pareja-lésbica-el-escape-perfecto

Yo amo a Ana. La amo de más formas de las que puedo explicar y contar. La amo tanto que necesito escapar de ella para escribir de ella.

Vivimos juntas desde hace algún tiempo y todos los días hacemos una fiesta al darnos cuenta que dormiremos abrazadas otra vez. Es como si no pudiéramos creer la suerte que tenemos al tenernos la una a la otra a diario. Ella tiene un aroma particular que desprende de sus poros y deja sin salida a mi olfato. Me regocijo, me encojo como una hoja de otoño, me pego a su piel, la aspiro tratando de meterme en su materia. Danzamos en un tintineo. Hablamos con palabras que no lo son. Nos repartimos besos inevitables como la gravedad y morimos un instante.

Silencio.

A veces su ataque fulminante me deja agonizante y necesito más de ella, entonces decido fugar hacia mi mundo, el maldito y amado insomnio.

Despegar mi cara de su tersa espalda no es tarea fácil. El más mínimo movimiento la hace aprisionarme más fuerte entre sus piernas.

Debo seguir ciertos pasos que ya me sé de memoria.

Espero que duerma profundamente. Compruebo que está muy dormida cuando le digo “Te amo” y no responde. Apoyo mis pies en un lado de la cama, como una palanca que me hala hacia fuera. Mi cuerpo se desliza entre las sábanas tan suavemente que a veces no sé si estoy avanzando. Respiro bajo. Mi brazo izquierdo se atasca en el último rincón de su esbelta cintura y de pronto, allí estoy yo, extrañándola y libre para derretir mis dedos escribiendo hasta el amanecer.

Aquellas veces ella se despierta radiante. Yo no puedo abrir ni un ojo. Ella despliega la luz abriendo las ventanas. Abre puertas. Pone música. Yo hago sonidos lastimeros de disconformidad. Ella me da uno de aquellos besos a las que estoy tan acostumbrada y respiro otra vez. Así como hoy.