Jamás. Nunca en su vida anterior. Inés no podía predecir las consecuencias de la búsqueda que inició aquella noche, a instancias de Óscar, su marido. Todo empezó como una parte del negocio. Óscar necesitaba agradar a su nuevo socio, Monsieur Marchant. La hija del señor Marchant había desaparecido.
Lógicamente, el padre se encontraba angustiado y desesperado. Adrienne Marchant no era ninguna niña, pero sí una joven que se había marchado sin dar explicaciones. Motivo de alarma existía, desde luego. ¿Le habría pasado algo? Los tres se lanzan a encontrar a la señorita Marchant, con el fastidio inmenso anidado en el alma de Óscar, la preocupación en el ánimo del Sr. Marchant y los deseos de ayudar en lo más íntimo de Inés.
Al principio fue eso, simple y desinteresada intención de ayudar: a su marido en las relaciones con Monsieur Manchant y, sobre todo, poco a poco, una sincera emoción generada por la necesidad de encontrar a una chica desaparecida y aplacar la angustia de su padre. Y conseguir la íntima satisfacción de que todo está bien, de que todo está solucionado.
Óscar comienza a dar síntomas de que algo no marcha bien en su espíritu. Su temor por no estar a la altura de su mujer comienza a generarle un pánico atroz, que transforma en hostilidad hacia el Sr. Marchant. Como un crío pequeño, empieza a pensar que Inés no le hace suficiente caso y comienza a competir por obtener su atención, mientras ella se encuentra centrada en estos momentos en encontrar a la chica perdida.
Durante un lapso de tiempo, la búsqueda parece eternizarse: Adrienne no aparece. Pero cuando el éxito corona la misión finalmente, lo que experimenta Inés no es exactamente alivio. En realidad, algo nuevo se abre dentro de ella. No resulta fácilmente identificable, puede esconderse detrás de múltiples escondrijos. Pero ahí hay algo que nunca antes ha experimentado, un sentimiento extraño, perturbador, que puede ocultar por el momento, pero que no deja de inquietarla, aunque sea en un segundo plano. El verdadero encuentro con la señorita Marchant marca un antes y un después en su visión de la vida:
Pronunció su nombre, estrenándolo, y sonó como si ya se conocieran.
Claro que se puede pasar de largo ante algo así, sobre todo cuando se cree firmemente que se puede hacer. Y tal vez el éxito habría acompañado los propósitos de Inés si no hubiera vuelto a ver a Adrianne. Pero…el Destino es lo que es.
Monsieur Marchant actúa sin saber hasta qué punto su sugerencia será fatídica para todos. Puesto que su hija quiere irse sí o sí con una banda de músicos a los que acaba de conocer a sus conciertos a Sevilla, desea que al menos esté un poco controlada. En cuanto Inés percibe la idea del Sr. Marchant (generada en su íntimo afán de que su hija no se desmande del todo), se ofrece rápidamente a acompañarla. A fin de cuentas, Óscar y ella viven en Sevilla y están de vacaciones, así que la labor de tutela no supondrá mucho esfuerzo. Y en el fondo, Inés intuye que disfrutará mucho con la compañía de Adrianne.
Lo que el buen Sr. Marchant no puede ni imaginar es que, con la idea de controlar a su hija, ha prendido el fuego a la mecha. Algo que nadie podía prever, ni siquiera Inés o la señorita Marchant.
Las dos se conocieron en algún punto invisible, como si hubieran sentido la necesidad de mirarse por primera vez, como si buscarán una vaga sensación de familiaridad, o consuelo. O una necesidad, una urgencia extraña de coincidir, de conocerse.
A lo largo de las páginas siguientes, Óscar se configurará como un personaje fundamental. Porque el marido de Inés da voz a la tremenda crisis que sufre su matrimonio, y que ella silencia. Veamos, Inés no calla por inconsciencia ni tampoco por cobardía, sino porque muy posiblemente ha llegado a aceptar la situación y, consecuentemente, normalizar que su relación amorosa es como es y debe ser así. Veremos cómo Óscar ha sido un marido dedicado, delicado y hasta cariñoso. Durante un tiempo bastó con eso. Y tal vez ahora ya no baste, porque todo el mundo, tarde o temprano, todo el mundo necesita amor de verdad y no buenas intenciones ni tampoco sucedáneos.
