Son las matemáticas una asignatura en la que mucha gente necesita clases particulares. Este es el caso de Alba. Su profesora titular (la del instituto) no logra meterle en la mollera la materia, ni tampoco la alumna consigue seguir las explicaciones. Está claro que un buen refuerzo va a ser imprescindible si quiere superar el curso.
La mamá de Alba, conocedora de las dificultades de su hija con las mates, decide buscarle a alguien que acuda a su casa y le explique todo lo que haya que explicar. Silvia, estudiante universitaria que acaba de culminar el primer curso de su carrera con excelentes calificaciones, será la encargada de inculcar en Alba el amor por las matrices, derivadas, integrales y demás animalitos matemáticos. Silvia resulta ser una magnífica profesora; explica divinamente, con grande y santa paciencia, lográndose hacer entender por su alumna. Sin embargo, dicho sea de paso, como el proceso de aprendizaje es un ejercicio en que ambas partes tienen su papel, no todo el mérito es suyo. Alba consigue buenos resultados porque se encuentra interesadísima… por la profesora.
Al principio fue algo más o menos imperceptible. Pero, según se van sucediendo las sesiones de clase domiciliaria, Alba va dándose cuenta de sus sensaciones cuando Silvia aparece, cuando Silvia habla, cuando Silvia se mueve o cuando Silvia hace (o no hace) cualesquiera cosa.
Me era imposible no mirar al Silvia cuando me explicaba algo. Trataba de fijar mis ojos en el papel pero, sin querer, estos se posaban en su piel, repasándola con tanta intensidad que casi la sentía. A veces, cuando conseguía concentrarme y terminar alguno de los ejercicios que me planteaba, notaba cómo ella también me miraba a mí. (Pág. 17).
Efectivamente, la profesora no era ajena al torbellino emocional de su alumna. No obstante, eso no significa que estuviera por la labor de iniciar una relación con ella, o meramente echar un polvo liberador. ¿O sí?
Esta tiene que ser necesariamente una reseña breve, porque la novela que tenemos entre manos no es extensa y, de continuar ahondando sobre la trama, seguramente acabaría por descubrir más de lo debido; lo que no quiere decir que el libro no cuente muchas cosas, pero ciertamente están condensadas en un espacio no demasiado grande (en total tiene 140 páginas). Sólo debo adelantar que Alba y Silvia recorren su espacio vital de forma que sus destinos parecen confluir, pero esto es algo problemático y sin garantía de éxito.
El texto de la contraportada puede dar unas pistas sobre el devenir de la acción que se narra en la novela:
Hay historias que te acompañan a lo largo de los años. No lo hacen de un modo atormentador que impida que puedas dormir en paz, ni tampoco lastran tu camino. Es algo sutil, leve como una sombra, como un aroma etéreo o una música que oyes a lo lejos.
En algunos momentos te alejas haciéndolas así más ínfimas, casi imperceptibles; en otros, sin darte cuenta, vuelves irremediablemente hacia ellas hasta que de nuevo se tornan rotundas, inmensas, ocupándolo todo alrededor.
Ésta soy yo y aquí está la historia de que os hablo.
“Invierno convexo” no contiene terribles dramas, aunque sí conflictos emocionales derivados de la vida amorosa de la protagonista y su evolución vital. Es una pequeña novela con un desarrollo de la trama ágil y fluido, ideal para pasar una tarde entretenida. Que la disfrutéis, si os apetece.
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