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Nico, por favor. Nada de llamarla Nicolasa, no le gusta, aunque todo el mundo le diga a cada momento que Nico es nombre de chico. Recibió ese nombre en honor a su abuela Nicolasa, que acertó a fallecer –pobrecilla- el mismo día del nacimiento de nuestra protagonista.

Nico tiene exactamente 20 años, estudia Periodismo y vive en dos lugares: en casa de sus padres y en la ignorancia. No sabe que le gustan las chicas. Pero un buen día, en el metro, todo cambia. La visión de una muchacha desconocida resulta una auténtica epifanía; quiere acercarse a ella, hablar con ella, tener una cita o algo, conocerla…es la chica del metro.

Así como Nico acaba de descubrir su orientación afectivo-sexual, su amigo Raúl lo tiene clarísimo desde hace mucho tiempo. Es gay y estudia también Periodismo; la primera coincidencia hizo que trabaran amistad y la segunda, que generen una complicidad máxima. Raúl es el único que puede comprenderla, y también ayudarla.

Raúl, inmediatamente, procura los consejos necesarios para que Nico se acerque a la misteriosa chica desconocida. Le enseña un método de ligar: apuntar en una nota nombre+móvil y dárselo a la interfecta (mediando una cálida sonrisa en la operación, claro está). Nico lo intenta, de verdad que sí, pero por hache o por bé, no llega a deslizar el papelito trascendente en la mano de su objetivo. Eso sí, una vez, consigue un leve contacto con su dedo meñique en el de ella, que resulta turbador y persistente en su memoria.

La muchedumbre y mi estado de estupor hicieron el resto y me dejé arrastrar hacia el fondo del vagón, lejos de aquel meñique.

Un día, Nico deja de coincidir en el metro con la chica de sus sueños. Sabe que es real (por el meñique), pero no la ve más. Como si se hubiera evaporado.

La frustración no la deja vivir: dejó escapar la oportunidad, el objetivo desapareció sin haber establecido contacto. Ahora queda en manos del azar más desesperante la simple posibilidad de volver a verla alguna vez. Pero una cosa está clara: Nico ya sabe que las chicas ejercen un efecto en ella bastante poderoso. A punto está, inclusive, de comenzar a pensar que es (atención: bajemos la voz y ruboricémonos antes de pronunciar la palabra)…¡tatachán, tachaán!: lesbiana.

Si me he enamorado de una chica, ¿significa que soy lesbiana? ¡Me cuesta hasta escribirlo! Como si fuera una palabra prohibida.

Nico empieza a aclararse, pero resulta evidente que su historial como lesbiana es no pobre, más bien paupérrimo. Su amigo Raúl tercia para solucionar tales carencias y le propone que se inserte de lleno en el ambiente lésbico. Nico tiene miedo: nunca ha entrado en un bar bollo, teme qué tipo de especímenes encontrará en tal selva. Pero Raúl no está dispuesto a que le tire el moco todo el tiempo; y tiene razón, nuestra protagonista tiene debe espabilar.

No muerden. Al menos, no siempre. Son chicas, como tú. Algunas con más experiencia que otras, es verdad, pero habláis el mismo lenguaje, sabéis que un no es un no, así que vamos a entrar ya.

Con tales expresiones tranquilizadoras, Raúl consigue que Nico se meta por fin en el bar. Para Nico es un mundo inquietante y fascinante al mismo tiempo. Aquella noche conoce a Mamen.

La sabiduría popular dice que, a falta de experiencia, es mejor dejarse guiar por alguien experimentado. Y de paso, aprendes. Mamen será una auténtica maestra de ceremonias en la iniciación de Nico.

A partir de ese momento, nuestra protagonista, plenamente consciente de su orientación, comenzará a vivir su vida como lesbiana auto-aceptada.

Había abierto una rendija del armario y la luz me cegaba, pero la brisa que entraba parecía dulce y suave.

Sus aventuras, variadas, la llevarán por una serie de situaciones y experiencias: algunas más profundas, otras más livianas; son un bagaje que Nico va acumulando.

Conocerá el amor, el desamor, el chungo-amor, el folli-amor, el barra-amor, el váter-amor…en fin, todos los “amores” (porque el bueno es uno solo) y sus sucedáneos. Nico pasará incluso por una fase de reina del ligue, llegando a rivalizar en conquistas (y batirse en duelo ad hoc) con la oficial rompecorazones (por evitar ser vulgar, he preferido utilizar este término, pero –en honor a la verdad- más que destrozar corazoncitos, el reto consistiría en averiguar quién es capaz de bajar más bragas esa noche).

Sigo en estado de shock porque he caído en la cuenta de que no sólo estoy oficialmente “en el mercado de croquetas” sino que no debo ser mal producto.

La novela es pródiga en escenas de sexo: algunas ardientes, otras divertidas… pero siempre coherentes con la acción. No sobran, nos guían por el camino que Nico va transitando y dan pistas sobre hacia dónde dirige su timón existencial.

Porque esta es una historia de autodescubrimiento al principio y, sobre todo, de evolución personal. Nico irá aprendiendo cómo quiere que sea el amor para ella, cómo desea que se desarrollen las relaciones y, en suma, cómo pretende que transcurra su vida.

El libro se lee con fluidez. Tiene un aire divertido que no abandona las páginas, pero sin ocultar el lado más serio del asunto: Nico busca encontrarse a sí misma y ser feliz. Pero sin dramas, sin llantos ni oscuridades. Y con un punto de humor que desdramatiza automáticamente cualquier atisbo de problemones ominosos.

La intriga queda en el aire: ¿volverá Nico a ver a su chica del metro? Creo que si leéis este libro pasaréis unos cuantos buenos ratos. Que lo disfrutéis, si os apetece….¡Feliz Navidad! 🙂