“Era extraño, pensó, lo había escuchado innumerables veces de los siervos en la hacienda, de la soldadesca hispana, africana y siria. Todos venían a decir lo mismo en diferentes lenguas. Que solo una mujer podía hacerte sentir como un hombre…Y no era cierto, pues ella nunca se había sentido tan mujer como aquella noche con Benilde”.
En los últimos tiempos del reino visigodo en Hispania (principios del siglo VIII), la vida de Benilde transcurre en la hacienda de su padre sin demasiados contratiempos. Don Froila, su progenitor, es un noble de ascendencia hispana que se dedica principalmente a la cría y venta de caballos. Sus propiedades se sitúan en la Bética, concretamente la zona que hoy en día está entre Cabra y Granada. Resulta algo bruto, autoritario y adusto, pero su carácter entra dentro de los parámetros normales de un terrateniente godo, con las motivaciones propias de un padre de la época. Su principal objetivo para con su hija es casarla, y casarla bien.
Benilde conoce los propósitos de su padre y, hasta cierto punto, los comprende. Ella ha sido educada para ser esposa, como conviene a su rango y posición. Es más, incluso ha recibido un tipo de educación más completa que la mayoría de los nobles de la época: sabe leer y escribir. Además, conoce los textos sagrados y también las obras de San Isidoro de Sevilla. Alguien podría pensar que las enseñanzas han sido excesivas para lo que realmente necesita una mujer de su clase.
Pero Benilde no es para nada una joven dócil y sumisa con los dictados ajenos. Su temperamento la impulsa a realizar acciones impropias de su sexo, linaje y posición social. Le encanta montar a caballo y con bastante frecuencia se escapa cabalgando por los alrededores de la hacienda (todo a espaldas de su padre y para desesperación de Asella, su criada, que teme la ira de don Froila si alguna vez llega a pillar a su hija en tales lides).
Un día, don Froila aparece con un siervo nuevo, procedente de Astigi (la actual Écija). No tiene nombre, o al menos dice no tenerlo. Pide ser llamado Cachorro. A primera vista no resulta demasiado agradable: tiene el pelo largo, con greñas sucias que le cubren la cara casi por completo, la ropa está tan mugrienta que ha llegado a acartonarse y su carácter peca de adusto y huraño. Lleva encima más mierda que el palo de un gallinero, a lo que lógicamente va aparejado que le acompañe un olor muy poco grato. Por tal razón, los criados más hostiles comienzan a llamarle “lechón” y no Cachorro, en alusión a que más parece la cría de un cerdo que de cualquier otro animal. Su tarea consiste en domar a un semental especialmente violento y difícil de tratar (de hecho, ya se ha cargado de una coz a otro caballerizo). El animal es un ejemplar magnífico, negro, de pelo brillante y porte majestuoso; bien merece que, si alguien se atreve, intente adiestrarlo. El recién incorporado siervo parece el individuo idóneo para tal misión: su habilidad con los caballos es proverbial. En realidad, la clave radica en que sabe tratarlos, tiene paciencia y mesura, no utiliza jamás la vara o el látigo y los animales terminan por confiar en él.
El contraste entre la apariencia externa del joven y su carácter llama la atención de Asella de inmediato. Ella, que bien conoce a todos los criados de la hacienda, pronto se percata de que su aspecto no se compagina con lo que parece atesorar en su interior. Hay algo que no cuadra. Como Asella observa muy acertadamente: “– Hueles a pocilga, pero no hablas como un cerdo”.
Benilde se encuentra con Cachorro por primera vez de forma bastante abrupta. En concreto, tropiezan una con el otro en la caballeriza, y Benilde le acaba partiendo el labio a Cachorro de un bofetón.
La señora Benilde es orgullosa, impulsiva, indómita e impetuosa. Pero también un tanto caprichosa y arrogante. Así que no puede evitar comportarse con el inmundo caballerizo con cierto despotismo.
A ella le encantaría que Cachorro consiguiera domar al elegante alazán semisalvaje, la más majestuosa montura de las cuadras de su padre, don Froila. Tal deseo obedece a que tiene meridianamente claro que, si el precioso caballo consiente en ser montado alguna vez, será a ella a quien pertenecerá.
