Buscando Té

Tenía puesto los jeans que tanto me gustaba que usara (#Mmmf), el reloj que le di en su cumpleaños, la misma miradita pícara, típica de ella, y ese MALDITO HIPNOTIZANTE GESTO QUE HACE CON LA BOCA, esa, que me partía los huesos en mil pedazos apenas pronunciaba mi nombre.

La misma boca de la que pude, por suerte, escapar, siete meses atrás.

¡Hola! Aquí estamos otra vez, mi té y yo.

Como te conté en el último post de la semana pasada, camino a casa (después que mi cita se fuera con otra) (#May), vi una llamada perdida en el celular que (#PorLaCsm) decidí contestar.

Lola Mento Portti, tiene 25 abriles y es una obra de arte de la naturaleza. Delineada armoniosamente en el más fino carboncillo. Ella existe para encadenar tus ojos a su imagen. La miras y punto, ES ELLA, no hay nada más. Claro, también es la chica de la que medio país te advierte con los más severos adjetivos.

(#OSeaUnZorrón).

Pero como tú ya tienes experiencia, te las sabes todas, eres cancheraza, a ti nadie te engaña… Te avientas y…

(#Meoww),(#QEPDPalGato).

(#AyMiMadre).

Cuando la conocí, en un casting que hice para un comercial (#SíModelito), me regresó el hábito del tartamudeo, rompí una taza, y me mordí la lengua tres veces. A ella no solo no le molestó mi nerviosismo obvio, sino que le pareció… “lindi”.

(#TremendaCojudaYo).

Después de unas cuentas docenas de comentarios negativos sobre ella, hechos por mis compañeros de trabajo… la llevé a casa.


Esa noche… cerré mis ojos cuando su hipnotizante aroma me llevó a algún sueño de paz en blanco de antaño. Los segundos al acercarme a ella, se hicieron conmovedoramente inmensos. Podía percibir el sonido de su respiración contenida, el silbido tenue de su pecho sugerente y dañado por el invierno, el movimiento imperceptible del sillón de cuero negro, partícipe de nuestro cálido y maravilloso lento acercamiento.

Había en su hermosa y perfecta anatomía, un transparente deseo de sentir calor. Su dibujada boca color carmín, parecía hablarme en un lenguaje que me llevaba a un éxtasis inimaginable. Estaba frente a mí, con los ojos cerrados también, dejándose llevar por melodías puestas estratégicamente en la escena, que parecían escucharse a lo lejos. El incienso recorría mi habitación aquella inolvidable madrugada, en el que, el miedo a sentir se iba sin paradero a buscar la estación del olvido.

Movimientos ondulantes, precisión, fuego, boca. Balanceo continuo, tacto, humedad, piel, placer.

Locura provocada, intensidad, presión, fusión, roce. Desviación exquisita que me ató a un sin fin de emociones anticipadas en búsqueda de un final glorioso.

Un momento que duró lo que dura un pestañeo, conocí lo que es sentir un dejavú.


Y así pasaron los meses…

Hasta que todo se fue a la mierda.

Los celos incontenibles me carcomían, las peleas eran tremendo escándalo. La llamaban día y noche, hombres, mujeres, extraterrestres, TODOS a horas inusitadas, todos con una historia un tanto… extraña.

Por supuesto, yo era la loca que no confiaba en ella, la lunática que veía cosas donde no había nada.

Las mechas me las armaba todititos los viernes, se iba, “molesta” (yo siempre tenía la culpa) y regresaba tranquilita el domingo, con palabritas cariñosas que me convencían, evadiendo el tema del “qué hizo el fin de semana”, que apagaba en un santiamén, con un buen revolcón. (#SíUnZorrón).

Luego perdió el trabajo, por ende, ya no podía pagar el departamento, claro (#Ta’queTalBestia), le ofrecí quedarse en el mío.

Creo que ni mi vieja, con tres hijos en la universidad gastaba tanto como ella. Sus tarjetas reventaron mis bolsillos, vendí mi carro para pagar un viaje a la isla de la «San Cachuda», su ropa de diseñador había empobrecido mis bolsillos, tanto que ya no me alcanzaba ni pa’l lonche, pero yo, vivía con tanto “amor”, que…

¿Cómo quejarme? <3

(#QuetalImbécil).

Claro, «amor» de Lunes a Jueves, porque los viernes, la misma canción criolla de siempre, sonaba para mí.


Un día, llegué a casa y ella estaba contentísima, había conseguido unas fechas para anfitrionar para una conocida marca de cerveza, pero no le habían dado uniforme, ni dirección exacta, ah! Pero eso si, la vendrían a recoger.

Se metió una producida de padre y señor mío, y lacia, con tacos más altos que los de la «Chola Chabuca», y pintada como si trabajara en el «Circo Du Soleil», la vinieron a recoger.

Yo estaba acostada en la cama, pero algo me dijo que me asomara. (#SextoSentidoSiempre).

Un tipo en un auto Sedan rojo la estaba esperando.

Una semana después dijo que tenía un viaje de improviso a México, para un desfile de modas que nunca tuvo publicidad en ninguna parte.


Pasaron tres meses y envié sus cosas a casa de su mamá.

Han pasado siete meses sin ella y sin problemas. Sin celos ni peleas. Sin revolcones como aquellos, pero sin los cachos chocando el techo, se puede caminar mejor.

Ahora la tenía frente a mi, recordando todo esto, en un restaurant más caro que un polvo con la virgen María (obviamente elegido por ella).

Envié un mensaje de «Wasap» a una amiga muy cercana, que decía: «Llámame urgente».

Mi amiga llamó.

La miré por última vez y le dije:

¡Uy! ¡Es una emergencia! Debo irme ahora mismo. Lo siento. Que bueno verte, te llamo apenas pueda.

Salí corriendo (#ComoYaEsCostumbre), y llamé a mi mejor amiga, la que me hizo la llamadita de escape, ella, que es la única que siempre estuvo a mi lado, sin fallarme. Siempre.

Mi mejor amiga… Mi… mejor amiga?


Pintura de la talentosa: Andrea Barreda.