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Every one dies, but not everyone lives.

Lo menos que podía prever Ena, una joven vital y dinámica (hasta el punto de ser apodada “Speedy” por sus amigos) era encontrarse postrada en la cama de un hospital. Tampoco había podido imaginar que tal situación se prolongara durante meses.

Empezó con mareos, cierta debilidad motriz; ahora la claudicación de sus miembros parece avanzar terreno. Los médicos están desconcertados: no tienen ni idea de cuál es el proceso patológico que provoca tal situación.

Su abuela, su madre y su hermana la acompañan tenazmente. Ella las llama “sus tres gotas de agua” y no puede imaginarse un apoyo familiar más entregado e incondicional que el que estas tres mujeres prestan a la paciente. Ena pasa tanto tiempo tendida en la cama que, un buen día, le da por pensar. Lógico, tengamos en cuenta que pocas cosas puede hacer aparte de pensar. Se acuerda entonces de un libro precioso de hojas con filo dorado que su abuelo le regaló. El libro estaba en blanco, listo para ser escrito. Él numeró las páginas con amorosa pulcritud y se lo dio a su nieta para que lo llenara con sus pensamientos, proyectos…con su vida si ella quería. Ena decide utilizar y aprovechar tan bello regalo, trazando en sus hojas de papel cremoso el mayor proyecto de su vida. Porque se da cuenta de que no está bien, de que su enfermedad está lejos de ser controlada. Y en tales circunstancias, ha de enfrentarse a la posibilidad de que jamás abandone el hospital. Ella cree que morirá pronto. En ese momento, en vez de dejarse vencer por la depresión, se ve invadida por una oleada de vitalidad. Si ha de morir, ¿por qué no aprovechar lo que le queda de vida? ¿Por qué no vivir, todo lo más que pueda, incluso contrarreloj?

Pero la limitación que la frena es obvia: está atrapada en la cama del hospital. No puede apenas moverse. ¿Qué puede vivir en tal estado?

Ante dificultad tan clara y evidente, Ena inventa una solución. Desde siempre ha sentido una conexión con sus tres “gotas de agua” fuera de lo normal. Como dicen que sucede con los hermanos gemelos, las cuatro han experimentado de forma reiterada una especie de comunión sensorial; por ejemplo, su madre, cuando su hermana Alicia se rompió la pierna, sintió cómo su propia pierna le fallaba, haciéndola caer en el porche. Están, de algún modo misterioso, interconectadas.

Esa extraña capacidad de compenetración lleva a Ena a urdir su plan: ya que ella no puede salir de su confinamiento a vivir aventuras, todas las experiencias vitales que desea realizar las experimentará a través de sus tres cómplices. Hace un listado de 30 propósitos: 10 para ella y los otros 20 (los que no puede realizar por sí misma), a repartir entre su madre, su hermana y su abuela, que se convierten así en embajadoras de sus sueños.

Las tres se lanzan a viajar a países lejanos, a hacer cosas que le hubiera gustado a Ena hacer…vivir en su lugar. Ella les dice: “vivid por mí”.

Y esa experiencia vicaria no solo es en beneficio de Ena, también de sus enviadas. A ellas también les afectará para siempre: todas cambiarán de algún modo, atesorarán experiencias y, en suma, vivirán de un modo más intenso, descubrirán la plenitud de la vida. Incluso la mejor amiga de la abuela, que se apunta con ella a la misión, se verá favorablemente afectada. De hecho, se desmelena, directamente. Comprende que su vida es suya y que la tiene que exprimir como un cítrico y beberse todo el jugo.

De hecho, este es el mejor mensaje de la novela: la vida no debe ser desperdiciada, debe vivirse todo lo posible. Una vida que no se disfruta o se disfruta a medias no merece la pena. Quién sabe, puede que Dios se sienta ofendido por darnos una vida que no sabemos aprovechar, que malgastamos en tonterías.