En esta historia, los caballos son muy importantes y el concepto de doma cobra un matiz general decisivo y recurrente. La forma de domar del caballerizo resulta muy peculiar e inteligente. Se aproxima, intenta vencer la desconfianza, calma los nervios de su oponente y aplaca su miedo inicial, tranquiliza y procura la cercanía con la cabalgadura. En realidad, el proceso se parece bastante a una seducción.
Acercarse a una persona, generar sentimientos en ella, procurarse su amistad y quizás también su amor tiene mucho que ver con el sistema de Cachorro. A lo largo de la novela, veremos cómo las relaciones personales más importantes se fraguan en el horno de la paciencia, la delicadeza y la habilidad de irse acercando al otro, ganando su confianza (y recíprocamente, dejar de lado los propios recelos y permitir que los acercamientos vayan siendo cada vez más estrechos).
Esa debería ser la estrategia para ganarse a una esposa, no imponerse sin más como si ella fuera una res que se acaba de adquirir en un mercado. Aunque, en el fondo, esta sea la verdadera idea porque don Froila está “vendiendo” a su hija de algún modo, dado que la otorga a cambio de beneficios.
Ciertamente, a Benilde no le queda otra opción que conformarse con su destino. Sabe que su padre la va a casar con quien él considere un buen partido. Y aunque es de natural rebelde e indómito, en el fondo entiende que no tiene escapatoria. Solo le queda la esperanza de que, al menos, su futuro esposo no la aleje del mundo que conoce y le es familiar: la hacienda de su padre. Ni tan siquiera eso le será concedido.
En la mentalidad de don Froila, un buen pretendiente para su hija debe tener las siguientes cualidades: ser poderoso, rico e influyente. Esas tres notas características las posee don Clodulfo, un noble godo de pura cepa, “Comes” del rey y señor de Eliberri, poseedor de un montón de tierras y muy cercano a la corte de Toleto. Se quedó viudo y sin descendencia, tras el fallecimiento de su mujer (víctima de unas fiebres) y su fortuna no le viene de cuna, sino de un “pelotazo” político que pegó años atrás: resulta que se quedó con todas las posesiones del anterior titular (donde se crían espléndidos caballos), al destapar su supuesta traición al rey. Por si fuera poco, y aunque esto no sea lo peor de todo, don Clodulfo pasa ampliamente de la cincuentena, circunstancia que no le hace a priori demasiado atractivo para una joven esposa, a la que lleva más o menos cuarenta años. Pero esto no es lo peor de todo, sino que el tal don Clodulfo goza también de una notoria fama de hombre cruel y despiadado, irascible y violento, despótico y dominante.
“Por un lado, la impaciencia de poseer, por otro, el deseo de montar; verbos que para don Clodulfo, y como Benilde tendría ocasión de comprobar, significaban igual referidos a hembras y a caballos”.
Este es el panorama al que se enfrenta Benilde. A su padre, don Clodulfo le encaja perfectamente como esposo en el esquema que ha ideado para la vida de su hija. Está claro que ella no comparte tal criterio, aunque como sabemos no tiene más alternativa que aguantarse y obedecer.
Por si no se le hubiera hecho suficientemente cuesta arriba, algo trascendental sucede cuando Benilde descubre a Guiomar. Y esto, de una manera definitiva y hasta extremos que ni ella es capaz de llegar a imaginar, cambia su vida por completo.
En efecto, Guiomar marca en su existencia un antes y un después. Encontrarla supone, sin embargo, una paradoja: le hace bien y mal al mismo tiempo. Por un lado, Benilde consigue un auténtico bálsamo para su soledad, alguien con quien poder compartir sentimientos, confidencias y en quien apoyarse. Por otro, la idea de prescindir de Guiomar, de tener que abandonarla para casarse, se le hace día a día más insoportable. Ya no solo es que su pretendiente sea el peor que podría imaginarse, ahora también pesa (y mucho) dejar atrás a Guiomar.
Pero de ningún modo puede confiar en que se cancelen los planes de matrimonio. Su padre se juega demasiado con esa boda.
