Coliseo capitulo III

Capitulo III

A las ocho y media de la mañana, mostró su identificación al guardia local que evitaba que se estacionaran en el aparcamiento del Coliseo. El hombre le cedió el paso con un ademán de su mano. Estacionó y salió del vehículo portando no solo los planos del proyecto sino una amplificación de la zona de la gran pared de los contrafuertes.

Cuando llegó a la plaza, tuvo que esquivar la presencia de una furgoneta estacionada ante la puerta. Pese a que aún no era la hora de apertura al público, la puerta estaba abierta con un guardia muy joven con sus manos atrás supervisando la entrada.

-Buenos días -dijo al joven al tiempo de mostrar su identificación colgada de su cuello.
-Buenos días Sra. Eiraldi -respondió el hombre apartándose de la entrada y liberando el espacio para permitirle el paso- . Tenga cuidado, están descargando el material para el taller de la Sra. Dalaras.
-Gracias -dijo la mujer avanzando ya por el corredor.

Caminó con paso firme hasta alcanzar a unos hombres que vestidos de forma informal, pero sin monos de trabajo, portaban unas cajas de herramientas que parecían pesar lo suyo, dado el esfuerzo que empleaban en portarlas. Subieron la escalera mientras Raquel proseguía su camino hacia su propio espacio de trabajo.

Cuando llegó al lugar soltó sus tubos y su portafolio en una esquina y se acercó a inspeccionar detenidamente el primero de los contrafuertes. Se agachó hasta la base de uno de ellos y se limitó a dar unos ligeros golpes con su puño. Empeñada en no perder el tiempo fue hacia uno de los tubos y abriéndolo contra uno de los contrafuertes se puso a comparar la realidad con sus planos, haciendo una nota mental del paso inicial a seguir una vez llegado el equipo. Sacó su cámara de fotos y acercándose a cada grieta, se dispuso a fotografiar cada falla en los rudos bloques de hormigón.

Permaneció sumergida en su trabajo hasta que sitió unos pasos acercarse hasta ella, giró su cabeza y vio al guarda acercarse con paso ligero.

-Disculpe, hay alguien en la puerta que pregunta por usted.
-Cielos, Ro, me había olvidado de ella -dijo en voz alta para sí misma -. Vamos, la estaba esperando. Dejó todo su material en el sitio y caminó junto al guarda hacia la entrada al recinto.

Al llegar a la puerta se encontró con Ro, que ya había descargado el soporte y la enorme base que formaba su mesa de trabajo.

-Lo siento Ro -dijo dando un beso en su mejilla.
-No es para tanto, apenas vengo llegando, tuve que esperar media hora por Carla, pero aquí estoy. Anda coge eso.

Ro portaba la base mientras que Raquel cogió el soporte. La arquitecta caminó delante mientras que la otra mujer la seguía mirando todo a su alrededor.

-¡Guau!, esto es enorme -dijo la periodista mientras avanzaba sin ninguna dificultad portando la enorme tabla.

Raquel no respondió a su comentario, siguió con su camino dado que el soporte era tanto o más pesado que la misma tabla, pese a ser de aluminio.

-Cuidado con la escalera -dijo la arquitecta cuando pasaron ante ella y vio que por ella subían los mismos hombres de antes, esta vez cargados con una caja de madera que amenazaba con ser igual de pesada que los bultos anteriores.
-Están todos de mudanza -observó Ro.
-Sí, son las herramientas del departamento de restauración.
-Restauradores, arquitectos. Parece que le van a dar un buen lavado de cara a este sitio. Ya era hora que el ayuntamiento hiciera algo útil por la ciudad.
-Sí. -Raquel sabía que la mente de su amiga rondaba la idea de hacer un artículo al respecto.
Durante unos minutos siguieron con su avance hasta que la primera mujer se paró.
-Es aquí -dijo dejando el soporte a un lado del muro original.
-Demonios -exclamó su amiga al ver la vista completa del monumento que ofrecía la ubicación en la que se habían detenido-. No parecía tan grande visto desde abajo -continuó diciendo al tiempo que dejaba la tabla al lado del soporte apoyado en uno de los contrafuertes.
Raquel se dispuso a armar su mesa al tiempo que sonreía a la impresión que el edificio había ocasionado en Ro.
-¿Qué tal te va con Laura? -preguntó sin girarse reconociendo que a Ro no le gustaba mucho hablar de su vida íntima.
-Me va -respondió la otra mujer acercándose a echarle una mano.
-¿Qué tipo de respuesta es esa?. -Raquel arrugó su frente sin perder de vista la base de la mesa que ayudada por la otra mujer, la colocaban sobre el soporte.
-Es una mujer excepcional.
-Ajá.
-Me siento a gusto con ella.
-¿Estás enamorada?

Un silencio se hizo entre las dos mientras que encontraban la ubicación exacta de la tabla, haciendo coincidir cada agujero por la que debía atornillarse al soporte. Una vez colocada, Raquel se incorporó y colocando sus manos en su cintura miró a la cara de su amiga.

-No…no lo sé -dijo la otra mujer intentando eludir su mirada y con sus hermosos ojos marrones hacia el suelo.
-Bueno, como sea Laura parece una gran mujer, pero ten cuidado Ro. Asegúrate de sentir algo más si sigues adelante. Sé sincera contigo misma.
-Bah, sabes que lo haré. Pero no adelantes acontecimientos. Solo estamos saliendo, conociéndonos.
-Lo sé. Solo me preocupo por ti ¿vale?

Ro no contestó, solo dejó asomar un leve sentimiento de agradecimiento en sus ojos, que trató de hacer pasar desapercibido desviando su mirada a la mano que utilizaba para sacar los tornillos del bolsillo de su pantalón vaquero negro.

-Ya te puedes marchar. No quisiera que tuvieras problemas por mi culpa.
-Si se hace un favor se hace completo. Venga, armemos esto.
En unos breves minutos habían ajustado cada tornillo del viejo mueble.
-Ahora sí debo irme. Tengo que acabar un par de artículos antes de las once.
-Te acompaño.

