Cuando Nerea sale de caza puede hacerlo en forma de Nerea o de Nex. Esto significa que se viste como mujer o se transforma adoptando una apariencia de chico, vendándose los pechos y metiéndose un dildo de plástico bajo los pantalones.

Ella se define como bisexual, aunque lo dicho muestra que también le gusta jugar con la identidad de género. Hay que añadir a todo esto que nuestro personaje protagonista es muy activa sexualmente, y decir “muy activa” puede quedarse corto: pensemos que desde que tuvo quince años tiene un promedio de dos relaciones sexuales al día y que además se masturba también diariamente.

Pero a Nerea, de improviso, le surge un problema. Tras un sueño, del que sólo recuerda que trataba de su exnovia Ana, resulta que no consigue llegar al orgasmo. Bueno, llegar sí, lo que no puede es “rematarlo”. Los orgasmos se le escapan en cuanto parece que van a producirse. Por tanto, Nerea se encuentra en un estado de perpetuo calentamiento (podría decirse “global”, dada su alta intensidad y perennidad), que le impulsa a intentar continuamente aliviarse sin conseguirlo. Todo un panorama de insatisfacción permanente. No lo consigue ni siquiera mediante las drogas habituales que se mete en cantidad y variedad considerables (speed, coca, marihuana y hasta opio por vía rectal).

Así que se dedica a buscar estímulos cada vez más intensos y bestias, al objeto de atrapar a esos orgasmos juguetones que parecen burlarse de su apremiante necesidad. Prueba con diversas estrategias y situaciones, alguna bastante repugnantilla (como hacerle una mamada a un segurata desconocedor de la higiene personal). Sin embargo, las cochinadas por sí mismas no parecen eficaces. Sigue sin orgasmos.

Pronto descubre que lo que le funciona son las experiencias distintas, no conocidas, la novedad. Cuando se topa con una situación morbosa no disfrutada con anterioridad, ahí sí que consigue correrse gloriosamente. Pero cuando la novedad deja de serlo, la cosa vuelve a no funcionar.

Por tanto, Nerea entra en una espiral de pescadilla-muerde-cola en la que cada vez necesita más experimentación, más rarezas, más degradación y más morbo. Y así, mendigando orgasmos, es capaz por ejemplo de dejarse sodomizar por un vigilante de discoteca únicamente para que le deje entrar en el local sin invitación. Y esto es sólo el principio, porque después se intensifica la vorágine con prácticas BDSM, un viaje al Japón (donde se abre a la exploración del bondage japonés –“Shibari”), etc., etc.

En Malditas ciruelas las relaciones sexuales de Nerea-Nex (satisfactorias o no) se van mostrando con detalle capítulo a capítulo, en una suerte de desfile presidido por las ganas de la protagonista de probar todo lo probable. La frecuencia de las penetraciones hace pensar que existe predilección por este tipo de práctica sexual, siempre ejecutada con un falo (natural o de plástico, látex o cualesquiera otro material de fabricación). Todas estas experiencias se narran con todo lujo de detalles, centrados sobre todo en las penetraciones en cuestión y en los fluidos humanos que participan en cada episodio sexual.

Ciertamente todo se desencadena debido a una especie de crisis existencial de la protagonista, pero lo innegable es que la inmensa mayoría de la acción narrativa del libro se centra única y exclusivamente en las aventuras sexuales de Nerea, que recorre cielo y tierra en busca de sus “ciruelas” (que no son otra cosa que las explosiones orgásmicas que tanto echa de menos). El hecho de que este afán descontrolado sea un síntoma de una crisis más profunda, no es óbice para que lo que veamos a lo largo de más de las tres cuartas partes del libro no sea otra cosa que sexo.

Tras caer cada vez más bajo, nuestra protagonista llega a un punto en el que parece haber tocado fondo, descubriendo incluso un fuerte masoquismo patológico anudado a impulsos de autodestrucción. Y así ella misma se va dando cuenta de que esa vida que lleva no es conveniente para su salud, ni mental ni física. Recapitulando, llega a conclusiones sobre la causa de su “problema” y su posible remedio (que desde luego, no es matarse a polvos).

La trama “no-sexual” de la novela ocupa más o menos los últimos cinco capítulos, lo que resulta francamente minoritario en comparación con la parte dedicada al folleteo. Por tanto, “Malditas ciruelas” puede ser una lectura para quien busque sexo a raudales, de todo tipo y condición, muy explícito y tirando a pornográfico. Por lo demás, se lee con bastante rapidez, aunque sería aconsejable una buena revisión ortográfica.

Malditas ciruelas
Cuando en un pequeño apartamento de la ciudad de Granada, Nerea o Nex, como le gustaba que la llamaran se había despertado y no había podido alcanzar el orgasmo, jamás pensó que aquello iba a dar un giro completo a su vida. Inmersa en una autentica carrera contrarreloj para conseguir las «malditas ciruelas» como ella solía llamarlas, vivirá una serie de experiencias totalmente nuevas y estimulantes. De la mano de sus amigas y eventuales compañeras de juegos y de «El Tercer Nivel», un extraño local, con gente peculiar intentará por todos los medios satisfacer sus más oscuras perversiones.