libros lésbicos

Los Cavender y los Blake llevan siglos enfrentados. La rivalidad entre ambas familias es legendaria, todos sus miembros se odian a muerte y han trabajado siempre para su recíproca destrucción. En medio de este huracán, viven Mason Cavender y Vienna Blake. Ambas participan de forma entusiasta en la locura del odio familiar. Ambas son guapas, poderosas (como sus enemistadas familias) y…lesbianas. Es más, se atraen mutuamente como la miel a las moscas.

El primer episodio de acercamiento entre ellas tuvo lugar cuando Mason irrumpió en una celebración de los Blake a galope tendido y, de forma audaz, subió a Vienna a lomos de su caballo. De tan romántica actuación sólo cosecharon una severa prohibición por parte de sus progenitores: no verse jamás. Resistieron –dentro de la resistencia exigible a niñas de corta edad sin más posibilidades de autonomía personal-, pero al final la realidad se impuso y no volvieron a verse en muchos años. Tuvo mucho que ver en tan duradero alejamiento el hecho de que el papá de Mason fuera un pelín bestia y Vienna alcanzara a ver en la cara de su nueva amiga (o más bien, proyecto de nueva amiga) las consecuencias amoratadas que tuvo que sufrir por la aventura.

Años después volvieron a encontrarse y el suceso fue….bastante ardoroso y completamente impropio de dos personas que se odian.

Ahora, sigue la batalla. El hermano de Mason se ha matado con su avión, así que ella ha tenido que ponerse al frente de las empresas Cavender. Como los dos clanes llevan siglos echándose la culpa recíprocamente de todos los males que les suceden, lo primero que piensa Mason es que Vienna (que es ahora la jefa de los Blake) ha organizado el accidente aéreo. Por otra parte, el imperio Cavender está bastante tocado y, al parecer, al borde mismo de la quiebra. Vienna no desaprovecha la oportunidad y lanza una oferta de compra sobre la propiedad más querida de los Cavender: Laudes Absalom. Laudes Absalom es un caserón neogótico, de grandes proporciones, con partes semiderruídas y aspecto un tanto tétrico. Se encuentra rodeado de un inmenso jardín –que inspira el título del libro- donde hace tiempo que no entran las tijeras de podar, amén de ochenta acres de terreno adyacente. El abandono, lo selvático y cierta teatralidad, le dan un aire de misterio. En realidad, es la típica mansión romántico-gótica, por la que incluso merodea un fantasma en forma de mujer vestida de novia; tal figura se aparece de vez en cuando, siempre con semblante desdichado. Pero Laudes Absalom es algo más que una propiedad, es el símbolo de la fortuna Cavender y el bien más querido de Mason.

Vienna tiene también problemas: su jefatura de la familia Blake es muy discutida. Necesita la derrota de los Cavender para afianzarse en el liderazgo. Por ello, debe derrotar a su rival en una batalla sin cuartel en la que no haya prisioneros. Necesita el prestigio de haber aplastado por fin al clan enemigo. Necesita la rendición incondicional de Mason. Y eso pasa por conseguir Laudes Absalom a cualquier precio.

Desde que tenía uso de razón, sus plegarias habían versado sobre la destrucción de Mason Cavender. Siempre había sabido que habría un precio que pagar, pero nunca había creído que el dinero no tendría nada que ver con él. (Pág. 142)

Vienna pone una oferta sobre la mesa. Pero Mason, como era de esperar, no está muy receptiva. Es más, su primera reacción es presentarse en su casa armada con un rifle, completamente indignada por la falta de tacto que ha mostrado Vienna: hacer una oferta de compra cuando todavía el cadáver de su hermano está caliente. Convengamos en que la tal Vienna ha perdido ahí un poco las maneras. Pero lo gracioso es que sólo puede pensar en lo sexy que está Mason apuntándola con un arma.

Esto es un continuum en la trama: ellas se atraen mucho (muchísimo, más bien). Pero se odian porque deben odiarse, por imperativo familiar. Sus ancestros claman en sus tumbas por la venganza y ellas están en el instante decisivo de la historia: ambas son los últimos especímenes de cada raza y están abocadas a intentar destruirse definitivamente. Pero hay un problema: ambas se debaten entre su deber y lo que sienten con demasiada claridad cuando se ven. Es un sentimiento poderoso, tan poderoso que (quizás para autoengañarse), confunden con simple lujuria.