Ambas mujeres caminaron a lo largo del corredor de camino de regreso a la salida. En su camino se tropezaron con una mujer que portaba un par de carpetas en una de sus manos.

-Esa es la restauradora -susurró bajo a su amiga antes de avanzar hacia ella.
Ro asintió arqueando sus cejas, sorprendida de que la restauradora fuera una mujer tan joven como Raquel.
-Buenos días Raquel -dijo con una leve sonrisa la mujer.
-Buenos días Hali, ya veo que has acabado con tu taller.
-Estamos en ello -le aclaró con una evidente cara de alivio.
-Disculpa -señaló dándose cuenta de la presencia de Ro-. Te presento a una amiga, Ro. Hali Dalaras es la encargada de la restauración de las esculturas y los capiteles.
La mujer extendió su mano libre estrechando la que Ro mantenía extendida.
-Encantada Ro. Un nombre bastante original -comentó Hali con expresión de extrañeza.
-Un placer. Gracias -respondió la otra mujer.
-¿Trabajas en la obra?
-No, lo mío son las letras…escritas.
-¿Periodista?
-Así es.
-Interesante profesión.
-Es la responsable de que media hampa política tenga los pelos de punta -dijo Raquel haciéndose participe de la conversación y sin poder evitar callar.
-Alguien tiene que ponerlos en su lugar ¿no? Bien hecho.
-Gracias. -Por fin una leve sonrisa surgió en el rostro de Ro.
-En fin, tenemos que irnos. Dejé el coche en doble fila.
-Uhh, eso es peligroso en esta parte de la ciudad -añadió la escultora reconociendo el peligro de multa o de grúa que corría el vehículo.
-Cierto. -Raquel le dio la razón.
-Pues nada, un placer conocerte Ro -dijo extendiendo su mano a la periodista-. Hasta luego Srta. Eiraldi.
-Hasta luego.
Las dos mujeres se alejaron mientras que la escultora siguió con su camino empezando a perderse escaleras arriba.
-¿Srta.… Eiraldi?
La arquitecta la miró levantando sus cejas hasta marcársele unas arrugas en su frente.
-Sí, mejor no digas nada -dijo en respuesta a su gesto.
Ambas mujeres siguieron avanzando hasta la puerta, en la que Raquel se despidió de su amiga y la vio desaparecer al cruzar la calle.

En ese mismo momento en el que se limitaba a darse la vuelta y entrar, vio como un camión con un evidente cargamento de andamiajes y maquinaria de albañilería, paraba ante la plaza. A Raquel no le costó nada pensar que se trataba del equipo de Conti, reconociendo el anagrama de su empresa, “Ermiento”, en las puertas del deteriorado camión.

Entró ligera, avanzando por los pasillos, con la unida idea de colocar su mesa en un lugar que no estorbara a los trabajadores que no tardarían nada en introducir las herramientas hasta su lugar de trabajo. La colocó en medio de dos pilares originales, justo frente al muro original en el que pretendía colocar el andamio de contención por previsión de no deteriorarlo y respetar el valor histórico del monumento en lo máximo posible.

Tras unos veinte minutos Conti apareció saludándola estrechando su mano. Sentía la mirada curiosa de los obreros, mientras uno a uno, iban descargando los útiles un lado del primer pilar de contención en el que tenía previsto trabajar en primer lugar.

Una media hora después, todo el equipo como el material, descansaban a un lado de la zona asignada como su espacio de trabajo.

Conti, daba las instrucciones pertinentes mientras que los hombres obedecían raudos a cada una de sus peticiones. Mientras, Raquel se colocó su viejo casco blanco e intentaba no pulular por el lugar hasta que acabaran con la difícil tarea de poner orden en el espacio, apoyada en su mesa, trazaba líneas, añadiendo cifras a lápiz por todo el plano. Completamente absorta en su labor pasaba desapercibida para ella las miradas curiosas de los albañiles, que un par de veces cuchicheaban entre ellos, sonriendo al final de cada uno de sus comentarios, con sus ojos en ella.

-Ha impresionado a mis chicos Eiraldi.
-Ya -respondió levantando su mirada del plano hacia el hombre a su lado.
-No los malinterprete, son buenos chicos y de los mejores de mi plantilla, es solo que no están acostumbrados a la presencia de una mujer en el trabajo.
-No los malinterpreto Conti, solo que en pleno siglo veintiuno, ya es hora de que estuvieran sobrados de que esto les sucediera.
-Estoy con usted.
-En fin, mañana ya no seré una novedad para ellos -dijo con un total conocimiento en sus palabras.
-No esté tan segura de ello. No es tanto porque sea usted mujer, es que es joven y… si me lo permite…guapa, muy guapa.
-Vaya Conti, muchas gracias. Menuda manera de empezar el día. Tranquilo.
-Permítame presentárselos -dijo con educación antes de dirigirse a los hombres.
-Chicos, como ya sabeis estamos al mando de Raquel Eiraldi, esté yo o no debeis hacer todo lo que os pida sin poner objeción alguna. En fin; Giovani es albañil; Lucas es peón de albañil; Pietro, su especialidad es el alicatado; como capataz y uno de los mejores yesistas que conozco, Franchesco, y el benjamín del equipo que en un par de meses pasará de ser peón de albañil a peón general, Maxi.
Tras una pausa Raquel reaccionó al ver la mirada de todos al completo puestos en ella.
-Bueno, pues un placer de tenerlos aquí. Espero que hagamos esto con dedicación y demuestren la fe que les tiene Conti.

Seguidamente miró a Conti dando por acabada las presentaciones, sabía que debía ser comedida en sus palabras y en el trato al equipo con el que trabajaría. Tenía claro que los hombres tanteaban el terreno, buscando en ella alguna pista del ambiente de trabajo que generaría en su entorno. No era la primera vez que sentía esa sensación y había aprendido hacía mucho tiempo, basada en la experiencia, a tener el punto justo en el trato con ellos, al menos hasta tener bien marcadas las pautas y líneas de trabajo con las que sacar la mayor eficiencia. Así que dando por finalizada las presentaciones, les dedicó solo una leve sonrisa y se giró a su lado, hacia Conti le abriendo el plano e invitándole a acercarse. Comenzó a dar las primeras instrucciones al constructor, mientras que los hombres retornaban sus labores.