Con el paso del tiempo, él se ha dado cuenta de que su mujer no está bien con él. Resulta duro y doloroso, pero es la pura verdad. Y esto es uno de los puntos fuertes de la novela: la descripción cruda y sensitiva de la lucha interna y del dolor íntimo de este hombre que no entiende cómo ha llegado a perder a su esposa. Lo grave es que en el fondo sabe que hace tiempo que ya no hay vuelta atrás y no lo acepta.
Tuvo bastante culpa en el camino hacia la debacle de su relación: cuando Inés se mostraba amorosa con él, parecía que su afecto le fastidiaba. Ahora que no lo tiene, que su mujer ha dejado de ser cariñosa, ahora que ella está ausente, siente la carencia de lo que una vez tuvo y no supo valorar.
Inés ha dado todo por perdido hace tiempo. En su universo mental resulta lógico no sentir lo que antes sentía: mariposas en el estómago.
Cuando aún se profesaban un amor de cristal.
Pero Inés no entiende que nada tiene que ver que su relación haya cambiado a lo largo del tiempo con que esa relación haya terminado en desastre. Puede que no sientas todo un ejército de mariposas furiosas en tu estómago intentando devorar todos los alrededores. Pero si todo va bien, ese mismo ejército de mariposillas, algo más calmadas pero muy persistentes, seguirán dando la nota en tu estómago un día sí y otro también, tal vez menos furiosas, pero más traviesas.
Óscar no es un mal hombre, pero en su caída en picado hacia la desesperación, termina generando una celotipia de manual, que lo convierte en un enfermo insoportable, irracional y… peligroso. Él se siente desvalido e intenta captar la atención de su mujer, como un niño pequeño que hace trastadas en el patio del cole para que su mamá le mire. Se le mete en la cabeza que el señor Marchant es su rival, solo porque Inés se apiada de él durante la búsqueda de su hija Adrianne y, posteriormente, le dedica las educadas atenciones que debe a un socio valioso de su marido. Pero, como todo enfermo celotípico, Óscar genera primero las fantasías y después las hace encajar.
Algo que está muy logrado en esta historia es la construcción de este personaje. Óscar está tan bien dibujado que, a pesar de todo (A pesar de que bien podría ser el supervillano de la trama), al final lo que genera es una tremenda lástima. Quizá porque percibimos su dolor de ver cómo Inés se aleja de él, y lo hace como un río que nada puede hacer salvo fluir hacia su desembocadura. Así de inevitable. Porque Inés ha empezado a notar algo extraño. Un sentimiento interno, grande y poderoso.
Sentía algo hacia la señorita Marchant, algo indefinido y confuso, desmesurado, y sin embargo, limpio, puro, transparente, pero aquella emoción también la paralizaba.
En efecto, si la impresión inicial ya fue digna de tenerse en cuenta, el trato que ambas mujeres han tenido durante la estancia veraniega en Sevilla (recordemos que Inés se ofreció a ser la niñera-vigilante de Adrianne mientras estuviera con los músicos) ha generado una intensa amistad. Amistad que, si imagináramos que fuera una planta, ninguna de las dos sabe cómo ha crecido tanto ni hasta qué altura puede llegar a crecer.
Adrianne tampoco es ajena a la perturbación que ha nacido dentro de ella sin apenas percatarse.
Aquellos pensamientos nadaban en sus arterias, pero no le molestaban. Adrianne siempre estaba dispuesta a sentir lo que fuera desde la inocencia que permite ignorar las consecuencias. Probablemente, era demasiado joven como para deducir todo lo que podía pasar a raíz de tales meditaciones.
Cuidado, señorita Marchant, puede que como dice la cita sea aún usted muy joven para digerirlo pero, créame: los pensamientos, siguiendo con el símil de la planta, crecen; pero si se riegan, lo hacen aún más.