Y precisamente esa desesperación la lleva a cometer el mayor error de su vida, una equivocación que pondrá a Guiomar en un peligro tan grave como mortal. Aunque involuntariamente, Benilde puede haber provocado la muerte de Guiomar. No es fácil perdonarse algo así, y Benilde tendrá que cargar con la culpa a partir de entonces.
“Ninguno de los baúles de la dote que su padre le preparaba para su partida a Toleto tras la boda pesaba tanto como la carga que Benilde llevaba en su conciencia”.
Pero…quién sabe.
“El caballerizo de Astigi” es una “rara avis” en el mundo de la literatura contemporánea que habla del amor entre mujeres. Lo es, en primer lugar, porque la novela histórica no resulta frecuente en este género. Se cuentan con los dedos de una mano las obras con temática lésbica que sitúan su acción en un contexto no contemporáneo.
Tampoco viene a ser común que la narrativa histórica se enfoque hacia la época de la Hispania visigoda (o, mejor dicho, su final). Por regla general, los títulos que se refieren a la Edad Media toman como marco periodos más avanzados. Y cuando están situados en la zona geográfica del sur de España, la elección suele recaer en los momentos en que la dominación musulmana se encuentra ya afianzada (Califato o reinos Taifas).
Escribir una novela histórica y hacerlo bien no es nada fácil. Para empezar, exige un trabajo de documentación mucho más profundo que cualquier otro género: se trata de recrear todo un universo y sumergirnos en él (pero con la diferencia de que aquí no nos lo podemos inventar, como en la Ciencia-Ficción o en la narrativa fantástica). Los personajes tienen que funcionar con coherencia dentro de ese contexto, comportarse y pensar con la mentalidad de la época; ser, en suma, creíbles. Y, lo más difícil, en mi opinión: que la narración fluya con naturalidad y verdaderamente nos sintamos dentro de ese mundo, no leyendo un manual de Historia.
Todo ello está logrado en “El caballerizo de Astigi”. Los personajes que viven en sus páginas lo hacen de una forma verosímil y auténtica. Incluso resulta veraz su modo de hablar y de expresarse, así como el reflejo de las creencias y referencias culturales. Los tipos están bien construidos y, en algunos casos, de una pincelada sale todo un retrato, como en esta descripción del obispo: “Un manto negro cubría su cuerpo desde sus hombros caídos hasta los tobillos, y el conjunto, unido a la forma torpe de andar, confería a su figura el aspecto de un buitre en tierra acercándose torpemente a la carroña”.
Algunos de los caracteres que pueblan la narración existieron de verdad (don Oppas, don Teodomiro, Abd al-Aziz ibn Musa) y los acontecimientos que contextualizan la acción son históricos. Ahora bien, repito, están perfectamente integrados en la trama y en el devenir de los personajes. La documentación rigurosa no es ningún lastre para el progreso del relato, al contrario, fortalece la sensación de verosimilitud.
Pero lo que sin duda merece resaltarse por encima de todo es que en esta novela se narra una magnífica historia de amor, que va cargándose de matices según progresa la acción argumental. Se trata de una relación muy bien desarrollada y condimentada con varias escenas íntimas tiernas y a la vez apasionadas. Las circunstancias que la rodean son complicadas, el entorno hostil y las posibilidades de éxito bastante exiguas.
“-Te amo más que a mi vida, que Dios me perdone…”.
No hay que olvidar que, además de los componentes de conflicto internos que pueden arrostrar los personajes protagonistas, nos encontramos en un periodo muy convulso y que buena parte de la obra transcurre en medio de una guerra. Así que las cosas se van a poner difíciles, aunque jamás hay que cerrar la puerta de la esperanza, porque el amor verdadero siempre tiene ocasión de vencerlo todo. No resta más que decir que se trata de un libro dotado de muchos alicientes para su lectura y que resulta totalmente recomendable. Es más, puede ser un regalo perfecto para estas Navidades (y como de vez en cuando es bueno darse un buen homenaje a una misma, incluso un auto-regalo estupendo). Que lo disfrutéis, si os apetece.
Edición que cito: Tovar, R. El caballerizo de Astigi. Versión Kindle. 2018.