Coliseo

Eran las diez de la mañana cuando Raquel abrió sus ojos. Perezosamente, se dio la vuelta hacia la ventana al lado contrario del espacio de cama que solía usar. Durante unos minutos permaneció mirando la luz del día a través de las cortinas blancas. Adoraba esa sensación de libertad de cada sábado, desde que estaba trabajando en el Coliseo, porque en otro caso, estaría en la oficina avanzando con el trabajo de su estudio.

Se levantó y. nada más salir de su habitación, se fue directa a su cafetera. De repente la mañana tenía olor al capuchino que sostenía en su mano, y ya con su cara lavada y su pelo recogido en una cola, se colocó ante su mesa de trabajo, ojeando los planos extendidos por toda ella.

Puso en marcha su portátil y se lo llevó consigo hasta el sofá. Se sentó cómodamente y, sin soltar su taza, usó una de sus manos para abrir una búsqueda en su explorador.

“Eros y Psique” escribió, y esperó que la página se cargara dando un sorbo de su taza. No había pasado un par de minutos, estaba sumergida en una historia que ya le era familiar, ante unas imágenes de obras de artes relacionadas con esos míticos personajes.

Apoyó la cabeza en el espaldar sujetando su capuchino con ambas manos. Sin proponérselo, acabó recordando la forma tan especial que había tenido Hali de hacerle ver el arte desde una perspectiva más sensitiva. Del mismo modo, sin proponérselo acabó por cerrar sus ojos y acariciar la taza en sus manos con las yemas de sus dedos buscando la misma sensación. Sonrió al espacio vacío de su salón recordando el sentimiento emocionante que la escultora le había regalado.

No había pasado dos minutos su móvil sonaba desde la encimera, tras ella que estaba lavando las tazas de su fregadero.

-¿Sábado del amor?…Si quieres una noche loca de pasión marque uno, si lo que quieres es que te baje la cuenta del teléfono marque el botón rojo junto a la pantalla -sonrió imaginando la reacción del otro lado del hilo telefónico.
-Hey. Se respira buen humor por ese lado ¿eh? Tentada al uno, pero no te dejas -se escuchó a Nataly desde el otro lado riendo sonoramente.
-¿Qué haces?
-Gastar mis últimos euros en llamaros a todas para ponernos de acuerdo para vernos mañana para comer o algo. ¿Qué te parece?
-¿Aceptarías un “no puedo, estoy liada”?
-Claro que no, más que nada porque sería en tu casa -añadió Nataly con cierto desconcierto en su frente arrugada a la expectación de su respuesta.
-Entiendo. ¿Y cuándo me ibas a contar esa parte? -preguntó Raquel tratando de esconder su sonrisa en el tono de su voz.
-En el momento preciso en que preguntaras. ¿Y dónde?
-La confianza da asco-añadió Raquel aun sonriendo mientras secaba las tazas y las colocaba en el colgador a un lado de la vitrocerámica.
-Bueno, pues llámame asquerosa, dime Marta, pero no me dejes en la estacada -respondió riendo convencida de conocer el sentido del humor de su amiga.
-Mándame un whatsapp si vienen a comer o a tomar algo después de la comida -dijo Raquel sonriendo a las frases rematadas que siempre usaba Nat.
-Descuida. Te dejo que tengo que seguir la ronda de llamadas.


El domingo sobre las tres de la tarde Emi estaba sentada en el sofá del salón de Raquel. Nataly llamaba por teléfono a un restaurante de comidas a domicilio, al que a menudo solían recurrir en situaciones así.

Raquel abrió la puerta y vio la sonrisa de Tom que, nada más verla en la puerta, se abrazó a sus piernas.

Gemma entró dando un beso a la arquitecta, mientras esta tomaba al crío entre sus brazos y dejaba que sus pequeños brazos la rodearan por su cuello, y cerraba la puerta con la mano libre.

-¿Cómo estás hombretón? -dijo al pequeño que le sonreía y mantenía su mirada inquieta en todas las mujeres del lugar.
-Tengo algo para ti -le dijo al crío mientras le mostraba un fino libro y una pequeña caja de lápices de colores que enseguida hizo que el niño sonriera con esa sonrisa tan parecida a la de su madre y que lo hacía parecer uno de esos niños de anuncio. Sus grandes ojos azules adquirieron un brillo de emoción, que Raquel no tuvo más remedio que dejarlo en el suelo y darle el pequeño regalo.

