La Puta que Leía a Jack Kerouac libros lésbicos

La puta que leía a Jack Kerouac es la historia de una puta enamorada. Enamorada de otra mujer, que no pudo sentir lo mismo por ella. Y esa otra mujer, atormentada por la culpabilidad de no haberla premiado ni con una limosna de su afecto, decide iniciar la investigación de un crimen: el asesinato de la puta que la amaba.

Roxy era una chica encantadora, guapa, y con una frescura que sólo añadía encanto a su persona. ¿Quién pudo matar a Roxy? Salvo algún tarado mata-putas, nadie podría querer acabar con ella. Su único pecado, a fin de cuentas, era procurarle placer a toda la comarca. Y eso en principio a nadie molesta (o no debería).

Roxy es una excelente profesional en su ramo: se acuesta con hombres, con mujeres, realiza todo tipo de servicios (a conciencia) y, en suma, borda el acto sexual –ya en sus versiones más habituales, ya en las más sofisticadas. Por otra parte, cuando no está sobre el somier en posición de cúbito-prono, cúbito-supino, o cualesquiera otra postura apta para la fornicación, resulta también una tía muy maja y decente. Quiere decirse que es además bastante buena persona: generosa y con un corazón de oro (perfil que, a decir de la sabiduría popular, comparten la mayoría de las putas).

Ese corazón que porta Roxy acaba perdidamente enfermo de amor, una dolencia que no puede evitar, ni curar, y para la que no existe medida preventiva posible.

Asunto sin remedio: porque la dama por la que bebe los vientos — una escritora de éxito— es incapaz de corresponder a los sentimientos de la pobre puta, que se desespera en vano.

Joder, me debe un cochino pensamiento a cambio de todos los míos, de todo el jodido tiempo que me paso pensando en ella, en su maldita sonrisa. Si esto es el amor, menudo timo. ¿Dónde coño se puede devolver el amor que no te sirve para nada?.

La escritora ni siente deseo por ella, lo cual parece sorprendente si tenemos en cuenta que de vez en cuando le da un calentón y se folla a cualquier desconocido. Tal afición por el adulterio compulsivo es incomprensible para Roxy, quien de una parte no entiende cómo amando a una persona se pueda ser infiel y por otra se lamenta de que su amada sea capaz de acostarse con cualquiera pero a ella no le dé ni las migajas de su lujuria. Pero lo cierto es que el objeto de su pasión no puede mostrar más frialdad, hasta cuando Roxy se lanza directamente a robarle un beso para ver si así toca alguna de sus fibras sensibles.

Antes de que pudiera intuir su próximo movimiento, sentí sus labios encima de los míos, su lengua ardiendo. Fue un beso largo, agradable, inofensivo. Como disparar con una pistola de agua, tan erótico como sentarse en las piernas del Rey Melchor. Mi indiferencia la puso fuera de sí, ahogó el llanto y me mordió la boca, salvaje, ferozmente.

Se trata de un libro corto, muy bien estructurado, con un manejo interesante del tiempo, concretamente resulta notable el uso que hace del largo flash-black, que acaba convirtiéndolo en una narración circular. Como buena novela negra es a veces sórdida, y siempre –como buena novela negra que es, repito- ágil, oscura y estremecedora. Y, puesto que este género precisa de paladares hechos a los sabores bien definidos, es dura, muy dura, en realidad.

—Pégame más —me miró con los ojos chispeantes de lágrimas—. Si no vas a follar conmigo, al menos pégame. Por favor. Haz eso por mí.
Hice lo que me pedía. Esta vez estaba preparada; parpadeó varias veces, como si no pudiera dar crédito al dolor que ardía en sus mejillas. Aguardaba cada nueva bofetada, sin hacer el menor amago de esquivarla o repelerla.—Sigue, por favor. Dame más fuerte.
Lancé una ráfaga de golpes nerviosos y secos que le ladearon la cara a derecha y a izquierda.
Roxy se desplomó en la cama.
Me marché antes de que saliera el sol.

