Bien poco podía imaginarse Ashley Woodson que su vida cambiaría para siempre el día que encontró un diario bajo la almohada de su litera en el campamento de verano. Iban a ser unas vacaciones alegres, intrascendentes y divertidas junto a sus dos inseparables amigas, Olivia y Ronda. Pero ese diario la marcaría para siempre.
Pertenecía a una tal Claire Lewis y pronto Ashley empezó a engancharse con su lectura. Sabía de sobra que no estaba bien leer diarios, porque supone cotillear de vidas ajenas y entrometerse en la intimidad de otra persona. Ya se lo advirtieron sus dos amigas, que asistían sorprendidas a lo que parecía una ocupación full-time que no dejaba espacio para ninguna otra actividad. Ashley estaba obsesionada por completo.
Simplemente, no lo podía evitar: la curiosidad era más fuerte que sus posibles escrúpulos respetuosos de la privacidad de nadie. Claire Lewis, una total desconocida, se desnudaba psíquicamente ante sus ojos y ella no podía dejar de seguir leyendo, disfrutando del “strip-tease” mental de la autora del diario.
El punto álgido de interés se produjo cuando las páginas del diario reflejaron una duda que iba creciendo en la escritora: la posibilidad de que le gustaran otras chicas. Eso fue la puntilla para Ashley, porque ella misma había descubierto hace poco tiempo que era lesbiana. No tenía ningún problema de adaptación, que conste. De hecho, Ronda y Olivia estaban ejerciendo de casamenteras en aquellos mismos momentos, procurando que se acercara a otra chavalita del campamento que la miraba con ojos golosos. Pero no había manera, Ashley Woodson volvía a la lectura del ya famoso diario una y otra vez.
Sin querer, de la curiosidad pasó a la intriga, de ahí a la simpatía y finalmente a la fascinación por la misteriosa muchacha, que se pasaba la última parte del texto confesando tener un lío monumental y sospechas fundadas de su querencia hacia las mujeres. No sólo eso: al final desvelaba su atracción por una chica a quien acababa de ver. Con una camiseta muy especial y una descripción que, sin lugar a dudas, coincidía con el aspecto de….¡Ashley!
Y ahí acababa el diario. Ashley quiso darse de cabeza contra la pared: ¡“su” Claire se había sentido encandilada por ella! La timidez impidió que la abordara, timidez que no consideró oportuno vencer porque se marchaba al día siguiente. Sin embargo, alguna telúrica fuerza había mediado para que Ashley supiera de su existencia y cayera a sus pies (metafóricamente) con los sentidos perturbados. Claire había sido nombrada por siempre jamás su Primer Amor (aunque hubiera sido un tanto virtual).
La creencia de que el karma había influido directamente en el desarrollo de todos estos acontecimientos siguió acompañando a Ashley durante mucho tiempo. En concreto, durante los doce años sucesivos.
En 2020, Ashley Woodson es ya una reputada veterinaria que trabaja en el zoo de Cleveland. Sale con frecuencia a corretear por los parques y alrededores con su perro Darwin, que disfruta de los paseos tanto o más que ella. Las dos amigas de toda la vida que conocimos en el campamento siguen a su lado. Olivia, incluso, vive justo enfrente de su casa (circunstancia que aprovecha para tenerla vigilada, en el mejor sentido de la palabra).
Un buen día, Ashley realiza el running diario por un cercano parque y se encuentra con una joven acompañada de su perrita, que resulta llamarse Cleo. Darwin y Cleo parecen hacer buenas migas, lo cual hace que sus dueñas también entablen conversación. Todo hubiera quedado ahí de no ser por un pequeño descubrimiento decisivo. Al despedirse, Ashley pregunta a la chica su nombre, por si vuelven a encontrarse. La respuesta la deja helada. La joven se llama Claire Lewis.
Parece una jugada del Destino (así, con mayúscula). Doce años más tarde acaba de toparse con el Primer Amor de su vida. Alguien a quien creyó no llegar a conocer nunca. Ashley Woodson está convencida de que algo prodigioso acaba de suceder, que los astros se han confabulado para que este encuentro llegara a producirse. En consecuencia, decide seguirle la corriente al Destino y procurar su acercamiento a la mítica Claire Lewis.
