Cartas a Lucía libro lésbico

Lucía está a punto de cumplir 18 años. Tan trascendental acontecimiento bien merece una celebración especial. Así que tanto su madre como su abuela están de acuerdo en dejarles la casa a ella y a sus amigas para que organicen una buena fiesta de despedida de la minoría de edad. Estaremos de acuerdo en que ese cumpleaños resulta siempre bastante trascendental: quizá podría identificarse con el punto justo que separa la leve línea entre la adolescencia y la “adultez”. Acabas unos estudios y probablemente empiezas otros de mayor nivel, puedes votar, puedes irte de casa… En fin, que ya te sientes un poco más dueña de tu vida y con capacidad para pilotarla.

En el caso de Lucía todas estas sensaciones se multiplican por cien. Porque Lucía, justo en tan decisivo momento, encuentra algo que puede cambiarlo todo. Y todo es todo: el eje de su existencia, todo su pasado, es posible que no sea como ella creía que era. Lo que descubre es una caja roja. Y dentro de esa caja roja hay una colección de cartas…dirigidas a ella.

Son misivas que nunca recibió y que, por tanto, jamás pudo leer a su debido tiempo. Informan de hechos desconocidos, vivencias que no tienen vigencia porque nunca fueron experimentadas, recuerdos que no existen pero que debió tener si se hubiera enterado. Y, lo más grave de todo, informan de la persona que las escribió y que, con mucho cariño, las dirigió a esa destinataria que no tuvo la oportunidad ni de conocerla, ni de saber en el momento adecuado todo lo que ocurría y que la afectaba. Esa persona es un misterio, porque Lucía lee poco a poco y a destiempo, y cada carta da un solo fragmento del conjunto de la verdad. Para encajar el puzzle es necesario que todas y cada una de las piezas sean leídas. Sobre todo la última.

Lucía ya sospechaba que algo no iba como debiera: su madre se encerraba de cuando en vez en su habitación y lloraba. Alguna vez la entrevió, por un recodo que dejaba la puerta a medio entornar, con una sospechosa caja roja en el regazo. Inevitablemente, Lucía asoció el contenido de la caja con la fuente del llanto y la desolación de su madre.

Y como no hay nada peor que fomentar la intriga, Lucía se ve literalmente impelida a descubrir qué demonios pasa y por qué su madre llora. En consecuencia, y para una vez que le han dejado la casa sola, intenta desvelar el misterio. A fin de cuentas, la ocasión la pintan calva: pocas oportunidades se van a dar de entrar en la habitación de su madre y, cuál detective, rebuscar entre sus pertenencias para descubrir el misterio. Cierto es que resulta una maniobra indiscreta y poco respetuosa con la intimidad materna, pero…qué demonios, los misterios están para ser resueltos. Sobre todo cuando afectan a la propia detective.

Lo que Lucía descubre es materia reservada. Top secret absoluto. Sólo debo decir que hay varias etapas en la novela: en la primera, la persona que le dirigió las cartas sale a la luz y con ella todas aquellas circunstancias que la rodeaban y que afectaron al pasado –y también al presente, aunque ella no lo sepa- de Lucía. El siguiente paso es descubrir algo completamente insólito y perturbador: que nada es lo que parece (es así, de hecho, como se llama el capítulo).

Pero, por si esto fuera poco, el desarrollo no queda aquí: cuando las piezas se juntan, en otra fase diferente, seguirá sin ser lo que parece. El último “tour de force” nos enseña que nunca hay que rendirse porque el destino (aunque esté escrito) siempre puede cambiarse.

Tres naranjos hay en el jardín de la casa de Lucía. Tres naranjos que arrastran toda una historia familiar y un símbolo de continuidad, de cariño y de lo que debe ser preservado. Junto con las cartas de la caja roja, estos tres naranjos soportan la carga metafórica de la aventura personal de Lucía.

