Chica Triste

Porque te guardé en silencio sin olvidarte

Cuando es de madrugada y la ciudad duerme, yo te sueño despierta.

Me asomo a la ventana, con ganas de dejarme caer. No lo hago, por el cariño que un día me tuve. Enciendo un cigarro, convenciéndome de que será el último y luego lo dejaré. Y me lo creo.

Susurro tu nombre a la noche. Porque te guardé en silencio sin olvidarte. Porque no sé qué me atrapó antes, si la poesía o tu corazón. Si las palabras o tu sonrisa.

Escucho un ruido. La mujer dormida en mi cama, y que me ha hecho gritar de placer poco antes, ya no me interesa. Sin saber por qué, me molesta. Quiero que se vaya, que me deje en silencio, con mi dolor. Porque ha vuelto. Porque nunca se ha ido.

En esa quietud, mientras decido si me tiro o no, recuerdo las eternas noches de pasión junto a ti, tan mágicas, morbosas, y completas como tú. El perfume de tu piel, parecido al olor del mar. Y tu provocadora concha, nacarada y preciosa.

Pienso que el polvo rápido que acabo de echar con “como se llame” no tiene comparación contigo.

Podría pasarme todas las noches del mundo en la ventana, dibujando tu rostro a través del humo del tabaco. Lo cierto es que te hice arte.

Cuando regreses, no me vuelvas a decir otro silencio.

Lo siento pero tenía que besarte

-Lo siento –le susurré, sin dejar de sentir su pelo, ni a ella-, pero tenía que besarte.

-¿Por qué te disculpas? –bromeó-. No lo haces tan mal.

-Porque he tardado en dártelo.

Me acerqué un poco más a ella. Las dos estábamos sentadas de lado, casi recostadas, con un codo apoyado en el respaldo del banco de madera. Pasé una mano por el pelo de aquella mujer que me enloqueció tiempo atrás. Aún sigo yendo a terapia de grupo por su culpa. Por su pecado de mujer maravillosa.

-Te echo de menos.

Acto seguido, volví a besarla. Sin dudas. Sin titubeos. Pegué mis labios a los suyos con ternura sin darle tiempo a reaccionar. Sin preocuparme de qué diría su novia o la mía.

A veces nos lo jugamos todo a una carta.

Me gustas porque eres sencilla

“Qué guapa estás”, pensaba mirándote a hurtadillas.

Me gustas porque eres sencilla.

Te conocí y en mi mente se abrieron los vínculos necesarios para que aparecieses cada vez que cierro los ojos. Si mañana me quedase ciega, seguiría viéndote, porque ya no estás en mi cerebro, sino un poco más abajo, en un rinconcito alrededor del cual sopla mucho aire siempre. Deduzco que eres tan preciosa, que deberías estar prohibida; que si alguien pretendiese arrestarte, sería yo encerrándote la boca con mis labios.

Los días avanzan. Dejo pasar otro más, convenciéndome de que al siguiente seré valiente y te diré que me gustas. Que quiero invitarte a un café y perderme en tu mirada ilegal. Que he despedido a la niña buena y me apetece hacer las cosas mal, para variar. Que me gustas porque eres sencilla. Sencilla, que no simple. Te hablaré con palabras reales, no con pestañeos utópicos… La verdad es que soñarte es reconfortante y reparador; soñarte despierta porque tu recuerdo no me deja dormir.

Iré hacia ti, alegre y viva, y te diré de todo menos quejas. Porque sé que no soportas a los quejicas. Te sonreiré, eso es fácil cuando te miro. La luz de tu mirada invita a hacerlo. Y cuando ríes, te brilla el Sol entre los dientes, ¿lo sabías?

Me seduce tu calma. Pasé de adorar la paz a la calma, que eres tú.

Y tu espontaneidad… Es como saltar al vacío sin importar dónde caer ni si va a doler mucho. Como cuando mueves la mano al gesticular y tiras el objeto con que se topa, rompiéndolo. Con ese ademán involuntario, armas un desorden que a cualquiera le daría ganas de desarmarte a gritos. A mí no. Yo me rompo en carcajadas.

Me haces reír incluso cuando miro el teléfono y veo que la llamada que espero sigue perdida; cuando el silencio de mis proyectos es lo único que me suena; cuando estoy de inmundicia hasta las cejas y con la toalla escurriéndose de mis dedos muy despacio, tan despacio que aflige; o cuando mi único deseo es encarcelarme bajo la sábana y quitarle el corcho a La Rioja para bebérmela. Me atrae que solo alces la voz para reírte a gritos.

“¿Por qué no voy, con decisión, y saco valor para algo más que saludarte?” Porque tengo miedo. Muchos miedos diferentes. Me da respeto e intimida tu posible respuesta. Me asusta dejar pasar esta ocasión y que la vida se haya cansado de tenderme su mano, llena de oportunidades. Recelo de acabar siendo esa que siempre va con la hora a destiempo. Miedo de perderte antes de saber lo que es tenerte en mi vida. Temo querer invitarte a algo y que no puedas porque tienes prisa o algo mejor que hacer… Pero quiero ser valiente por una vez, lo he prometido. Lo malo es que me creo mi mentira.

Inocente, me acerco a ti. Estás de espaldas. Procuro no estar tan seria y sonreír, aunque no lo sienta, para que no te asustes. Porque ya lo estoy yo por las dos.

Te saludo, segura de mí misma y, cuando me clavas tu mirada, a mí se me escapa la valentía por la puerta de atrás… Debo darle un giro a mi conducta contigo. Olvidarme de este constante desgranar de bobadas. Quizá me salga bien si ese giro lo doy con “j”.

Porque me gustas. Porque eres sencilla. Porque me gusta tu calma. Y el “jiro” que provocas en mi día a día. Lo que quiero, más que el amor, es hacerte reír hasta que se te duerma la mandíbula. Porque así es como me imagino la felicidad: a través de tu risa. Y eso, me gusta.