A la luna de valencia

“A la luna de Valencia” puede estar quien sucumbe a los efectos del amor. Es un estado sutil, un flotar entre nubes, medio volando, en una sensación permanente de levitación…..lo que viene a ser el sonambulismo del enamoramiento. Bien es cierto que en Valencia, paseando a la luz de su luna, disfrutando de una noche ideal valenciana, también se está “a la luna de Valencia”. Una tercera acepción del término es encontrar en la propia ciudad un local hostelero llamado “La luna de Valencia”.

De las tres versiones, podéis escoger la que más os guste: o quedaros con las tres, que también vale en esta ocasión.

Carmen, valenciana y estudiante, conoce a su nueva vecina. Ésta resulta que se llama Sofía, es griega y disfruta de una beca Erasmus con la que realiza su doctorado. También es nadadora profesional (de las que entrenan y participan en campeonatos).

Sofía lo tiene muy claro: es lesbiana. Carmen, por contra, siempre ha jugado la partida con cartas heterosexuales, pero ahora cree tener un póker de reinas con su nueva vecina: le gusta mucho, demasiado, un montón.

Nunca me habían gustado las chicas…¿seguro que nunca? Bueno, no sé. Lo que estaba claro era que nunca había sentido algo tan fuerte por nadie, ni siquiera con Sergio, a pesar de que salimos dos años y nos acostamos varias veces. Pero nada, ni con todos los juegos y formas que probamos llegué a sentir ni la mitad de lo que me estremece cuando Sofía se acerca o me abraza.

Pero, como pasa a menudo, al no tener claro si su gusto es correspondido, sólo se atreve a jugar con las cartas marcadas: a ser todo lo ambigua posible, esperando que su contraria apueste primero.

A Sofía le pasa un poco lo mismo. Presupone que su vecina es hetero perdida, pero se pasa la vida viendo como le hace ojitos, coquetea con ella como si no hubiera un mañana… en fin, que la tiene hecha un lío. Y la griega también juega, claro está, provocando en Carmen más o menos el mismo desconcierto que ella experimenta. En resumen, ambas se gustan más que caramelos de menta y miel. Y juguetean y procuran seducirse con el mayor disimulo posible, pero con eficacia.

Pronto intiman. Parece que todo puede ir de rechupete entre ellas pero ¡ay, lo que son las novelas, si no hubiera problemas no seguiríamos leyendo!, al punto comienzan las dificultades y atribulaciones.

Sofía tiene familia en Grecia y allí también generó un pasado. Ese pasado es algo que creyó dejar atrás con su estancia en Valencia. Ha vivido tranquilita, pensando que cierta gente (o tal vez deberíamos emplear mejor el término gentuza) se ha quedado en su país de origen y que el Mediterráneo entero se interpone entre ella y esas malas vibraciones. Pero no, se las prometía muy felices la muy ingenua cuando creyó que su ex la dejaría en paz. Agriel –tal es su nombre- es una tipa muy pesadita que quiere volver con la que fue su novia a toda costa. Por lo visto, no ha quedado satisfecha con el daño que la hizo y viene a infringir más sufrimiento a base de acosar y perseguir a Sofía.

Eres mía, soy tuya, es el destino, dos personas como nosotras tienen que seguir unidas, nos necesitamos para sobrevivir. Además, mi cama te sigue necesitando cada noche.

La buena de Carmen no sabe absolutamente nada de esto y nosotras, las lectoras, conocemos el tema pero aún no alcanzamos a vislumbrar sus verdaderas dimensiones. Sofía tiene un problema pero que muy gordo con su ex, que trasciende con mucho el típico conflicto de antigua novia pesadita que no acepta que hayas roto con ella. Así que ambas siguen tonteando. Carmen en babia y Sofía confiando en poder lidiar con Agriel y que finalmente se canse y la deje en paz. Ambas tienen sus confidentes con quienes poderse desahogar –y de paso nos enteramos de qué les pasa en realidad por la cabeza y es que ambas están loquitas de amor. Carmen le cuenta sus cosas a su amiga del alma y Sofía a su entrenador de natación. Este es un tipo simpático, empático, atractivo y con ciertos defectos que en principio no tendrían por qué afectar a una buena amistad: es cleptómano rehabilitado, al parecer. Lo cierto es que…acaba siendo todo un personaje evangélico (y hasta ahí puedo contar).

Agriel es más mala que un nublado –eso ya lo anticipo-; pero mala, mala, malísima. Una pájara de cuidado. Y la presión a la que va a someter a Sofía se sale de la raya, entre otras razones porque tiene claras características delictivas. Es un mundo muy turbio aquél de donde viene Sofía y al que Agriel quiere devolverla.

Entre todas estas vicisitudes navega el naciente amor de Carmen y Sofía. Lógicamente, el tener que ocultar cosas o no poder decirlo todo genera desconfianzas, desencuentros y conflictos. Carmen tendrá sus vaivenes, su escapismo defensivo en forma de noviazgo con otra persona…en fin, que veremos si la relación entre estas dos llega o no a buen puerto, porque las circunstancias no se lo van a poner fácil.

Por otra parte, las protagonistas se sinceran bastante a menudo bajo los efectos de cierta cantidad de copas. Se dice que el alcohol aligera la lengua y sincera a la más discreta; también es vox populi que los borrachos siempre dicen la verdad; otra virtud del bebercio es que siempre te puedes lanzar más de lo que lo harías estando sobria: es un clásico eso de, si a la contraria no le gustó el beso y/o el achuchón, decir que no te acuerdas de nada o que estabas tan borracha que no sabías lo que hacías. De estas maniobras son Carmen y Sofía maestras consumadas. No obstante, me permitiría aconsejarlas un poco de moderación al respecto porque, aunque hagan felices a los taberneros valencianos, al final va a ser su hígado el que se disguste en forma de cirrosis.

La novela es muy entretenida. Al principio parece que le cuesta un poquito pillar ritmo, pero al poco, cuando ya están situados los personajes, la acción coge agilidad y se lee con soltura e interés. Tiene una trama bien aderezada con una buena dosis de thriller, junto con la conflictividad propia de un amor en apuros. Tampoco falta su punto de humor:

Y de paso se lo dices al pobre Jaume, que anda más perdido con tu actitud hacia él que un chupete en el ojo del culo.

En cuanto a la forma narrativa, hay que destacar que se construye a partir de discursos alternantes en primera persona de las dos protagonistas. Esta técnica permite que tengamos un acceso directo a sus pensamientos. Un elemento importantísimo es la música pop. Una estrofa encabeza cada parte diferenciada de la obra, anticipando de alguna manera lo que va a suceder en el episodio. De hecho, podría decirse que la música es un actante más, acompaña el recorrido sentimental de las protagonistas, ilustra los acontecimientos y ayuda a comprender el trasfondo psicológico.

En resumen, se trata de un libro lésbico con el que pasar unos cuantos buenos ratos. El final queda abierto, en Grecia, esperando una segunda parte. Y es que no se puede escapar del destino, te sigue a donde quiera que vas. Que lo disfrutéis, si os apetece.

Edición citada: JORDÁN VIVES, G. A la luna de Valencia. EdítaloContigo, 2014.