Silencio
Tropecé con todos los peldaños.
De callar tengo carraspera.
He amado a la misma mujer muchos años.
Me gustaría que lo supiera.
Pasado
–Me gusta tu sonrisa.
–Gracias, es una cicatriz. Deberías haberla visto en sus mejores días.
–Tranquila. Todos cometemos terrores.
La perturbación de los sueños
–Dime una cosa –me pidió.
–¿Qué?
–¿Has tenido fantasías conmigo alguna vez?
Contesté inmediatamente. No tenía nada que perder, salvo la oportunidad de ser sincera.
–Sí… He sufrido todo tipo de sueños contigo, de mil formas, colores y dimensiones. Hasta en blanco y negro. Siempre aparecías tú. He temido pesadillas asfixiantes; sueños románticos y empalagosos; alucinaciones sin sentido de lo que habíamos vivido; apariciones bucólicas; espejismos entrañables a veces y utopías en que las dos éramos las jueces. Y muchas, muchas fantasías eróticas. He logrado notar tu lengua acariciando la mía, el murmullo secreto de nuestros labios, casi podía tocar su sonido al despegarse. Recuerdo saborear el olor de tu aliento, el perfume de tu piel, el aroma de tu pelo. Y he llorado de pena, de dolor, de ruina al despertarme y comprobar que solo era producto de mi imaginación, que te echa mucho de menos, a pesar de que nunca te ha tenido.
Llegada a este punto, hice una pausa para respirar; para no dejar mis lágrimas resbalar.
–Tu boca me vuelve loca. He soñado tantas veces que nos besábamos que mi cerebro está intoxicado de ausencia. Tiene adicción a la ficción. He desquiciado al pobre Freud. He soñado tanto contigo que soy incapaz de distinguir si te tengo delante, o solo sufro otra terrible pesadilla.