbral del restaurante no tardó en ubicar a sus amigas. Caminó por entre las mesas hasta acercarse a ellas haciéndose más cercano el parloteo de las mujeres, todas excepto Ro, que aún no había llegado.

-Hey, ya llegó la homenajeada.

Raquel sonrió levemente haciendo una leve reverencia y colgando su bolso en el espaldar de la silla que presidía la reunión. A un lado tenía a Gemma y al otro un asiento libre. Cuidadosamente colgó su chaqueta utilizando el respaldo como percha. Tomó asiento, acomodándose en la silla ante la mesa. Desde ese lugar podía ver a todas las demás mujeres.
-No comprendo cómo se puede celebrar una cuestión de trabajo.
-No te hagas la modesta Raquel, se trata del Coliseo, ni la Torre de Piza, ni el Castel Sant’Angelo, sino el Coliseo, tu icono -dijo Nataly sabiendo como ese monumento siempre había sido su lugar preferido de la ciudad.
-Bueno bueno, vale ya, tampoco es para tanto… -dijo con despreocupación tomando asiento-… pero me muero de ganas de empezar -dijo guiñando un ojo a sus amigas cambiando su rostro por otro de puro entusiasmo.
-Me alegro mucho por ti -dijo Gemma sujetando su mano y presionándola levemente.
-Gracias -le respondió dando un beso en su mejilla y luego alzando su mano para apartar con su pulgar la fina marca de carmín pálido, apenas imperceptible, que utilizaba algunas veces, más para combatir la sequedad de sus labios que por lucirlos.
Raquel miró los ojos azules de Gemma un instante.
-Te ves cansada, ¿estás bien?
-Tuve un turno devastador, añade a eso que estoy haciendo horas extras.
-Oye, si necesitas algo, solo tienes que pedirlo. Mi cuenta corriente no es que sea para quemar fuegos artificiales, pero ya sabes…
-No Raquel, te lo agradezco, pero voy bien. Solo trato de ahorrar un poco. Tranquila ¿vale?
-Como quieras, dicho está -acabó de decir con una leve sonrisa apoyando sus brazos cruzados sobre de la mesa manteniendo su mirada en la mujer a su lado que tomaba un poco de vino tinto de su copa-. Y hablando de Tom ¿con quién lo dejaste esta noche?
-La hija mayor de mi vecina. Es universitaria y ya sabes, se dedica a cuidar críos para sacarse un dinerillo. Digamos que tengo unos veinte euros de tiempo para esta escapada, pero es tu noche y no podía perdérmelo. Estoy muy orgullosa de ti.
-Solo son unas pequeñas obras de cimentación Gemma, no…
-No, no es solo por eso, sino por conseguir lo que te propusiste.
-Si se mira bajo esa perspectiva, debería ser yo quien te dedicara esas palabras.
Gemma arrugó su frente extrañada a su comentario, esperando alguna otra aclaración.
-Tienes un hijo precioso y puedes presumir de ser la mejor madre que pudiera tener. Lo estás haciendo muy bien, no hay sino que ver a ese pequeño -dijo con esa sinceridad de la que era capaz de reflejar su expresiva mirada gris.
-Calla, me vas a hacer llorar -dijo alzando su mano, pasándosela por su pelo rubio y apartando los mechones más cercanos a su cara-. Anda, cambiemos de tema, hablemos mejor de cemento y vigas.
En ese mismo instante el móvil de Raquel sonó, con su estridente sonido igual a los de los teléfonos fijos.
-Es Ro -dijo al ver su nombre en la pantalla segundos antes de descolgar.
Gemma asintió con su cabeza mientras apoyaba su codo en la mesa colocando su mano en su nuca y desvió su atención a la discusión de Emi y Nataly sobre si pedir platos individuales o un combo de platos de degustación.
-Ro, te estamos esperando… Ajá…Bueno, qué pregunta mujer, pues tráela contigo, pero ven pronto porque solo nos quedas tú… Pues venga, nos vemos.
Cuando colgó todas las mujeres giraron sus miradas hacia ella.
-Ro, que se trae una amiga. No nos importa ¿verdad?
-¿Bromeas? ¿Ro? ¿Nuestra Ro? -preguntó Emi extrañada.
-La misma -respondió arqueando sus cejas, apoyando su codo en el espaldar de la silla, acariciando su cien con dos de sus dedos y cruzando sus piernas, todo en un solo movimiento.
-Oigan que Ro es un buen partido, a ver si le dura por más de un par de meses que hace unos años que no la veo en una relación estable -dijo Nataly.
Gemma escuchaba con una leve sonrisa ligeramente conmovida aún por la charla que había tenido con Raquel minutos antes.
-Oye tú, paranoica, que yo solo me sorprendí de la noticia, no sé a qué viene ese repertorio -recriminó Emi a Nat.
Raquel ignoró la conversación de aquellas mujeres que tras las vacaciones volvían a ser las mismas de siempre, levantando su mano hacia uno de los camareros que con las manos atrás, atentas a su mesa, esperaba la demanda de un momento a otro.
-Una botella de tres cuarto de vino blanco, por favor -pidió al joven mesero.
-Enseguida. ¿Desean las señoritas algo más? ¿Algún aperitivo?
Raquel miró hacia las otras.
Nataly miró fijamente a Emi, esperando que esta tomara la decisión final, al fin y al cavo era la más sibarita en cuanto a la comida.
-¿Un antipasto? -preguntó a las miradas hacia ella, incluida la del camarero.
Todas asintieron con un gesto de su cabeza, incluyendo a Nataly que aceptó como bastante acertada la decisión de su amiga, la apuntó con su dedo índice y le guiñó un ojo haciendo un sonoro chasquido con su boca.
-De acuerdo. Antipasto para seis.
El camarero no tardó en traer dos platos del delicioso entrante especialidad de la casa, compuesto de pepinillos, cebollitas, morrones, botarga y prosciutto. El joven camarero se dispuso a llenar las copas de vino.
-Un brindis, por los sueños cumplidos y por las ganas de seguir soñando – dijo Emi como si siempre tuviera las palabras preparadas.
Todas levantaron sus copas hacia el centro haciendo tropezar el cristal con un ligero roce. Tomaron un trago de la bebida, menos Nataly que vació su copa. Enseguida empezaron a charlar acerca de lo pesado y tedioso que se había vuelto el regreso de las vacaciones.
-Y hablando de todo un poco, ¿qué hay de Marissa? -preguntó Nataly a Gemma.
-Las vacaciones acabaron, ¿no? -contestó con una sonrisa expresando que había quedado atrás junto con los cálidos días de Cerdeña.
-Ni un teléfono, ni una visita… ¿nada? -continuó preguntando Nat.
-Nada, seamos sinceras. Lo pasé muy bien con ella y su vida diferente… fue divertido, pero no había la más mínima posibilidad de algo más.
Pese a que Gemma sonreía al decir esto, ninguna de las demás mediaron palabra, mirándola inexpresiva, con temor a que eso le hubiera ocasionado algún bajón en su estado de ánimo.
-No me miréis así, ¿vale? Quería sentirme el centro del universo de alguien y eso fue todo. Estoy bien, mi centro es Tom, ya lo sabeis.
Raquel fue la primera en romper el extraño momento que estaban pasando.
-De hecho hacía mucho tiempo que no te veía así.
-Sí, fue genial -Una hermosa y amplia sonrisa adornada con sus típicos hoyuelos bajo sus mejillas, se dibujó en el rostro de Gemma, acompañado de un destello cómplice a su sonrisa, en el azul de sus ojos.
De alguna manera este hecho relajó el resto de la reunión.
-Oye, y ya puestas, mata mi curiosidad, que tal era en… -dijo Nat directa como solía ser siempre.
-Por favor, eres la persona más indiscreta que conozco -replicó Emi mirándola con severidad aparente, pero aguardando a su vez una respuesta.
-Oye que me aparté dejándole el camino libre… creo que al menos merezco saber de qué me perdí.
Todas rieron como siempre que Nataly y Gemma se ponían a desafiarse. Como los polos opuestos que siempre fueron, la extroversión despampanante frente a la tímidez calidad de la otra.
Nataly guiñó un ojo hacia Raquel, que era la única persona a la que daba permiso de ver más allá de sus bromas y su fama de mujeriega.
-¿Qué me he perdido? -La voz de Ro se escuchó tras Raquel.
-Hey, ya era hora.
-Lo siento, tenía que ir a recoger a… Os presento a Laura -dijo mientras se colocaba a su lado una chica rubia, con su media melena sujetos con unas gafas de sol que hacía de diadema.
Raquel hizo intención de incorporarse al separar sus piernas cruzadas.
-No, por favor. No se muevan. Es un placer -dijo mientras se agachaba un poco y daba un par de besos en su mejilla.
Raquel, al notar que Ro se había acercado a Emi y Nataly para saludarlas, se dispuso a presentarla a las demás.
-Gemma -le señaló apuntándola con un movimiento de su mano.
-Hola -dijo Gemma mientras sentía los labios de la chica en su mejilla.
-Ro me ha hablado mucho de ti…de todas ustedes en realidad – dijo incorporándose y notando la mirada de las demás mujeres hacia ella.
Ro, con un cierto atisbo de vergüenza, tomó el relevo de las presentaciones.
Emi sonreía a la presencia de la nueva invitada.
-Nataly y Emi -dijo Ro señalando a Nataly con su mano y colocando su mano en el hombro de Emi.
Laura las saludó cortésmente, dándoles un beso a cada una.
Mientras, Ro se procuró un par de sillas más de una mesa libre contigua.
-¿Qué lado prefieres? ¿La amazona cazadora de mujeres o lady numeritos?
-Ro, no digas esas cosas -le recriminó Laura.
Lejos de enfadarse, sus amigas sonrieron del comentario.
-Bah, la verdad no debiera de ofender -dijo bajo con una mueca en su cara mientras tomaba asiento frente a ella, junto a Nataly.