Aquí no hay concesiones a amores tibios o a ninguna clase de dulzor. La vida de una puta es amarga, aunque sea Roxy, que lee a Jack Kerouac. Su afición por la novela beat resulta paradójica para el objeto de su amor –la narradora adúltera y culpabilizada. Pero como sabiamente remacha Roxy, ser puta no impide tener gustos literarios.

—¿Te sorprende que me guste leer.
—¿Por qué habría de sorprenderme? Leer y follar no es incompatible. Yo lo hago.
Se rió.

Sin embargo, si a una puta como Roxy puede gustarle algún tipo de ficción literaria, es lógico que esta sea precisamente lo beat. Por lo descarnado, la ausencia de excusas, de autocomplacencia y la sinceridad cruel y carente de coartadas. Algo a lo que, en el fondo, sabe nuestra protagonista-narradora debería quizá apuntarse para salvar la coherencia de su propia vida sentimental (y su vida, en general).

Roxy es fascinante sin proponérselo. En realidad da la sensación de que cualquiera con un trozo de corazón, aun pequeño, podría enamorarse de ella. Irradia un atractivo difícil de definir, entre peligroso y excitante. Veamos el testimonio de una de sus “víctimas” embrujadas: el alcalde de una localidad cercana de quien, lógicamente, la narradora sospecha como posible autor del homicidio:

Creía, como el estúpido que era, que todo lo que podía ofrecerme estaba debajo de su ropa. La subestimé totalmente. Era lista como el demonio, no era ninguna idiota. Me sorprendió su ingenio, la chispa con que contaba las cosas. Todo eso lo fui descubriendo con el tiempo, y fue lo que acabó de perderme. Como predijo Max, se hizo un llavero con mi corazón.

Pero tales habilidades parecen ser manejadas por nuestra puta de un modo cercano a la inconsciencia: ella simplemente teje una tela de araña sin proponérselo, donde caen todas las imprudentes moscas que se acercan demasiado y terminan enamoradas, o embrujadas.

Olvidé que ceder a una súplica siempre entraña una trampa.
Caravaggio la habría pintado como la encontré aquella noche, oscura y bella como una bruja de la Edad Media; desmelenada, los hombros descubiertos, los pechos apenas tapados por la parte superior de un bikini diminuto, y una falda de vuelo blanca que me recordó al uniforme de las tenistas antiguas. Para rematar la estampa, removía el barreño ceremoniosamente.

Ahora bien, que nadie dude de la inocencia de tales maniobras. Roxy no tiene culpa del efecto que produce. Es más, lo que arrastra es una especie de maldición: la única persona a la que realmente desea no le hace ni puñetero caso. La rechaza una y otra vez y ella, simple y llanamente, se muere lentamente de amor.

No creas que te odio o algo así, ni siquiera me caes mal, pero no puedo hacer nada por ti, alcalde, porque yo estoy pasando por lo mismo. Sé que es jodido que no te quieran. Muy jodido.

Cuando todo acaba, cuando Roxy aparece muerta en una cuneta, la amante que nunca lo fue, explota por dentro. La culpabilidad que le produce no haber obsequiado ni con una pizca de amor (o sexo, que para el caso es lo que se le pedía), la empuja a actuar.

Era solo una cría y yo no hice nada por ella. No hice nada por ella, J. Ni siquiera le escribí. Me gustaría pensar que no soy responsable de sus sentimientos, de su dolor, de haberla abandonado a su suerte. Me gustaría creerlo.

Ya he dicho bastante. Es corta, es breve, pero es una novela valiosa dentro de su género (el negro). Hard-boiled en estado puro, con el lenguaje sin censuras, sin pijadas ni eufemismos, como habla una puta, una toxicómana; tiene un punto de originalidad porque plantea una atracción maldita de una mujer hacia otra, con un final (paradójicamente inicio) infeliz. Que digo yo, ¿quién quiere un happy-end en una novela negra? Yo no, a mí me va la marcha.

Y, a todo esto,…¿quién mató a Roxy? Esto es algo que me encanta, debo confesarlo -aunque sea difícil de entender. 😉

Que la disfrutéis si os apetece.

Edición citada: HERNÁNDEZ, S. La puta que leía a Jack Kerouac. LcLibros, 2007.