Cuando acabó se dirigió ante los pilares, momento en el cual sintió un comentario, casi en escondido en un murmullo y la típica risa que solía acompañarla. Giró su cabeza y descubrió una mirada insinuadora en ella. Se acercó sin vacilar y apoyó su mano en la columna junto al hombre acercando su cara muy cerca al suyo.

-Pietro, ¿verdad? -dijo acercándose al hombre con paso firme pero pausado.
-El mismo.
-Si pones tanta atención en el trabajo como en mi trasero, posiblemente podremos cumplir con el plazo que se nos ha impuesto -dijo encarando muy de cerca al obrero que la miraba con descaro y que no se amedrentó bajo su cercanía y su mirada gris clavada en sus ojos-. Pero… como eso no suceda me encargaré de que desaparezcas antes de lo que tardo en decir…no sé…algo que puedas entender -una expresión pensativa inundó su rostro al tiempo que rascaba su sien utilizando su dedo índice. -… ¿imbécil?

La expresión del hombre pasó de la insinuación y autosuficiencia con la que la miraba la mujer, que lo miraba fijamente ahora arqueando sus cejas, esperando una respuesta a sus palabras, a ladear su cabeza y poner toda su atención en ajustar los pies del andamio a la base, sintiendo aún el aliento cercano de la mujer en su sudoroso rostro.

Solo cuando sintió que al obrero le había quedado claro sus palabras, emprendió su camino con las manos en los bolsillos hacia el pasillo, rumbo al exterior del edificio, en busca de un café. Si había alguna duda de el qué o no toleraría en su entorno, había quedado claro en ese momento.


Los ojos de Hali, tras el espeso cristal brindado que separaba su taller del exterior, sonreían ante la visión de la arquitecta frente a la actitud de aquel musculoso hombre, que exhibía sus músculos bajo una camiseta de hueco que dejaba ver gran parte de sus tatuajes.

Se sorprendió de la rapidez y la sencillez con la que había lidiado con el problema pese a que no había podido escuchar ni una sola palabra.

Tras haberla visto perderse del lugar, los trabajadores habían dedicado unos comentarios recriminatorios al joven que, sin mediar palabra alguna, solo se ocupaba de su tarea.

Durante unos minutos se dejó llevar por el pensamiento de la dificultad que a menudo debía rodear a la arquitecta en su trabajo. Un alto noventa y nueve por ciento de su tiempo laboral rodeada de tipos como aquel, incapaces de asimilar con el respeto y el decoro del que estás bajo su cargo, cuando se trataba de una mujer. Afortunadamente no eran muchos los casos, pero Raquel Eiraldi había salido airosa de una manera que realmente le hizo sacar una sonrisa y casi sentir admiración por ella. Si bien, ella había tenido que lidiar muy de vez en cuando con un Marcello Cetti, no era comparable con todo un equipo de hombres sudorosos, que habitualmente aprovechaban la mínima oportunidad para lanzar un piropo a cada falda que se cruzase frente a la obra. Respiró profundamente antes de girarse y encaminarse de nuevo a la escultura de Eros y Psique cuya base debía retocar y que una vez más, le impactó al contemplar la magnífica obra de mármol blanco, cargadas de formas suaves y redondeadas, a punto de tomar vida en cualquier instante. Los firmes músculos del torso de Eros abrazado en el instante antes de besar a una Psique de formas abrumadoras, sinuosas e intrigantemente perfectas.

Soltó su cabello recogido en una cola y sacó sus guantes arrojándolos a una papelera junto al pedestal en la que estaba colocada la escultura.

-Andrea, salgo un momento por un café -dijo a su fiel ayudante y amigo.
-Ok, un descafeinado con evaporada por favor -respondió este sin apartar su atención de la masa que minuciosamente fabricaba en un pequeño recipiente de arcilla blanca.

Caminó hacia la puerta, tomando su bolso y colgándolo en su hombro. Bajó las escaleras y se dispuso a salir del monumento que a esas horas ya empezaba a tener una afluencia constante y numerosa.


Colocando su casco sobre de la pequeña mesa, tomó asiento en la única silla libre que la acompañaba. Cruzó sus piernas y tomó el móvil mientras esperaba por uno de los camareros.

-¿Qué cuentas pica piedras? -se oyó decir desde el otro lado de la comunicación.
-Depende de lo que desees escuchar -respondió con una sonrisa al escuchar la voz amiga de Nataly.
-No me estés llenando la cabeza de buenas ideas desde por la mañana. ¿Cómo te va con tus cosas?
-Me van. Acabo de dejar a los constructores acabando de organizar su espacio de trabajo.
-Oye, eso quiere decir que esto va rápido.
-Pues la verdad es que sí. El ayuntamiento tiene eso.
-Que no te oiga Ro
-Uh, sí, que no me oiga.

Mientras que charlaba con su amiga, vio como Hali Dalaras se acercaba hasta el lugar sin percatarse de su presencia al pasar a su lado. Continuó con su charla mientras seguía con la vista los pasos de la escultora, que se sentó un par de mesas alejada de ella.

Justo en el momento en el que se sentó, Hali se dio cuenta de los ojos grises de la arquitecta en ella. Alzó su mano con una leve y blanca sonrisa en señal de saludo.