Nadie nos ha dado un cursillo sobre cómo vivir, pero hay principios obvios. Ena, al enfrentarse a una situación límite, comprende que la vida se pierde, que no es algo que vaya a durar indefinidamente. Eso lo sabemos todos, pero no hacemos caso por un único motivo: tenemos miedo a la muerte y la única defensa que se nos ocurre contra ese miedo es ignorarla. Y así, haciendo como si la muerte no existiera, acabamos por hacer como si la vida tampoco fuera a terminar. Y la dejamos pasar, demorando Eternamente el vivir de verdad Porque ..¡ya habrá tiempo! Y sin embargo el mañana es una hipótesis.

Ena, por contra, tiene el coraje de hacerle frente a la muerte, reconociéndola y enfrentándose a ella con el único arma que posee: vivir de verdad hasta que le llegue su hora.

No debes pensar que la muerte te arrebata un futuro. Velo como que la vida te regala un pasado. (Pág. 82)

Pero, ironías del destino, ella ha planeado muchas experiencias que ya no puede tener (por eso ha delegado en sus tres gotas) y lo que nunca pensó es que lo mejor que se puede vivir en la vida podría sentirlo por sí misma y en el hospital. Algo tan importante, tan decisivo, tan insustituible, que sin ello podría decirse que una vida no merece la pena o, al menos, no ha alcanzado la plenitud de ningún modo (aunque hayas subido al Everest y bajado a las simas marinas, aunque te hayas paseado por los jardines colgantes de Babilonia, aunque hayas viajado al espacio… etc., etc.).

Eso tan importante es, por supuesto, el amor.

Silvia es una de las enfermeras que cuidan de Ena. Lo que se inicia como una aparente devoción profesional hacia su paciente deviene en lo natural: si se dedica en cuerpo y alma a la enferma que tiene a su cargo es porque se ha enamorado de ella.

No esperéis un desarrollo de la relación muy extenso porque no lo hay: es una de las experiencias vitales que Ena debe tener por si, finalmente, la muerte se la lleva. La más decisiva, sí, pero con el mismo fin que las demás: saber que ha tenido una vida plena.

Ena se sentía tremendamente afortunada de haber encontrado a Silvia, aunque ya no estuviera en su mejor momento. Siempre sería mejor conocer el amor aunque breve, que no hallarlo en vida. (Pág. 204)

Curiosamente, Ena olvidó anotar este deseo en su libro: conocer el Amor con mayúscula. Pero sin él, todas las demás vivencias habrían quedado en anécdotas, en una colección de aventuras sin un íntimo valor existencial. No hubiera alcanzado el propósito verdadero: vivir de verdad.

La novela tiene un interés indudable. Por una parte, La situación en que se encuentra la protagonista es extrema, pero posible: si creemos que esto no pasa todos los días es porque queremos vivir ignorando la amarga realidad de que todas podemos perder la salud. Tampoco es una historia predecible de ningún modo: no sabemos qué pasará finalmente con la protagonista, y esto significa que tiene intriga. Por otra parte, los viajes de las embajadoras de las vivencias delegadas resultan importantes en sí mismos: pequeñas historias, pero grandes aventuras por todo el planeta, aventuras que lo son de la mente y el corazón. Como he dicho antes, ninguna volverá como partió. Por último, una gran virtud es su mensaje de esperanza y el canto vital que defiende: vivir no supone dejar pasar la vida, sino hacerlo de manera que al final quede la certeza de que lo que hubo fue valioso, tuvo entidad (para bien o para mal). De la propia vida cada uno es el protagonista, no un extraño que pasaba por allí.

De vez en cuando apetece leer novelas que impulsen a reflexionar: esta es una novela que no deja indiferente y en la que la vida es tan importante que la palabra que más se repite en esta reseña es, precisamente, “vida”. Que la disfrutéis, si os apetece.

Edición citada: ALONSO DE VEGA, I. Último deseo. Tandaia. A Coruña, 2015.