relatos lésbicos 1

La esencia de ella

Son las tú menos cuarto de la madrugada. Ahí es donde estoy: en mi cuarto. Me vuelvo loca, deliro, suspiro, apenas respiro, solo de pensar que puede que estés por aquí sin acordarte de mí. Me pone del revés saber que yo he desquiciado todos los segundos del reloj pensando en tu sonrisa, y a ti el verme no te corre ninguna prisa. Aquí me he atascado, esperando a que la pieza que le falta a mi corazón encaje por sí sola. Evocando la curva de tu boca y el sentimiento que aún me provoca. Recuerdo que se me paró el corazón para dejarte entrar en condiciones. Y también cómo hacer el amor contigo equivalía a explotar de placer, empapando de erotismo toda la cama, desde ti hasta la almohada. Ahora solo me queda menosturbarme.

En aquel tiempo sabía que nunca más pasaría frío porque me abrigaba con un montón de sueños que empezaban dentro de tus ojos.

Recuerdo una etapa en que nos íbamos a tomar algo y lo fuiste aplazando hasta que te vino mal quedar porque te habías mudado de país. Que ese café que pensábamos compartir ya debe estar tan frío que sabrá a “no”. He partido todas tus fotos en miles de pedazos rotos. Igual que tú partiste, para mí lo hiciste del todo.

Voy a hacer muchas cosas antes de que sea tarde

Voy a decirte que te amo, aunque tú no quieras aceptarlo. Voy a intentar demostrártelo, aunque ya estés cansada de imaginártelo. Voy a ser valiente de una vez, aunque al hablarte mis palabras se me antojen una memez. Voy a hacer de todo mi dolor un arte, confiando en que algún día pueda dejar de soñarte.

Voy a hacer muchas cosas antes de que sea tarde, no vaya a ser que te pierda del todo por seguir siendo una cobarde.

Siempre es la lluvia

Está lloviendo y me acuerdo de ti. Lo hago demasiado. Más de lo que debería.

Ya no esperaba nada de nadie. Empezaba mi rutina deseando que acabase pronto, y pasar al día siguiente para vivir el bucle otra vez. Apenas salía de casa. Cuando no me quedaba más remedio, mis pasos, de muerta en vida, parecían no querer llegar nunca a su destino. Un mal día, comenzó a llover. Levanté la vista, hecha un nudo, y me crucé contigo. Fue sin querer. Vi cómo sonreías y ya no puedo volver a cerrar los ojos sin que tu imagen parpadee flotando. Llegué a dudar de si llovía en la calle o en mis ojos, empañados por su propio aguacero.

Los días que nos vemos, me saludas sonriendo y así aprendí a hacerlo yo de nuevo. Por repetición. Porque cuando lo haces tú, queda bonito, y quise probar a enseñar a mi boca a decir una sonrisa. Al principio, las comisuras de mis labios chirriaban. Luego, con tus besos, se fueron engrasando.

Adoro que llueva. Algunas chispas de agua me saltan a la cara porque tengo la ventana abierta. Los vecinos me miran raro, desde el refugio de sus casas, pero me resbala, como resbala el agua por mi cara. Me relaja sentir el frescor de la lluvia en el ambiente. Lo deja todo limpio. Y me encanta la sensación de que, en algún lugar de la ciudad, donde está tu casa, miras por la ventana, viendo el agua caer, pensando en mí como yo pienso en ti.

Está lloviendo, pero no hace frío. Sé que nunca más podré sentir frío mientras me siga calentando con tu recuerdo. Mientras me siga durmiendo sintiendo el aroma de tu pelo revuelto, con una mano sobre tu pecho. Más que por tocarte las tetas, pretendo tocarte el corazón a través de la piel. Una piel que es la mejor manta que una puede echarse por encima. Una piel exquisita y perfumada, suave, caliente y entregada, como una carretera por la que no me importaría volver a coger el coche para perderme.

Esa eres tú.