-Oye, tenemos que ponernos de acuerdo sobre el regalo de Ro -dijo mientras correspondía al saludo de la otra mujer con una sonrisa y un leve movimiento de su mano.
-Sí, tengo un par de ideas a ver qué te parece, entre ellas una fiesta sorpresa… en tu casa.
-En mi casa… ¿y cuando pensabas decírmelo?
-Te lo digo ahora.
-Nataly, las fiestas sorpresas nunca han sorprendido a Ro. Piensa en otra cosa.
-Que aguafiestas eres. Está bien, algo se me ocurrirá. – Una voz se escuchó de fondo que la reclamaba. -Oye, tengo que dejarte. Nos vemos. Un beso.
-Venga, chao. Cuídate.
Raquel pulsó el botón rojo de su móvil justo cuando el camarero se situaba ante ella.
-Un café solo, y un vaso de agua mineral fría.
-¿Algo para comer? Nos queda un par de donuts rellenos.
Raquel alzó una ceja al joven que evidentemente recordaba la última vez que había desayunado en el lugar.
-Venga, un donut relleno.

El joven sonrió guiñándole un ojo al tiempo que se retiraba rápido hacia la mesa de la otra mujer.

Los ojos de Raquel siguieron el camino del hombre. Su mirada acabó por posarse en Hali y como esta le dedicaba una amplia sonrisa abierta y cálida al joven, una de esas capaces de arreglar el día a cualquiera. Sin poder evitarlo, su expresión le sacó una en su rostro y continuó observándola mientras que la escultora colocaba un mechón de su pelo tras su oreja y hacía su demanda.

Cuando el camarero caminó hacia la barra, Hali, giró sus ojos hacia ella, que disimuladamente desvió sus ojos grises hacia un lugar perdido de la plaza y la numerosa concurrencia que transitaba por ella. Sus ojos verdes imitaron su gesto, girándose hacia algún otro lugar ante ella.

El camarero se acercó a la mesa de Raquel dejando ante ella una pequeña y humeante taza de café y una tentación en forma de donut relleno cubierto por una fina capa de azúcar glasé de la bandeja metálica que portaba.

Tomó el pequeño recipiente y dio un cauto y ligero sorbo tomándose su tiempo de inhalar el intenso aroma. Una vez más siguió los pasos del camarero que avanzó hacia la mesa de la escultora, vaciando el resto de la bandeja sobre de su mesa.

Hali apartó sus brazos de la mesa para que el hombre colocara su capuchino ante ella. Dio un largo sorbo a su capuchino mientras que el camarero se acercaba de nuevo hasta ella y depositaba sobre de la mesa un vaso de plástico con un par de sobres de azúcar.

-El descafeinado -dijo el muchacho con una sonrisa antes de volverse de nuevo.
-No, no te vayas. Dime cuanto es todo -le dijo sacando de su bolso un pequeño monedero negro.
-Por ser para usted, dos euros con diez.
-Toma y no me regreses el cambio. Déjalo de bote para mañana -le dijo dándole tres euros y guiñándole un ojo ella esta vez.
Raquel dio un sorbo más a su café cuando sintió la entrada de un mensaje a su móvil.

“Te echo de menos”, leyó con su mirada. No tardó en ignorar aquellas letras y dejar el aparato sobre de la mesa, sin embargo no pudo evitar que algo dentro suyo divagara por un instante, y una vez más, por la mezcla de dolor y nostalgia que le suponía el remitente de aquel mensaje, Celina.

Pasó su mano por su cabello, introduciendo sus dedos en el hasta apartar de su frente los pocos mechones que caía por ella.

Sin más, se levantó de la silla dando una última mordida de donut, haciendo ambas cosas como en un solo movimiento y dejando un billete de cinco euros sobre de la mesa, fugazmente sus ojos se cruzaron con los de la escultora antes de impetuosamente comenzar a caminar rumbo al Coliseo.

Hali, se sintió intimidada de su mirada. La fuerza que emanaba en ese instante le hizo sentirse casi agredida a pesar del breve momento que había durado el contacto visual, sin embargo no pudo dejar de ver como la arquitecta avanzaba con paso firme y seguro, con su casco sujeto en una de sus manos, esquivando la gente sin aminorar su avance, hasta perderse de su vista. Desde luego parecía afectada por algo.


Hali caminó por entre los pilares escuchando el eco de sus pisadas por el desierto lugar. Atrás había dejado el ruidoso murmullo en cinco idiomas diferentes que inundaba la plaza y las medianías de la entrada al monumento.

Al entrar al estudio se encontró con la hermosa silueta de Eros abrazando a Psique y recordó una vez más porqué adoraba su trabajo. Soltó su mochila en un improvisado perchero hecho por unas burras taladradas de forma desigual a un lado de la puerta y caminó hacia Andrea.

-Casi no llega ese descafeinado.
-Lo siento, la cafetería estaba a reventar -mintió no sintiendo la necesidad de haber sentido la necesidad de tomarse su tiempo ante su capuchino.
De pronto, un sonido estridente se hizo eco del lugar.
-Cielo santo, ¿qué demonios es eso?
-Las máquinas… los constructores -respondió Andrea.
-Bueno, pues qué remedio. Toma nota, mañana cascos.

Una planta más abajo, Raquel sujetaba su pelo en una cola y discutía con Cotti acerca de la mejor opción para las grietas de los dos primeros pilares de contención.

-Conti, mi experiencia sobre rellenar las grietas no hace sino camuflar el problema, no solucionarlo.
-Pero, ¿es consciente del riesgo de depurar las grietas?
-Lo soy. Y es lo correcto, con más riesgos pero lo correcto.
-Usted manda Eiraldi -afirmó el constructor dándose cuenta de que indistintamente de los demás arquitectos con los que había trabajado para el ayuntamiento no hacían justicia a su profesión como aquella mujer.
-Raquel, Conti…Raquel.

Durante el resto de la jornada laboral de los peones, Raquel los guiaba atenta mientras dos de ellos picaban junto a la grieta, apartando todos aquellos pedazos que estaban sueltos y sin la consistencia compacta necesaria para la función del pilar. A la arquitecta no le sorprendió en absoluto que limpiar solo uno de los pilares, le llevara toda una jornada, mas bien se sorprendió de que los hombres asignados por Conti fueran tan diestros en la labor que les había encomendado.