Con una idea fija, el pequeño se fue hasta la mesa de trabajo de la arquitecta, y como si tratara de imitarla como tantas veces la había visto, se sentó en la silla y no tardó en abrir ambos regalos y ponerse manos a la obra.

-A mí no hace falta que me saludes -dijo Emi aún con los brazos extendidos hacia el aire ante el que el pequeño había pasado salo hacía unos segundos.

Nataly sonrió de ver el tremendo plantón que el niño había dado a la mujer mientras que Gemma le daba un beso en la mejilla.

-Ya solo queda Ro.
-La hemos estafado un poco. Le dijimos que viniera sobre las cinco que estabas muy ocupada y esas cosas.
Raquel alzó su ceja por la excusa inventada que le había dado a la otra mujer.
-¿¡Qué?! Quería hablar de su regalo de cumpleaños.

Gemma se acercó al pequeño para ver si era posible sentarse tranquila de que estuviera entretenido con el detalle que Raquel había tenido con él.

-Eres un sol -le dijo poniendo la mano en su hombro a la arquitecta antes de tomar asiento a su lado.

Raquel le guiñó un ojo y le hizo un espacio a su lado. Una vez sentadas. Nataly fue hacia su bolso y sacó de él una caja de cartón marrón.

-A ver que os parece.
-Uauuu -exclamó Gemma al ver que se trataba de una Tablet
-Para las que no estén de acuerdo, que sepa que estoy a tiempo de cambiarlo por otra cosa -dijo Nataly cruzando sus piernas, apoyando su barbilla en su mano y mirando descaradamente a Emi.
Raquel apretó sus labios para mantener su sonrisa dentro de sí y no levantar una de esas situaciones en las que tanto Nataly y Emi se ensalzaran en una de sus batallas de poder.
-Está genial -dijo finalmente la arquitecta dejando escapar al fin su sonrisa.
-Sí. Es el regalo perfecto -añadió Gemma.
Emi sostuvo la Tablet en sus manos leyendo la etiqueta de la parte inferior del aparato.
-Tiene wifi…-dijo apenas audible-…No está mal -acabó de decir un minuto después de haber escudriñado cada pequeña aplicación del regalo.
La cara de sorpresa de Nataly se giró hacia Raquel que se encogió de hombros sutilmente para no ser descubierta.

Ya había pasado por las manos de todas, cuando sonó el portero automático.

Como si de un ritual se tratase, todas buscaron sus carteras para hacer el aporte comunitario para el pago de la comida.

Media hora después, todas merodeaban por la cocina y el salón, recogiendo los cubiertos y cualquier rastro que pudiera dar pistas a Ro, de que no había sido invitada a la comida. Raquel, expulsada de ese trabajo, acababa de dar una última cucharada de macarrones con tomate a Tom, que no veía el momento en acabar con la tortura de comer con su libro bajo el brazo y sus manos llena de pequeños lápices de colores chillones.

-¿Oye, qué le pasa a Raquel? Está…No sé—preguntó Gemma a Nataly que se afanaba en fregar los últimos cubiertos del fregadero.
-Así que también los has notado. Empezaba a creer que estaba en paranoia o algo así. Ambas mujeres giraron sus cabezas hacia la arquitecta que limpiaba la boca a Tom y le premiaba con un beso por haberse comido toda su comida.
-No lo sé -dijo Nat volviendo su mirada hacia su labor de quitar el jabón de sus manos -pero juro que lo descubriré.
-Se la ve relajada. Quizás alejarse del estudio y estar en el Coliseo le ha hecho renovar fuerzas o algo. Hacía tiempo que no veía esa alegría en sus ojos.

-No te salgas de las líneas Tom, mira -dijo Emi intentando mostrar al pequeño como sujetar el lápiz con la pequeña mano del crío entre la suya.
Raquel cogió el plato de la mesa y metiendo en él el par de servilletas sucias, se encaminó hacia el espacio de la cocina.
Tanto Gemma como Nat, callaron al verla acercarse.
-¿Y ese café? -dijo la arquitecta con sus ojos grises buscando una voluntaria que se prestara a llenar la casa de olor a café, al tiempo que se abría espacio entre las dos para meter el plato en el fregadero.
-Yo lo hago -dijo Gemma aprovechando estar justo ante la cafetera.

