Como si no hubiera un mañana

No respondió. Tampoco escabulló la mirada. Ninguna fue tan cruel como para romper la conexión de nuestras pupilas. Las sonrisas se nos suspendían en el aire. Cacé sus intenciones al vuelo. Un conocido cosquilleo me tentó por dentro con su placentera estela. Y me atreví. Me atreví a decir por una vez que “sí”. Me acerqué hasta su boca, que no andaba muy lejos de la mía porque, de manera inconsciente, ya nos habíamos ido acercando.

La besé con toda la ternura que su presencia me provocaba. Uní mis labios a los suyos y me separé, solo para volver a acercarme, solo para volver a sufrirla, solo para volver a sentirla. Sostuve su cara, su pequeño rostro de piel delgada, casi frágil. Acuné aquel mentón que parecía del tamaño correcto para el hueco de mis manos. Ambos elementos encajaban a la perfección. A pesar de que el corazón me bombeaba como un loco en el pecho, acerté a mover los pulgares, acariciándole las mejillas, amoldándome a ella, procurando que se sintiera lo más cómoda posible para, si se le caían las lágrimas, poder recogerlas.

No sé qué hacían sus manos, ni si tenía los ojos abiertos. Los míos no lo estaban. No soportaban mirar fuera. Deseaban ver dentro. Tenían un poco de miedo también y no querían estropear ese sueño con la realidad de los ojos abiertos. Tras unos instantes demasiado cortos, me alejé del todo. Ninguna de las dos acertó a decir nada durante varios segundos.

Decidí dejar los razonamientos para otra ocasión y me incorporé yo también. La seguí y nos fuimos de la mano a un mundo mejor. Un mundo que quizá no durase mucho, pero ahí estaba. Un mundo que no era mentira; no sé cuánto permaneceríamos así, pero era verdad. Era real. Y lo que durase lo aprovecharíamos como si no hubiera un mañana.

Hay muy poca vida

Hay muy, pero que muy poca vida. En esa vital escasez, siempre giramos por donde menos conviene. Como irónica casualidad, tropezamos con cualquier persona conocida. Salvo en tu caso, que no tropiezo contigo ni aunque desapareciese el resto del mundo, y solo quedásemos tú y yo sobre el planeta. Creemos que elegimos el “camino correcto”, y lo único que tiene de correcto es que lleva a algún sitio, pero no al que queremos ir. La mayoría de nosotros decimos una cosa y ponemos nuestra vida rumbo a lo contrario. Eso es así.

Ahora

Ahora que la vida ha tenido el detalle de cruzarnos de nuevo, ahora que hemos encontrado una fecha que nos va bien a las dos para vernos, yo no quería desaprovechar la oportunidad de confesarte mis sentimientos. Aunque eso suponga poner patas arriba tu vida y darle una patada más a la mía.

Hacerte ver que yo siempre tendré ganas de oírte cantar, aunque lo hagas fatal. Porque entonces se pondrá a llover, y tú dejarás la música para empezar a recitar, que es tu seña de identidad. Lo que consigue hacerte brillar. Lo que te desnuda el alma para entenderte de verdad.

He visto mi error: soy capaz de esperarte, pero debí decirte desde un principio “de mi lado no vayas a alejarte”. Si al final te marchas, no te distancies demasiado; ya tendremos tiempo para equivocarnos y arrepentirnos si al final nos atrevemos a intentarlo.