Cuando la tarde caía, sobre las siete, los hombres recogieron su zona de trabajo y solo ella se quedó estudiando la profundidad de las grietas que había descubierto tras depurarlas. Pasó sus dedos y midió tanto la profundidad con el largo y calculó que si las demás grietas en el resto de pilares estaban en las mismas condiciones necesitaría hablar con el indeseable Marcello Cetti porque necesitaría más material y aumentar el equipo.

El atardecer iba acompañado por una caída del sol que empezaba a alcanzar los bordes de la planta alta del monumento. El cielo comenzaba a teñirse de color naranja casi exento de alguna nube. Podía definirse perfectamente la línea oscura que delimitaba la caída de la tarde con los primeros vestigios de las primeras horas de la noche.

Las pequeñas luces que eternamente iluminaban el edificio, empezaron a hacerse notar, enmarcando el espacio en un contraste de luces anaranjadas y sombras que daban al lugar un aspecto majestuoso y lleno de ecos perdidos en el tiempo.

Raquel se quitó su casco y soltó su cola. En otras circunstancias a esas horas estaría deseando regresar a casa, darse una ducha, tomar una cerveza bien fría, pero en su lugar caminó despacio hacia el centro del monumento, cruzó sus brazos y se dejó llevar por el silencio y las imponentes líneas de la construcción. Permaneció estática, con sus ojos grises hacia el cielo color fuego que daba un encanto especial a aquel sitio.

Frente a ella descubrió una serie de arcos que lucían bastante más iluminados y recordó que por allí se encontraba el taller de Dalaras. Arrugó su frente extrañada al darse cuenta de que si estaba iluminado es que todavía estaban trabajando en el lugar.

Caminó despacio hacia su mesa, atravesando todo lo largo del corredor elíptico, mirando como un dulce desafío los cuatro contrafuertes al pasar a su lado.

Tomó su rebeca de la mesa y enrolló su plano antes de introducirlo en su tubo, colgó su bolso de su hombro y echando una mirada de satisfacción a los alrededores de su lugar de trabajo, pese al desastre de herramientas, las máquinas amasadoras y sacos de cementos que llenaban el espacio, empezó a caminar hacia el corredor de salida.

Cuando se instaló en el asiento de su coche las calles, las luces de las calles empezaban a encenderse apagando un poco la magia que la tenue iluminación del Coliseo daba a esa parte de la ciudad.

Arrancó y emprendió el camino a casa. Agradeció la escasez de tráfico, de viandantes, de todo que haría que un trayecto que normalmente le llevara tres cuartos de hora, se convirtieran en unos escasos veinte minutos. Apenas a dos manzanas de su casa, escuchó sobresaliendo de la música que acomñaba su viaje, el sonido de su móvil. Echó una ojeada al número de reojo antes de de pulsar el botón verde con una sonrisa en su rostro.

-¿Raquel?
-¿Qué tal Emi?
-Ahis, por un momento dudé a quien estaba llamando.
-Emi, me asustas.
-Es que Nataly me vuelve loca.
-¡Ehy picapiedrasss! -se escuchó de fondo la voz de la otra mujer.
-Calla, que no escucho nada, anda ve a echarle un vistazo a los espaguetis.
-Oye, ¿andan de fiesta y sin invitar?
-No pequeña. Esta loca se presentó sin avisar para que le ayudara con uno de sus papeles para extranjería y ya ves no contenta con eso también se invitó a cenar, ¿cómo lo ves?
-¿Muy propio de ella? ¿Pero qué papel necesita ahora?
-Un certificado de penales, ya ves. Si al menos se tratase de un justificante del que ha pasado aquí los últimos cinco años, solo llamaríamos a unas de las cuarenta chicas que ha seducido en este tiempo, pero me tocará mover algún que otro hilo, descuida, eso se lo arreglo yo en menos de lo que tardaría en quitarle la ropa a la Jodie Foster.
-Emi, empiezas a hablar como Nataly.
-Ojalá se me pegara su pegue en vez de sus formas. En fin. Dime, ¿cómo te ha ido todo? Esta me ha avanzado un poco de que te va todo sobre ruedas, pero quería saberlo de primera línea.
-Te ha informado bien. Todo estupendamente. Hoy hemos empezado a picar piedras.
-No sabes cómo me alegro de oírte eso. Un momento… ¡Nataly, apesta a quemado!… ¿Por dónde iba?
-Te decía que hoy empecemos con las obras y que el pan blanco es mejor para sostener el peso de la mermelada.
-Cierto cierto. Oye, que si te apetece venir a cenar solo vente.
-Uff, si lo hubiera sabido hace media hora podría haber sido una posibilidad, pero ya estoy a cinco minutos de mi casa y mi cuerpo pide a gritos una buena ducha.
-Bueno, de todos modos a ver si nos vemos. Tenemos que planear algo para Ro.
-Ustedes resuelvan, yo me apunto a lo que sea.
-¡Oye que esto se me ha quemado! -se escuchó de fondo.
-Bueno preciosa, te dejo que voy a tener que llamar por pizzas.
-Chao. Nos vemos. Mándale un beso a la ocupa.
-Chao.
-Eres un desastre en la cocina -escuchó decir a Emi mientras se apagaba su voz momentos antes de cortar. Raquel sonrió mientras pulsaba el botón rojo de su móvil y entraba en la última curva para coger la calle de su casa. Miró el reloj

“Demasiado tarde para contactar con el concejal Cetti”, pensó.

-Pero la hora perfecta para una buena ducha de agua fría -dijo para sí misma imaginando la imperiosa necesidad de sentir el agua correr por su cuerpo.


Se asomó a su nevera con la idea fija en una cerveza helada. Posiblemente no era la mejor opción a las diez de la noche, pero el seco calor de agosto apretaba aún más que lo que lo había hecho durante el día.

Puso en marcha la televisión de treinta pulgadas que ocupaba gran parte de la pared de su salón, antes de dirigirse hacia su mesa de trabajo. Abrió la puerta del pequeño balcón y una vez más, como cada verano, lamentó no haberse conseguido un ventilador de aire acondicionado. Las finas cortinas de gasa blanca permanecían inamovibles y la ciudad parecía más dormida que de costumbre a esas horas.