Decidió que seguramente estaría experimentando algún tipo de euforia postorgásmica. La química cerebral era muy susceptible a las hormonas y las suyas habían enloquecido, de manera que no podía fiarse de sus impulsos y mucho menos de las epifanías sobre sus sentimientos hacia su adversaria. Lo siguiente sería ver el rostro de Jesús en una lata de judías. (Pag. 137)

Especialmente Vienna (a quien pertenecen los pensamientos de la cita anterior) se empeña en luchar contra lo que es evidente: está perdidamente enamorada de la Cavender. Permanece siempre en guardia, intentando zafarse de algo que va contra todo lo que ha aprendido. Como no puede evitar caer en los brazos de su rival (muy gozosamente, por cierto), achaca tales comportamientos a debilidad o inconsciencia (ese famoso “en qué estaba pensando”) y se plantea como objetivo “racionalizar” la situación, creyendo que si alivia el calentón lo ha solucionado todo:

Puede que, si pasaban la noche colmándose la una a la otra, se les pasaría el ansia física y podrían seguir con sus vidas. (Pág. 136)

Mason, por su parte, no duda ya a estas alturas de que lo suyo con Vienna no es normal. Su problema, más que aceptar la realidad, radica en si puede fiarse de una Blake. Porque sabe que Vienna es un ave de presa y, a la que se descuide, se le va a lanzar a la yugular (y no precisamente por motivos lúbricos, aunque quién sabe con estas dos). Si por ella fuera, pondría a los pies de su amada tanto Laudes Absalom como su propia persona enterita. Pero, ¿puede fiarse de Vienna?

No era difícil imaginar hasta qué punto podría derrotar a los Cavender si le asestaba a la última miembro de su linaje una estocada mortal en el corazón. Vienna hundió el rostro entre las manos, asqueada de pensar así. Fue entonces cuando se dio cuenta y la certeza fue absoluta e ineludible: si hacía tal cosa, si seducía a Mason y luego la dejaba tirada, sería su corazón el que se partiría en más pedazos (Pág. 137)

No conviene fiarse de alguien que todavía duda si debe o no pegarte una estocada en el corazón, ¿no?

El problema, en realidad, es que tanto Mason como Vienna tienen encima todo el peso de la historia entre sus familias respectivas. Y, a estas alturas, os preguntaréis: ¿Pero qué demonios pasó entre los dos clanes para que se tengan un asco tan mortal?

Atención, que aquí viene lo bueno: es como el pleito de la gallina. Con tanto tiempo entre medias y tantísimos secretos, en el momento presente de la narración no está nada claro. Los vivos conservan recuerdos de agravios recientes (algunos de ellos graves, aunque siempre contestados por la otra parte con otro agravio), pero no de los antiguos. Los antiguos son los importantes y están muy confusos.

Resulta muy sospechoso que hasta un momento determinado los Blake y los Cavender se llevaran bien. Muy bien. Tanto que incluso fueron socios y aliados: incluso estableciendo enlaces matrimoniales entre sí. ¿Qué pasó para que todo se torciera hasta los extremos en que ahora se encuentran?

Todo está turbio en el recuerdo. Asesinatos, muertes incomprensibles, accidentes sin explicar, supuestas maldiciones… todo apunta a que la historia podrida de los Blake y los Cavender tiene un trasfondo que tanto a Mason como a Vienna les vendría muy bien saber.

Pero, en tanto lo descubren, siguen con sus encontronazos. Son encontronazos lúbricos y de negocios despiadados, todo junto. Cada vez que una se acerca a la otra un poco más de la cuenta (emocionalmente, quiero decir, que físicamente lo hacen de todos modos), surge el conflicto. Ni Mason puede fiarse de Vienna, ni Vienna puede sacudirse el pasado de encima y entregarse a lo que siente por Mason.

Harta de tanta incertidumbre y en el fondo segura de que Vienna se prevale de la atracción que siente por ella, Mason decide jugar sus propias cartas.

Si Mason quería manipularla, tendría que desmantelar su formidable coraza de autocontrol. Por suerte, no necesitaba un doctorado para lograrlo. Decenas de imbéciles habían caído a lo largo de los siglos ante el mismo método de seducción a prueba de errores. Borrachera. (Pág. 225)

Ya en inferioridad de condiciones debido a tan sofisticada técnica de seducción, Vienna está preparada para oír la contraoferta de Mason. Es un ultimátum: no aceptará ninguna oferta monetaria. Si Vienna Blake tanto desea Laudes Absalom, deberá darle a Mason lo que quiere: ella misma. Sí, esto es un trato carnal. Una semana a su total disposición sexual. ¿Pasará Vienna por encima de su propia dignidad para cerrar el negocio? ¿Lo hará porque en el fondo (y en la superficie) le apetece?

En realidad, a Vienna se le van los pies tras de Mason, pero es algo que sólo acepta en su más estricta intimidad.