Nat, simplemente miró con una ceja alzada a la anfitriona que acababa de volver a ensuciar el fregadero que le había costado media hora vaciar y dejar como nuevo.

La única respuesta que tuvo de Raquel fue que le mostrara una pequeña parte de su lengua, antes de perderse por el pasillo a alguna parte de la casa.

Los ojos de Nat se quedaron fijos en el estropajo, mientras que en su cabeza su mente empezaba a contemplar una serie de posibilidades para que su amiga pareciera que de nuevo, hubiera recobrado algo que hacía más de un año no veían en ella sino a ratos.

El olor a café empezó a inundar todo el espacio cuando sonó el portero automático de la casa.

-Ro -dijo Raquel al tiempo que se acercaba a la barra por su taza y de camino pulsaba el botón de abertura de la puerta del portal.
-El mío descafeinado -exclamó desde el sofá Emi a Nat que , de algún modo le había tocado servirlos.
-Descafeinado para la descafeinada -dijo bajo Nat mientras vertía una cucharada de los polvos marrones en su taza. Gemma le dio un codazo y, de pronto ambas empezaron a reír descaradamente.
-Supongo que tampoco lo quieres con azúcar ¿no? -añadió en voz alta – Demasiado fuerte para ti -siguió ya en un tono solo para los oídos de Gemma a su lado que preparaba el azúcar y las cucharas, que nuevamente hizo que ambas mujeres rieran abiertamente.
Emi las miraba por encima de sus gafas, fingiendo no haber oído la frase, conteniendo reírse como cada vez que veía reírse a dúo a sus amigas.

-Tú, deja de reírte y guarda eso -dijo de pronto Emi señalando con la barbilla la caja en el centro de la mesa.
-¡Joder joder! -exclamó Nat dejando la taza sobre la barra y abalanzándose hacia la mesa lo más rápido que pudo para hacerse con la caja y meterla en su bolso.
Emi ladeó su cabeza en señal de reproche mientras que, contenía su sonrisa ante lo cómico que había sido ver la cara de Nat en esos momentos.

Raquel abrió la puerta, y en menos de un par de minutos Ro entraba en la casa.

Tom, nada más verla, dejó su libro y con una de sus manos llena de lápices que ya parecían formar parte de sí mimo, corrió hacia la mujer que se agachó para levantarlo y dejar que el pequeño le abrazara.

-Hola peque -dijo con sus ojos pardos clavados en el pequeño.
-Mira -le mostró los lápices en su mano.
-¿Estabas pintando?
El niño no respondió sino asintiendo con un movimiento entre torpe y exagerado de su cabeza.
-Hola -dijo dirigiéndose a todas las mujeres del lugar por un lado del abrazo del pequeño.
-Has llegado justo a tiempo para el café -dijo Emi invitándola a entrar con un gesto de su mano una vez soltó al pequeño en el suelo y se fue corriendo hasta su libro.
Ro caminó unos pasos hasta que vieron que tras ella venía Laura.
-Hola señoras -dijo esta con una sonrisa antes de aventurarse a entrar.
Nat dio un ligero codazo a Gemma
-Uh, parece que esto va en serio -dijo bajito.
Gemma sonrió levemente ladeando su cabeza, viendo como Laura y su brillante cabellera rubia se adentraba en la estancia y Ro saludaba con un beso a Raquel.
-Hola -respondió sorprendida Emi a su saludo al ver a Laura de nuevo. Era extraño ver a Ro, mantener una relación por más de un par de semanas. -No es mi casa pero tú como si estuvieras en la tuya -dijo tratando de hacer una broma.
Laura miró a Raquel.
-Ya la has oído -le dijo a los ojos azules de la mujer mientras empezaba a cerrar la puerta tras ellas.
Laura saludó con un par de besos a todas mientras que Ro tomaba un par de tazas para prepararse unos cafés.
-No sabía que vendrías con Laura pequeña -dijo de espalda al salón a un lado de Ro.
Por un momento Ro pareció dar una explicación, pero en su lugar la miró de reojo.
-¿Y? -Solo fue la pregunta que salió de la boca la otra mujer.
-Nada nada -intentó esquivar el momento buscando la mirada cómplice de Gemma en el otro lado de la barra.
Gemma, sonreía levemente con sus ojos perdidos en el paño de cocina con el que secaba una taza para ofrecérsela a Ro, que no acababa de encontrar sino una.
Estiró su mano y se la ofreció sin mirarla.
-Gracias -dijo Ro la mitad de su mirada puesta en ella y la otra mitad bajo sus flecos desaliñados y de caída perfecta que caían sobre su mejilla.
Gemma arrugó su nariz y sonrió antes de soltar el paño y unirse a las demás en el salón. Ro, oculta de la mirada de Nat, a su lado, bajó sus párpados más de lo necesario, antes de devolver su atención a la taza verde entre sus dedos.

