Curvas Peligrosas Libro

La subinspectora Rebeca Santana es lesbiana. Lo digo así, de sopetón, para que vayáis cogiendo interés. Acaba de ingresar en el Cuerpo y su primer destino es una comisaría en Barcelona. No se va a aburrir, pero ella aún no lo sabe; demasiado nerviosa está con hacerse al ambiente, encajar bien con los/as compañeros/as, etc. En resumen, las ansias normales de cualquier comienzo en un trabajo.

Le asignan como compañera a la subinspectora Miriam Vázquez. La llaman “La Marquesa”, porque viste como tal, se comporta con la altanería de quien sabe la marca comercial del terreno que pisa y es, en suma, una arrogante déspota de manual. Para colmo, a Vázquez le incomoda cambiar de compañero: ella estaba tan a gusto con el anterior, con quien había hecho grandes migas. Y si rematamos la faena, La Marquesa no tiene vocación docente, por lo que el que le emplumen a una novata para desbravarla no le hace gracia alguna.

El primer caso de Santana & Vázquez resulta emocionalmente perturbador. Alguien se dedica a asesinar a chicas con minusvalía psíquica. Y eso, convendréis conmigo, está muy mal: encima de matar gente, escoger a los más indefensos. Hay que encontrar al/la desalmado/a y conseguir que dé con sus huesos en la trena.

Por este camino se desarrolla el hilo argumental de la obra. Como buena novela negra, su eje central está fundamentado en la resolución probable del caso policíaco. Debo decir que, en este aspecto, el desarrollo narrativo es muy ágil: la investigación se sigue con auténtico interés. De vez en cuando surge algún hecho o testimonio relevantes que va haciendo avanzar la trama y, por supuesto, la intriga que tanto nos hace sufrir (como está mandado en una novela negra).

Entrelazada de un modo magnífico, a través de la investigación de ambas subinspectoras, se desliza su vida personal. Vázquez está divorciada de un señor al que aún añora en cierta manera y tiene una hija cuya existencia tampoco está libre de conflictos.

Rebeca Santana es otro cantar. Si de vida privada complicada puede presumir alguien, esa es Santana. Tiene una pareja que la adora y un abuelo absolutamente encantador (confieso que tengo una debilidad cariñosa por este personaje). Hasta ahí, bien, de momento. Pero luego está el lado oscuro: su madre no es el mejor ejemplo que puede ponerse de maternidad amorosa. De hecho, protagonizó un evento que marcó para siempre la infancia (y quizá el resto de la vida) de su hija. Tal fue su gravedad que ahora está en prisión pagando por la fechoría.

Para terminar con los conflictos, nadie sabe aún de los gustos amoroso-sentimentales de Rebeca. Como a todo el mundo le pasa, se la presume heterosexual. Así que cuando sale a la luz que no lo es, se monta el cirio habitual de sorpresas, desconciertos, comentarios, chanzas y bromitas absurdas. Ejemplo: ponerle una tortilla (de patata) encima de su mesa. Como para entonces ya se lleva bien con Vázquez, se la zampa con ella en un rapto de hambruna mediomañanera. Otro ejemplo, que reproduzco porque me hace gracia la respuesta de Rebeca:

En la puerta de su taquilla colgaba un póster porno con la palabra “Tortillera” escrita en rotulador. No era la primera vez. Dos agentes uniformadas y una subinspectora de robos en prácticas se estaban cambiando. Una de ellas llevaba una toalla enrollada al cuerpo, las otras dos estaban desnudas. Santana las saludó y arrugó la foto despreocupadamente. Sólo la subinspectora respondió a su saludo. Las otras dos se apresuraron a vestirse, hablando por lo bajo entre risas sofocadas.
-No es necesario que os tapéis, chicas –anunció antes de irse-. Tampoco hay nada que merezca la pena ver.

Y, como también es habitual en estos casos, una vez pasada la novedad, el personal pasa de tortillas, bollería industrial y demás bobadas e integra a Santana en el equipo normalmente.

Desde mi punto de vista, el hallazgo fundamental de la novela es que el peso narrativo queda equilibrado casi al cincuenta por ciento entre la investigación policíaca y la vida personal de las protagonistas (principalmente de Rebeca). Si lo pensamos bien, es algo tan natural como la realidad misma.