Vienna reconoció algo eterno e irresistible entre las dos: una fuerza que siempre había sabido que existía. Desde la primera vez que se habían mirado, desde el momento que Mason la había montado a lomos de aquel caballo y se la había llevado como si fuera el botín de una batalla. Era como si un hechizo la hubiera condenado desde entonces: Vienna le pertenecía a Mason y no podía imaginarse ser de nadie más. (Pág. 119)

De hecho, lo único que detiene a Vienna en su carrera en pos de su amor eterno (y la actitud exacta y recíproca que obtiene del mencionado amor) es lo de siempre: el nubarrón histórico que planea sobre ellas.

Pero los acontecimientos se disparan, porque los acontecimientos no pueden quedarse quietos.

Antes de la cena fatídica en que Mason pone sus condiciones sobre la mesa (pago sexual por Laudes Absalom) algo más había sucedido. El collar estandarte de la casa Blake –una especie de joya de la corona-, completamente abarrotado de diamantes, resulta que no tiene todo lo que debería tener: la pieza clave es falsa. Se trata de Le Fantôme de l´Amour, un pedrusco con forma de pera que cuelga de su centro. Con tan sugerente nombre, el diamante no puede ser más que una auténtica leyenda. La última de los Blake se encuentra estupefacta, su padre nunca le contó nada al respecto. Ahora queda saber dos cosas: 1) Dónde está la verdadera pera y 2) ¿Por qué papá Blake ocultó la transacción –o lo que fuera- del pedrusco?

Por otra parte y como ya hemos apuntado, del rastreo de las reyertas familiares pueden devenir muchas sorpresas. Y a veces no hay que ir muy lejos en el tiempo, tal vez los agravios más recientes sean también suficientemente significativos como para cambiar el rumbo de la historia. Y quizás, descubriendo la verdad, Mason y Vienna consigan quitarse las cadenas del pasado, soltar lastre y vivir el amor que sienten con tanta intensidad.

Dos cisnes blancos se deslizaban juntos sobre su superficie en calma y Vienna recordó que aquellos animales se emparejaban de por vida. Los había que incluso formaban parejas del mismo sexo, igual que la famosa pareja de cisnes Romeo y Julieta, cuyo retorno al Public Garden de Boston era celebrado cada año con un desfile. Cuando en un momento dado se descubrió que se trataba de dos Julietas, la ciudad estuvo conmocionada durante meses (Pág. 127)

Estamos ante una novela lésbica de corte romántico. Tiene algunos aspectos que la emparentan de cerca con otras que hemos leído: dos mujeres ricas, que se atraen sin remedio…Pero hasta ahí lo común.

Las damas involucradas son ricas, sí, pero intentan arruinarse, destruirse. El plan es despedazarse, aunque ambas tengan muy claro que la otra es el amor de su vida. Convengamos en que esto no lo hemos visto con mucha frecuencia. Por otro lado, el ambiente es distinto por completo: de hecho, la autora expresa en la introducción la influencia que han tenido en esta obra “Cumbres Borrascosas” y “Rebecca”. Debo confesar que en cuanto leí tal cosa, me invadió una curiosidad imposible de resistir. Si algo está inspirado en esas dos grandísimas novelas- por las que tengo debilidad-, pues me lo tengo que leer.

Y, efectivamente, tanto el halo de brumoso misterio, como el aire atormentado y la seducción fantasmal de ambos libros, están ahí. Unas veces con más éxito y otras con menos, pero están presentes.

La autora aclara que la mayor presencia de estas fuentes literarias, la condensó en el final del capítulo 10. Es un episodio onírico, en el que Vienna ve al fantasma de Laudes Absalom, integrando desde su subconsciente sus propias inquietudes dentro del sueño (como es lógico). Creo que en la novela hay muchas más huellas de esas influencias literarias que lo que declara la autora: por ejemplo, la atracción fatal e irresistible de las protagonistas no puede ser más “Cumbres Borrascosas”. Y no hablemos del escenario, claro, porque ahí las evocaciones pueden dispararse. Yo he disfrutado mucho del libro, la verdad. Es muy entretenido y, aunque al principio puedes perderte con tanto personaje y tanta historia pasada (la autora intenta mitigar estas dificultades incluyendo un árbol genealógico de los dos clanes en las primeras páginas), al final es fácil seguir la trama y ver cómo encajan las piezas. Resumiendo, se trata de una novela lésbica romántica, pero alejada de tópicos, con elementos diferentes. Interesante. Que la disfrutéis. Si os apetece, claro está.

Edición: Fulton, Jennifer. El Jardín Oscuro. Ed. Egales. Madrid/Barcelona, 2011.