Cuando Ro desvió su mirada hacia la mesa, Raquel la miraba con una ceja alzada, extrañada que le permitiera a Laura llamarle la atención y corregirla en algo sin replicarle. Ella le correspondió alzando una de las suyas. Luego, Raquel, sosteniendo su mirada acercó su copa a sus labios sin moverse de su postura de un brazo apoyado en el espaldar y su codo sobre la mesa. Ro desvió sus ojos penetrantes hacia Gemma, sin molestarse en apartar un mechón de su cabello sobre su cara. Miraba atenta a Laura que charlaba con Emi, sobre su ocupación y su admiración por la gente a las que se les daban bien las matemáticas. Evidentemente Emi sonreía a las palabras de la mujer que hacía ver que su trabajo era un poco más emocionante que lo que ninguna de sus amigas opinaban.

Gemma, sintiéndose observada desvió su sonrisa hacia ella dedicándole un leve movimiento de arrugar su nariz. Ro simplemente bajó su mentón apartando sus ojos hacia la copa vacía ante ella, ocupándose de llenarla y girando luego su cabeza hacia Laura y Emi que ya se habían ensalzado en unas profundas reflexiones sobre algunos trucos eficaces para hacer la declaración de la renta.

Raquel escondió su rostro tras su copa mientras llenaba su boca con un sorbo de vino, colocándola luego sobre la mesa, sin apartar sus ojos grises de Ro. Su mente divagó intentando comprender como nunca se había percatado de lo evidente. Sin mover su cabeza, desvió sus ojos hacia Gemma, que parecía poner ahora toda su atención en las palabras de Laura que, bajo la petición de Emi, contaba algo acerca de ella y su profesión. Sus ojos azules escudriñaban a la nueva invitada, como momentos antes lo había hecho Nataly.

La cena se prolongó durante una hora y media. La nueva invitada poco a poco formó parte de la reunión como una más. Emi parecía encantada de escucharla, ya que su conversación acerca de los conciertos a los que había acudido como violinista de la orquestra sinfónica de Roma a Verona, en el mismísimo anfiteatro, era una deuda pendiente que tenia consigo misma junto al concierto de fin de año de Viena. Con el paso del tiempo, Nataly había cambiado su lugar con Gemma que compartía con Emi, el interés por la profesión de Laura.

Llegado cierto momento tras el café y la pertinente copa de licor, Raquel miró su muñeca y vio como su Lorus de fondo negro con manecillas plateadas marcaba unas respetables once y media. Completamente resignada a dar la noche por acabada por tener que prepararse mentalmente para acudir al ayuntamiento el día siguiente, apuró el último trago de su amaretto, saboreando de sus labios el inconfundible sabor de vainilla, melocotón y cerezas, y por su garganta el cálido rastro del delicioso alcohol. Los cubitos de hielo tintinearon contra el cristal de la copa cuando la colocó sobre la mesa.

-Esta que está aquí debe irse o esta celebración será en vano -dijo reclamando la atención de todas las mujeres de la mesa.
-¿Bromeas? -preguntó Nataly sorprendida de la hora temprana a la que se retiraría.
-¿Tan pronto? -preguntó extrañamente Emi, que siempre era la primera en querer retirarse.
Gemma, en cambio, muy a su pesar, miró su reloj y se sorprendió de lo rápido que había transcurrido la noche y no dudó en girarse en su asiento y coger su chaqueta vaquera.
-¿Te importa y me acercas?
-Claro que no -respondió Raquel con una sonrisa acompañada de un gesto de extrañeza a la pregunta, arrugando su frente, mientras de pie tras su silla se colocaba su chaqueta.
-Suerte mañana -dijo Emi mientras besaba su mejilla.
-Venga, no la necesita -añadió Nataly mirando hacia Emi mientras Raquel se despedía besando la suya.
Dio otro beso a Ro, que como siempre, parecía no disfrutar de ese gesto.
-Ha sido un placer conocerte Laura. Espero que volvamos a vernos -dijo al darle la misma atención a la música que le dedicó una tenue sonrisa.
-Eso espero -dijo mirando de reojo a Ro que le sonrió en complicidad.
Gemma hizo el mismo recorrido, despidiéndose de cada una de las mujeres antes de unirse a Raquel.
-Mándale un beso a Tom -dijo finalmente Nataly cuando las dos mujeres se encaminaban de espaldas hacia la puerta. Gemma alzó su pulgar visiblemente sin girarse.
Los ojos de Ro siguieron los pasos de las dos mujeres hasta que se perdieron de su vista al cruzar el umbral.

CAPITULO II

El reloj de la mesa de noche marcaba las siete de la mañana cuando un estridente sonido digitalizado rompió el silencio de la habitación. Una mano salió de debajo de la almohada buscando insistentemente por los alrededores de la mesa de noche hasta dar con el botón de apagado que golpeó con la palma de la mano. Tras unos minutos, sus ojos grises se abrieron vagamente y buscaron directamente las manecillas verdes fosforescentes del reloj. Giró su mirada con pereza hacia la claridad que empezaba a abrirse paso por entre los finos visillos blancos que cubrían la ventana.

Se giró hacia arriba, dejando vagar su mente somnolienta con su mirada fija en un punto del techo. Bostezó dándose cuenta que un par de horas más de sueño le hubiera liberado del cansancio de sus ojos, tras haberse pasado hasta las dos de la mañana sumergida en sus planos y repasando su proyecto cubriendo así la posibilidad de quedar bien si le preguntaran algo al respecto.

Con dos de sus dedos, presionó su tabique nasal masajeándolo suavemente, antes de apartar la fina funda nórdica negra y decidirse a salir de la calidez de las sábanas azul marino de raso. Caminó directa hacia el cuarto de baño y antes de atreverse a pensar siquiera abrió el grifo del agua fría de su lavamanos. Lavó su cara mirando su rostro en el espejo, respiró hondo consciente de que debía de activarse si quería que su aspecto luciera más fresco y centrado. Pasó sus manos por su cabeza, hundiendo sus dedos en su cabello. Al momento, el volumen de su pelo encrespado bajó por el efecto del agua de sus manos.

Abrió la puerta de metacrilato transparente de su plato de ducha, bajó la tapa de su inodoro y, sin dificultad, ya que solía usar dos tallas más de la suya, se quitó sus pantalones a rayas, colocándolo sin cuidado sobre de él. Alzó su camiseta blanca e hizo lo mismo con ella.

Abrió ambos grifos de agua, asimilando la temperatura adecuada con la palma de su mano y bostezando de nuevo, antes de introducirse bajo el agua.

Tras diez minutos con agua tibia, justo antes de salir, cerró el grifo del agua caliente y dejó que el agua helada cayera por cada centímetro de su piel. No pudo contener en resoplar sintiendo como el líquido despertaba cada poro de su piel para luego insensibilizarla dejándola en un estado de shock capaz de hacerla abrir sus ojos grises definitivamente.

Respiró hondo mientras pasaba sus manos por su pelo justo antes de cerrar el grifo del agua. Estiró rápido su mano abriendo la puerta de la ducha, hacia el toallero a un lado de ella y tomando la toalla se dispuso a pasarla por su cara. Se envolvió en ella y salió de allí empezando a recuperar la sensibilidad de su cuerpo. Esta vez, cuando se miró en el espejo, sus ojos lucían vivos y cargados de energía. Se puso su viejo albornoz rojo y se encaminó hacia el salón, directa a su mesa de trabajo. Enrolló con cuidado sus planos y lo metió en el único tubo con bandolera que poseía.

Luego, sin titubeos se dirigió a la pequeña cocina adosada al salón y preparó su cafetera eléctrica. Mientras salía el café se fue hacia su armario. Durante unos minutos se quedó mirando la ropa que llenaba el espacio colocadas ordenadamente en sus perchas. Sacó una de ellas con un pantalón gris que siempre solía ponerse con un chaleco a juego sin ninguna pieza más de ropa bajo él, y decidió que se pondría esa ropa incluyendo esta vez bajo el chaleco, una camisa negra de manga larga. A pesar de que no era su estilo habitual no siempre tenía oportunidad de acudir a un evento de estas características en el ayuntamiento.