En la búsqueda de la verdad, Lucía tendrá aliadas y compañeras (hablo en femenino porque la mayoría inmensa son mujeres). La más decisiva de todas, porque puede configurar su futuro, es su amiga del alma, su “fiel escudera” (así la llama): Raquel. Raquel es alguien muy especial, que se atrevió a ir a verla cuando estuvo en Londres estudiando inglés. De esa breve visita hay recuerdos muy precisos, recuerdos que han generado en ambas chicas expectativas serias de que su relación pueda pasar del nivel “amistad” para conquistar el siguiente. La visita de Raquel fue todo un alivio para Lucía: se sentía desterrada, expulsada de su familia… De hecho, Lucía nunca entendió por qué su madre tenía tanto empeño en mandarla a Londres. ¡Ni que quisiera alejarla de ella!

Si algo planea con férrea constancia sobre todas las páginas de este libro es la defensa de la familia. La familia de verdad, no importa su composición, sino sus fundamentos: amor entre sus miembros de manera incondicional. Lo que importa es siempre el amor, que no puede existir si no lo había antes entre los miembros de la pareja que generan esa familia; y, por lógica, este amor se proyecta de forma natural sobre los/as hijas/os:

Ser padre o madre no es parir o engendrar un hijo. Es cuidarlo, quererlo, protegerlo, ayudarlo y hacerle sentir siempre que, esté donde esté, se encuentra en casa. Hacerle ver que, pase lo que pase, siempre tendrá apoyo. Es tan sencillo, y a la vez tan difícil, como eso.

Ahora bien, como decíamos, ese amor familiar nace del amor entre dos personas que es, en sí mismo, lo más importante. La vida procura tristezas, dolor… Pero el amor siempre debe perdurar si es verdadero.

No hay más suerte que saber que se ha querido a quien también te quiso, ni más desgracia que querer a quien sabes que ya se ha ido.

Pero no temáis, esta no es una historia triste (aunque hay que esperar a terminarla, porque entre medias debo confesar que alguna lagrimilla sí se me ha escapado). El final es muy feliz, tal vez –y no quiero dar pistas- por el detalle de que siempre se puede cambiar un destino que parecía “fatum” total y, por tanto, irreversible.

Quien lea esta novela debe prepararse para no dar nada por hecho. La estrategia es dejarse llevar para luego…dejarse sorprender. Todo es por algo, aunque no se vea la conexión hasta el final. Y acompañar a Lucía por ese camino de incertidumbre será toda una aventura.

El libro está escrito con una prosa directa, espontánea, que se lee con mucha facilidad. En cierto sentido, esa ausencia de artificio, ese estilo conversacional resulta uno de los atractivos de la novela: Llega sin esfuerzo alguno a quien lee y se procesa de inmediato. Hay que resaltar una técnica curiosa, que consiste en insertar párrafos que contienen el dibujo exacto de las emociones que invaden a los personajes entre medias de la narración de los acontecimientos. Por poner dos ejemplos:

Recuérdame, cariño, que cuando nos volvamos a ver te pida mis sueños, creo que se quedaron contigo. Recuérdame que te pida mis alegrías, creo que se quedaron en tus abrazos. Recuérdame que me recuerdes mis ganas de seguir queriéndote, aunque sea en la distancia. Recuérdame, cariño, que te pida que esta vez me quede contigo.

Júramelo por este amor que se queda en mí a pesar de mi partida. Yo te lo juro, por el amor que se queda en ti, que volveremos a estar juntas algún día.

El recurso permite, con estos insertos, tener una sensación directa de qué sienten, a la vez que le da un tono lírico muy especial. Además resulta eficaz, sobre todo si pensamos que no se aclara quién tiene ese pensamiento concreto y, sin embargo, lo adivinamos por el contexto en que se introducen.

Y esto es todo, amigas. Creo que puede ser una buena opción de lectura y espero que os guste. Que la disfrutéis, si os apetece.

Edición citada: Ropero, M. Cartas a Lucía. Ebook. 2015.