relatos lésbicos

Te quiero como nunca llegué a quererte

Hubo una vez una época segura en la que paseamos y disfrutamos de charlas sin desenlace. Incluso descubrí gracias a ti un restaurante encantador donde cenamos la única vez que cenamos juntas. Allí nuestra historia nació. Una historia que empezó pero nunca se escribió. Ni se recitó. Porque yo soy escritora y tú poeta, por ese orden. Al menos hasta ahora. Hasta que llegó la música de piano…

Al final comprendí, demasiado tarde, que hacernos daño era mejor que no hacernos nada. Sé que tú estabas de paso. Pero tus pasos eran tan bonitos… Y todavía hoy, años después, me pregunto si encontraré alguna vez unos ojos que tengan las vistas tan lindas como las de los tuyos.

Ya no consigo diferenciar la felicidad de ti. Cualquier mujer que pase por mi lado, por mi cama o por mi vida, la acabaré comparando contigo, y siempre perderá. No eres tú, soy yo; nunca llegué a olvidarte del todo. Lo único que me queda en el tintero, para decirte por escrito, es que te sigo queriendo como nunca llegué a quererte.

No existe un final para nuestra historia. Por eso continúo escribiéndote. No se puede cerrar una historia que nunca comenzó

Alsacia

¿Nos escapamos a Alsacia?

Quiero proponerte una locura. Después de este paréntesis de años borrados, nos lo merecemos. Francia siempre ha sido simbólica para ambas; nunca hemos disfrutado juntas de su atractivo.

Fuguémonos un ratito. Vivamos al límite sin fronteras. Sin pensar. Desearía estar allí contigo, besarte sin temores, matarnos de placer. Vivir del cuento, de nuestros cuentos, porque las dos somos escritoras. Que me pares el corazón al llamarme “pequeña” y yo recordarte que sigues siendo un encanto. Desafinar cantando una canción, girar en sentido contrario.

Y ser testigo de cómo, mientras vemos amanecer desde el modesto balcón, la brisa revuelve tu pelo, desobediente de por sí, alborotando mi interior con su desorden. Poniendo patas arriba mi vida por completo. Y tranquilizarme al comprobar que no pasa nada por salirse de los esquemas.

¿Nos escapamos a Alsacia?

La perturbación de los sueños

–Dime una cosa –me pidió.
–¿Qué?
–¿Has tenido fantasías conmigo alguna vez?

Contesté inmediatamente. No tenía nada que perder, salvo la oportunidad de ser sincera.

–Sí… He sufrido todo tipo de sueños contigo, de mil formas, colores y dimensiones. Hasta en blanco y negro. Siempre aparecías tú. He temido pesadillas asfixiantes; sueños románticos y empalagosos; alucinaciones sin sentido de lo que habíamos vivido; apariciones bucólicas; espejismos entrañables a veces y utopías en que las dos éramos las jueces. Y muchas, muchas fantasías eróticas. He logrado notar tu lengua acariciando la mía, el murmullo secreto de nuestros labios, casi podía tocar su sonido al despegarse. Recuerdo saborear el olor de tu aliento, el perfume de tu piel, el aroma de tu pelo. Y he llorado de pena, de dolor, de ruina al despertarme y comprobar que solo era producto de mi imaginación, que te echa mucho de menos, a pesar de que nunca te ha tenido.

Llegada a este punto, hice una pausa para respirar; para no dejar mis lágrimas resbalar.

–Tu boca me vuelve loca. He soñado tantas veces que nos besábamos que mi cerebro está intoxicado de ausencia. Tiene adicción a la ficción. He desquiciado al pobre Freud. He soñado tanto contigo que soy incapaz de distinguir si te tengo delante, o solo sufro otra terrible pesadilla.