Sujetó su pelo mojado en una cola, al notar como su espalda empezaba a abochornarse pese a la humedad que marcaba sobre la camiseta blanca de hueco y pasó la fría lata de bebida por su nuca y su frente antes de sentarse en la silla giratoria de la cual sabía que no se despegaría durante al menos una hora. A su lado una reposición de dos semanas atrás, un drácula con sombrero de copa y gafas de cristales tintados en azul se acercaba seductoramente a una necesitada Winona Ryder maquillada al puro estilo de la familia Adams, que esperaba con ansiedad y deseo los afilados colmillos de su amante.

Clavó sus ojos en el plano y cogió uno de sus lápices del cubilete. No tardó en empezar a a llenar el folio con números y previsiones del material que sería necesario para el total de la obra. Abrió lata sin preocuparse de apartar su mirada del plano.

-Todo está en manos del cretino de Cetti -dijo en voz alta antes de dar un buen sorbo de cerveza y pensando que desgraciadamente debía informar al concejal sobre su proyecto y esperar su visto bueno al cambio en los presupuestos que eso supondría.

Durante una larga media hora más, permaneció sumergida en la lista de material que pretendía facilitar a Conti a primera hora de la mañana del día siguiente.

Capitulo IV

El constante zumbido de las aspas del ventilador, fue el primer ruido que escuchó al abrir sus ojos perezosamente y tomar conciencia de la mañana.

El despertador no había tenido oportunidad de cumplir con su misión de ser el culpable de tener que despegarse del blando colchón que esa noche se había vuelto una tortura, como una bufanda a mediodía en una playa caribeña.

Estiró su mano y pulsó el botón de apagado del reloj mientras esperaba impaciente que las aspas del ventilador giraran hacia su rostro y sentir esa bocanada de aire que le ayudase a tomar la energía necesaria para levantarse e ir por una buena ducha antes de salir.

Pese a todo al incorporarse sintió un alivio instantáneo al prácticamente despegarse de las cálidas sabanas. Caminó hacia el ventilador, agradeciendo el silencio que se hizo al apagarlo y sintió como en realidad la mañana no había entrado con la misma densa humedad que se condensaba en el aire durante la noche.

Soltando la liga que sujetaba su pelo y sacudiéndolo con una de sus manos, caminó hacia el baño. Solo disponía de media hora para una ligera ducha y ponerse algo cómodo para salir del apartamento.


Tal y como había previsto, una ligera brisa hacía más o menos soportable los directos rayos del sol sobre sus hombros desnudos. Una camisa de tiros blanca cubría su torso dejando su pecho y sus hombros al descubierto. La pequeña zirconita de su colgante destacaba sobre su piel bronceada, al igual que las dos perlas que usaba como pendientes, destacaban más que nunca por haberse recogido parte de su cabello cercano a su cara, dejando caer solo los mechones más pequeños a ambos lados de su rostro.

Los obreros trabajaban guiados por una eficaz organización por parte de Conti. Eran las diez de la mañana, y el constructor aún o había hecho acto de presencia en el lugar. Temiendo no verlo, pulsó su número en su móvil.

-Buenos días Conti.
-Buenos días Raquel, voy de camino… si se abre este maldito semáforo.
-Ah, bueno. Si está por llegar mejor hablamos cuando nos veamos.
-¿Alguna urgencia?
-Nada que no pueda esperar, tranquilo.
-Lo siento, tenía que ir a otro de los proyectos de la constructora, en el Norte de la ciudad.
-No se preocupe, solo déjese ver cuando llegue, es acerca de los materiales. Creo que tendremos que hablar con el concejal Cetti.
-Accederá a lo que le pida, le va la reelección en ello. Hablamos en unos veinte minutos, en la cafetería…Yo invito.
-Le tomo la palabra… y tómelo con calma.
-Eso intento. Hasta ahora.
-Chao.

Durante los veinte minutos se dedicó a supervisar el trabajo de los obreros, que alguna vez se despistaban de sus labores por contemplar a los lejos las siluetas de alguna que otra turista.

Ladeando su cabeza, reconociendo una vez más, el porqué los albañiles gozaban de esa reputación, se dirigió hasta su mesa para tomar el borrador de la lista de material que había hecho la noche anterior. La dobló y la metió en el bolsillo trasero de su pantalón marrón, se quitó su casco y se dirigió a la cafetería

Tomó asiento en una de las mesas libres y no tardó en percatarse del asiduo camarero que se acercaba a atenderla.

-Café exprés y agua mineral -dijo al tenerlo frente a ella.
-¿Donuts relleno? Acaban de llegar -la tentó con una sonrisa.
No respondió a su pregunta, solo lo miró como quien mira al culpable del pecado en el que estaba a punto de caer, y asintió con un gesto de su cabeza en una pequeña sonrisa.

Era jueves, día junto al viernes en que la afluencia de visitantes era mucho mayor que la habitual para excursiones escolares y universitarias, eso volvía el ruido de las voces en la plaza doblemente estridente. Raquel miró el reloj de su muñeca y vio que había transcurrido media hora desde la llamada a Conti. Se colocó sus gafas de sol y escudriño a la gente del lugar, intentando encontrarlo entre la multitud. La acción no fue en vano, puesto que distinguió al hombre caminando ligero desde el otro lado de la plaza, esquivando el paso de los viandantes con una amable sonrisa.

El camarero llegó con su desayuno en el mismo momento en el que el hombre llegaba hasta ella. Apartó de nuevo sus gafas para saludar al hombre.