Extendió las piezas de ropa sobre la cama y colocando sus manos en la cintura, alzó una ceja asintiendo con una mueca de su boca, que a pesar de todo, no había sido mala elección.

Miró su reloj: Ocho menos cuarto. Le quedaba una hora y media para la reunión e hizo una nota mental de que debía de salir una hora antes si quería llegar a tiempo y recorrer los escasos tres kilómetros de ciudad que separaban su casa del ayuntamiento y no quería arriesgarse a llegar tarde contando con el excesivo tráfico de la ciudad en las mañanas.


Media hora después seguía el ritmo de la música de la radio de su cuatro por cuatro con pequeños golpecitos en el volante. Miró su reflejo en el espejo retrovisor. Corrigió con su dedo índice un poco del maquillaje de ojos con el que levemente se los había perfilado, al igual que el marrón con el que lo había hecho a sus labios. Sacudió levemente su pelo intentando que se colocaran al aire, pero con dos de sus dedos intentó peinar la única parte de su cabello que solía acomodar, las mechas más cortas que solían caer sobre sus ojos por los laterales de su cara. Colocó el cierre de la la fina cadena de plata que siempre llevaba hacia atrás, dejando la pequeña circonita brillante caer justo en el hoyuelo bajo su garganta. Cuando miró a un lado, por la ventanilla, descubrió a un hombre que sin ningún reparo, observaba cada uno de sus movimientos.

Raquel clavó sus ojos grises en él, el tiempo suficiente para que el hombre que le había dedicado una sonrisa, se amedrentara girando su mirada hacia adelante, hacia la cola que avanzaba a paso desesperante.

Lejos de la mirada del hombre, Raquel sonrió levemente para sí misma, una sonrisa que muchas veces había pasado por delatar una autosuficiencia innata a su carácter y sus formas que solo la gente que la conocía reconocían como mera apariencia. Colocó sus gafas de sol y pisó el acelerador, avanzando por la zona más densa de la ciudad.

Calculó unos diez minutos más para llegar, con lo cual llegaría con unos quince minutos de adelanto. La gran odisea a contrarreloj del trayecto se vio recompensada con la facilidad con la que había encontrado estacionamiento en los aparcamientos del ayuntamiento.

Salió del coche echando un último vistazo a su reloj: las nueve. Tomó su portafolios que colgó de su hombro y, con el tubo de sus planos bajo su brazo, cerró la puerta y emprendió su camino hacia la puerta del precioso complejo que formaba las dependencias del ayuntamiento, una perfecta comunión de las estructuras antiguas con el aire renovado y modernista de la ampliación a la que había estado sujeta desde el año anterior.

Nada más atravesar la puerta del recinto se dirigió al mostrador de información.
-¿Departamento de restauración del patrimonio artístico e histórico?
-Sí, no tiene pérdida. Primera planta, la última puerta del fondo -contestó dedicándole una sonrisa, una joven de unos veinticinco años extrañamente disfrutando de su trabajo, no como la mujer a su lado que, de mala gana y con el ceño fruncido, daba instrucciones a un pobre anciano incapaz de entender las torpes instrucciones que le daba. -Gracias -dijo con una leve sonrisa de su parte a la simpatía de la joven.
-Deberían dar un curso de psicología antes de contratar a gente para este trabajo- dijo bajo para sí mientras negaba con su cabeza.

Cogió el tubo de sus planos, sacándolo de debajo de su brazo y, lo sujetó en su mano, a la vez que llegaba ante una puerta abierta que, con un simple folio, escrito a mano con rotulador negro, anunciaba CONVOCATORIA PARA EL COLISEO.

Cuando se adentró en el lugar vio que se trataba de una pequeña sala de juntas distribuida a forma de salón de actos. Unas treinta sillas sencillas de madera distribuidas en filas horizontales de cinco ante un pequeño atril tras el cual había un enorme plano estructural del fabuloso monumento del Coliseo, conformaban la mayor parte de la sala.

Tomó asiento en la cuarta fila, justo en la primera silla, junto al pasillo. Nada más instalarse, depositó su portafolios en la silla contigua y el tubo en su regazo, cruzó sus piernas y miró a su alrededor. Una tercera parte de los asientos estaban ocupados. Unos permanecían en actitud de espera con sus ojos clavados en el plano de dos por dos metros de la pared, otros miraban los folios que portaban en sus manos. Sintiendo la impersonalidad de esa reunión en el aire, cargada de semblantes serios y trajes de corbata, ladeó su cabeza y se dejó llevar por la visión de la reconstrucción digitalizada del monumento a un lado de ella, en la cual se podía distinguir todo el esplendor del edificio tal cual se preveía que había sido en sus orígenes.

Una vez más se quedó extasiada siguiendo cada curva, cada línea de la construcción. Los pilares, los arcos de medio punto, las columnas adosadas, la perfecta simetría de las estatuas que decoraban cada hueco de cada una de las dos plantas inferiores y hasta el supuesto coloso que decoraba la entrada al anfiteatro, hoy desaparecido. En definitiva, la Roma imperial reducido a un solo monumento, ensimismada por los primitivos métodos utilizados en esa época para tanta grandiosidad y perfección. Desgraciadamente no se conocía el nombre del creador de tal majestuosidad, solo el nombre del emperador que reinaba durante su construcción. No pudo evitar pensar que ese anonimato envolvía de más misterio y atractivo a la obra, ejerciendo tal fascinación sobre ella desde pequeña, que había definido su profesión y una parte importante de su vida.

Y ahí estaba, no importaba si su labor fuera la sencilla y humilde tarea de reforzar los contrafuertes que habían colocado en la reforma del 1820 en un afán de mantener en pie lo que quedaba de él y conseguir que los constantes terremotos no ocasionaran que las futuras generaciones no pudieran disfrutar de esa obra de arte, patrimonio de la humanidad.

Perdida en sus pensamientos reaccionó ante la entrada de más personas en la sala. Una pareja se adentraba curiosamente hablando y rompiendo el silencio sepulcral del lugar. Ambos, prácticamente de su misma edad, sonreían una al otro totalmente absortos en su conversación.

El hombre llevaba su pelo largo recogido en una cola, unos pantalones vaqueros roídos y una decena de pulseras de hilo de colores decorando una de sus muñecas.

La mujer llevaba su cabello de un color castaño oscuro, liso y dividido en capas bien distinguidas por el volumen que iba perdiendo a medida que caía por su espalda. Unos mechones cubrían parte de su frente alojándose bajo sus cejas. Vestida con un sencillo pantalón negro de corte con una camiseta de licra blanca de mangas largas que caían más abajo que sus muñecas, con una de sus manos sujetando la banda del bolso que colgaba de su hombro y portando una carpeta de dibujante azul bajo su otra mano, destacaba ante su acompañante, dando una visión peculiar y dispar de la pareja.

Raquel no pudo evitar perseguir con su mirada el avance de aquellos dos por delante de las sillas, incapaces de percatarse de los demás asistentes, caminaban absorto en su charla hasta llegar a la mitad de la sala. Ya casi habían atravesado la mitad de la sala cuando la mujer ladeó su cabeza percatándose de la presencia de los demás ocupantes del recinto, que los miraba expectantes. En ese momento Raquel curioseó las facciones de ambos.

El hombre tenía una mirada viva, exaltada, casi tanto como sus gestos. Los ojos de la mujer eran de un verde oscuro, con una expresión serena que se rompió expresando una ligera sorpresa al sentirse observada por todos los del lugar. Arqueó sus cejas y miró a su acompañante con un gesto cómplice de bajar la voz. Al instante este se hizo cargo de la situación y, tomando asiento en una de las sillas de la primera fila, se dedicó a continuar su charla en un leve murmullo.

Raquel sonrió levemente con su codo apoyado en el apoyabrazos de la silla sujetando su rostro con su dedo índice en su sien y el pulgar bajo su barbilla. Con ese murmullo de fondo y notando como hasta para los demás ya había pasado la novedad, se dispuso a sacar su móvil y mandar un mensaje a su socia.

