relatos lésbicos

Por si acaso

Llevo siempre encima un par de besos con tu nombre, por si nos encontramos de rebote por la calle, en la presentación de un libro o en el restaurante más pintoresco de Madrid. Así no volvería a olvidarme de dártelos a tiempo y en la zona que más me gusta de ti: tu sonrisa.

Por si acaso nos atrevemos a aguantarnos la mirada. Por si esta vez no salimos huyendo.

Diablo azul y el resto de su clan

Subida al escenario estabas, con el jersey de punto que tanto resaltaba tu figura. Un pañuelo de cuadros te abrazaba los hombros. No combinaba para nada con el resto de tu ropa, pero te hacía especial, como solo tú eres. Y los poemas sujetos con las dos manos, como si quisieras retenerlos para siempre a tu lado. Derrochabas seguridad desde tan alto. Me imponías respeto e infinidad de emociones que se enmarañaban todas y aún sigo intentando desenredarlas.

Allí, en aquel pub, con las paredes de ladrillo al descubierto, y el público prestándote atención, mirando tus ojos y tu boca al recitar, yo contemplaba también las mismas zonas, pero intentaba tocarte el corazón a través de mis pupilas, entregándote el mío antes de cada parpadeo. Con el hilo musical propio de las tertulias poéticas, la conjunción que tenías con el mundo en esos momentos era única, mágica. Inigualable. Y cada segundo que pasaba, me enamoraba más de la vida a la que tus versos entonabas. Un sinfín de diablos azules fueron testigos de mi amor por tus palabras regaladas, por tus miradas murmuradas, por tu presencia desenfadada, siendo tú misma. Pero claro, tú eso nunca lo supiste.

Goya

Me dices de quedar en la calle Goya y creo que he ganado un premio. El premio de verte. De que quieras estar conmigo. Pero al hablar, me bajas de las nubes de un tortazo, porque el Goya lo ha ganado otra candidata.

Charlamos de tonterías durante un rato, ante un par de cafés. Con la taza en la mano, fingí tener un equilibrio que desconocía. Es lo único que me calentará hoy, por lo visto.

Al despedirnos, me miraste igual que siempre. Levantando las cejas como diciendo “en fin”. Quise despedirme de ti como en las grandes películas, para no sacarte de tu entorno, cortándote la respiración con un beso de cine. Nada de lágrimas salvo las oportunas, cuando ya estés demasiado lejos como para distinguirlas. No montar una escena, porque eso es de tu profesión, no de la mía. Yo escribiré un guion que, por supuesto, luego no seguiré.

No he ganado ni el premio a la mejor actriz secundaria. Lo que hemos vivido es el tráiler de una película que nunca llegará a estrenarse.