Buscando Té

¡Hola! Soy yo otra vez. Sí, la del té y el pésimo bagaje sentimental.

Son casi las cinco de la mañana y ni el dolor más intenso de espalda que he tenido, me ha despegado de este asiento. A veces olvido que el insomnio y el delicioso té negro se llevan de maravilla.


Hoy que la extraño tanto y la odiosa lejanía la mantiene lejos de mis abrazos, tengo una historia que contarte de la primera mujer de mi vida. Mi vieja.


Ser madre es aprender acerca de las fortalezas que no sabías que tenías, y de enfrentar temores que no sabías que existían. Linda Wooten.

Cuando aún vivía en casa de mis padres, y ya había explotado el chupo sobre mi homosexualidad, sucedió algo que empeoró un poco mi situación familiar (apareció mi nueva vecinita Andrea Ubierna).

Andrea vivía cerquita de mi casa, a unas tres casas de la mía, frente a un parque. Todos los días sacaba a sus perros tempranito a la caminata mañanera, y yo la miraba desde mi ventana, mientras tomaba la manzanilla tibia habitual.

Ella era tan flaquita que parecía que el par de pekineses la llevaban a ella. Siempre usaba unas zapatillas tan rojas, que me servían para no perderla de vista. Tenía casi todo el trayecto (media cuadra), audífonos demasiado grandes y pesados para su delgado y largo cuello de cisne.

Quise hablarle un día Martes.

Nella: Hola 🙂
Andrea: Hola.
Nella: ¿Cómo se llaman tus perritos?
Andrea: ¿No deberías preguntarme como me llamo yo primero?

Todo entre ella y yo sucedió cual rayo, rápido y fulminante. Cuando se quedaba sola en casa, sólo bastaba una llamada y yo ya estaba parada en la puerta. Esto ocurría a menudo. A ella le gustaba jugar en la habitación de sus padres.

Un día de adrenalina de aquellos, el sonido de los tacones altos subiendo por las escaleras de su casa, no fueron suficiente fuertes para sacarnos del estupor al que estábamos entregadas. De pronto su mamá entro a la habitación matrimonial y nos encontró en una posición que me es difícil explicar y hacer hoy en día.

Ese día entendí la frase: «Corre por tu vida».

La situación se tornó color de hormiga cuando la vecinita linda me dijo que era menor de edad (#AySantaMadreBendita) y que me querían denunciar por «seducción». Peor aún, el padre de la nena en mención era juez (#Aymierda). ¡Ah! y para colmo, yo acababa de cumplir los dieciocho años (#MasPiñaYaNoYa).

Todo esto, la vecinita linda me lo contaba por mensajitos de texto que robaba en el colegio, porque hasta el celular le quitaron.

Cuando en uno de esos mensajes, me escribió que sus padres querían hablar con los míos, respondí:

¡Que me denuncien! ¡Que me metan presa carajo! Pero que no le digan nada a mi mamá.

En esa época mi mamá estaba decepcionada de mi. Apenas me miraba y me dirigía la palabra.

Yo admiraba y admiro a mi madre. Es una mujer de sabia palabra, culta, audaz, que se hizo campo en los negocios pensando en positivo. Sola. Sin ayuda. La vi muchas madrugadas, sentada con su cuaderno azul, apuntando y organizando una a una sus ideas. Todo lo que ella hacía era exitoso. Me enseñó el amor por la lectura cuando me leía, con elocuencia inigualable, cuentos los domingos. La poesía era su fuerte. En sus ojos siempre había determinación. Fallarle a mi heroína era lo peor que podía pasarme.

Y allí estaba yo, temblando de miedo, por lo que podrían decirle de su «degenerada» hija. Muriendo de pena de a pocos. Sintiéndome menos que un guiñapo.


Los días pasaron sin novedad. Un viernes por la tarde, me llamó mi madre y dijo:

Marianella (mala señal que diga mi nombre completo). Dime una cosa. ¿Estás con la chiquita que vive por la casa? (#AquíVieneLaCojudez).

Mi madre jugaba voley en un club San Borjino llamado «San Francisco», al que casualmente, la madre de la vecinita linda, Andrea, también pertenecía.

La madre de la chica en mención, había estado hostigando a mi madre con indirectas sobre mi preferencia sexual. No le decía nada a la cara, pero susurraba con sus amigas, la apartaban del equipo, no la invitaban a las reuniones. Sin yo saberlo, mi madre estaba aguantando ser «bulleada» por esta mujer y su patota de amigas, sin consideración de ningún tipo.

Esa tarde, en el estacionamiento del coliseo, la madre de la vecinita, cerró el auto de mi madre con su auto y le gritó que yo era una «pervertida».

Mi madre, diplomática, culta, a la que no se le movía un pelo jamás, se bajó del carro, le abrió la puerta a la tipa, la chapó del cuello y la hizo bajar a rastras. Le dio como a Brasil en el mundial ¡Duro y en su casa! 😀 Le dio una paliza tan fuerte que el asunto terminó en la comisaria local. Ella me estaba llamando desde allí. Presentaron cargos en su contra. Media municipalidad estaba enamorada de mi madre, incluyendo al alcalde. Los policías de la zona un poco más y le ponían alfombra para que pase. No fue difícil llegar a un acuerdo con la demandante.

Ese día yo la quise más que nunca y pensé que era imposible quererla más.

Ese día nos reímos hasta que nos dolió la panza, en su cama, abrazadas, juntas otra vez.

Ese día yo recuperé a mi madre.


Ahora mi viejita vive en Australia con mis dos hermanos. Escribe para padres de hijos homosexuales, va a las marchas y me quiere buscar mujer cada que puede.

Me dice: «Ya tienes que sentar cabeza hijita».


Ah si. El asunto con la vecinita terminó así como vino, rápido y fulminante.

Nella: Bueno, supongo que ahora será más difícil vernos. Con todo el rollo entre mi madre y la tuya.
Andrea: ¡Es que tu madre es una salvaje! Le pegó a mi mamá por nada.
Nella: Nena… Tú y tu mami pueden irse a la Conchinchina a comer caca. ¡Hablao’s!

Pintura de la talentosa: Andrea Barreda