Los personajes principales están muy bien trazados. Santana destila naturalidad y Vázquez es una borde, pero una gran profesional y una persona en quien confiar. Son personalidades muy distintas, pero que se complementan a la perfección (en el trabajo, claro). Los diálogos entre ambas son muy divertidos: me encantan las pullas que se tiran, no siempre teñidas de amabilidad. Como bien sabe todo el mundo, donde hay confianza da asco.

En cuanto a la forma narrativa: cambiar de tercio sin dilación ni separación entre párrafos, de repente, sin avisar y sin que haya el más mínimo signo de que esto vaya a suceder. Es algo sorprendente al principio, incluso desconcertante, pero pronto comienza a funcionar muy bien. Porque da la impresión de que avanzas a saltos, de acción en acción. Y hay un momento en el que no sabes si te prende más la investigación policíaca o el desarrollo de la vida personal de las protagonistas, especialmente la de Rebeca.

La subinspectora Santana es, como hemos apuntado antes, una aventurera emocional. Ella no le va pasar por la vida de puntillas, ¡qué va! Por propia decisión o por puro accidente, siempre está buceando entre complicaciones. Cuando la atractiva abogada Malena Montero se cruza en su camino, que la vida de Rebeca de un giro de 180 grados es tan inevitable como que los ríos terminen en el mar.

¿Qué es lo mejor que puedo decir de una novela? Pues que cuando empiezas, ya no puedes parar hasta el final. Esto sucede aquí. ¿Es posible expresarlo de forma más elogiosa? Para mí, que una narración no me deje abandonarla, es lo mejor, lo más potente y admirable que puede tener una historia….que esté bien contada. Y si además la prosa tiene profundidad, ritmo, buen estilo y forma ajustada, pues miel sobre hojuelas.

A veces te topas con frases que desearías meter en el cofre del tesoro y guardarlas para volverlas a leer y….paladear la golosina. Encontrar el punto poético al asunto macarra, tiene mérito, señoras. Si no, vean y contemplen:

“Avanzaron en procesión, Vázquez al volante de su Lancia utilitario y Santana, refrenando a duras penas las ansias de carrera de la Harley que rezumaba humo y resignación por las silenciosas calles de Pedralbes”.

Luego están las expresiones inusuales, poéticas por su pura heterodoxia: “…-rebañó delicadamente una lágrima que derrapaba por el pómulo de Malena”. Y a ver qué os parece esta otra: “Un escalofrío de placer corrió por su espina dorsal como un ejército de hormigas entrenando para la maratón olímpica”. Suficiente, con esto creo que os habréis hecho una idea.

Los personajes están bien trazados. Resulta imposible no sentir simpatía por ellas (por supuesto no desde el principio, hay que dejar un poco de recorrido a la historia). No es que Vázquez o Santana sean las protagonistas más heroicas de la tierra terrenal, pero sí son empáticas. Cada una a su manera, acaban por caernos bien, simplemente porque las comprendemos. Puede entenderse a la perfección por qué se comportan como lo hacen, que sus motivaciones presiden su comportamiento. Y, claro está, como son humanas y por ello no perfectas, resulta natural que ni ellas mismas sean del todo dueñas y señoras de sus metas, de la dirección que toman sus vidas, ni del resultado de sus decisiones vitales. Esa es la razón por la que podemos identificarnos con sus acciones: ni la pija total ni la bollerita fina están instaladas en el limbo de las altas torres de marfil, sino a pie de calle.

Y, por último, lo que más se aprecia de una novela negra es un buen desarrollo de la intriga y sus buenas dosis de acción emocionante. Ambas cosas se nos conceden sin problema. Así que, ¿qué más se puede pedir? Yo ya me voy corriendo a leer la segunda aventura de las subinspectoras Miriam y Rebeca. Y espero divertirme tanto como lo he hecho con “Curvas Peligrosas”. Que la disfrutéis vosotras también…si os apetece.

Edición que cito: Hernández, Susana: Curvas peligrosas Ed. Odisea (Edición Ebook) [versión Kindle]. 2011.