-Buenos días -se escuchó de pronto.
Cuando Raquel levantó su mirada del móvil vio como un hombre de unos cincuenta años vestido con un traje gris, se adentraba con energía hacia el atril al frente de los congregados. Tras él entró una joven mujer rubia que cerró la puerta y se sentó en la primera fila.
Poco a poco todos los de la sala correspondieron a su saludo con un descoordinado e inentendible respuesta.
-Mi nombre es Marcello Cetti. Hagamos esto rápido si no les importa- dijo colocando unos papeles sobre el atril y levantando su mirada hacia todos los del lugar.
-Como ya saben, se ha aprobado las obras del Anfiteatro de Flavio. Para ello se les ha seleccionado por ser los ganadores de los proyectos correspondientes a cada una de sus especialidades bajo la competencia de la reforma -dijo colocando unas pequeñas gafas que dejó en la punta de su nariz.
En cuanto a lo competente al tema arquitectónico y restructuración, estará a cargo de Raquel Eiraldi, de C&R.
El hombre miró por encima de sus gafas hacia las personas ante él.
Raquel, tímidamente abrió la palma de su mano ante ella. Varios de los ocupantes de la sala giraron sus miradas curiosas buscando a la persona en cuestión.
Luego prosiguió con su charla.
-Estará a cargo del refuerzo del lado este del monumento junto a la constructora Ermiento que será la encargada de trabajar bajo sus instrucciones – dijo repitiendo la acción de mirar por encima de sus gafas.
Un hombre sentado un par de filas ante ella, alzó su mano.
Marcello miró hacia Raquel apuntando al hombre con el bolígrafo de su mano. Raquel asintió con un gesto de su cabeza. Cuando miró al resto de la gente, notó como sus miradas seguían curiosas cada acontecimiento.
-Bien, en cuanto a la parte artística, me refiero evidentemente a las esculturas del museo de Eros, contamos con Hali Dalaras del departamento de restauración y conservación del museo Campidoglio, que dispondrá de una zona acondicionada como taller, así como la libertad de elegir dos asistentes que le ayude en su labor.
Raquel observó como el hombre de la cola sonreía colocando un brazo por los hombros de la mujer a su lado con evidente gesto de entusiasmo.
El concejal continuó su guión.
-Como coordinador general, yo mismo, a su servicio en lo que puedan necesitar. No duden en acudir a mí para lo que sea. – Alzó su cabeza por primera vez dedicando algo parecido a una sonrisa.

– En cuanto a la limpieza, el servicio del Ayuntamiento bajo la supervisión de Dinelda Esposito y Genaro Linssini, que deberán ponerse de acuerdo con los demás departamentos para establecer horarios e instrucciones. Ruego que sean respetuosos teniendo en cuenta siempre los horarios de visita. Solo habrá un día en el que podremos cerrar el Coliseo al público, punto que también queda pendiente a tratar, mientras tanto todo deberá hacerse intentando no alterar la rutina del monumento. El hombre colocó sus folios y dio por zanjado el reparto oficial de las tareas.
-Y nada más. Tenía pensado ir con los encargados de cada sección a hacer una visita al lugar de las obras al finalizar esta reunión, sin embargo por causas de otra índole, deben disculparme. Mañana por la mañana nos veremos en el Coliseo. En la puerta dejaré una tarjeta identificativa para cada uno, solo deben de pedirlo al guarda de la entrada mostrando evidentemente su identificación – dijo quitándose las gafas y colocándolas en el bolsillo delantero del pecho de su chaqueta. -Sé que tienen preguntas que hacer y prometo que resolveremos cualquier duda que tengan -dijo esto mirando a cada uno de los asistentes. -Enhorabuena por su proyección. Estoy seguro de que juntos haremos un buen trabajo.
Inmediatamente después de decir eso, se encaminó hacia la puerta y salió del lugar.
Todos los presentes se movieron, rompiendo con la concentración en las palabras del hombre que había sido conciso, directo y escueto. De entrada, a Raquel le pareció unas buenas virtudes para la persona con la que debería lidiar.
Tomó su portafolio por las asas y su archivador de tubo, se levantó y colgándolo de su hombro comenzó a caminar hacia la puerta.
-Discúlpeme Srta.
Raquel se paró cuando entendió que la voz se dirigía a ella.
-Perdone. Mi nombre es Carlo Conti, director general y propietario de la constructora que se hará cargo de su proyecto -dijo extendiendo su mano.
-Un placer. Raquel – dijo la mujer estrechando su mano con la suya.
-Me peguntaba si le importaría tomar un café y ponernos un poco al corriente, más bien por avanzar.
-Bueno, yo no venía preparada como para…
-Solo sería unos minutos, prometo no entretenerle mucho.
-Está bien.
-Usted primero -dijo el hombre dejando el pasillo libre para que avanzara.

Cuando alzó su mirada hacia adelante pudo ver como el chico de la cola hablaba con una amplia sonrisa a la escultora y la responsable del departamento de limpieza. Estos, sintiéndose observados desviaron un segundo sus miradas hacia ella. Raquel simplemente no supo qué hacer, saludó amablemente con un gesto de su cabeza y siguió su avance junto al constructor rumbo a la cafetería.


La mañana siguiente, temprano, Raquel siguió su rutina diaria de darse una ducha antes de salir hasta el Coliseo. Más relajada puesto que apenas vivía a un kilometro de distancia, se dispuso a sacar de su armario un sencillo pantalón negro con una camiseta de punto azul claro con una fina rebeca a juego del mismo color. Sacudió su pelo mojado y justo entonces sonó el teléfono.

-¿Díga?
-Buenos días picapiedras. -Una voz familiar se escuchó desde el auricular.
– Nataly ¿qué tal?
-Pues en mi pequeño receso para el café, así que tengo solo un minuto para que me des un resumen. ¿Qué tal te fue todo? -No sabría decirte. Hasta esta mañana no hay ninguna novedad – contestó sosteniendo el auricular con su hombro y su mejilla, ocupando sus manos en colocar una fina pulsera de plata que le había regalado Emi por su último cumpleaños.
-No olvides que me debes una visita guiada por ese lugar y ahora que tienes influencias podrías dejarme ver las partes cerradas al público.
-No seas impaciente. Aún no empiezo y ya quieres buscarme problemas.
-No me hables de problemas, tengo la guardería llena de críos llorosos y mocosos.
-¿Varicela? -preguntó intentando acertar por segunda vez el cierre con la pequeña argolla del otro extremo de la joya.
-Sarampión. Ese es el azote del mes.
-Pobres criaturas
-Pobre de mí – dijo como reproche-. Estamos como locas, no damos abasto, pero en fin. Oye, el viernes nos vemos para cenar. No acepto un no por respuesta.
-Pues confórmate con un quizás, mejor te llamo no sea que todo avance y me ponga manos a la obra antes de lo que espero.
-No pongas excusas, sea como sea, estés en donde estés, tendrás que parar para cenar ¿si o si?
– Pues… ¿sí?
-Así me gusta, por eso eres mi preferida.
-Claro, por eso y porque se lo dices a todas y soy la única que no te cree -dijo estirando el cable del teléfono y tomando la taza de café de sobre de la barra de la cocina.
-¿Qué puedo decir? Eres un desafío demasiado tentador como para rehusarlo.
-Sigue intentándolo, se te da bien -dijo con una sonrisa abierta en su rostro.
-A ti se te da mejor ignorar mis desafíos… lo que lo vuelve más tentador.
Ambas mujeres rieron.
-Bueno, te dejo. Tengo un concierto en clave de pañales mojados en el cuarto de al lado.
-Venga, que se te haga leve. Ya te llamo y hablamos de ese desayuno. Cuídate,
-Chao.
-Chao -respondió depositando el auricular en su base al tiempo que tomaba el último buche de café de su taza y miraba la hora del reloj de su muñeca.
Soltó la taza vacía sobre la barra y caminó ligera hacia el cuarto de baño para lavarse los dientes.

Una hora después le daba al botón de cerrado del mando a distancia de su coche, que permanecía aparcado en el pequeño parking frente al Coliseo. Portaba su portafolio colgado de su hombro. Por un lado de él asomaba el tubo de sus planos. Se paró ante el semáforo que la separaba del grandioso monumento, sin poder evitar mirarlo desde ese ángulo, dejando vagar sus conocimientos arquitectónicos en cada curva y recta de la construcción.

Sintió a la gente parada a su lado comenzar a caminar lo que le hizo reaccionar y empezar a atravesar la calle centrando su atención en sus pasos.

Se introdujo en la plaza, ya con algunos turistas reconocibles entre los demás viandantes por el titubeo de sus movimientos por el lugar, con sus cámaras de fotos colgadas al cuello y las evidentes vestimentas deportivas y casi absurdas de muchos de ellos. Nunca entendió como podrían calzar sandalias con unos calcetines negros hasta media pantorrilla.

Avanzó hasta la puerta principal de la entrada con su paso firme y decidido. Sin dudarlo un instante, caminó eludiendo la fila de una veintena de personas que esperaban para entrar, dirigiéndose directamente hasta el encargado de la entrada. Un hombre de mediana edad vestido con un uniforme gris muy parecido a los de los guardias locales.