Pero si el Destino está empeñado en juntarlas, no se ha tomado demasiadas molestias en poner las cosas fáciles. Claire tiene novio y lleva junto a él seis largos años. Este insignificante detalle complica bastante la situación y no allana para nada el camino de Ashley. No tarda en contarle a sus dos íntimas amigas la sorprendente novedad. Ronda y Olivia están emocionadas, por supuesto, pero no dejan de recalcar lo que Ashley ya sabe: resulta muy poco probable una hipotética relación futura con Claire. Y esto es así por dos razones fundamentales, a saber: no parece muy de lesbianas tener novio formal desde hace seis años (como mucho podríamos aceptar bisexualidad, y eso con mucho optimismo), ni tampoco Claire da muestras de recordar a Ashley, ni de haber sentido nunca nada por ella.
Ashley inicia entonces el empinado camino de la amistad más entregada, animada por la afinidad indiscutible que siente por Claire (afinidad que es recíproca). Ambas quedan cada vez con más frecuencia y crecen en su relación de amigas inseparables. A esto contribuye mucho la continuada ausencia de Nick (el novio de Claire), que es un abogado de éxito ocupadísimo en hacerse un buen lugar en el bufete. Pronto comenzarán a tener sentimientos encontrados, dudas sobre la verdadera índole de su relación “amistosa”, escrúpulos de conciencia, etc., etc. Todo ello irá fluyendo con cierta naturalidad, avanzando con una serie de acontecimientos que irán acercando más y más a las protagonistas. Que cada día se quieren más, es innegable. Pero, ¿pasarán la frontera que separa el cariño del amor?
“Cosas del destino. El diario de Claire Lewis” es una novela de corte romántico, fresca y de desarrollo lineal. Un recurso narrativo interesante son las conversaciones por whatsapp de Ashley con sus amigas (y después con Claire). Resulta un modo de diálogo ágil y muy efectivo. Siguiendo con cuestiones de forma, las autoras utilizan con cierta asiduidad series de hipérboles para expresar la intensidad de las emociones que embargan a las protagonistas y que están relacionadas con el funcionamiento orgánico del cuerpo humano (o “disfuncionamiento”, mejor dicho). Así, podemos encontramos con que a una le sube la presión arterial hasta extremos de provocarle casi un ictus o que cualesquiera valores de su analítica de sangre alcanzan límites compatibles con una grave pluripatología porque la otra la ha obsequiado con una sonrisa pícara, por ejemplo.
En la novela se utiliza un mecanismo muy habitual en este tipo de novelas: diferenciar a los personajes por el color del pelo, para no tener que usar su nombre de manera continuada. A mí en esta ocasión tal práctica me ha producido un curioso efecto. Ronda, la amiga más vivaz y descarada de Ashley, tiene el cabello castaño. Pues bien, resulta que cada vez que yo leía “la castaña”, no podía evitar que la mente se me viniera la imagen de una castaña, es decir, del fruto del castaño. Y ahí andaba yo, pensando continuamente en castañas (sobre todo del tipo pilongas, que son las que me encuentro a todas horas en esta época tiradas por las calles). ¡Un festín me he dado de castañas! XD
Dejando a un lado mis extrañas experiencias personales, debo señalar que una cosa que me llama mucho la atención de esta novela es que está escrita por dos personas. El proceso de creación “a la limón” debe de ser, supongo, más complejo y elaborado que la autoría individual. No obstante, en ningún momento se percibe que hayan intervenido manos diferentes. El conjunto está, por tanto, bien ensamblado.
El libro es agradable de leer, aunque a veces da la impresión de que las protagonistas le dan demasiadas vueltas a las cosas (además de estar a punto de morir constantemente debido a las emociones que se provocan) y que algunas situaciones se ven venir. Pero, ojo, que hay sorpresa final (y gorda).
Que lo disfrutéis, si os apetece.
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