Raquel, desde uno de los sillones frente al biplaza que ocupaban Emi y Laura, que no paraban de hablar de declaraciones de la renta y los conciertos confirmados para esa temporada, observaba como Gemma se acercaba hacia ella y tras ella, los ojos furtivos de Ro, que de reojo siguió sus pasos durante unos segundos.

Raquel invitó a sentarse a Gemma en su reposabrazos. Colocó su brazo rodeando su cintura desde su espalda y Gemma, sujetando el abrazo sujetando sus dedos, trataba de hacerse eco de la conversación de las otras mujeres.

Parecían estar llegando a un acuerdo entre desafíos de que quien hacía la contabilidad a Laura no sabía tres cuartos de números. Y sin saber cómo, Laura acabó contratando a Emi para que le hiciera su declaración.

Ro se acercó con su taza en la mano y en la otra la taza que ofreció a Laura, que estaba ensalzada en una conversación acerca de los impuestos que le exigían como autónoma, que Emi escuchaba sintiéndose como pez en el agua con el tema.

-Gracias -dijo Laura agradeciendo el gesto de Ro con una palma de su mano acariciando sutilmente su mejilla al tiempo que tomaba la taza.

Raquel sonrió levemente al ver a Ro en esa situación poco usual. Mientras, Ro, incapaz de ver las sonrisas seguras en las caras de las otras, bajaba su cabeza y escondía sus ojos bajo su pelo y la taza que acercaba a su boca.

Gemma siguió mirando fijamente a Laura mientras se explicaba con esos movimientos típicos de un músico, antes de desviar sus ojos hacia algún lugar de la cortina que ondeaba dejando entrar un aire típicamente fresco de las tardes de verano en Roma.

Raquel acarició con sus dedos los de ella.

-Voy a ver si despierto a Tom -dijo bajo a Raquel para no interrumpir el debate en las que hasta Nat se había involucrado al tocar el tema de qué pasaría ahora con su declaración al ser una nacional más.

Raquel asintió mirándola fijamente a sus ojos azules, intentando descifrar una sospecha en ellos.

Y así siguió la reunión, hasta que dio las diez de la noche, en que todas se fueron en masa, excepto Nataly que a pesar de tener esa inquietante tendencia a ser un ocupa, nunca se iba sin dejar todo recogido.

-Oye. No te he oído decir nada acerca del Coliseo. ¿Cómo va el tema?
-¿De verdad quieres que te hable de trabajo ahora? -contestó con otra pregunta a sabiendas de la pereza que tenían las dos al respecto.
-Bueno, ya lo veré yo misma esta semana -dijo aclarando el jabón de un par de platos.
-¿Hablas en serio? -preguntó sin dejar de poner su atención en el paño y el limpiacristales con el que limpiaba su mesa de trabajo, llena de virutas de colores.
-¿Alguna vez no lo hago? -respondió ladeando su cabeza y sonriendo.
-Avísame y veremos qué se puede hacer.
-El martes
-¿Qué?
-Avisada quedas. El martes tengo media mañana libre -dijo esto último secando sus manos en un paño de cocina a juego con los colores ocres de la cocina.
-Allí estaré…qué remedio -añadió caminando hacia ella.
-Me hace ilusión -. Y cogiendo su bolso de la entrada se lo colgó.
-¿Ilusión pilares y cemento? -preguntó acercándose a ella y apoyando su cara en la puerta mientras la otra mujer cruzaba el umbral.
-No pequeña. Ir a donde no muchos van -le replicó dando un beso en su mejilla.
Raquel no pudo contener su amplia sonrisa.
-Haces que parezca un aventura -dijo dando un último toque con el paño a la barra de la cocina.
-Esa soy yo…o las tengo, o me las invento-. Y diciendo esto desapareció al doblar la esquina del pasillo.
Raquel cerró la puerta manteniendo la sonrisa en su cara.