-Buenos días. Soy Raquel Eiraldi -dijo sacando su cartera y mostrando su identificación.
El hombre arrugó su frente en señal de intentar comprender su intención.
-Soy arquitecta, he quedado aquí con el concejal de turismo…
-Ah, de la obra.
-Así es.
-Discúlpeme, no me aprendí los nombres de memoria. -Sacó una lista de un bolsillo frontal derecho de su chaqueta-. Srta. Raquel Eiraldi, arquitecta.
-La misma.
-Tenga. -Desde debajo de su pequeño atril sacó una serie de identificadores y le ofreció uno que llevaba su nombre-. Llévelo siempre consigo, le ahorrará problemas con los demás guardias.
-Ok, gracias -dijo tomando la pequeña tarjeta metida en una funda plástica con una fina correa negra para colgarla.
-El consejero…
-No han llegado. De hecho, aún queda media hora para que llegue, en el caso que sea puntual, cosa que dudo. Yo que usted no esperaría aquí de pie. -El rostro del hombre expresaba el conocimiento de ese tipo de situaciones.
-Entiendo. Bueno, gracias por todo -dijo sacudiendo en su mano el carnet de pase con una sonrisa.
-A su servicio -respondió mientras empezaba a atender de nuevo a los impacientes turistas-. ¡Srta. ! -gritó a la mujer que se alejaba de él -. Hay una cafetería al final de la plaza. Raquel alzó su dedo pulgar y le sonrió agradeciendo la idea que le aportaba el guardia.

Avanzó atravesando el espacio abierto que rodeaba el monumento hasta que sus ojos descubrieron un pequeño grupo de mesas rodeadas de sillas frente a una pequeña cafetería que se escondía de los directos rayos del sol bajo un toldo color granate. Miró hacia la barra en donde había unos metros libres, al igual que unas cuatro mesas bajo la calidez del día. Decidió tomar asiento en la pequeña terraza ya que desde allí le era fácil mirar la puerta por la que el concejal debía de aparecer en algún momento. Soltó su portafolio en una de las sillas y se sentó de forma que tenía el mostrador a un lado y la entrada al Coliseo por el otro.

-Usted dirá señorita -escuchó la voz masculina de alguien a su lado.
Al girarse se encontró con un joven camarero que le solicitaba su pedido con una sonrisa.
-Un café solo, expreso por favor -le dijo con media sonrisa.
-¿Algo para comer?
-No… Bueno. Sí. Añade un donut relleno de crema, por favor.
-Perfecto. Enseguida se lo traigo.

Raquel tomó su portafolio y sacó las gafas de sol que siempre portaba en el bolsillo delantero, limpiándolas un poco con un pañuelo de papel, antes de colocárselas. De inmediato sus ojos agradecieron calmar la abundante luz que inundaba la plaza. Cruzó sus piernas, apoyando sus codos en los reposabrazos de las sillas metálicas y esperó pacientemente mirando a su alrededor.

El cielo despejado daba una pista clara de que iba a ser una típica mañana de verano, propias en Roma en pleno finales de agosto. Apenas era las nueve y cuarto y ya empezaba a sentirse el aire cálido y seco que rondaría el resto del día. A esas horas, la plaza contaba con unos visitantes bastantes numerosos. Se preguntó como de todos los meses de los que posee el año, habían organizado el principio de las obras en el mes menos propicio, tanto por las visitas de turistas como el calor que acompañaría a los obreros que tendrían que trabajar bajo el sol toda la jornada.

-Su café exprés y su donut de crema -dijo el joven camarero colocando los dos pequeños platos ante ella. Uno portaba la pequeña taza de café y el otro el donut con un tenedor y un cuchillo.
-Gracias. ¿Te cobras?
-No hay prisas. Disfrute del desayuno -sonrió al decirle esas palabras y girarse al momento, afectado por el trabajo que esperaba por él en forma de un grupo de turistas de unas diez personas que ocupaban un par de mesas al otro lado de la terraza.

Raquel tomó el donut con una servilleta de papel desechando usar los cubiertos que le quitaba cualquier encanto y sabor al comerlo, y le dio una mordida. Sacó el móvil de su bolso al sentir el pitido propio de la llegada de un mensaje a su buzón de entrada.

Me enteré de lo del concurso, enhorabuena, estoy orgullosa de ti

Raquel ladeó la cabeza en negación sin comprender como Celina se permitía seguir escribiendo ese tipo de mensajes, más aún cuando ella no había contestado ni una sola vez a cada uno de sus intentos de acercamiento. Confesaba sentir algo por ella pese a todo, pero más que nada quería alejarse de ello, no estar a su alcance, no darse siquiera el permiso de sentir esa debilidad. No necesitaba ese tipo de relación, esa complicación, y hasta ahora había aguantado bien cada uno de sus intentos, sin dejarse llevar por los recuerdos que tenia de ella, como la amaba, como se convirtió en esa persona importante y siempre inolvidable con la que se cataloga a ese ser que te hace descubrir tu verdadera capacidad de amar. Celina había logrado eso, todo aquello que ninguna de sus otras relaciones le había hecho sentir.

Y se fue, tuvo elección y no fue ella. Pudo haber elegido ser amada como seguramente nadie la amaría jamás, y ahora era tarde, muy tarde. Ya había hecho bastante durante los últimos meses, intentando convencerla de su amor y de que aceptara quien era, en vez de vestirse de blanco y casarse con el muy buen partido del sobrino del ministro de educación.

Pese a que sus pensamientos estaban bien estructurados en su mente y sus sentimientos muchas veces daban golpes en su corazón llenándola de confusión, tenía claro que el tiempo curaría el resto del dolor que quedaba. Podría hacerlo, se le daba bien los retos, y la apuesta ya estaba hecha, esta vez apostaría por sí misma.

Le dio al botón de borrado al instante de leerlo y lo puso sobre la mesa, ignorando cualquier otra cosa que no fuera saborear la crema de vainilla que ahora inundaba su boca y el café que echaba humo desde su taza.

No transcurrió un minuto cuando una cara familiar se aproximaba hacia la cafetería. Se trataba de uno de las personas encargadas de la limpieza enviado por el ayuntamiento en asignación al proyecto. Raquel, dando una segunda mordida a su donut observó a la mujer con un pantalón color marrón y una camisa beige, con un aspecto un poco más juvenil que en la conferencia, se acercaba a la barra sin percatarse de su presencia.

Cuando pasó de largo, Raquel desvió su atención de nuevo hacia las medianías de las puertas del monumento. Dio un trago a su café y luego apartó el azúcar glaseado de sus dedos con una servilleta de papel que hecha una bola, depositó en el cenicero.

-Disculpe. Raquel ¿verdad?. -Una voz le hizo girar su cabeza, descubriendo a Dinelda con expresión interrogante apuntándola con su dedo índice.
-Ajá. Sí, la misma.
-Dinelda Esposito, del ayuntamiento, ya sabe, limpieza -dijo imitando las comillas con un gesto de los dedos de sus manos en la última palabra.
-Lo sé, recuerdo haberla visto ayer en la conferencia. Siéntese si lo desea.

La mujer no tardó en tomar asiento en una silla frente a ella. Enseguida le hizo una señal al camarero para denotar su ubicación actual.

-En fin, solo quería presentarme y decirle que no dude pedir o sugerir lo que crea conveniente para el proyecto. Si está de mi mano, delo por hecho.
-Se lo agradezco Dinelda. Lo mismo le digo. Si puedo colaborar en cualquier cosa que haga más fácil su trabajo, solo tiene que decirlo -le contestó fijándose en los evidentes cincuenta y pocos años que calculaba a la mujer. Con su pelo corto y teñido de un tono pelirrojo oscuro, con una mirada segura y actitud severa probablemente adquirida por estar a cargo de en equipo. Le recordaba a sí misma al tratar con Paolo o cualquier constructor con el que había lidiado.
-¿Cuánto tiempo estima que durará esta obra? -preguntó la mujer intentando sacar un oco de información del proyecto.
-Calculo que un par de meses, al menos ese es el plazo que nos han marcado. No debería haber problema para cumplir con ese tiempo.

La mujer se apartó levemente de la mesa, dejando espacio para que el camarero colocara ante ella un humeante capuchino junto un vaso con un par de cubitos de hielo. Dinelda no tardó en verter el café en el vaso de los hielos.

-Nueve y media -dijo Raquel tras mirar el reloj de su muñeca y dar el último sorbo de su bebida.
-No desespere, el concejal Cetti tiene fama de impuntual. Está diseñado para pedir tiempo y puntualidad pero no para ofrecerla, es la imagen clara de los asuntos del ayuntamiento.
-¿Lleva mucho trabajando para el ayuntamiento? -Raquel se animó a indagar un poco en su trabajo.
-Desde que tengo uso de razón, o desde que la perdí, como quiera interpretarlo.
-No parece que esté muy contenta.
-Solo en apariencia. Me gusta lo que hago, aunque no me agrade la burocracia que lo rodea.
-La entiendo.
-¿Y usted? ¿Acostumbra a trabajar para el ayuntamiento?
-Lo cierto es que sí, pero en otro ámbito, viviendas. Este es el primer proyecto realmente apasionante que me han asignado.
-Si viene de levantar casas, esto será para usted coser y cantar.
-Eso espero -respondió con una sonrisa.
Dinelda se ocupó de beber de su vaso mientras que Raquel echaba otra ojeada a las medianías de la puerta principal, esperando ver aparecer al concejal de un momento a otro.
-Mire, por allí viene Conti, el constructor.
-¿Lo conoce? -preguntó la arquitecta agradeciendo que aquella mujer pareciera conocer los contactos relacionado con su proyecto
-Lo he visto en otros proyectos, es un buen hombre y un gran profesional.
El hombre, tal cual le había pasado a ellas, se acercaba a la cafetería tras seguir sus pasos desde la puerta de entrada con su tarjeta colgada al cuello.
-¿Le importa que le invite a unírsenos? -preguntó Dinelda a Raquel.
-Por supuesto que no.
Cuando al constructor le faltaba unos metros, Dinelda alzó su brazo y el hombre se percató de su presencia.
-Buenos días señoras -dijo el recién llegado acompañado con una sonrisa.
-Acompáñenos Paolo.
-Sr. Conti -Le saludó la arquitecta.
El hombre estrechó las manos de cada mujer antes de tomar asiento y unírseles.
-Un café, por favor -dijo alzando su mano dirigiéndose al hombre de la barra- . Veo que el concejal aún no ha hecho acto de presencia.
-No debería extrañarte -le replicó Dinelda.
-Me hubiera extrañado que no fuera así. -El hombre sonrió con cierta reserva por la presencia de Raquel.
Ella, permanecía callada, escuchando su conversación, sonriente y agradecida de sentir la cordialidad de las personas con las que iba a trabajar codo a codo durante ese par de meses.

