Discriminación beso lésbico

Hasta hace unas horas la palabra “discriminación” parecía ser parte de un código en clave, de un país muy muy lejano.

Te cuento… Nací en la ciudad de México. Viví con mi madre; una periodista que años después estudiaría Psicología. Siendo hoy una terapeuta, madre y esposa ejemplar.

Durante mi infancia, no recuerdo la existencia de un “NO” tajante. La mayoría de las acciones que me podrían resultar contraproducentes se explicaban, generando así, un mejor entendimiento de mí parte. Había reglas, no imposiciones.

Vivo en la Roma, uno de las “zonas hipsters” de la Ciudad de México. Rodeada de galerías, boutiques de moda nacional y panaderías gourmet he encontrado en estas calles mi espacio, mi zona de confort. En las calles se respira igualdad, sin importar si eres un empresario extranjero, un consultor político o una dj-modelo-artista experimental.

Dentro de mi círculo social no predomina una profesión. Hay actrices, médicos, sociólogos, políticos, empresarios e inclusive una chef. Así, que como puedes ver, lo único que ellos podrían tener en común, es el amor y el constante apoyo que me han mostrado con el paso del tiempo.

Lo que intento describir, es como el pilar que sostiene a mi vida es sin duda alguna el respeto. Respeto a lo desconocido. Respeto a lo que conoces y no te gusta. Respeto.

Por eso, entre esto que te cuento, y el hecho de que mi vida es bastante gay – debates hasta media noche de Orange Is The New Black con mi pareja, un Instagram repleto de cuentas tomboy, suscripción a fandoms de Pipex/ Paily/ Callizona, etc…- olvidé (o quizá, jamás me di cuenta) del GRAN GRAAAAN error que estaba cometiendo. Hasta el día de hoy, que mis queridos compañeros de universidad, amablemente me recordaron –al estilo preparatoria americana- lo “asqueroso, enfermo, anormal e inmoral” (citando) que es mi preferencia sexual. Entre burlas y apodos, me sacaron del mundo que tanto tiempo me costó construir. Arrojándome a uno frío y austero, donde definitivamente no me dan nada de ganas de pertenecer.

Y todo, por haber olvidado, lo terrible que era compartir fotos con la mujer que quiero, y escribir un blog sobre mi vida amorosa.

Afortunadamente, tengo personas en mi vida que aligeran el peso de esta situación. Una mamá que me recuerda lo sencillo que es todo, un papá que me hace reír al primer instante y sobre todo, la seguridad de saber que no estoy haciendo nada mala.

Pero, hoy, quiero dedicar este texto a las mujeres que han sufrido este tipo de injusticias, que aún cuando adoptemos una posición butch y lo pasemos por alto, debemos de confesar que sí duele. Quiero escribir por esas mujeres que creen no tener salida, que su miedo más grande es salir del closet. Las que no pueden ver a su chica, porque su familia no se los permite. Las que han vivido maltratos físicos porque han decidido respetar su esencia. Quiero escribir, por y para ellas… Nosotras… Las que somos amigas, hijas, madres, parejas esposas… y lesbianas. Las que hacemos “cosas de chicas” porque que SÍ, también somos chicas. Las que lloramos, reímos y vivimos apasionadamente, igual que el resto del mundo. Las que queremos un amor bonito y por las afortunadas que ya lo encontramos. Por las que como yo, queremos gritar que nuestro único error es saber amar.