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Beso

Recuerdo un beso en concreto. Uno que le quiero regalar de nuevo a mi corazón para que pueda volver a ponerse en forma y deje de saltarse latidos entre suspiros.

La boca dueña de esa carantoña iba y venía, subía y bajaba por mi piel, juguetona, tras una mirada pícara. Paseaba sobre mi cuello sin apenas rozarlo, encendiendo las partes de mi cuerpo que está prohibido nombrar. Me dominaba en aquel momento con su resurgido carácter. Yo extendía los brazos y me rendía ante ella, descubriendo cada vez un universo infinito, delicioso y siempre fresco para mí.

Me besaba todo el cuerpo y ahora, que no está, tengo la piel en carne muerta.

Aun así te doy las gracias, Beso, porque me enseñaste que amar de nuevo no me pone tanto en peligro como mi costumbre de aislarme. Que vivir bien merece la pena.

 

Aroma

Me puse unas gotas de perfume en las muñecas y el cuello. Una fragancia que me recordaba bastante a la tuya. A tu peculiar aroma afrutado y sensual.

Después me metí en la cama. Apagué la luz y, entonces, te hice el amor a distancia, como tantas veces desde que nos conocimos. Mis dedos te imaginaban, mutando en los tuyos, como si llevasen tu tacto. Los paseé por todo mi cuerpo, sintiendo que eran tus experimentadas yemas recorriendo la piel que en otra época se sabían de memoria. La pasión es la suma de dos personas que se cruzan por el camino. Acabé explotando de puro gozo, empapando de lujuria la sábana y, de rebote, todo el dormitorio. Acabé asfixiándome entre el olor a fantasía. Así me mentí en la cama.

 

Aquí estoy

Y aquí estoy, en el metro, como casi cada día. En uno de mis vistazos inconscientes consigo distinguirte entre el gentío. Quiero llamar tu atención, pero mi voz se tropieza con la muchedumbre y no te alcanza. Entonces meto la mano en el bolsillo y saco mi arma para apuntarte: un lápiz. Un raquítico trozo de lápiz. Un pobre diablo de grafito con la punta agónica. Está casi consumido, como mis días buscándote. Te susurro con él en mi libreta, emborronada hasta el último recuadro. Repleta de sueños garabateados.

Llevabas tu abrigo verde y mi corazón ha realizado un salto mortal al recordar. Parecías despreocupada, a pesar de la multitud enfermiza del vagón. Del hombro te colgaba una mochila roja con forma de búho, de esas que están de moda. Y llevabas la boina beige que te regalé. Igual que la que yo uso a veces, solo que la mía es granate. Estabas tan preciosa… Sí, ha sido muy mortal.

Te he visto, me fijé bien en ti, y comencé a escribirte de mentira. Porque en realidad no eras tú, sólo una que se te parecía. Una que intentaba imitarte y casi lo consigue. Una broma de muy mal gusto.

Aquí estoy, viéndote en la vida pasar.

Adicción a la ficción.