Durante unos minutos más, sus acompañantes se ensalzaron en ponerla al día de las malas costumbres del concejal Marcello Cetti, sus inspecciones sin aviso, su capacidad innata de colgarse las medallas de cada proyecto, su obsesión por la puntualidad de las obras y su terrible manía de tirar los tejos a cualquier falda a su alcance.

Raquel escuchaba todo sin perder detalle, sonriendo con su amplia y blanca sonrisa cada vez que Dinelda utilizaba su humor agrio y agudo en contra del matiz político de cualquier movimiento del ayuntamiento. Mientras lo hacía, echaba un vistazo a los alrededores de la plaza.

-Creo que ya ha llegado -dijo mirando como el hombre, vestido con ropa menos informal que el día anterior, se acercaba hacia la puerta principal acompañado de su secretaria y la escultora que se haría cargo del museo de Eros y los capiteles de las columnas.
-Sí, se acabó el recreo -dijo Dinelda dando el último trago de su café.
Los tres se levantaron y empezaron a caminar hacia el lugar al que el otro grupo se dirigía desde el otro lado del monumento.

-Buenos días, señoras, Sr. Conti. – El concejal extendió su mano saludando a cada uno de ellos. -Lamento la tardanza.
-Buenos días -saludó la restauradora imitando el gesto del concejal de extender su mano a cada uno.
La secretaria se dirigió directamente hacia el guardia de la puerta y se trajo consigo las tarjetas de los recién llegados. Cuando llegó hasta el concejal le dio el suyo, e hizo lo mismo con la mujer.
-Pues ya estamos todos. Comencemos, ¿les parece?

Entraron en el lugar sin hacer cola y sin necesidad de identificarse. Pese a que cada uno llevaba su identificador en el cuello, el guardia solo se limitó a saludar elevando su mano a su cien, casi como un saludo militar al paso del grupo. El concejal se adentró por una zona cerrada al público. Delante, se dedicó a dirigir algunas observaciones a Carlo Conti, detrás Dinelda conversaba afablemente con la restauradora que, como le había pasado a ella, sonreía ampliamente a sus palabras. Detrás, Raquel observaba ese espacio vetado a sus ojos cuando lo había visitado, cada arco, cada piedra, los adoquines del suelo.

-Es precioso, ¿verdad? -Escuchó la voz de alguien que se dirigía a ella.
Raquel giró su cabeza y se encontró con la joven secretaria del concejal.
-Es intimidante y grandioso.
-Sí, realmente vale la pena intentar mantenerlo en pie.
-Desde luego que sí.
-Mi nombre es Claudia -dijo extendiendo su mano a la arquitecta.
-Raquel -respondió estrechando su mano, y con la otra apartando sus gafas de sol y colgándolas de la abertura de su camisa en un movimiento casi mecánico y usual.
-Lamento la tardanza de Cetti, fue culpa mía, me hice un lio con la agenda y…
-No pasa nada, valió la pena la espera -respondió mostrando sus antebrazos bronceados por el sol.
-Bueno, pues es un consuelo -replicó la joven alzando sus cejas agradeciendo la comprensión de la mujer.

Raquel no dijo nada más, le sonrió mientras giraba sus ojos grises al frente, a las espaldas de la comitiva que avanzaba adentrándose en una zona evidentemente exenta de cuidados, como si lo estaba la zona abierta a los visitantes.

De igual modo, la forma de disculparse de Claudia, hablaba de un motivo diferente al que le había comentado. Recordó las palabras de Dinelda en cuanto al concejal y su actitud propensa a tirar los tejos a las mujeres en el trabajo, y quizás era intuición, pero Claudia tenía todos los síntomas de haber caído en sus redes, al menos tenía todas las papeletas para ser víctima de algo así.

-Disculpe -dijo la chica antes de adelantarse a todos y colocarse al lado de Marcello Cetti.
Raquel negó con su cabeza, intentando encajar como el cincuentón había logrado encandilar a la joven becaria de apenas unos veinte y cinco años.
-Raquel, acérquese, le presento a la artista del proyecto, Hali Dalaras
La arquitecta caminó unos pasos hasta unirse a ellas.
-Un placer conocerla -dijo la escultora extendiendo su mano.
-Lo mismo digo -respondió estrechándola en la suya y clavando sus ojos grises en los verdes de la mujer ante ella-. Así que restauradora.
-Así es, me ocupo en intentar que el arte perdure en el tiempo.
-Interesante.
-No seas modesta Hali- dijo Dinelda mirándola de reojo- . Esta chica es la responsable del optimo estado de las obras de arte del museo Campidoglio – prosiguió diciendo mirando hacia Raquel.
-He ido un par de veces a ese museo, es grandioso. Le felicito.
-Yo solo me encargo de hacer un peeling de vez en cuando y… por favor, no sigan con este trato de usted, suena muy formal y distante, y vamos a trabajar juntos durante un tiempo.
Raquel agradeció las palabras de la mujer puesto que a ella misma ya le estaba incomodando tanto protocolo.
-Por mi parte, ningún problema -añadió la arquitecta.
-Me parece de lo más coherente, así será -dijo Dinelda con una sonrisa en su rostro.

Raquel, manteniendo su sonrisa, giró sus ojos furtivamente para observar más detenidamente a la otra mujer con la que se tropezaría a menudo en esos meses. Sus ojos verdes enmarcaban su mirada cálida y acogedora. Un par de mechas caía en su frente hasta su ceja, hacia un lado de su cara. Su pelo oscuro amenazaba esa fina suavidad que acentuaba su caída y el ondear que le ocasionaba el andar y las pequeñas ráfagas de viento que los movía tenuemente de su lugar antes de regresar a su sitio de nuevo. Dos perlas brillaban en medio de su cabello que resaltaba de entre él haciendo juego con su camisa blanca. Caminaba con su mano en un bolsillo y en la otra la misma carpeta con la que la había visto en la conferencia de presentación del proyecto.

“Quizás ella también sería una de las víctimas perfectas de alguien como Marcello Cetti o ya lo habría sido”, pensó un instante antes de que la voz de la otra mujer la hiciera reaccionar.
-Tienes una gran responsabilidad con esos contrafuertes – La escultora trató de romper el silencio.
-Lo sé, pero no es nada importante. Hago eso cada día.
-Eso es tranquilizador, porque sin tu trabajo aquí, el mío no tendría sentido.
-¿Tratas de asustarme? -preguntó Raquel resumiendo su comentario al riesgo latente de que el Coliseo acabara por sucumbir a los múltiples terremotos que hacía mover los cimientos de Roma alguna que otra vez en el año.
-No, por favor. Se trataba de un elogio a tu…-replicó Hali con sus ojos expresando todo su inquietud de haber sido malinterpretada.
-Lo sé, tranquila, solo bromeaba -la tranquilizó con una pequeña sonrisa.
Las tres mujeres sonrieron al momento distendido que acababan de pasar, que hacía presagiar a Dinelda un ambiente de trabajo, cómodo y afable.

De pronto, tras doblar una esquina, el concejal se detuvo y esperó paciente a que llegaran las mujeres.
-Srta. Eiraldi y Sr. Conti, nosotros iremos por este lado mientras mi secretaria, Claudia, guiará a Srta. Dalaras y Sra. Esposito a su lugar de trabajo. Nos vemos en media hora en la entrada y resolveremos cualquier duda al respecto a sus lugares de trabajo.
Todo el grupo permaneció callado mientras Claudia empezaba a caminar en sentido contrario al concejal y los otros dos.
-Por aquí -dijo apuntando el camino adelante e invitando a las dos mujeres a caminar ante ella.
-Suerte -dijo Hali bajo a Raquel antes de empezar a caminar.
-A ustedes también -respondió la otra mujer que permanecía con sus manos en los bolsillos, esperando por alguna reacción por parte de su guía.