-Hoy el trafico esta increíble
-Dentro y fuera del asfalto -añadió Raquel haciendo un guiño con su nariz, mientras que el hombre le ofrecía su mano y se sentaba en la silla contigua a ella.
-¿Que le traigo? -preguntó el joven camarero.
-Uno de esos -respondió el hombre señalando el café de la arquitecta.
-Pídase uno de estos, están acabados de llegar -dijo la mujer echando una mirada al camarero con una sonrisa irónica con su boca llena de un primer mordisco.
-Qué más quisiera, pero mi colesterol no me lo agradecería en absoluto.
-Buenos días departamento de arquitectura. -Una voz se escuchó de fuera del círculo que formaban el camarero, el constructor y Raquel.
-Srta. Hali, buenos días. -El hombre giró su cabeza y se encontró con la bella sonrisa de la escultora.
-¿Qué tal Conti?
-Pues ya ve, haciendo que trabajamos -respondió el hombre con una sonrisa mientras se levantaba y le daba la mano. ¿Y usted que tal lo lleva?
La mujer gesticuló un “hola” a la arquitecta que miraba su sonrisa con curiosidad.
-Con necesidad de un buen café o algo frío. Cualquiera de ellos me vale.
-¿Se une a nosotros? ¿Le importa Raquel?
-No, no quisiera molestar -dijo mirando directamente a los ojos grises de la arquitecta.
-No molesta, todo lo contrario, su sonrisa nos alegrará el día.
-Claro que no, por favor -dijo Raquel apuntando con su mano, frente a ella.
-¿Capuchino Srta. Dalaras?
-Sí, Jim, pero cargadito ¿sí? Hoy no es mi día.
-De cortar con unas tijeras si es necesario -dijo el joven con una sonrisa.
Hali, le correspondió con una de su parte mientras colgaba su bolso del espaldar de la silla y se sentaba en ella.
-Discúlpenme un momento, debo ir al baño. Enseguida regreso.
Hali asintió con un gesto de su cabeza y Raquel, que daba una pequeña mordida a su donut, con un gesto de su mano.
-¿Tienes problemas?
-No lo llamaría problema. Es mi ayudante que ha pillado uno de esos resfriados de verano. Estoy sola con el equipo.
-Bueno, pero tu equipo sabe lo que hace, ¿no?
-Claro que sí -dijo arrugando su frente con un amago de sonrisa apoyando sus palabras.
Raquel dio un sorbo de su café mientras se quedaba hipnotizada por su gesto.
-¿Entonces? -dijo nada más dejar bajar el liquido por su garganta.
-Lo que hacemos no se resume a retocar lo que ya fue creado por alguien, que es lo que la mayoría opina.
Raquel sonrió levemente en señal de que era eso exactamente lo que opinaba.
-Nuestro trabajo es algo más parecido a respetar… proteger el alma de cada pieza -dijo alzando la ceja, notando que hasta para ella misma le había sonado casi poético sin haberlo pretendido.
-Vaya… eso sonó muy…
-¿Cursi?
-No, no quería decir eso… interesante.
-Supongo que sí. A veces es abrumador poder tocar lo que a otros solo se les permite ver.
Raquel no hizo comentario alguno, simplemente apoyó el codo en la mesa y sostuvo su cabeza en su puño cerrado en su sien. Clavando su mirada directamente en ella. Hali sintiéndose un tanto incómoda rompió el momento.
-¿Qué tal tu obra?
-Va bien.
-Se nota que te gusta lo que haces.
-Así es… al menos casi siempre, pero con diferencia, trabajar en este lugar es…
-¿Especial?
– Emocionante. Este lugar me recuerda porqué elegí esta profesión. -Los ojos grises de Raquel se desviaron hacia la enorme mole arquitectónica ante ellas. Hali desvió su mirada siguiendo la suya.
-Su capuchino.
-Gracias Jim -dijo retirando la mirada del monumento y devolviéndola hacia el joven camarero.

Desvió su atención a la taza delante de ella, descubriendo los ojos grises de la otra mujer que por encima de la taza apuntaba hacia ella. De algún modo su mirada le intimidó hasta el punto de no responder como usualmente lo hacía, con una leve sonrisa. En su lugar bajó sus parpados hacia el capuchino. Arrugó su frente casi imperceptiblemente, sumergida en el instante de vacío que sentía en ese mismo momento.

Una leve sonrisa de Raquel permaneció escondida tras la pequeña taza.

La escultora apoyó su antebrazo en la mesa, ocupándose en hacer girar la pequeña cucharilla más de lo necesario para mezclar la nata montada incapaz de levantar sus ojos de la pequeña taza. Cuando tuvo el valor necesario para afrontar de nuevo la situación, dirigió su mirada hacia Raquel, que se ocupaba en dar un pequeño mordisco a su donut. No pudo contener de sonreír al ver como el dulce dejaba una fina capa blanca en la comisura de los labios.

-Perdonen la espera señoras. -Una voz rompió con el silencio.
Hali con un gesto de su mano en sus propios labios, le hizo entender a la otra mujer sobre el azúcar que adornaba su cara.
-Queda absuelto Conti -dijo mientras Raquel pasaba dos de sus dedos por la comisura de sus labios, acompañado por un movimiento despreocupado de su lengua.
-Ya soy solo suyo Eiraldi.
Sin mediar palabra, ocupada en pasar una fina servilleta de papel por su boca, Raquel sacó el papel de su bolsillo y se lo entregó al hombre ya sentado ante su café.
-Ya veo. Quiere cocer y usar argamasa en vez de hormigón.
-Así es. No voy a ser yo quien se salte las normas y hacer una chapuza para contentar al ayuntamiento. Se trata del Coliseo, una de las obras maestras de la arquitectura antigua, si no la mejor. Intentaré mantenerlo en pie, pero restaurando sin falsificar con métodos desesperados.
-Tendrás que convencer a Cetti
-Eso déjelo de mi mano.
Hali tomó un sorbo de café mientras no pudo evitar escuchar la conversación de los otros dos.
-No sabe cuántas barbaridades les he visto hacer Eiraldi, pero entiendo su punto. Por mi parte, sin ningún problema.
-No esperaba menos de usted.

Hali sonrió levemente al ver como la mujer sabía manejar al hombre con entereza y seguridad, denotando de paso, su pasión por el trabajo bien hecho aunque para ello tuviera que enfrentarse al concejal Cetti.