Como Inés no es tan joven y sabe más del crecimiento vegetal, percibe la peligrosidad de dejar a su aire el crecimiento de los pensamientos. En consecuencia, intenta ponerles coto.
Error. Inés, es imposible frenar el proceso. Si la planta ha decidido que crece, crece. Ya lo verás.
El caso es que Adrianne termina por ver claro que lo que le sucede es que está perdidamente enamorada de Inés: irónicamente, la persona a la que su padre nombró su “tutora” para evita su descarrío. Con el impulso de la joven rebeldía, pero también temblorosa, finalmente se lo confesará a su papá. Reconozcamos que es una noticia algo chocante, dadas las circunstancias; sobre todo porque Marchant parecía el típico súper padre-protector de su niñita.
Pero no, la reacción del Sr. Marchant es incomesurable: tranquila, tierna, razonable y buena. Propia de un padre que simplemente quiere a su hija y ve que está enamorada.
Todo lo contrario le sucede a Inés. Para esos momentos, su marido ya se ha convertido en un completo energúmeno. Triste, angustiado y derrotado, sí. Pero energúmeno a fin de cuentas, en el sentido de que es imposible razonar con él, ni mucho menos explicarle que te has enamorado de una chica. Está histérico, amargado y se ha vuelto receloso y el paradigma de la inseguridad.
Y a todo esto hay que añadir que Óscar ha fábulado libremente mientras se encontraba solo y, en su patología, ha “descubierto” quién es el amante de su mujer. Adivina adivinanza, como a un hombre heterosexual le resulta inconcebible que su esposa se enamore de otra persona que no tenga sexo masculino, ¿en quién habrá pensados? Exacto, el premio al adulterio le ha tocado de plano al pobre Monsieur Marchant.
Una de las virtudes más señalables/encomiables de la novela es la tremenda empatía que genera, por hacernos partícipes de los sentimientos de sus personajes. Todo está contado con las palabras adecuadas, que consiguen que las sensación se traslade directamente a la mente de quien lo está leyendo, de que vemos de verdad el corazón de los protagonistas.
El Destino es una idea muy presente durante toda la novela, pero más específicamente en su final. No es un final al uso, cerrado y concluso, más bien tiene notas de contrariedad que nos dejan con la miel en los labios, pero que despiertan a la vez él hambre por algo más. Queda presente el pensamiento de si todo irá bien, pero con la esperanza prendida y fructificada, como una semilla que vuela y que seguro será fértil. En el fondo sabemos que es un final feliz, mucho más feliz que muchos finales explícitos. Y eso es así porque se sustenta en la certeza de que la felicidad es posible, de que el Destino existe y es algo muy poderoso. La idea del Destino que planea por este final es que aunque equivoquemos el camino en algún momento, aunque vacilemos o confundamos nuestros pasos, si nuestro destino es otro, nos encontrará y terminaremos en un punto favorable a nuestra meta, siempre un poco más adelante en el camino.
Es reconfortante, una visión del determinismo muy tranquilizadora, porque significa que siempre los pasos en falso tendrán arreglo, si es que tenían que tenerlo. Tú Destino resulta entonces una especie de guía, de ángel de la guarda, siempre atento, siempre presente para tomarte de la mano y reconducirte, devolviéndote al rumbo que te pertenece, al que estás destinada. Sinceramente, creo que es una novela muy recomendable. Por varias razones, a saber: el argumento es interesante, bien definido, bien trabado y con la trama desarrollada de forma adecuada; los personajes son densos, con personalidad real, con fondo; la ambientación sólida.
Pero, sobre todo y ante todo, hay que decir lo siguiente: es una novela muy bien escrita, con un estilo trabajado, profundo, algo que merece la pena leer.
Totalmente recomendada. Que la disfrutéis, si os apetece.
Edición que cito: LAGO, E. Inés es todas las ciudades. Ebok. Ediciones Tagus. La Casa del Libro. 2016.
- Lago, Helena (Autor)