De alguna manera le hubiera gustado irse con las otras en vez de quedarse con estos dos. Sin embargo olvidó cualquier animadversión contra el concejal tras verificar que su fama de calavera no era en vano y se centró en disfrutar de estar contemplando una parte del grandioso monumento que jamás había contemplado.

Marcelo Cetti caminó por un estrecho pasillo en medio de dos ristras de columnas hasta llegar a un espacio más amplio, en donde se levantaban, adosados a los muros de la edificación, unos contrafuertes de hormigón armado.

-Hemos llegado. Como pueden ver los pilares se han agrietado y el muro original están cediendo. Hay que reforzarlos y, si fuera necesario, colocar un andamiaje en la pared original. La zona más afectada se encuentra en los contrafuertes del centro, pero se nos ha permitido fortificar los otros en previsión.
-Una decisión inteligente, es probable que estén tocados -dijo Raquel acercándose a uno de ellos y mirando justo en el punto de apoyo de la pared.
-Sr. Conti, cualquier petición de la Srta. Eiraldi en cuanto a la utilización de materiales concretos, dispone de nuestra aprobación incondicional.
-Muy bien, entendido -dijo el constructor con sus brazos cruzados.

Raquel alzó su ceja y resopló de espaldas a los dos hombres, un tanto cansada ya de la forma que tenía el concejal de dirigirse a ellos y de recalcar el mando y la subordinación de cada cual. Haciendo un esfuerzo por no dejar salir esa parte suya de rebeldía contra todo lo que representaba el hombre, se concentró en inspeccionar uno de los contrafuertes cercanos a ella.

Desde el otro lado, los murmullos de los turistas, le hizo desviar su atención. Cientos de colores, reflejos de las ropas de los visitantes, llenaban el espacio de la salida del pasillo que desembocaba en el monumento. La imaginación de Raquel se trasladó de repente a aquellas épocas históricas de su construcción, cuando cada grada era ocupada por los cincuenta mil eufóricos romanos llenos de júbilo, exaltados por el espectáculo que prometía el emperador con tal de mantener ocupados a la plebe. Podía imaginar con poco esfuerzo el pódium ocupado por senadores, magistrados, sacerdotes y vestales, el maeniarum primun ocupados por aristócratas ajenos a la política, el maeniarum secundum dividido por el inum y el summun, respectivamente destinados a ciudadados ricos y pobres. Y en el punto más alto, hoy inexistente, el maenianum summun in ligneis, hecho de madera. Sobre la pared ciega del cuarto y último piso, podía visualizar el velario, un enorme toldo que protegía a los espectadores de las inclemencias del sol. Pese al significativo valor político del Coliseo, evidente hasta en la distribución limitada de los espectadores en cada piso y grada, se trataba de la obra arquitectónica más grandiosa de la historia romana.

-¿Cómo ve el asunto? -preguntó Marcello Cetti apoyando su mano en el hormigón de un contrafuerte cercano a él.
-Sin ninguna complicación. Intentaré no tocar el muro original. Sería una lástima tener que hacerlo.
-Sabía que procuraría respetar a toda costa la construcción, por eso fue seleccionada para esta labor.
Pese a que las palabras del hombre pretendía ser un elogio a su proyecto, no gesticuló palabra alguna, solo hizo una leve mueca de sus labios que pretendieron ser una tenue sonrisa.

Una extraña sonrisa con eco insinuador, se dibujó en la cara del concejal mientras que Carlo Conti escondía la suya bajo un gesto disimulado de rascar su frente. Posiblemente esa sonrisa del concejal habría sido un arma bastante eficaz con otros de sus objetivos, pero ante la evidente inocuidad de la arquitecta, que permanecía estática ante él, ocupada en colocar sus gafas de sol sin molestarse en borrar el gesto de su cara, el hombre prosiguió con sus instrucciones.

-Sr. Conti, justo detrás del muro original, estará su zona de trabajo. Tiene que preocuparse de que en ningún momento, ningún, haya muestra alguna de las obras de cara a los visitantes. Pueden trabajar a cualquier hora, pero respeten el efecto visual que ver las máquinas ocasionaría en los cientos de turistas que nos visitarán durante estos meses.
-Entendido -dijo el hombre comprendiendo completamente la idea del concejal.
-Hay que procurar que no haya nunca más de cinco obreros a la vista de la gente.
-Muy bien, sin problemas.

Raquel notaba como el constructor trataba de asentir a todo con la idea de acabar con las burdas instrucciones del hombre, como si hubiera tenido que acatarlas otras veces en algunos de sus otros trabajos para el ayuntamiento.

-Pues, creo que con esto, queda todo dicho. Si me siguen no uniremos a los otros para que puedan ver el lugar en donde deben procurar que estén los escombros generados para su recogida.

Emprendieron camino tras el hombre que los dirigió hacia unas escaleras que los llevaba a un piso superior. De repente, el tosco aspecto de la construcción, se volvió un estudiado y cuidado espacio lleno de pilares, sosteniendo esculturas en su gran mayoría de mármol blanco. Raquel no dudó de que se encontraran en el espacio destinado al museo de Eros, pero en una zona restringida.

A unos metros había una puerta abierta que separaba el espacio de la exposición. Cuando entraron, se unieron a los otros responsables del proyecto.
-¿Todo en orden? -preguntó Marcello a las dos mujeres refiriéndose a las instrucciones que su secretaria debía darles.
-Sí, todo claro -respondió Hali dejando de observar el espacio destinado a su taller.
-Solo falto yo.
-Por supuesto Dinelda, acompáñeme. ¿Sr. Conti? -dijo reclamando al constructor para que les uniera mientras salían de aquel cuarto de unos treinta metros cuadrados -. Claudia, por favor, venga usted también con nosotros.
-Desde luego -respondió la joven sintiéndose halagada por su invitación.
-Necesito que pida los permisos pertinentes para que los camiones de recogida accedan hasta la plaza, encárguese de ello -dijo el hombre a su secretaria mientras salían todos del lugar.
De pronto, sus voces se fueron haciendo unos murmullos.
-Pobre chica -dijo Hali bajo arqueando sus cejas mirando hacia la puerta.
-¿Disculpa?
-Nada, pensaba en alto -respondió desviando su mirada al espacio de aquella sala.
En realidad Raquel había escuchado perfectamente su comentario y por un instante la sintió como su aliada.
-Veo que el concejal se ha ganado a pulso su fama -dijo desviando sus ojos grises a la misma labor de la otra mujer, de ojear el espacio de aquel lugar, solo amueblado por una barra de mármol que le hubiera conferido cierto parecido a una cocina de no ser por la falta de ningún otro equipamiento que una pila bajo una toma de agua, luego la miró.
Los ojos verdes de la restauradora se giraron hacia ella, pretendiendo hacer creer que no sabía de qué hablaba, sin embargo tras respirar hondo y ver la leve sonrisa de la mujer frente a ella se relajó.
-Ojalá sus votantes, sobre todo las mujeres, supieran a quien votan cuando apuestan por el carismático Marcello Cetti -añadió avanzando hacia la pila, dándole la espalda.
-Quien sabe, quizás son las que conoce las que se atreven a ello, por eso su mayoría absoluta -respondió Raquel colocando sus manos en sus bolsillos, acercándose a la enorme ventana que dejaba entrar abiertamente la luz del sol con vista al exterior.
La restauradora no pudo contener que se le dibujara en su rostro una amplia sonrisa y se giró hacia ella.
-Quien sabe -respondió abriendo al límite sus brillantes ojos verdes mientras apartaba de su cara un mechón rebelde de su mejilla.
-También a ti…
-Tres veces, en cada uno de los proyectos que nos asignan a mi equipo y a mí. ¿tú no…?
-Hace unos minutos, pero tirar los tejos a quien maneja hormigón armado no es algo muy inteligente -dijo guiñándole un ojo. -Cierto -afirmó la otra mujer asintiendo con un movimiento lateral de su cabeza.
-Bueno -dijo respirando hondo cortando con la conversación de forma abrupta-, voy a ver si pillo a Conti.
-Yo también bajo. Tengo que ir a mi taller y apartar las herramientas que necesito, quizás mañana ya pueda ir haciendo que este lugar tome forma.

Durante el camino a la salida, permanecieron calladas. Hali observaba a la otra mujer, que sacaba el tubo de sus planos de su portafolio y sujetándolo con su mano, caminaba decidida con su mirada absorta en cada ángulo y recta de aquella edificación. Sin apartar sus ojos de las estructuras, metió una mano en un pequeño bolsillo delantero de su portafolio y sacó las llaves.

Devolvió su atención al pasillo ante ella, divisando solo a una decena de metros, como los visitantes de abrían paso hacia el mismo corazón del Coliseo. Ayudados por el guardia de la entrada pudieron salir al fin del lugar.

