relatos lésbicos

Cabizbaja

 

Me arrastro por la calle, cabizbaja. Me deslizo con el balanceo del metro, cabizbaja. Y en casa, sobrevivo cabizbaja.

No es por timidez ni por un problema en las cervicales. Simplemente, no tengo ganas de volver a mirar a nadie a los ojos. Ni siquiera a los míos, ante el espejo. Observo mi pelo, la ropa, los dientes… Lo justo para estar presentable. Todo, menos a los ojos. Me avergüenza lo que trasmiten. Y es que aún me cuesta perdonarme por mi cobardía aquella noche, tan llena de energía y que, al acabarse, acabó también con mi esperanza. Una noche que tú ya habrás olvidado, pero yo no lo consigo…

Me duelen los ojos de tanto bochorno que esconden. Por eso voy cabizbaja. Para que, si me vuelves a mirar alguna vez, no te avergüences de lo que veas

 

Tú también serás escritora

 

Tienes clavada la espinita de probar la escritura. No temas intentarlo.

Sin ser consciente, me das material como para escribir mil tratados sobre ti. Yo, que no soy maestra de filología, ni tengo puta idea de nada en absoluto, podría darte forma hasta que mis manos se confundan con tu cuerpo; porque das para mucho.

Eso me hace pensar que serás una magnífica artista de las palabras el día que des el paso. Hoy yo también me atrevo a avanzar: no quiero perder lo que siento cuando miro esas dos enormes bolas de fuego. Me refiero a tus ojos. Porque me gusta. Solo soy una poeta que ya tiene callos en el corazón. Con tu vistazo hecho llamarada y una risa tan inagotable y vigorosa, los guisas cuando me descubres curioseándote.

Mi conclusión es que si inspiras tanto a una pobre bohemia como yo, tú serás una de esas escritoras de las que siempre agrada llevar uno de sus ejemplares en el bolso; se deja en la mesilla para que vigile nuestro sueño; o simplemente está en la estantería entre cientos de libros, destacando sobre los demás de alguna manera. Al mirarlo, sabemos sonreír, porque su autora transmitió su propio entusiasmo a las páginas, alumbrando cada palabra. Pienso así de ti.

Eres una admirable actriz; cuando te vi en escena, mostrando tu cariz, me recordaste de todo… de todo menos aquella cicatriz. De ese arte yo soy aprendiz. Me gusta que me lo expliques caminando por “Madriz”. Me siento muy feliz.

Tú, que eres mediadora, al convertirte en escritora, serás una autora que todo explora y lo perfora, como el humo de una fumadora, cuyas letras condecora a una gran creadora, que serás tú, mujer soñadora.

Cierra los ojos, mira, y escribe lo que veas. Así empezamos todos.

 

¿Te quieres calar conmigo en París?

¿Quieres mojarme con tu lluvia, con tus poemas, con tus miradas, con toda tú?  ¿Quieres volver y ver si esta vez nos atrevemos a ir un poco más allá? ¿Quieres que te cale yo con mis letras sin pensar, con mis guiones que nunca sigo? ¿Qué nos podemos susurrar esta vez, encanto?

Hazme un favor, ¿quieres? Ríete de todo o de nada, pero ríete siempre. Ríe por esa chica que te hace “tilín” y ríete del “tolón” cuando se caiga el telón si su respuesta es un “no”. Que no te llore el alma y sí tus ojos, pero de tanto reír, de alegría, de sinrazón. Ríe, que es una lástima que el mundo se esté perdiendo tu risa y su sonido dulzón.

Cálate con una lluvia o el monzón, pierde la cordura y de paso la razón. Deja que te palpite todo el cuerpo, en especial tu corazón. En especial tú, corazón. Cálate hasta empaparte de las mil y una historias que se te ocurran, pero si te calas conmigo y brilla París en nuestros versos, la lluvia nos sabrá mejor.