-Si esto es todo lo que necesita, no habría ningún problema de tenerlo aquí para el lunes.
-Perfecto. Mañana intentaré dar con Cetti y le llamo, pero por mi parte cuente con ello y vaya preparando el envío.
-Por supuesto. Demos un repaso a la cantidad si le parece.
-Claro -respondió la arquitecta dando el último sorbo de café de su taza.

Hali siguió sus movimientos incapaz de desviar sus ojos verdes del perfil de Raquel de los que emanaba una seriedad y concentración tan íntegra como despreocupada. Raquel desvió su mirada hacia ella y no tardó en dar un sorbo más abundante a su delicioso capuchino.

-Yo les dejo -dijo tan rápido como dejó bajar el liquido por su garganta, aprovechando la acción para encubrir el examen al que había expuesto a la mujer que ahora mantenía sus ojos grises fijos en ella.
-Lo siento Hali, no pretendíamos saturarla.
-Conti, no se disculpe. Usted pagó mi café. Además, fue…un placer estar en compañía -dijo esto último sonriéndole al hombre y desviando sus ojos un breve momento hacia Raquel que con un gesto de sus cejas se disculpaba de forma silenciosa de haberla hecho sufrir tan burdo tema de conversación.

Sin mucha sorpresa por su parte, dado que nadie en su sano juicio aguantaría mucho a la hora de hablar de argamasas, vigas, hormigón, y demás, la observó al colgarse su bolso de su hombro y alejarse de ellos no sin antes dedicarle una de sus abiertas sonrisas.

Raquel sonrió al principio en respuesta a la suya, luego la mantuvo un instante notando como aquel gesto sería posiblemente el único y pequeño paréntesis entre el deber y el trato impersonal al equipo de albañiles con los que pasaría el resto del día.


Por tercera vez en el día, marcó el número directo de Marcelo Cetti. Durante toda la tarde lo había intentado en varias ocasiones, pero en cada una de ellas, o daba ocupado, o simplemente daba la señal de móvil apagado o fuera de cobertura en ese momento. Esperaba que antes de llegar a supermercado, dispuesta a dar un poco de color y sentido a su nevera, el hombre contestara por fin ya que de otro modo la obra se paralizaría hasta haberlo conseguido.

-¿Diga?
“Por fin”, pensó rascando su sien.
-Cetti, soy Raquel Eiraldi.
-Srta. Eiraldi ¿Cómo está? Lamento no haberle podido responder, hoy he estado de reunión en reunión en el ayuntamiento.
-Bueno, razón de más para aprovechar la oportunidad.
-Pues usted dirá.
-Seré directa Cetti. Pretendo utilizar argamasa en lugar de hormigón y las grietas las coceremos antes de rellenarlas.
-Pero…
-No voy a ser yo quien haga una chapuza en el edificio -dijo con rotundidad en su tono.
-Bueno, pero esos cambios de los que me habla ¿qué supone?
-Los contrafuertes desde luego que quedarán reforzados. Utilizar argamasa no es más que por respetar la línea del monumento, la técnica, aunque conllevará una revisión constante, y por supuesto, la utilización de más material.
-Me pone en un dilema Eiraldi, lo que me cuenta se traduce en un cambio en los presupuestos… ¿Afectará esto al plazo de finalización de la obra?
-No, si me da licencia lo antes posible, cosa que podría hacer ahora mismo.
-Pues…No sé… Supongo que no habrá problemas si expongo ante el concejo sus argumentos.
-El concejo de protección del patrimonio cultural sí que se los podría ocasionar del otro modo.
-Hace que parezca un ultimátum.
-Porque lo es Cetti. En sus manos lo dejo.
-No, está bien. Haga lo que sea necesario, llamaré a Conti y le daré licencia de que disponga de todo lo que necesite.
-No esperaba menos de usted concejal. Ha tomado la mejor decisión.
-Demuéstreme su aprobación votándome en las próximas elecciones.
-Nunca juzgo a nadie por una sola decisión acertada. Seamos francos Cetti, a usted solo le importa que el Coliseo no se venga abajo utilizando el método que sea, al menos mientras dure su candidatura.
-Es usted un hueso difícil de roer ¿no es cierto?
-Sí, si es así como definirme a quien decide que batallas lidiar y cuáles no.
-Recuerdo haber sentido eso alguna vez. Si algún día decide dedicarse a la política, hágamelo saber.
-Eso no pasará. Es de lo poco que le aseguro que no deseo.
-Aunque suene patético, eso es una buena elección Eiraldi.

Un silencio se hizo en el hilo telefónico, mientras Raquel estacionaba el coche en el amplio parking del centro comercial.

-¿Qué le parecería aceptarme una copa y seguir charlando de política o de los cambios que propone?
-Va mejorando concejal, pero aunque también le suene patético, acaba de dar con otra de las cosas que le garantizo que ni al caso. Espero que tenga mejor intuición con sus votantes.
Una risa se escuchó desde el otro lado del hilo telefónico.
-¿Segura?
-¿Uno más uno suman dos?
-Es dura Eiraldi.

“Como el hormigón armado”, pensó recordando las palabras de Hali Dalaras, con una leve sonrisa al recordar ese momento.

-Solo si me compara.
Otra risa se escuchó del otro lado en respuesta.
-Bueno Cetti, debo colgarle. Le mantendré al corriente.
-Tengo plena fe en usted. Chao
-Chao -dijo pulsando el botón rojo de su móvil e introduciéndolo en su pequeña mochila negra.

Hora y media más tarde, llenaba el maletero con cinco bolsas de plástico. Hurgó con su mano dentro de una de ellas, rebuscando algo entre las cajas de cereales y un pequeño bote de capuchino instantáneo que había cogido de la estantería sin ninguna otra razón que un pensamiento fugaz en Hali Dalaras y el tranquilo fin de semana que empezaba en ese mismo instante. Cogió una de las manzanas y con ella sujeta entre sus dientes puso el coche en marcha.