-¿Señoras? -dijo el concejal al verlas acercárseles.
-Espero que trabajar aquí, les haga tanta ilusión como me la da a mí tenerlas asignadas a ello. Todos son unos grandes profesionales, así que no tengo la más mínima duda que harán un buen trabajo.
Dinelda no pudo evitar dejar sus ojos en blanco en señal de aburrimiento. Raquel no pudo evitar darse cuenta y escondió su sonrisa dentro, cambiando el gesto por la de alzar su ceja y contenerse.
-Yo, ya debo irme -dijo Raquel incapaz de soportar ni un minuto más de aquella actitud.
-¿Le importa y me alcanza? -dijo Dinelda intentando el mismo propósito de escapar de allí.
-Faltaría más -respondió mirando el rostro desencajado de la mujer mientras ya empezaba a despedirse de los demás, extendiendo su mano- . Hasta pronto.
Cuando el concejal tomó su mano no se contentó con estrecharla, en su lugar hizo un gesto de ir besarla sin llegar a ello. Raquel no pudo evitar que su ceja volviera a alzarse y miró a su lado, hacia Hali. La otra mujer alzó la suya e intentaba contener su sonrisa.
-Hormigón armado -gesticuló con su boca sin pronunciar palabra alguna.
Raquel devolvió su mirada al hombre que ya se incorporaba cambiando su semblante en ese mismo instante en que él la encaraba.
-Nos vemos mañana -replicó la arquitecta zafándose de su mano y emprendiendo su paso hacia la calle que debía cruzar para llegar hasta su coche. Cuando había dado un par de pasos, seguida de Dinelda, se giró e hizo un gesto a Conti, colocando su mano a forma de teléfono y luego haciendo círculos con su dedo índice.
El hombre asintió entendiendo el gesto.
-Lo siento Raquel, no se me ocurrió otra excusa para…
-Tranquila Dinelda.
-Por supuesto no es mi intención que me acerque a ninguna parte.
-Yo voy hacia el oeste de la ciudad, si te viene bien…
-Está en mi ruta, sí. -Miró el reloj de su muñeca: la una y diez. -Acabo de perder el autobús de las doce -dijo pretendiendo ser una ironía de la impuntualidad clásica del transporte público de la ciudad-. Creo que aprovecharé la oportunidad y es posible que llegue a tiempo de almorzar con mi marido y mi hijo.
-¿Un hijo?
-Sí, que un día de estos me hace abuela, tiene veinticinco años. Luego tengo a mi hija, de veintiuno, pero come en la universidad, está estudiando económicas.
-No lo habría adivinado -dijo la arquitecta intentando que sonara a un elogio a lo bien cuidada que lucía.
-Tengo cincuenta y tres años y a mucha honra. Me queda mucha guerra que dar a Marcello Cetti.
Raquel sonrió y empezó a cruzar la calle que la separaba de su coche con Dinelda a su lado.


Había dejado a Dinelda hacía diez minutos cuando el teléfono sonó desde el salpicadero.

-Sí. Sigue en pie lo de cenar el viernes por la noche -dijo directamente al ver el nombre de Nataly en la pantalla.
-Sin problemas ¿no?
-Sin problemas.
-Llamaré a las chicas. Y oye, que nadie se me adelante, recuerda que debo ser la primera a la que le des una visita guiada por ese sitio.
-Nataly, siempre te quejas de que me gusten las ruinas y ahora este interés. No sé si te entusiasma más la idea de ser la primera en algo que ver el Coliseo en sí.
-Bah, ¿y qué más da?
-Ya, supongo que eso responde a mi pregunta.
-No seas petarda. Te dejo, ya me voy a casa y estoy agotada.
-Venga, cuídate. Nos vemos el viernes.

Colgó el teléfono justo antes de que el semáforo se pusiera en verde y emprendiera la marcha. Decidió acercarse a su casa, darse una ducha, hacer una lista de lo necesario para empezar y luego llamar a Conti y ponerse de acuerdo con ello. Era cerca de las dos y media cuando aparcó el coche ante su casa sin ninguna dificultad. Era una de los beneficios que le habían hecho comprarla en ese lugar. Esa zona, totalmente consolidada a viviendas, estaba a apenas veinte minutos del Coliseo. Toda la urbanización estaba estructurada en unas tres calles con viviendas de tres pisos de altura, cada una con unos pequeños terrarios al frente que la mayoría de los propietarios habían convertido en garaje, daban una cierta comodidad en cuanto a facilitar el transporte y aparcamiento en la zona.

Por el día no se solía ver a ningún viandante por la calle lo cual la confería en una pequeña urbanización dormitorio. Ella misma, no recordaba estar en casa por el día, excepto algún que otro fin de semana cuando se quedaba recluida con Celina. Cuando abrió la puerta de su casa, sintió el alivio de sentirse en su espacio, en su intimidad. Soltó el portafolio, colgándolo en el perchero tras la puerta y se adentró quitándose su rebeca que arrojó a una silla junto al vestidor. Avanzó hasta la cocina y abriendo el refrigerador sacó una tónica bien fría que, sin molestarse en prepararla en un vaso con una rodaja de limón, como era habitual, abrió y se empezó a tomar desde la botella. Luego abrió el congelador y sacó una bolsa de arroz tres delicias precocinado que vertió en un plato e introdujo en el microondas.

Lavó sus manos en el fregadero mientras el ambiente de la pequeña cocina empezaba a llenarse del aroma a la comida. Tomó el plato y su botella de tónica y se encaminó hasta su mesa de trabajo. Depositó la comida en una mesa auxiliar junto a ella y se sentó en su taburete giratorio.


Transcurrieron un par de horas antes de acabar con una lista en la que anotaba todo aquello que necesitaría que Conti, tuviera en la obra el día siguiente. Cuando la dio por finalizada, cogió el plato vacío de comida y dio un último sorbo de su tónica y los llevó al fregadero. De vuelta a la mesa tomó el teléfono y lo llevó consigo.

-¿Conti?

-El mismo, Srta. Eiraldi.
-Le voy a enviar la lista por fax, es lo esencial para ir avanzando. Deberíamos tenerlo todo mañana mismo en el lugar que nos señaló Cetti.
-No habrá ningún problema con ello. Ahora mismo estaba reunido con los cinco componentes de mi equipo.
-Estupendo.
-¿A qué hora quedamos?
-A primera hora. Intentaré llegar al mismo tiempo que ustedes.
-La verdad es que creía que…
-¿Que me quedaría esperando que los demás hicieran todo el trabajo sucio? No, estaré allí para coordinar un poco ¿le parece?
-Por mí encantado.
-Pues allí nos veremos.
-Claro que sí. Hasta mañana.

Colgó el auricular y depositó el aparato en su lugar. Era evidente que el hombre estaba acostumbrado a trabajar con arquitectos de alto postín. De esos que solo aparecen por la obra a verificar e inspeccionar el trabajo de otros y que, posiblemente eran los mimados del concejal, pero no era ese el caso de Raquel y eso había pillado por sorpresa al hombre que, por su tono de voz expresaba no solo la sorpresa sino la satisfacción de su método de trabajo.

Recogió su pelo en una cola y se encaminó al cuarto de baño para darse una buena ducha tras la cual había planeado llamar a Ro para que le ayudase a transportar hacia el Coliseo, la mesa de trabajo de la oficina.

Hora y media después, tras ordenar sus planos y crear un plan de trabajo inicial, se acercó al sofá para llamar a su amiga.

-¿Diga?
-Ro, soy yo. ¿Cómo estás?
-Raquel, ¿qué tal? ¿Cómo te va con tu nuevo trabajo?
-Por eso te llamaba. Necesito tu ayuda, ¿podrías?
-Claro, dime.
-Necesito transportar la mesa de trabajo de la oficina para mañana por la mañana ¿te viene bien?
-Podría escaparme e incluso aprovechar y sacar alguna que otra foto a ese edificio. Me valdrá como anuncio de los arreglos de un ayuntamiento incompetente.
Raquel sonrió de la agudeza siempre a flor de piel de su amiga.
-Me parece justo. Nos vemos en la oficina.
-Mira, mejor te la recojo yo, solo dile a Carla que esté a primera hora, así no te desvías de tu camino. Te la alcanzaré sobre las nueve.
-Eso sería un puntazo. Te lo agradezco.
-Eso espero. Recuerda que pronto es mi cumpleaños.
-Te lo recompensaré.
-Hazlo viniendo a casa a cenar, sin ninguna excusa -dijo recordando como el año pasado no había acudido por estar pendiente de Celina y sus traumas a la hora de salir con ellas, en realidad cualquiera de las amigas de Raquel.
-Es una promesa.
-Pues cuenta con ello, te veo mañana.
-Gracias Ro, eres la mejor.
-Hey tampoco hace falta dar tanta coba.
-Ok, hasta mañana.
-Chao.

Raquel sonrió de la tosca reacción de Ro. Siempre se podía contar con ella para todo, pero había que saber manejarla para comprender sus gestos de arrogancia y falsa dureza que era la máscara bajo la cual se escondía…casi siempre, excepto con Gemma.